Esta mañana, lo primero que hicimos mis compis, Víctor y Pedro, y yo, fue volver a la mezquita Nasir-al-Molk para ver el colorido. Cuando no están puestas las alfombras es mucho más bonito pues el reflejo en el suelo hace que todo se multiplique, pero a pesar de que éstas estaban puestas, la estancia es muy bonita.
De aquí intentamos ir a una madrasa cercana, pero a pesar de ser gratuíta nos quisieron cobrar, así que decidimos no entrar. Seguimos hacia el centro, la zona de bazares y castillo que, por cierto, tampoco es que sea muy impresionante, me gustó más el del Naranjo.
Después de comprar frutos secos nos cogimos el taxi que ya habíamos acordado (120.000 tomanes) a las dos de la tarde y en 50 minutos ya estábamos en Persépolis, ese lugar que durante años me había atraído. Ya estaba allí y tampoco sentí que fuese algo maravilloso, no se, creo que tenía más espectativas. No digo que no me gustara, que por supuesto que sí y la considero visita obligada en Irán, es solo que me esperaba encontrar en una antigua ciudad en ruínas y aunque la restauración es bastante buena a mi entender y todo lo tienen muy bien puesto, me esperaba que se me hiciera sentir pletórica, y no lo hizo.
Volvimos a Shiraz y nos comimos los famosos helados que hay al lado del castillo, donde hay unas colas enormas… mereció la pena la espera! Estaban muy buenos! Los comimos sentados en el cesped del parque que está enfrente al castillo, y, al igual que el día anterior, está lleno de gente pasando la tarde-noche. Nos despedimos hasta el siguiente encuentro, que esperemos sea en Teherán en unos días.
Me vine para casa pronto para pasar un rato más largo con mi anfitriona y despedirme también de ella, ya que mañana salgo rumbo Kerman. Hoy estoy agotada, entre las caminatas y el calor, estoy reventada!