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Empiezo el día haciendo snorkel en unas cuevas cercanas con corales, peces globo, nemos...
El sitio está muy chulo así que me llevo a Maider a verlo (ella no se había animado hoy con el snorkel) y ya de paso llevamos la cámara para hacer unas fotos. Imposible. El guía que me ha llevado al snorkel, cuando ve mis intenciones, me suplica (literal) que no lo haga. Que si nos van a robar, que si pasa algo luego nos llevamos una mala imagen de Kenia y corremos la voz y luego no van turistas, y que entonces a ver de qué vive él... Joooder. Imposible, de verdad. Mira que le decimos que asumimos el riesgo, pero mira que él no nos deja. Vamos, como que nos acompaña y punto. Ala, pues vamos los tres; no se hable más.
Porrón de fotos en la cueva y, a la vuelta, un coco para cada uno. No veas cómo trepa el mozo! Yo me animo y lo intento pero... Lo intento. Primera vez en nuestra vida que bebemos el zumo natural de un coco recién cogido. Rico rico. Este hombre se ha merecido una propina.
Bañito, comida, siesta, paseo... Seguimos de rollo playero. A destacar que nos vamos dando cuenta de que en el bar restaurante nunca tienen cambios, oye. En casa no nos imaginamos a hostelero/a que sea capaz de no apurarse en esa situación, o de no ir a buscar cambios, o de no redondear a la baja como última opción... En Kenia, de lo más normal. Vale que no somos demasiado espléndidos pero autocobrarse así una propina no nos parece, rafiki...
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