Otra vez toca madrugón. A las 4.45 estamos puntualmente en la recepción esperando que venga nuestro coche. Primera sorpresa del día: no viene nuestro coche, sino nuestras motos. Hay que ver lo que son los viajes… Pues nada, en moto, muertos de frío, vamos hasta el mirador de Mahitan. La moto (o los coches) no sube hasta arriba. Te dejan lo más cerca posible y el resto del camino lo haces a pie. Mejor llevar una linterna porque no se ve nada de nada. Después de un rato de subidita llegamos al mirador. Esta vez sí que está lleno, pero lleno de gente. Aún así, todos encontramos un sitio donde situarnos a esperar el gran momento. Espectacular, más todavía que el día anterior desde Borobudur. Los colores van cambiando, azules, lilas… y poco a poco va apareciendo la silueta del templo a lo lejos, entre las nubes. Las fotos parecen acuarelas.
Si tuviese que escoger una de las dos salidas de sol, desde Borobudur o desde Mahitan, creo que me quedaría con esta. Pero mejor que no me hagan elegir.
Cuando el sol ya está alto, volvemos con nuestras motos al hotel. Desayunamos y superamos la tentación de volver a la cama. Tenemos sueño, pero no es plan de perder así la mañana. Hemos decidido pillar un coche de caballos y que nos lleve a dar una vuelta por los alrededores, por los pueblecitos. Pasamos por campos, arrozales, palmeras, escuelas… En todos sitios nos sonríen. Unas niñas siguen al carro con su bicicleta: nos sonríen todo el tiempo! La gente va vestida de domingo. Hoy todavía están de celebración y comen todos juntos en familia.
Le pedimos a nuestro cochero que no nos lleve al hotel, que nos deje en el pueblo. Tenemos que conseguir un coche para ir a Wonosobo mañana. Al principio, nos cuesta un poco. Empiezan con precios altísimos y no entran en el regateo, pero después de probar con unos cuantos taxistas encontramos uno con el que nos ponemos de acuerdo. Nos quiere levar en ese mismo momento a Wonosobo y, misteriosamente, hasta que no le hablo en castellano no entiende que el coche lo queremos al día siguiente. Nos despedimos de nuestro chófer dándole todas las instrucciones (día, hotel, hora, destino) por escrito con la esperanza de que no se haga un lío.
Hace ya muchísima calor, así que nos vamos a tomar algo fresco (o caliente, pero sentados a la sombra). Entramos en una guesthouse/restaurante/tienda de artesanía imposible de describir. Un jardín zen mezclado con los pasos de la pasión de cristo, imágenes que podrían salir en cualquier procesión de semana santa, imágenes del Ramayana al estilo manga… todo mezclado. Absolutamente asombroso.
Sí, es un restaurante, lo juro...
Comimos cerca de nuestro hotel, muy bien y barato.
Por la tarde, volvimos un rato a Borobudur. Hoy no se podía caminar de tanta gente. Qué diferencia con el día anterior. Visto lo que había, decidimos no repetir la visita. Preferíamos quedarnos con el buen recuerdo del recorrido casi en solitario.
Si tuviese que escoger una de las dos salidas de sol, desde Borobudur o desde Mahitan, creo que me quedaría con esta. Pero mejor que no me hagan elegir.
Cuando el sol ya está alto, volvemos con nuestras motos al hotel. Desayunamos y superamos la tentación de volver a la cama. Tenemos sueño, pero no es plan de perder así la mañana. Hemos decidido pillar un coche de caballos y que nos lleve a dar una vuelta por los alrededores, por los pueblecitos. Pasamos por campos, arrozales, palmeras, escuelas… En todos sitios nos sonríen. Unas niñas siguen al carro con su bicicleta: nos sonríen todo el tiempo! La gente va vestida de domingo. Hoy todavía están de celebración y comen todos juntos en familia.
Le pedimos a nuestro cochero que no nos lleve al hotel, que nos deje en el pueblo. Tenemos que conseguir un coche para ir a Wonosobo mañana. Al principio, nos cuesta un poco. Empiezan con precios altísimos y no entran en el regateo, pero después de probar con unos cuantos taxistas encontramos uno con el que nos ponemos de acuerdo. Nos quiere levar en ese mismo momento a Wonosobo y, misteriosamente, hasta que no le hablo en castellano no entiende que el coche lo queremos al día siguiente. Nos despedimos de nuestro chófer dándole todas las instrucciones (día, hotel, hora, destino) por escrito con la esperanza de que no se haga un lío.
Hace ya muchísima calor, así que nos vamos a tomar algo fresco (o caliente, pero sentados a la sombra). Entramos en una guesthouse/restaurante/tienda de artesanía imposible de describir. Un jardín zen mezclado con los pasos de la pasión de cristo, imágenes que podrían salir en cualquier procesión de semana santa, imágenes del Ramayana al estilo manga… todo mezclado. Absolutamente asombroso.
Sí, es un restaurante, lo juro...
Comimos cerca de nuestro hotel, muy bien y barato.
Por la tarde, volvimos un rato a Borobudur. Hoy no se podía caminar de tanta gente. Qué diferencia con el día anterior. Visto lo que había, decidimos no repetir la visita. Preferíamos quedarnos con el buen recuerdo del recorrido casi en solitario.