![]() ![]() EL VIAJE. 1ª PARTE ✏️ Diarios de Viajes de Peru
1. MADRID-AMSTERDAM-LIMA El trayecto Madrid-Ámsterdam lo realizamos con Air Europa, y tras un par de horas en el aeropuerto holandés, embarcamos en un boeing de la compañía KLM, con destino Lima. Las 13 horas de vuelo transcurren tediosas, y...![]() Diario: PERÚ: DEL PACÍFICO AL MAPI, ENTRE DESIERTOS, GLACIARES, INCAS, Y PISCO SOURS⭐ Puntos: 4.8 (6 Votos) Etapas: 8 Localización:![]() 1. MADRID-AMSTERDAM-LIMA El trayecto Madrid-Ámsterdam lo realizamos con Air Europa, y tras un par de horas en el aeropuerto holandés, embarcamos en un boeing de la compañía KLM, con destino Lima. Las 13 horas de vuelo transcurren tediosas, y aprovechamos para leer y ver alguna película, intentando no dormir para tratar de acostumbrarnos lo antes posible al nuevo horario peruano (7 horas menos). El servicio a bordo, excelente, con buena atención y comida decente, lo que es decir mucho de una aerolínea. Me llamó mucho la atención la visión de la zona amazónica desde el avión, con una impenetrable masa arbórea, atravesada por varios ríos perfectamente visibles. Llegamos sin retraso a las seis de la tarde hora local, y mientras consigo algunos soles peruanos en una oficina bancaria del aeropuerto, lo suficiente para el taxi y poco más, porque estamos advertidos de que el cambio es muy malo, nos damos cuenta de que una de las mochilas no sale por la cinta de equipajes. Hacemos la pertinente reclamación, y nos dicen que la tienen localizada, y que mañana llegará en ese mismo vuelo. Respiramos aliviados, aunque con cierta preocupación porque, si no llega como nos han asegurado, tendremos que quedarnos en Lima algún día más, y modificar los planes que tenemos. Habíamos quedado con el hotel España, que nos enviaría un taxi para recogernos, y a pesar del retraso en salir al exterior, nos encontramos con un cartel que indica Sr. Saiz, lo que nos produce una tremenda alegría. El taxista nos dice que nos tiene que cobrar un poco más (55 soles en vez de los 45 acordados), debido al coste del parking. Al colocar el equipaje, nos comenta que dejemos las mochilas de mano lo más alejadas posibles de las puertas, porque vamos a pasar por una zona peligrosa, y se producen con cierta frecuencia robos, aprovechando las paradas en semáforos. Nos miramos un poco alarmados.. El tráfico es horroroso, y nos recuerda a las ciudades asiáticas. Las calles tampoco están demasiado iluminadas, y las casas permanecen muchas de ellas a medio construir (costumbre extendida por todo el país, debido a que, como pasa en Egipto, así pagan menos impuestos). En fin, que la primera impresión no es demasiado positiva. Tras una hora de trayecto, llegamos al hotel, una antigua casona colonial situada muy cerca de la Plaza de Armas, con un interior francamente curioso, con multitud de escultura y pinturas, como si fuera un museo decimonónico, aunque la habitación es bastante pequeña, y no demasiado limpia. Estamos rendidos, así que nos comemos los restos de unos bocatas, y nos vamos a dormir (son las 10 de la noche, las 5 de la mañana en nuestro país). 2. LIMA No ha amanecido todavía, cuando ya estamos despiertos. Después de remolonear un poco, nos levantamos con bastante hambre, así que vamos a desayunar, pero el restaurante del hotel todavía está cerrado, así que salimos a la calle a ver si encontramos algo abierto. Lima se despierta con la característica niebla que la ha hecho famosa, un claro ejemplo de los efectos de la inversión térmica: la poderosa corriente de Humboldt enfría la costa, y las capas superiores de la atmósfera más calientes, junto con los Andes circundantes, impiden que la nubosidad se disipe, creando una clima permanentemente nuboso, con niveles de insolación sorprendentemente bajos dada su latitud intertropical, pero sin apenas lluvias En pocos minutos, llegamos caminando a la Plaza de Armas, un gran espacio público que a estas horas está absolutamente vacío, rodeado por el Palacio Presidencial, la Catedral, y algún otro edificio notable. Seguimos paseando, pero no logramos encontrar una cafetería, así que cerca de la plaza de S. Martín, nos metemos en una especie de hamburguesería, donde tomamos tostadas y café por 10 soles, el equivalente a 3 € (como en La Pecera, el bar en el que desayunamos en Alicante). Aprovechamos para cambiar 1000 € en una de las numerosas oficinas de cambio que hay por la zona (1€ = 3,66 soles), y continuamos nuestro recorrido por una calle peatonal bastante transitada, hasta llegar a las puertas de un centro comercial, exactamente igual que en cualquier otro país (lo que la antropología denomina “no lugares”). Desde allí, decidimos coger un taxi para ir al barrio de Miraflores, abierto al Pacífico, y considerada la zona más chic de Lima (mi primer regateo, deja el coste de la carrera en unos correctos ocho soles, poco más de dos euros). El taxista vive entre Nueva York y Lima, y creemos entenderle que es debido a que cobra una pensión en Estados Unidos, y tiene que permanecer un número determinado de días allí, para evitar que se la quiten. Hablamos de la crisis española, de fútbol, de los peruanos....hasta que nos deja en un espacioso mirador con fabulosas vistas al océano. Desde aquí, iniciamos un agradable recorrido a través del llamado Circuito de Playas, un paseo marítimo colgado sobre el Pacífico, y jalonado por modernos apartamentos donde vive la clase alta limeña. Tardamos una hora para llegar al estiloso barrio de Barranco, una zona de artistas y restaurantes bastante coqueta, y después de deambular por el mismo, decidimos volver a Miraflores, esta vez en bus (1 sol, 0,30€), para ir a comer al recomendable restaurante Rincón del Bigote (José Gálvez, 529), muy cerca del Parque Kennedy. Allí tomamos un excelente ceviche mixto, uno de los platos más emblemáticos de la variada cocina peruana, que lleva pescado blanco, gambas, vieiras, zamburiñas, todo crudo y marinado con cebolleta, ají (chile picante), lima, cilantro y alguna otra especia más; dos enormes almejas preparadas de igual forma, y servidas troceadas en su concha; un platito de crujiente yuca frita y otro de maíz parecido a los “kikos”, obsequio de la casa, todo ello maridado con una enorme botella de fría cerveza de la marca cusqueña, por el precio de 64 soles, 17 €, con la ventaja de poder pagar con tarjeta sin comisión, lo que no será fácil en el resto del viaje. Al salir descansamos un rato en un banco, viendo saltar en parapente sobre el océano desde un prado cercano. Sobre las cuatro de la tarde cogemos un taxi (12 soles), cuyo conductor parece un concursante de “La Voz”, porque se pasa todo el camino cantando, dejándonos cerca de la plaza de S. Martín, donde compramos algunas provisiones, y observamos desconcertados, que la cesta de la compra no es demasiado barata en comparación con un sueldo medio peruano - que ya sabemos que está sobre 225 € -, habiendo bastantes productos (agua, cerveza, snacks, productos de aseo, fruta, huevos... ) con precios similares a nuestro país, cuando no más caros. Después de esta primera inmersión en la cesta de la compra peruana, nos dirigimos al cercano Gran Hotel Bolívar, que fue el primer edificio hotelero moderno de gran envergadura que se construyó en Lima, para tomar nuestro primer pisco sour, el cóctel más típico de Perú, que lleva pisco (orujo), azúcar, zumo de lima, clara de huevo y un toque de algo similar a la angostura, y del que nos haremos grandes aficionados. No es barato (15 soles, unos 4 €) pero está muy bueno, aunque adolece de falta de frío. Hay tres camareros ociosos que comparten con nosotros una interesante charla sobre múltiples temas (sanidad, educación, sueldos, turismo, crisis europea...) para intentar comparar Perú con nuestro país. Una hora después salimos en dirección a nuestro hotel, para intentar recuperar nuestra mochila. La dueña, nos dice que no nos preocupemos, que estos retrasos son normales, y que siempre la traen al día siguiente. Subimos a la habitación, pero yo no estoy tranquilo y, mientras Rosi cae rendida por el sueño, bajo de nuevo a recepción, donde me comentan que han llamado del aeropuerto y que la mochila está de camino. Mientras espero, converso con la dueña, una señora setentona, que me comenta mil anécdotas sobre su vida, el hotel, la inseguridad ciudadana y el cuidado que hay que tener al coger los taxis, y lo relaciono con la noticia que leí ayer, sobre que Lima era una ciudad bastante peligrosa, y que una quinta parte de sus habitantes habían sufrido algún percance en 2013. A las 11 de la noche, viendo como bostezo, me dice que me vaya a dormir, porque que en cuanto llegue la mochila nos la llevarán a la habitación. Eso hago, y poco después de acostarme, nos la trae un empleado, con lo que consigo descansar tranquilo unas pocas horas, antes de madrugar para ir al pequeño pueblo de Paracas. 3. LIMA-PARACAS A las 5,30 nos levantamos, y media hora después estamos cogiendo un taxi (15 soles, poco regateables, dada la intempestiva hora), que nos lleva a la estación de autobuses de Cruz del Sur, una muy recomendable empresa, con la que haremos muchos trayectos. Los billetes para Paracas, los habíamos comprado en España por Internet a mitad de precio ( 22 soles cada uno) y cuando subimos al bus, nos piden pasaporte y nos graban en vídeo, todo como medida de seguridad. Tiene dos plantas con asientos-cama (los de abajo más grandes), y una azafata nos sirve un bocata y café. Después de 3,30 h. de trayecto, en el que solo se ve un desértico paisaje cercano al mar, con mucha basura por todas partes, y pueblos con humildes construcciones y calles sin asfaltar, llegamos a Paracas - que significa lluvia de arena en quechua, el idioma de los incas que todavía hablan bastantes peruanos- población costera a 260 km al sur de Lima, y donde en 1820 desembarcó el general José de San Martín, para conseguir la independencia del Perú. Había reservado por mail, una habitación en el estupendo hostel Backpackers Paracas House, además de una excursión a la Reserva Natural de Paracas para esa misma mañana, y otra a las Islas Ballestas, al día siguiente. Al retrasarse el bus, no podemos ir a la excursión concertada, pero Alberto, el amable propietario, nos dice que la podemos hacer en taxi, por un coste un máximo de 90 soles. Una chica francesa, residente en Argentina, se une a nosotros y negociamos con un taxista que, tras el correspondiente regateo, accede a llevarnos durante cuatro horas por 80 soles.. La Reserva fue creada con el fin de conservar una porción del mar y del desierto del Perú, dando protección a las diversas especies de flora y fauna silvestres que ahí viven. El taxista nos lleva primero a ver el monumento construido en honor al libertador San Martín, y después vamos al pequeño centro de interpretación, con una interesante explicación de la extraordinaria biodiversidad de la zona. A partir de aquí, y después de pagar una tasa de siete soles, iniciamos una ruta por un auténtico desierto, acercándonos a diversos miradores, para observar largas playas de arena rojiza batidas por el Pacífico (¿qué coño harían nuestros antepasados conquistadores en este secarral?). Un par de horas después llegamos a Lagunillas, la población más importante de la Reserva, donde hay varios restaurantes, y nos tomamos una docena de zamburiñas, a las que les sobraba el queso parmesano gratinado, y una Pilsen Cristal (otra marca de cerveza) por el equivalente a 12 €, observando con curiosidad una colonia de pelícanos, que permanecen ajenos a nuestra presencia en una roca cercana. Sobre las tres de la tarde iniciamos el regreso, y al llegar a Paracas, vamos a dar una vuelta por el pequeño paseo marítimo, antes de que se oculte el sol. El paseo es corto, así que volvemos al hostel para descansar un rato en las hamacas del patio, mientras comienzo a redactar este diario. Cuando ya ha anochecido, salimos de nuevo a la calle y cenamos un menú estupendo por 15 soles cada uno (ceviche, sudado de pescado, que es un pescado en salsa acompañado de arroz blanco, y una sopa deliciosa con toques thais). Probamos la inka-cola, un intragable brebaje dulzón de color amarillo, que los peruanos beben a todas horas. Compramos agua y leche, para hacernos mañana un desayuno mochilero, y acompaño a Rosi a la habitación. Yo me doy otra vuelta, y me demoro un buen rato hablando de fútbol con el propietario de un restaurante, que capta clientes en la puerta, hasta que regreso a nuestro alojamiento cuando ya queda poca gente por la calle. 4. ISLAS BALLESTAS-HUACACHINA-ICA El hostel no sirve desayunos, pero si tiene una cocina para poder prepararlos, así que a las 6,30 ya estamos haciéndonos un café con leche, que acompañamos con unas galletas españolas. Volvemos a la habitación, preparamos las mochilas y a las ocho nos recogen para ir a las Islas Ballestas (35 soles + 7 soles de tasa de puerto, en dos pagos distintos, y nos preguntamos por qué no pueden cobrar un solo billete de 42 soles), a las que se llega en una motora. En el mismo puerto, vemos un par de delfines jugueteando entre los barcos y, poco después de salir del mismo, observamos a lo lejos el famoso Candelabro, una enorme figura de 180 m. de largo grabada en roca, cuyo origen y significado es una incógnita. El trabajo en la arena fue muy preciso, considerando que es una zona de mucho viento. La dirección del Candelabro, junto con el viento y el agua marina han hecho una gruesa capa cristalina, que lo ha mantenido desde su creación. A la media hora, alcanzamos las maravillosas Islas Ballestas, un paraíso para los aficionados a la ornitología, poblado por cientos de miles de aves como flamencos, piqueros, pelícanos, zarcillos y el pequeño pingüino de Humboldt, la única especie de pingüino en el Perú, y que está en peligro de extinción. En las rocas reposan, perezosos, enormes lobos de mar, que parecen mostrar satisfechos sus harenes de hembras, de mucho menor tamaño. La abundante vida que existe en la bahía de Paracas, y las islas que la rodean, se hace posible gracias a las corriente fría de Humboldt, que trae a la superficie una enorme cantidad de plancton, convirtiendo a estas aguas, en uno de los más importantes caladeros pesqueros del planeta. As su vez, esta riqueza ictiológica provoca la abundancia de aves marinas en el litoral, como nos lo demuestra el panorama que estamos viendo. Esta misma corriente crea una escasa evaporación, y produce el desierto litoral que acompaña casi toda la costa del Pacífico, y del que fuimos testigos ayer durante nuestro viaje desde Lima. En las rocas se observan claramente el guano (excrementos) de las aves, que es utilizado para la fertilización de los suelos, y que tuvo una gran importancia estratégica para la economía peruana del siglo XIX. En la época de su recogida, muchos de los extractores hace de la isla su casa durante varios meses. Después de una hora, en que la motora va dando lentas vueltas entre las rocas, oyendo el aleteo y graznido de las aves, y el ronco sonido producido por los lobos marinos protegiendo su territorio, volvemos a Paracas, tras haber disfrutado de una experiencia fascinante. Al volver, compramos una cerveza (6 soles) y algo de pan (1 sol, 7 panecillos) y nos tomamos un aperitivo de lomo (lógicamente español) en la terraza del hostel, antes de coger un pequeño autobús que, por 20 soles persona, nos deja en 1,30 h. en la llamada laguna de Huacachina, un verdadero oasis natural en medio de las blancas arenas del desierto costero del Perú. D aguas color verde esmeralda, surgió debido al afloramiento de corrientes subterráneas y , alrededor de ella, hay una abundante vegetación que le da un aire de libro de las mil y una noches. Hay múltiples restaurantes abiertos a la laguna, y en uno de ellos comemos, haciendo tiempo con un fresquito pisco sour, antes de realizar una excursión en boggeys a través de las dunas del desierto (35 + 5 soles, de nuevo dos billetes en vez de uno) El recorrido (por el que pasó el Dakar 2013), es muy divertido, subiendo y bajando dunas a toda velocidad, pudiendo los más atrevidos practicar el llamado sandboard, que consiste en lanzarte con una especie de tabla de surf desde lo alto de las dunas. Normalmente se hace de pie, pero te aconsejan hacerlo tumbado, para evitar accidentes. Realmente impresiona, porque hay dunas bastante altas, y con pendientes importantes, así que resulta realmente adrenalítico. Después de ver una hermosa puesta de sol en el desierto, volvemos a la agencia donde hemos dejado las mochilas, para darme una ducha y quitarme la arena, que se me ha metido por todo el cuerpo. A la ocho tenemos que coger un bus nocturno destino Arequipa, en la cercana ciudad de Ica, pero por allí no pasan taxis y, a pesar de que tenemos tiempo de sobra, nos empezamos a poner nerviosos, y cometemos une error importante al parar a un taxi pirata, cosa que no hay que hacer de ninguna manera, y menos de noche. Lo conduce un joven con buena pinta, pero cuando nos introduce por calles oscuras, empiezo a preocuparme (a Rosi, que va en el asiento de atrás, le pasa lo mismo, y me confesará después que cogió la navajilla que llevamos en el equipaje de mano). Al final, todo fue una falsa alarma y el chico nos dejo en la estación sin problemas (le doy una buen propina, supongo que por la alegría de que no nos atracara). En la estación de Cruz del Sur hay mucha gente (estamos en un puente vacacional en Perú), porque hay varios autobuses retrasados por un accidente, así que esperamos más de una hora antes de embarcar en los asientos VIP del mismo, previamente sacados por Internet (150 soles, unos 42 €), parecidos a la first class de los aviones, para pasar las próximas 12 horas. 5. AREQUIPA Hemos dormido estupendamente, y Rosi se pregunta si no nos habrán echado algo en la bebida que nos sirvieron con la cena. Al llegar a Arequipa, nos piden 10 soles en un taxi (sabemos que cuesta 5), y un señor mayor con su coche particular nos ofrece llevarnos por 4. Aceptamos porque es de día, y después de varias vueltas, y tras preguntar a un policía, nos deja en el Hotel Villa Melgar, donde nos dicen que no tienen la habitación que había reservado, por no haberla confirmado. Nos ofrecen con una pequeña rebaja (de 60 a 54 soles), una habitación múltiple con literas para nosotros solos, tipo albergue, aunque con un baño grande y bastante nuevo, así que por no ir a buscar otro hotel, aceptamos de mala gana. Antes de salir, dejamos ropa para lavar, y llegamos a la Plaza de Armas en menos de 10 minutos. Las calles que atravesamos asemejan a un pueblo manchego, con blancas casitas bajas, y robustos empedrados. Visitamos un par de agencias (siempre hay que comparar precios), para contratar la excursión al valle del Colca (se puede hacer por tu cuenta, pero es más caro, y menos cómodo). En la primera agencia, nos dejamos olvidada la mochila, y vuelvo a por ella con la agradable noticia de que nos la habían guardado. Al final, tras una dura negociación, nos cobran 350 soles (menos de 100 €) por dos días de excursión con guía, una noche de hotel, y la vuelta a Puno, nuestro siguiente destino, sin pasar de nuevo por Arequipa. Al salir, entramos en el impresionante Monasterio de Santa Catalina, de visita obligada, incluso si se sufre una sobredosis de edificios coloniales, como dice la Lonely, y a pesar de su cara entrada (10 €). Fundado en 1580, es una pequeña ciudadela dentro de Arequipa. Después de 1,30 h. de visita por nuestra cuenta (también se puede contratar un guía), nos dirigimos en taxi (5 soles) a comer al restaurante la Nueva Picantería, donde pedimos un estupendo chupe de camarones (una especie de sopa de cangrejos de río), un plato mixto con varias especialidades: el picantísimo y casi incomible rocoto relleno - pimiento relleno de carne con ají, el chile peruano -, pastel de patata, cerdo adobado y patitas, que resultan ser patas de cerdo cocidas. Para beber, un par de cervezas pequeñas y una jarra de chica de jora, una bebida hecha con maíz fermentado, de la cual los peruanos son grandes aficionados, y que nos resulta bastante insulsa, todo por el equivalente a 25 €, el precio más alto que pagaremos en un restaurante durante todo nuestro viaje Al terminar, nos da el “bajón”, y cogemos de nuevo un taxi, para ir a descansar al hotel. Mientras sesteamos, oigo a través del móvil los programas deportivos españoles (en España son las 12 de la noche), con Tune in, una estupenda aplicación gratuita para Android. Antes de que anochezca salimos a dar una vuelta por esta ciudad, que con la excepción de la Plaza de Armas, no nos llama demasiado la atención, aunque hay que reconocer que su entorno cercano, con tres espectaculares volcanes de más de 6.000 m., es impresionante. Compramos algunas provisiones en un supermercado, y regresamos andando al hotel, donde terminamos una lonchas de jamón español, antes de consultar Internet, leer un poco, e irnos a dormir a las 10 de la noche. 6. AREQUIPA-CHIVAY De nuevo despertamos temprano, así que después de ducharnos, preparar las mochilas, y enviar unos whatsapps, desayunamos en el hotel, antes de que nos recoja una furgoneta que nos traslada a un autobús, en el que partiremos en dirección al Valle del Colca, dejando atrás las cumbres nevadas de los volcanes Misti y Chachani. Una hora después paramos en un bar, para tomar mate de coca y otras hierbas, con el fin de mitigar los efectos del mal de altura, ya que subiremos casi a 5.000 m. Atravesamos la impresionante Reserva Nacional Salinas y Aguada Blanca, una vasta y árida extensión andina de volcanes dormidos, habitada por 4 especies de la familia de los camellos, las domesticadas Alpaca (cuya lana y carne es muy apreciada) y Llamas (un poco más grande) y las salvajes Vicuñas ( visibles muy cerca de la carretera) y los Guanacos, más difíciles de ver. Se ven granjas aisladas, con casas de adobe y algunas pequeñas cascadas, bajando de las montañas, y el conjunto ofrece un belleza desoladora, si es que existe este tipo de belleza. Cuando estamos bastante altos, una señora comienza a sentirse mal, así que el guía ordena al conductor que acelere la marcha para llegar a la localidad de Chivay, un desvencijado pueblo, centro turístico del llamado cañón del Colca. Antes de llegar, nos hacen bajar del bus, para pagar el llamado boleto turístico, que no solo es carísimo (el equivalente a 20 €), sino que también discriminatorio (los peruanos pagan la mitad). Tras este atraco, nos llevan a un restaurante tipo buffet - barato pero francamente malo -, donde probaremos la vicuña y la sopa de quinua, un sabroso cereal bastante utilizado en la gastronomía peruana. Después de comer, nos llevan a nuestros respectivos hoteles (en función de lo que pagó cada uno), y la mayoría de los integrantes de la excursión nos quedamos en el Inkawasi, no demasiado recomendable. Antes de marcharse, el guía nos ofrece una visita a unos baños naturales, y una cena fiesta por la noche. Declinamos la invitación y nos despedimos de él hasta el día siguiente. Descansamos en la habitación, y noto raro el estómago, así que tengo que tomarme mi primer fortasec, antes de salir a dar una vuelta por el pueblo que, excepto el mercado, tiene pocas cosas que ver, por lo que volvemos al hotel por polvorientas callejuelas, donde transitan, abrigados, algunos parroquianos con sombreros de ala ancha, y mujeres con trajes tradicionales. Tengo el estómago echo polvo, así que solo comemos unas lonchas de lomo y un poco de pan recién hecho que hemos comprado en un horno. 7. CAÑÓN DEL COLCA-PUNO Hemos dormido bastante bien, aunque como nos acostamos temprano, a las 4 estamos despiertos. Mi estómago va mejor, y después de desayunar, nos pasa a recoger el autobús. En la calle hace frío, y nos enfundamos nuestros plumas. El cañón es el segundo más profundo del mundo (3300 m. desde su parte más alta), un poquito menos que el cercano Cotahausi, y el doble que el Gran Cañón estadounidense. Además de su profundidad, lo que lo hace tan fantástico es su diversidad, con áridas estepas, fértiles tierras de cultivo en antiguas terrazas, o el propio cañón, que no se exploró a fondo hasta la década de los ochenta. El objetivo del día es recorrer una parte del cañón, llegando a la llamada Cruz del Cóndor, lugar en el que se pueden ver el mítico cóndor, el ave no marina más grande del planeta. La carretera de acceso es infame (¿cómo pueden tener esta carretera en un lugar tan turístico?) y tardamos 2 horas en llegar a la Cruz, paraje asomado al cañón donde anidan estas aves, después de hacer dos paradas en sendos pueblecitos, preparados para vender recuerdos de todo tipo. En la zona, hay decenas de autobuses, furgonetas y vehículos particulares que han transportado a muchísimos turistas. La alarma de uno de ellos suena sin parar, y la algarabía es importante (¿cómo van a salir los cóndores a volar?). Por si fuera poco, el guía nos comenta que hace poco se intentó hacer un sendero para hacer treking, volando con dinamita la montaña, hasta que se dieron cuenta que cada vez había menos aves. El caso que después de dos horas de espera, solo conseguimos ver de cerca, un pequeño cóndor que revolotea ágilmente, y en el cielo, a gran altura, dos figuras negras que nos dicen que son cóndores, pero igual pueden ser otra cosa. Realizamos un pequeño paseo con el guía, que nos va enseñando la flora (cactus y arbustos), y comentándonos anécdotas sobre al cañón. De vuelta paramos en un par de miradores para observar la terrazas de época pre-incaica, que cubren todo el valle, y también podemos divisar el pico donde nace el Amazonas. A las 12,30 de la tarde llegamos a Chivay, y una hora después cogemos el bus de Inka Express (en la agencia nos cobraron 40 $ y en la taquilla vemos que cobran 45 $, increíble pero cierto ), que nos llevará en casi siete horas horas hasta Puno, atravesando el salvaje paisaje del altiplano. Al llegar a la estación de autobuses, nos recoge una chica que espera con nuestro nombre para llevarnos al recomendable Titikaka Andean House (95 soles la noche), aunque nosotros habíamos reservado en el S. Antonio Suites, otro hotel de la misma empresa. En la calle hace frío (estamos a 3830 m. de altitud), y después de instalarnos, salgo a comprar pan, agua y yogurt, para cenar en la habitación un poco de jamón que nos queda. Estamos muy cansados, pero antes de dormirnos, tomamos la decisión de quedarnos en Puno dos noches, y coger pasado mañana un bus diurno dirección Cuzco, en vez de tomar el nocturno, como teníamos pensado inicialmente. 8. PUNO-LAGO TITICACA Como casi todos los días, a las cinco estamos despiertos, lo que aprovechamos para mirar Internet y enviar unos whatsapps, antes de bajar a desayunar un buffet estupendo con huevos, café, frutas y fiambre variado. Al terminar, dejamos algo de ropa para lavar, y le encargamos a la recepcionista la compra del billete diurno para viajar mañana a Cuzco (35 soles). A las 7,30 salimos a la calle bien abrigados, aunque luego veremos que no es para tanto, y nos quedaremos hasta en manga corta. Comenzamos a andar despacito, porque realmente se nota la altitud, hasta llegar al puerto del lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, para ir a las islas flotantes de los Uros, las más cercanas a la ciudad. Éstas son un grupo de islas artificiales hechas con varias capas de totora, una planta que crece en las aguas poco profundas del lago, y que se reponen continuamente, a medida que las capas inferiores se pudren, por lo que el suelo siempre es mullido. Uros son un pueblo ancestral, que llegó aquí huyendo de la presión de otras culturas, y todavía hablan la lengua aymara de sus antepasados. Una vez sacados los billetes (en total 15 soles por persona, por supuesto en dos pagos diferentes), esperamos la salida junto a una pareja de catalanes, que vienen de hacer durante cinco días el llamado camino Inca, para llegar a Machu Pichu, y con las que entablamos una animada conversación. En 20 minutos llegamos a una de las islas (son unas 70), y el jefe o alcalde de la misma, nos da una charla sobre su pueblo y lo que significa el lago y las islas, haciendo hincapié en que solo pueden sobrevivir con el turismo, y nos animan a comprar varios souvenirs que tienen a la venta. Tienen un barco, también construido con juncos de totora, en el que, previo pago de 7 soles, te dan una vuelta de 15 minutos, aunque nosotros preferimos deambular por la isla, y ver un poco como viven en ese pequeño espacio. Una hora después, y después de detenernos brevemente en otra isla donde tienen un criadero de truchas, volvemos a Puno. La visita resulta interesante, a pesar de que están un poco “turistizadas” cosa que, por otra parte, ya sabíamos. Les comentamos a la pareja de españoles, que vamos a contratar un taxi para ir a ver las chullpas (torres funerarias) de Sillustani, a 30 km de distancia. Deciden venirse con nosotros, y rápidamente ajustamos el precio (60 soles) con un taxista. El antiguo pueblo Colla dominó en su día esta zona del lago Titicaca, y enterraban a sus nobles en estas chullpas, la más impresionante de las cuales mide 12 m.. Estos edificios cilíndricos albergaban los restos mortales de familias enteras, así como comida y sus pertenencias personales, para el viaje al más allá. La única abertura era un agujero orientado hacia el este, lo bastante grande para que una persona pudiera acceder a gatas. Tras pagar 10 soles, iniciamos un recorrido muy relajante, tanto por el entorno, encima de una pequeña meseta con vistas al lago Umayo, como por los pocos turistas que hay. Dos horas después finalizamos la visita, y sobre las14,30 h. regresamos al hotel (no tenemos apenas hambre, creemos que debido a la altitud, y compramos unos pastelillos y una cerveza, que nos comemos en nuestra habitación, antes de echarnos una pequeña siesta) A las cinco salimos a la calle, para llegar en cinco minutos a la Plaza de Armas, donde destaca su catedral barroca, que visitamos, aunque no le encontramos demasiado interés - nos pasará lo mismo con casi todas las iglesias coloniales -. Después caminamos por la peatonal calle Lima, llena de gente, restaurantes y comercios varios, hasta que localizamos el restaurante Colors, recomendado en la Lonely y que ofrece cocina de fusión. Por 25 soles cada uno, tomamos un menú que incluye una reconfortante sopa, y luego yo elijo un pescado al curry y Rosi un plato de pollo con tallarines, ambos bastante ricos y con claras reminiscencias asiáticas. Después de cenar, damos otra vuelta, pero hace bastante frío, así que a las 8,30 de la tarde volvemos al hotel, donde nos entregan el billete del bus para mañana ir a Cuzco, pagamos la cuenta, preparamos las mochilas y leemos un poco, antes de caer en manos de Morfeo. 9. PUNO-CUZCO A las 7 h. bajamos a desayunar, y hacemos tiempo hasta coger un taxi (3 soles) , que nos llevará en pocos minutos a la estación de autobuses. Allí, además del ticket, hay que pagar una tasa de 1 sol, y nos instalamos en los primeros asientos-cama de la parte de arriba, muy cómodos y con unas vistas privilegiadas durante todo el viaje. (nos acordamos de Lis, la chica encargada de la recepción, y le agradecemos habernos reservados los mejores sitios). El bus sale a la hora prevista, (8,30) y no a la hora peruana, como nos dijo Alberto, el gerente del albergue de Paracas, para referirse a los continuos retrasos de los transportes públicos. El trayecto es interesante porque vamos dejando el altiplano para pasar a una zona con más vegetación, preludio de la región de la Selva. Los pueblos que atravesamos, siguen siendo igual de destartalados y caóticos, y seis horas después alcanzamos Cuzco, el ombligo del mundo para los incas, el reino cósmico de la antigua cultura andina, que se fusiono con el esplendor colonial y religioso de la conquista española, y hoy se muestra como un próspero negocio turístico. Un taxi (7 soles) nos lleva al hotel que hemos reservado por e-mail, pero está en una callejuela peatonal, así que el taxista nos deja en un extremo de la calle. Allí veo un hotel de 3 estrellas (El Monarca), con buena pinta, así que decido preguntar los precios. Regateando nos deja la habitación en 80 soles, aunque solo tiene una libre dos noches y necesitamos tres, nos dice que la tercera la podemos hacer en un hostal a 20 metros, que visito, y al que doy el visto bueno. Lo primero que hacemos es ir al Ministerio de Cultura, a comprar las entradas para al Machu Picchu, que nos cuestan la friolera de 138 soles por persona (la mitad para los peruanos), mas una comisión por pagar con tarjeta de crédito. Al salir, vamos caminando hasta la maravillosa Plaza de Armas, corazón de la capital inca, y centro neurálgico de la ciudad moderna. La Catedral, los soportales coloniales, las Iglesias de Jesús María y de la Compañía de Jesús, y los muros incas de la calle Loreto, vía histórica de acceso a la plaza, la hacen muy bella, tanto de día como de noche, como comprobaremos a lo largo de nuestra estancia en esta ciudad. Visitamos una agencia para hacernos una idea del precio de algunas excursiones, que no sabemos si hacer por nuestra cuenta o no; entramos en un centro de información turística, donde nos proporcional bastante información y un plano de la ciudad y, para finalizar el día, atravesamos el barrio de San Blas, con sus empinadas cuestas, y en el que la arquitectura y las intrincadas callejuelas sin tráfico, lo han convertido en una zona de moda llena de restaurantes, bares y tiendas, para llegar al restaurante vegetariano Green Point, donde tomamos un plato de samosas hindúes, un rissoto de hongos y unos fetuccini rellenos. Todo ello bastante bueno y muy barato (el equivalente a 17 €), aunque con unas salsas demasiado contundentes para nuestro gusto. Al terminar volvemos al hotel, que se encuentra a escasos diez minutos caminando. 10. CUZCO Desayunamos tranquilamente en la coqueta terraza un buffet de frutas, fiambre, panes, yogurt, café...aunque sin huevos, mientras que “whatsapeamos” un rato, y hablamos a través de Line con varios familiares. A las ocho de la mañana nos dirigimos a la catedral (se puede entrar gratuitamente mientras haya misa), para deambular por ella junto a decenas de turistas. Nos llama la atención un cuadro de la Última Cena, con el cuy, una especie de conejillo de indias que se cría en todo Perú, y que aparece en la carta de numerosos restaurantes como un exquisitos manjar, a pesar de lo cual no nos decidiremos a probarlo. Al salir, después de comprar el caro boleto turístico (130 soles), que además no sirve para algunos monumentos, iniciamos un recorrido por varias callejas antiguas, donde observamos algunos edificios coloniales y algunas ruinas incas, y llegamos casi sin darnos cuenta, al mercado de San Pedro. Allí compramos varios regalos, y volvemos a la Plaza de Armas, tomada por los antidisturbios vigilando una manifestación, para contratar en una de las decenas de agencias, el llamado city tour (15 soles cada uno), que se inicia caminando por algunas zonas de la ciudad, para después coger un autobús que nos trasladará a cuatro recintos arqueológicos incas, en las afueras de Cuzco. Tras dejar en el hotel los regalos que hemos comprado, “pillamos” unas sabrosas patatas rellenas de carne, en un pequeño tenderete callejero y hacemos tiempo con un excelente pisco sour, en la terraza de un restaurante situado encima de los soportales (Terras Moura Grill), con vistas fantásticas a la plaza, y al que iremos muchas veces durante nuestra estancia en Cuzco, por su magnífica relación calidad-precio. A hora convenida nos unimos a un grupo de unas veinte personas, al que el guía está comentando algunos aspectos arquitectónicos de la catedral. Después atravesamos algunas calles con restos de muros incas, mientras cambio impresiones con un señor peruano y su hija adolescente, que me aseguran que tanto la educación como la sanidad públicas de su país, además de no ser gratuitas, son bastante deficientes, y están de acuerdo conmigo en que, hasta que ambas no sean de calidad, el país no logrará alcanzar un estadio de desarrollo parecido al europeo, y llegamos al Qorikancha (en quechua, patio dorado), en su día el templo más rico del Imperio Inca, cubierto literalmente de oro. Hoy es una curiosa combinación de magnífica mampostería inca, con la arquitectura colonial del Convento de Santo Domingo. En la explicación del guía se nota cierto rencor a los conquistadores, comprensible en algunos casos, aunque no tanto en otros, en los que falta a la verdad, muestra de su ignorancia o de su mala fe, lo que le tenemos que recriminar amablemente jejeje. Desde aquí visitaremos varios yacimientos incas cercanos, Quengo, Pukapukara, Tambomachay, y sobre todo Sacsayhuamán, un impresionante recinto arqueológico de características religiosas y militares, con pesados bloques de piedras que no fueron reutilizadas por los españoles, donde en 1536 se llevó una de los combates más amargos de la conquista española, con miles de incas muertos en el campo de batalla, atrayendo a decenas de cóndores andinos, tragedia inmortalizada en el escudo de armas de Cuzco con ocho de estas aves. En la excursión conocemos a Violeta, una abogada peruana residente en Lima de vacaciones en Cuzco, que nos contará bastantes cosas sobre su país. Al regresar, tenemos cierto dolorcillo de cabeza debido a la altura, así que caminamos un rato hasta meternos en un restaurante de los cientos que pueblan el barrio de San Blas, para cenar un irregular menú por 15 soles, siendo el lugar en que peor comimos de todo Perú. Desde aquí volvemos al hotel, por solitarias y estrechas callejuelas escasamente iluminadas. 11. CUZCO-MORAY-SALINERAS Hoy, tras trasladar el equipaje al hostal donde dormiremos esta noche, vamos a salir de Cuzco para introducirnos en el llamado Valle Sagrado, la campiña andina salpicada de pueblitos, aldeas y ruinas del Altiplano comunicadas por senderos que conducen hasta la gran atracción del país, el Machu Picchu. Ya desde los primeros kilómetros en el autobús, podemos ver los tejados de las casas con dos símbolos muestra del sincretismo religioso peruano, el torito de pucara, un toro de barro cocido, que era usado en las ceremonias en honor a la Pachamama (la madre tierra), y en el marcado del ganado para asegurar el buen año, la abundancia y la prosperidad familiar, y hoy es un importante símbolo de identidad andina, y por otro lado, la cruz representativa de la religión católica. Uno de los guías que tuvimos a lo largo de nuestra estancia, me comentó que, sobre todo en zonas rurales, todavía se combinaba la adoración a los dioses incas (el sol, la luna el agua....) con la visita a la iglesia. Fascinante Nuestra primera parada es a una factoría-tienda de prendas de lana de alpaca, situada en Chinchero. La visita es interesante porque nos muestran el proceso para tintar la lana, algo que nunca habíamos visto. Después, llegaremos al impresionante lugar arqueológico de Moray. A primera vista se observan una serie de círculos concéntricos, que asemejan a un anfiteatro, pero en realidad era un centro de investigación agrícola incaico donde se llevaron a cabo experimentos de cultivos a diferentes alturas. La disposición de las terrazas (llamados andenes) produce un gradiente de microclimas teniendo el centro de los mismos una temperatura más alta y reduciéndose gradualmente hacia el exterior a temperaturas más bajas, pudiendo de esta forma simular hasta 20 diferentes tipos de microclimas. Se cree que Moray pudo haber servido como modelo para el cálculo de la producción agrícola de diferentes partes del Imperio. El guía nos hace participar de una ceremonia de agradecimiento a la Pachamama, la madre tierra, y no sé si influido por ella o no, pero creo percibir un flujo de energía importante. Después nos acercamos a las las Salinas de Maras, minas de sal cuya explotación es tan antigua como el Tahuantinsuyo (término que hace referencia a la división territorial del Imperio Inca en cuatro suyos o regiones, que estaban vagamente identificadas con las cuatro direcciones de los puntos cardinales y que confluían en la capital, Cusco, centro del universo según la cosmovisión andina. El término procede del quechua tahua que quiere decir "cuatro", y suyo que quiere decir región. Tahuantinsuyo por tanto significa Las cuatro regiones unidas, nombre original que los incas dieron al territorio que gobernaban. Ubicada en la ladera del cerro, la salinera en forma de terrazas es atravesada por un riachuelo que nutre de agua salada las pozas. Su uso data de miles de años y se hereda en cada familia, pero se maneja en forma comunal. Está compuesta por unas cinco mil pozas de unos 5 metros cuadrados cada uno; el agua se filtra en las pozas y se evapora por acción del intenso sol, haciendo que broten los cristales de sal gruesa. Después de un mes, cuando la sal alcanza los 10 cm. de altura, comienza su recogida. La visión de las mismas desde la parte más alta de la carretera, es simplemente espectacular. Tras esta visita, regresamos a Cuzco y nos despedimos de Violeta, la abogada con la que hemos hecho amistad, y que vuelve a Lima esa misma tarde tras haber terminado sus vacaciones. En el hostal no hay agua caliente (cuestión bastante recurrente en los hoteles peruanos), así que manifestamos nuestra indignación, aunque no sirve de mucho. Sin ducharnos, salimos a la calle para llegar al centro realizando fotos nocturnas del Cuzco iluminado. Hoy es el día de la hispanidad, y vemos un desfile que no sabemos si tiene algo que ver. En los bajos de los soportales, hay una exposición reclamando la protección de los pueblos indígenas de la Amazonía, a punto de desaparecer como consecuencia de la explotación de los recursos, por parte de empresas tanto nacionales como extranjeras. Llegamos hasta un centro municipal, donde hay una manifestación del folklore peruano, pero la cola para entrar en enorme, así que lo dejamos para otro día. El dolor de cabeza provocado por el mal de altura está ahí, así que decidimos seguir haciendo fotos y acercarnos a tomar un pisco sour al Terras Moura. Después de un buen rato, tenemos hambre, y como vemos que hay mucha gente, y que la comida tiene buena pinta, decidimos cenar allí un buffet de ensaladas que ofrecen de forma gratuita, y yo pido un plato con dos enormes brochetas de carne que llevan corazón de vaca, riñones y lomo, acompañadas de excelentes patatas fritas, mientras Rosi elige una insulsa y cara pizza cuatro quesos. Al salir, rebajamos la cena paseando hasta llegar al hostal, y nos acostamos inmediatamente porque mañana será un día duro, aunque también apasionante 12. CUZCO-PISAC-OYANTAITAMBO-AGUASCALIENTES Estamos un poco hartos de ir en grupo, cuestión a la que no estamos acostumbrados, así que hoy hemos decidido visitar los yacimientos arqueológicos de Pisac y Oyantaitambo por nuestra cuenta, antes de coger el tren que nos llevará a Aguascalientes, antesala del Machu Picchu, al que iremos al día siguiente. Como compensación por la falta de agua caliente en el día de ayer, nos hace un buen desayuno en el hostal, después del cual llevamos las mochilas grandes al hotel Monarca, para que nos la guarden hasta nuestro regreso, (hemos preparado las pequeñas con ropa para dos días, porque no sabemos si haremos una o dos noches fuera de Cuzco). Antes de la siete de la mañana salimos del hotel para, en 10 minutos, llegar caminado a la calle Puputi, donde cogemos un combi (furgonetas muy utilizadas en Perú, que salen cuando se llenan, y que son una alternativa más rápida a los autobuses), que por 10 soles nos llevará a Pisac. En menos de una hora llegamos a esta localidad, aunque el recinto arqueológico está situado a unos 8 km por carretera, así que, o vas andando o en taxi, y los taxistas se aprovechan, no bajando de 20 soles por el trayecto de ida, tras regatear duramente. En la entrada de las ruinas se encuentra Walter, un viejo guía indígena, que nos ofrece sus servicios (pide 30 soles, y al final lo dejamos en 20). Empieza a diluviar y además hace frío, menos mal que hemos traído el plumas y el chubasquero. Así, abrigados, comenzamos la visita de esta impresionante ciudadela inca en lo alto de una colina, que no solo preside en valle de Urubamba que descansa a sus pies, sino que también es un paso que lleva a la selva del noroeste, según nos comenta Walter. Hay una zona militar y otra religiosa, y las vistas de los bancales agrícolas que la rodean, con el río Urubamba al fondo son portentosas, destacando los cientos de agujeros que se observan a lo lejos, tumbas incas que los huaqueros (saqueadores de tumbas) expoliaron. El veterano guía nos lleva durante 1,30 h. por las extensas ruinas, dándonos interesantes explicaciones, interrumpidas en un momento por la presencia del alcalde de una localidad rural que se dirige, descalzo y vestido con ropa tradicional, a Pisac para asistir a la misa dominical en idioma quechua. Me hago una foto con él y con Walter, y me pide dinero, pero no tenemos nada suelto, así que se mosquea un poco, y continúa su camino en solitario. Deja de llover, y el guía nos indica como llegar al pueblo, a través de un espectacular sendero de 4 km, que atraviesa ruinas bien conservadas, y terrazas agrícolas por las que parece no haber pasado el tiempo, siempre con la visión del valle ante nuestros ojos. A las once llegamos a la iglesia y observamos durante 15 minutos la extraña misa, para salir a dar una vuelta por el inmenso mercado dominical, donde compramos, tras un intento regateo, un precioso colgante de plata. Después cogemos un bus en dirección Urubamba ( 3 soles), porque no hay directo a Oyantaitambo. Allí, nada más llegar cogemos una combi que por 1,5 soles nos llevará a esta localidad en media hora. Oyanta, como todo el mundo lo conoce, es el mejor ejemplo de planificación urbana inca que se conserva, con estrechas calles adoquinadas habitadas sin interrupción desde el S. XIII. Los empinados bancales que vigilan las ruinas incas, señalan uno de los pocos lugares donde los españoles perdieron una gran batalla, y aunque fue una impresionante fortaleza, también ejerció como centro ceremonial ricamente trabajado. En la época de la conquista, se estaban construyendo unos muros de excelente factura, que jamás se acabaron, y cuyos restos permanecen inmóviles desde hace siglos. Rosi se queda en la parte más baja, y yo asciendo fatigosamente hasta la zona alta, para después de deambular por la zona religiosa, donde están los restos del Templo del Sol, descender en solitario entre piedras centenarias y susurrantes canales de riego, imaginando que he viajado en el tiempo. Al regresar vamos a la coqueta plaza principal del pueblo, donde nos tomamos unas cervezas, acompañados de cacahuetes y unas barritas energéticas que todavía llevamos de España, y a las 15,45 h. nos dirigimos a la estación de tren donde haremos tiempo, antes de coger el carísimo e incómodo tren (55 $) que en menos de dos horas nos acercará a Aguas Calientes, rodeados de ruidosos franceses. El pueblo de Aguas Calientes es horroroso. Parece un poblado del oeste americano, con decenas de hostales y restaurantes construidos sin ninguna planificación, y atravesado por la vía del tren. Buscamos alojamiento, que encontramos tras visitar 3 hostales, a cuál más cutre. Estamos tan cansados, y el pueblo tiene tan mala pinta que, después de comprar los billetes del bus para el día siguientes subir al Machu (19 $ i/v, otro robo) nos acostamos sin cenar. Mañana toca madrugar para llegar al recinto arqueológico antes de que lo hagan las hordas de turistas. 13. MACHU PICCHU-CUZCO Es de noche todavía cuando salimos a la calle, donde caen unas gotas de agua, y una cincuentena de personas hace cola para abordar el autobús. Nosotros cogemos el segundo de ellos, y a las 5,45 h. estamos en la puerta del recinto arqueológico, que abrirá un cuarto de hora después. Nos acoplamos en un grupo (20 soles por persona), cuyo guía nos introduce sin más demora en esta maravilla Patrimonio de la Humanidad, que todavía tiene un aura de misterio, alentada por las incógnitas que todavía guardan en sus entrañas sus ruinas, y que quizá nunca se despejen: ¿cuál era su función?, ¿la conocieron los conquistadores españoles? ¿por qué permaneció olvidada durante tanto tiempo?, y algunas otras más Machu Picchu (en quechua "Montaña Vieja") es el nombre que contemporáneamente se da a una llaqta (antiguo poblado andino) incaica construida a mediados del siglo XV, en el promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu (“Montaña Joven”), en la vertiente oriental de la Cordillera Central, al sur del Perú y a 2490 m de altitud. Su nombre original se desconoce, y tras las últimas investigaciones, parece ser que fue conocida por les españoles, al contrario de lo que se creía hasta ahora. Tras la conquista, Machu Picchu se mantuvo dentro de la jurisdicción de diferentes haciendas coloniales que cambiaron varias veces de manos hasta tiempos republicanos. No obstante, ya se había vuelto un lugar remoto, alejado de los nuevos caminos y ejes económicos del Perú. En efecto, el sector agrícola de Machu Picchu no parece haber estado completamente deshabitado ni desconocido, pero sus principales construcciones, sin embargo, las de su área urbana, fueron ganadas pronto por la densa vegetación, sin que exista una explicación a este rápido abandono Las primeras referencias directas sobre visitantes de las ruinas de Machu Picchu indican que Agustín Lizárraga, un arrendatario de tierras cusqueño, llegó al sitio en 1902. Hiram Bingham, un profesor norteamericano de historia interesado en encontrar los últimos reductos incaicos de Vilcabamba oyó hablar sobre Lizárraga a partir de sus contactos con los hacendados locales y llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911 guiado por otro arrendatario de tierras, Melchor Arteaga, y acompañado por un sargento de la guardia civil peruana. Encontraron a dos familias de campesinos viviendo allí: los Recharte y los Álvarez, quienes usaban los andenes del sur de las ruinas para cultivar y bebían el agua de un canal incaico que aún funcionaba y que traía agua de un manantial. Pablo Recharte, uno de los niños de Machu Picchu, guió a Bingham hacia la "zona urbana" cubierta por la maleza. Si bien es claro que Bingham no descubre Machu Picchu en el sentido estricto de la palabra (nadie lo hizo, dado que nunca se "perdió" realmente), es indudable que tuvo el mérito de ser la primera persona en reconocer la importancia de las ruinas, estudiándolas con un equipo multidisciplinario y divulgando sus hallazgos. Ello, a pesar de que los criterios arqueológicos empleados, no fueran los más adecuados desde la perspectiva actual y también, a la polémica que hasta hoy envuelve la más que irregular salida del país del material arqueológico excavado, muchas de cuyas piezas comenzaron a devolverse a Perú en 2011. Machu Picchu podría haber sido una de las residencias de descanso de Pachacútec (primer inca del Tahuantinsuyo, 1438-1470). Sin embargo, algunas de sus mejores construcciones y el evidente carácter ceremonial de la principal vía de acceso a la llaqta, demostrarían que ésta fue usada como santuario religioso. Ambos usos, el de palacio y el de santuario, no habrían sido incompatibles, y tampoco un hipotético carácter de centro de almacenamiento y redistribución de productos, que se obtenían en estos fértiles territorios, habiéndose descubierto, al menos, ocho rutas de acceso desde la Amazonía y el Altiplano. Algunos expertos parecen haber descartado, en cambio, un supuesto carácter militar, por lo que los populares calificativos de "fortaleza" o "ciudadela" podrían haber sido superados. Se cree que tuvo una población móvil como la mayoría de las llactas incaicas, que oscilaba entre 300 y 1.000 habitantes. La visita de dos horas con el guía es muy instructiva, no solo por las explicaciones, sino también por sus interpretaciones, muchas de ellas bastante personales, aunque no por ello menos interesantes. A partir de aquí, deambulamos por nuestra cuenta, subiendo y bajando cientos de escalones, que permiten salvar los desniveles de la vieja montaña, y a los que se tuvieron que adaptar los arquitectos incas para realizar esta portentosa obra de ingeniería. A las 11, paramos para tomar un buen bocata de queso y mortadela que preparamos anoche con pan fresco, y unas barritas energéticas. Seguimos paseando por un recinto que se va llenando de gente hasta que, cansados, decidimos tumbarnos en el mullido césped de una ladera, hasta que un vigilante nos llama la atención, abortando nuestro intento de siesta. Es la una de la tarde y decidimos marcharnos, pero no fue nada fácil hacerlo, porque tuvimos que esperar más de una hora haciendo cola, a la espera de coger un autobús que nos bajara a Aguas Calientes, donde recogemos las mochilas y hacemos tiempo con una birra y unos cacahuetes, hasta coger el tren de vuelta a Oyantaitambo. Al llegar a esta localidad, está anocheciendo, y rápidamente nos ofrecen sitio en una furgoneta para llegar a Cuzco. Aceptamos, y en él van sentados una pareja de extranjeros y una de peruanos. El combi se tiene que llenar para salir, así que, después de unos minutos sin que suba nadie, los peruanos se marchan y nos recomiendan compartir un taxi con los extranjeros por unos 60 soles. Así se lo decimos a éstos, y nos bajamos del furgón, pero ninguno de los taxistas acepta menos de 100 soles. Mientras estoy traduciendo a los “guiris” los resultados de la negociación, un joven nos dice que le faltan dos personas para completar un combi que tiene aparcado un poco más arriba. Nos da corte dejar “colgados” a los extranjeros, pero a ellos no les importa hacerlo, y se marchan calle arriba sin decirnos nada. Pensamos dos cosas, primero que parecemos nuevos, y segundo que son unos “cabrones”. Un buen rato después estamos subidos en otra furgoneta, cuyo conductor nos quiere cobrar más que a los restantes pasajeros locales, así que nos bajamos de nuevo, más que nada por orgullo. Es noche cerrada y no pasan ni taxis ni combis, así que mientras pensamos en quedarnos a dormir en Oyanta (cosa que entraba dentro de lo previsto, y que no nos importa demasiado, porque es un pueblo bastante bonito), oímos el nombre de Cuzco desde una furgoneta que transporta bicicletas en el techo, y donde subimos, para llegar una hora y media después a la Plaza de Armas cuzqueña. Desde aquí vamos al hotel El Monarca, donde recogemos las mochilas, y nos damos una buena ducha, antes de salir a cenar a una pizzería cercana llamada Libertad, a la que habíamos echado un ojo días anteriores. Está lleno de clientes peruanos, y cenamos estupendamente pollo al orégano, un ají de gallina y dos cervezas grandes por 60 soles. De aquí nos vamos a dormir, y todavía revolotean en mi miope retina las maravillosas imágenes del viejo y misterioso Picchu. 14. CUZCO Hoy hemos decidido tomárnoslo de relax (ya toca), y desayunamos tranquilamente en la terraza, hasta las 9 de la mañana. A esta hora salimos a la calle y nos dirigimos al museo del sitio de Koricancha, pequeño y desvencijado, con algunos objetos de las culturas inca, así como explicaciones sobre su original cosmovisión. Cambiamos dinero (el billete de 100 € tiene menos valor y nos dan 3,62 soles por euro), y paseamos por los aledaños del centro histórico, viendo casas coloniales, y callejas con muros y empedrados de la época inca. A la una de la tarde, nos tomamos unas cervezas conversando con una pareja de españoles en la terraza del Terras Moura, y vamos a comer al restaurante Víctor o Victoria un estupendo menú, con sopa, carne cocinada con arroz blanco y puré, postre y un zumo tropical, todo ello rodeado de lugareños. Al salir, nos dirigimos al hotel para echar una siesta, tras la cual intentamos ver la representación folklórica, a la que no pudimos asistir días pasados, pero nos quedamos con las ganas porque el local ya está lleno. Un poco desencantados y para quitarnos el mal sabor de boca, nos vamos al museo del Pisco, a tomar un cóctel (20 soles cada uno) acompañado con esos kikos especiales tan ricos, que suelen poner como aperitivo en muchos locales. A Rosi le duele el cuello, así que la acompaño al hotel, y yo de nuevo salgo a la calle, para dirigirme al bohemio barrio de San Blas, donde hago algunas fotos, aunque me corta un poco la soledad de alguna de sus calles, a pesar de que nos han dicho que Cuzco es una ciudad bastante segura. Después de deambular una hora como un auténtico gringo, acabo en la Plaza de Armas, tras encontrar unas antiguas canalizaciones de origen inca, en una calle escondida. Voy al Terras Moura, y con un pisco sour en la mano, me deleito con las últimas imágenes del lugar que fue el centro del mundo inca, y que se va despoblando poco a poco. Al terminar, y después de despedirme del encargado, regreso al hotel haciendo una parada para comprar una deliciosa brocheta de alpaca, (3 soles) en un carrito callejero. 15. CUZCO-LIMA-HUARAZ Hasta las 11,40 no sale el vuelo con destino Lima, así que “perreamos” en el hotel hasta las 10, hora en que cogemos un taxi conducido por un chico joven, hincha del Cienciano, uno de los dos equipos de primera división de la ciudad de Cuzco, y con el que hablo del fracaso de la selección peruana, que ha vuelto a quedarse fuera de un Mundial. El aeropuerto de Cuzco es pequeño y está absolutamente colapsado. Con algo de retraso (la hora peruana), sale nuestro vuelo que nos deja en la capital limeña en poco tiempo. Allí, un taxi en el interior del aeropuerto nos pide 35 soles, aunque sabemos que en el exterior es mucho más barato. Así que, andamos unos doscientos metros para salir, y negociamos por 20 soles un trayecto a la estación de autobuses de Cruz del Sur, compañía con la que viajaremos a Huaraz, por la noche. Después de facturar las maletas, cogemos de nuevo un taxi (22 soles) para irnos a Miraflores, barrio que nos gustó bastante el día que llegamos a Lima, y al cual tardamos más de una hora en llegar debido al monumental atasco que hay a esas horas. Allí vamos paseando y localizamos el hotel Maria Luisa, que nos recomendó Violeta, la abogada que conocimos en Cuzco. Como la habitación nos gusta y el precio no está mal (110 soles), hacemos una reserva para pasar la última noche, antes de regresar a España. Es temprano, pero vamos a cenar a Tami, un correcto restaurante de cocina peruana recomendado por la Lonely, donde pedimos sudado de pescado, chicharrón de calamares (rebozados), cerveza y dos pisco sour por 75 soles. Un camarero nos comenta, que para volver a la estación de bus podemos utilizar el metropolitano, barato (9 soles los dos, incluido el precio de la tarjeta) y más rápido que un taxi. Al entrar una señora mayor nos dice que tengamos cuidado, lo cual nos mosquea un poco. Otra chica joven, nos dice que no le hagamos caso, y que ella nos dirá como llegar. Al final tenemos que hacer un par de transbordos, porque la chica no estaba segura. Por fin cerca de las diez de la noche estamos en la estación de autobuses, y antes de sentarnos en la sala VIP de la compañía, damos una vuelta por un enorme mercado, donde venden de todo. A las 11,30 de la noche abordamos el autobús y, aunque no hemos podido comprar asientos VIP, los que nos tocan son bastante cómodos y yo logro dormir unas cuantas horas, mientras Rosi, con problemas en el cuello, pasará una viaje bastante malo. 16. HUARAZ-NEVADO PASTOURI A las 6 de la mañana, con el cielo cubierto, llegamos a la ciudad de Huaraz, en plena cordillera Blanca, la cadena montañosa más alta del mundo después del Himalaya, con 18 cumbres de más de 6000 m, y que se denomina así por las nieves perpetuas que presenta. Recogemos el equipaje, y Juan, un “buscador de turistas”, nos ofrece llevarnos a varios hoteles, para encontrar alojamiento. Como no tenemos nada reservado, aceptamos y acabamos en un hostal cuyo nombre no recuerdo, y cuyo mejor cualidad es la simpatía y amabilidad de la dueña, una antigua maestra jubilada, y su familia. A Rosi le duele bastante el cuello, y mientras descansa un poco, voy a sacar el billete para marcharnos mañana por la noche a Trujillo. La mejor compañía de autobuses no tiene ningún asiente libre, así que tengo que comprarlo en otra más barata, y seguramente peor. Aprovecho para preguntar por dos excursiones a la montaña, que tengo pensado hacer, y comparar con los precios que me ha dado Juan. Al volver compro bollos, empanadillas y pan para desayunar, y hacernos un bocata para comer en la excursión que probablemente hagamos hoy (no pienso volver a un restaurante concertado), mientras la propietaria ha dado un masaje a Rosi, que la ha dejado como nueva. Llamo a Juan para decirle que me tiene que dejar las excursiones al mismo precio que me han dicho en la agencia (25 soles, mientras el pide 40, y acabo aceptando 55 por los dos).Hoy vamos a al glaciar del Nevado Pastouri, a 5.200 m en plena cordillera Blanca y me ofrece un trekking para mañana, por diversas lagunas. En media hora nos recoge una furgoneta, llena de jóvenes en promoción (viaje de fin de curso), y un guía estupendo que nos va comentando las características de esta zona, haciendo varias paradas para tomar mate de coca primero, y observar la flora autóctona después, hasta que llegamos a la base del glaciar Pastouri, previo pago de 7 soles por persona. Allí, a 5.000, parece que falta el aire. Un sendero de 2 km lleva a la base, y una parte se puede hacer en caballo (6 soles). Rosi no duda y alquila uno, que rápidamente la sube ladera arriba. Yo intento hacerle una foto, para lo que tengo que hacer un sprint de 20 metros, que me deja medio muerto (no me extraña que los jugadores argentinos se quejen cuando les hacen jugar en Quito o La Paz). Los numerosos turistas parece que suben al ralentí, en medio de un paisaje maravilloso, hasta llegar a la base del precioso glaciar, que lamentablemente se reduce año tras año como consecuencia del calentamiento global, estimándose que en 20 años puede haber desaparecido. Allí conozco a una joven profesora aragonesa, que ha pedido una excedencia de tres meses, y está recorriendo Sudamérica. A pesar de que me cuesta respirar, disfruto enormemente haciendo algunas fotos antes de iniciar el descenso. Por el camino una pareja del grupo lo está pasando mal y les doy hojas de coca que compré por la mañana, aunque tardarán en bajar más de una hora, acompañados por el guía. Cuando regresamos, paramos a comer en un restaurante concertado, pero nosotros llevamos un buen bocata de queso, que nos comemos al aire libre. Llegamos bastante tarde a Huaraz, y me pongo en contacto con Walter, para decirle que yo haré el trekking, y Rosi, la excursión en bus a la laguna de Llanganunco, pero me dice que el trekking se ha cancelado, así que nos reserva plaza a los dos para la laguna. A las ocho de la noche vamos a cenar a Trivium, donde disfrutamos de una deliciosa ternera a la cerveza negra, y tallarines con pollo estilo thai, acompañados de dos cervezas artesanales que fabrica el restaurante, y dos copas de vino chileno, obsequio de la casa, todo por 74 soles (20 €). Regresamos al hostal, y mientras Rosi se acomoda en su cama, yo charlo con un empresario chileno del sector minero, que parece conocer bastante Perú, y hablamos de algunas peculiaridades de este país ( como la riqueza de sus minas de oro y plata, y los cánones que las empresas explotadoras pagan a la población, o del significado cultural y antropológico, mas que del económico, de las construcciones de adobe, muy habituales en todo el país).A las 10 se me cierran los ojos, y me voy a dormir. Índice del Diario: PERÚ: DEL PACÍFICO AL MAPI, ENTRE DESIERTOS, GLACIARES, INCAS, Y PISCO SOURS
Total comentarios: 3 Visualizar todos los comentarios
📊 Estadísticas de Etapa ⭐ 0 (0 Votos)
![]() Total comentarios: 3 Visualizar todos los comentarios
CREAR COMENTARIO EN LA ETAPA
Diarios relacionados ![]() ![]() ![]() ![]() ![]()
![]() |