No hay sensación más horrible que la de despertar y, a los tres segundos, darte cuenta de que estás inmerso en una pesadilla real, y, como no podía ser de otra manera, eso fue lo que nos sucedió al abrir los ojos el undécimo día en mitad del parking de la playa de Reynisdrangar. ¡¡EL PUÑETERO PARACHOQUES!!
A la luz del día, nos bajamos a evaluar de nuevo la situación y, de paso, constatamos que seguía lloviendo, aunque por lo menos ya no había el horrible viento huracanado de la noche anterior. Algo era algo.
Eran algo así como las siete de la mañana y estábamos solos en mitad del parking de aquella playa, sin el más mínimo signo de vida humana alrededor, evaluando las opciones que podíamos llevar a cabo: ¿Llamar a la asistencia técnica? Eso quizá supondría tener que quedarse allí varias horas esperando y, de todas maneras, ¿cómo iban a solucionar aquello? El parachoques estaba rajado de un lado a otro a lo largo de los dos metros de anchura de la caravana. No era posible hacer un reemplazo sobre la marcha ni tampoco nos iban a dar otra autocaravana. ¿Bajar a Vík a buscar cinta americana para intentar pegar aquello de alguna manera de modo que al menos aguantase hasta el día siguiente, cuando teníamos que devolver la caravana? Aquello parecía una buena solución, pero el problema es que si circulábamos los seis o siete kilómetros que había hasta el pueblo en aquellas condiciones, lo más normal sería que perdiéramos parachoques y luces por el camino. ¿Ir hasta alguna de las casas que se veían a lo lejos y pedir ayuda? Mmmm... eran las siete de la mañana y las casas que había eran pocas, estaban lejos y de ellas no salía mucha señal de vida. ¿Ir hasta lo que pensábamos que era un hotel, al borde de la playa? Nos acercamos bajo la lluvia y constatamos que realmente era un bar cafetería y que estaba cerrado a cal y canto. Cada opción que planteábamos acabábamos descartándola por uno u otro motivo.
Fue entonces cuando mi mujer hizo brillar su faceta de McGyver. Tomó un par de bolsas de plástico de la compra, las rasgó para convertirlas en una especie de cuerda alargada y, aprovechando algunos agujeros, las usó para atar de alguna manera el conjunto de las luces al paragolpes

Fue entonces cuando me preguntó: "¿Tú no tenías celo por algún sitio?"
"¿Celo?"



La surrealista propuesta consistía en pegar el parachoques mediante tiras de celo perpendiculares a la raja, a lo largo de toda la anchura del mismo. Es decir, usando unas cien tiras de celo, aproximadamente

De perdidos, al río, así que, ¿por qué no intentarlo? Pero había otro problema: ¡la lluvia! Con tanta agua, aquello no pegaba de ninguna manera. Por lo tanto, la solución fue un coordinado trabajo en equipo: ella secaba con un trapo una zona concreta y de inmediato yo pegaba una tira de celo. Y así, centímetro a centímetro, a lo largo de todo el parachoques, fuimos repitiendo una y otra vez la operación bajo la lluvia, durante una media hora, hasta que todo el parachoques estuvo pegado.
Al finalizar la "reparación", nos echamos atrás y dimos un vistazo al resultado. Aquella autocaravana con el parachoques pegado con celo y el conjunto derecho de las luces traseras atado con bolsas blancas de plástico resultaba de lo más absurdo. ¡Pero quizá aguantaba!
Primero hicimos una prueba: arranqué la caravana y avancé diez metros mientras mi mujer vigilaba la parte de atrás desde afuera. Al ver que aguantaba, recogimos todo y nos pusimos en marcha hacia Vík.
Llegamos al parking de la gasolinera N1, aparcamos y bajamos a echar un vistazo a la parte de atrás. Aquello aguantaba. Bueno, pues una vez ahí parecía que todos los problemas estaban resueltos...
Pues no. Resulta que en la gasolinera, que estaba llena de artículos para el mantenimiento y cuidado de vehículos, no había cinta americana

Incapaces de creer que no pudiéramos encontrar algo tan cotidiano como la cinta americana, fuimos a la tienda de IceWear y ni cortos ni perezosos la pedimos allí. ¡Tampoco tenían! Como último recurso, fuimos al hotel donde habíamos estado la tarde anterior y preguntamos... solo para encontrar otra negativa por respuesta.
Es decir, en Islandia directamente la cinta americana no existe

De todas formas, nuestra casera reparación estaba dando un resultado excelente. Pusimos algo más de celo y decidimos que podríamos continuar así los dos días que quedaban, parando cada poco a reforzar el tema con más celo.
Lo único que me consolaba es que ya no podía pasar nada más. Fui haciendo recuento... aquel parecía el viaje en el que desde el primer día nos iban pasando cosas adversas y, cuando parecía que ya no podía pasar nada más, siempre iba y acababa pasando. Pero aquello ya era el colmo, la apoteosis de todas las contrariedades. Ahora sí que estaba claro que todo lo malo que tuviera que pasar, había pasado ya y que las cosas a partir de aquí solo podían ir a mejor.
O eso pensaba yo, claro.
Entonces dejo de llover y volvimos al parking maldito de Reynisdrangar. Al menos pudimos disfrutar de esa fabulosa playa con sus columnas de basalto, la cueva y los "sea stacks" al fondo. El día había empezado muy mal, pero al menos iba a conseguir la que sin duda fue una de las fotos del viaje. Aquí estoy yo en pleno proceso:
Y aquí está el resultado:

Justo cuando la foto estuvo hecha, empezó a lloviznar de nuevo. La playa se acababa de llenar de turistas que habían desembarcado de varios autobuses. Nosotros dimos por finalizada la visita a la playa y volvimos a la autocaravana, donde pude comprobar que me había traído algo así como tres litros de agua de mar en cada bota.
Nuestro plan para el día era ir a ver el DC abandonado y luego las famosas cascadas de Skogafoss y Seljalandsfoss. Lo del avión lo había descubierto por internet, no es nada que salga en las guías, y era de las cosas que más ilusión nos hacían. Además parecía algo bastante exótico, en el sentido de que no era algo que pareciera muy típico o conocido o que todo el mundo hiciera. Sin embargo, desde que volvimos cada vez veo más y más fotos del avión...
Sabíamos que para llegar a él solo hay dos opciones: vehículo 4x4 o a pata. Evidentemente, nos tocaba la segunda. Había leído muchas historias de gente que se había perdido o que no había sido capaz de encontrarlo nunca, pero tras una minuciosa investigación tenía bastante claro dónde teníamos que dejar la caravana y por dónde debíamos caminar.
Una vez llegados al punto exacto, dejamos la caravana en el arcén... lo más metida para adentro de forma que estorbara lo menos posible en la carretera, pero sin pasarse, pues cada vez que vislumbrábamos la posibilidad de entrar en terreno poco firme, nos echábamos a temblar. Sabíamos que la caminata sería tranquilamente de una hora o más de ida y otro tanto de vuelta, por lo que nos equipamos bien: agua, bocadillos,... y después de diez minutos, emprendimos la marcha.
Cinco minutos después nos dimos cuenta de que me había olvidado el trípode. ¡Genial! Donde ya teníamos que caminar "poco", encima nos acabábamos de dar diez minutos más de regalo.
Dimos la vuelta, lo cogimos y empezamos la caminata de nuevo.
No llevábamos cinco minutos, sino quince, cuando mirando atrás vimos un nubarrón que se acercaba. ¿Tendríamos la mala suerte de que se pusiera a llover? Podría ser, pero quizá nos daba tiempo a llegar al avión, y una vez allí, a lo mejor la lluvia no era muy fuerte o el nubarrón pasaba rápido. Aceleramos la marcha.
Me atrevería a decir que no habían pasado ni tres minutos más cuando sobre nosotros empezó a caer lo más parecido al diluvio universal, acompañado, como siempre, del encantador viento que hace que todo sea mucho más divertido. Nos pusimos mil capas de ropa impermeable encima, pero era totalmente evidente que en esas condiciones no tenía sentido pegarse semejante caminata. Ya estábamos empapados, no se veía un pimiento y la nube no tenía pinta de ser pasajera: cubría con su negrura todo el cielo, mirásemos donde mirásemos.
Con gran resignación hicimos los quince o veinte minutos de vuelta hacia la autocaravana. ¡Otro plan más que se chafaba! Y ya iban...
Fue llegar a la autocaravana y parar de llover. La verdad es que aquello empezaba a parecer una especie de Show de Truman en la que los del tiempo eran un poco hijoputas.
No obstante, a pesar de las ganas de ver el avión, no podíamos con la idea de emprender la caminata una tercera vez, sabiendo además lo lejos que estaba. Por lo que continuamos adelante hacia Skogafoss y, mientras tanto, empezó a llover de nuevo.
Skogafoss es majestuosa y está llena de turistas, creo que esta es la mejor manera de definirla. Llovía tanto cuando llegamos que decidimos usar el truco habitual de la siesta en la autocaravana pensando que "bah, igual luego despertamos y el cielo ha abierto". Coloqué estratégicamente la autocaravana en primerísima línea y nos fuimos al catre.
Después de la siesta, que fue corta, vimos que seguía lloviendo. Al final nos dimos cuenta de que no nos iba a quedar otra más que ver la cascada bajo la lluvia y disfrutarla como pudiéramos. Subimos por las escaleras que ascienden por el margen derecho hasta arriba del todo, bajamos y finalmente volvimos a la autocaravana. Yo no me quería quedar sin una foto de tan icónico sitio, así que salí a intentarlo, pero era inútil. No había manera de conseguir nada decente con tanta lluvia más el viento y el spray de la cascada, así que la única solución que se me ocurrió fue hacer la foto... ¡desde dentro de la caravana! No hay nada como ser una persona de recursos

Y el resultado:

Como ya eran las seis de la tarde y estábamos secos (por dentro, se entiende), decidimos ir a tomar cerveza al bar para ver si, mientras tanto, paraba de llover de una vez. Cosa que no sucedió, claro. Conclusión: una tarde entera en Skogafoss bajo la lluvia.
Un par de horas después nos fuimos rumbo a Seljalandsfoss, donde también hay bastantes turistas, aunque empezaban a escasear algo dado que se iba haciendo un poco tarde, y donde por supuesto seguía lloviendo. Dimos la típica vuelta alrededor de la cascada pero no pudimos disfrutar mucho ni hacer ninguna foto decente a causa de la lluvia. Hay que decir además que por la parte de atrás de la cascada literalmente te duchas.
Así que, con esas, nos hicimos la cena en el parking de la cascada y nos fuimos a la cama, esperando que "mañana fuera otro día".
La única certeza que teníamos acerca del día siguiente es que era el último, y que había que devolver la autocaravana

Kilómetros de la etapa: 74.
Kilómetros acumulados: 2504.