La dureza del colchón y la excitación por las ganas de empezar a curiosear por la isla, tuvo como resultado un madrugón inevitable.
Eran las 7:00 cuando abríamos los ojos y poco tiempo nos llevó el estar listos para bajar a desayunar. Como cualquier otro extranjero madrugador nos involucramos entre ellos en las colas del buffet y nos sentamos en la terraza para disfrutar de las vistas que teníamos. (Fue la primera y última comida en la terraza por voluntad propia, ya que los pájaros que se alimentan “gracias” a los clientes nos acosaron durante el rato de desayuno).
Tras comer algo, hicimos un nuevo intento de cambio de habitación con la jefa de recepción que tampoco dio resultado por lo que, visto lo visto, lo mejor que podíamos hacer era empezar a hacer turismo que era para lo que realmente habíamos ido.
El tiempo estaba algo tonto. Nublado y como poca posibilidad de sol, pero eso no iba a suponer ningún freno a nuestras intenciones. Lo que sí que nos sorprendió era una especie de bruma que se levantaba en el mar y que apenas dejaba distinguir la Grecia continental que se hallaba muy cercana desde nuestro hotel (los últimos días, descubrimos que dicha bruma que se formaba por la mañana, a última hora de la tarde estaba más que extinguida). Así que nuestra ruta exploradora empezaría por la parte sur de la isla.
Enfilamos hacia nuestro coche y, tras unos 30 minutos de conducción, alcanzamos nuestro primer destino: el pueblo de Lefkimmi. Aunque las indicaciones de donde empieza y termina un pueblo en Corfú brillaban por su ausencia, no fue difícil dar con este lugar. El pueblo es un centro agrícola, no hay turismo ni nada que se le parezca. Pero merecía la pena darse una vuelta por sus calles y contemplar la tranquilidad con la que viven sus gentes.
Calles de Lefkimmi
Iglesia de las Torres Gemelas de San Arsenio
Nuestro camino empezó en la iglesia de torres gemelas de San Arsenio para rodear algunas de sus calles y acabar tomando un café en una plaza del pueblo.
En un amago de comprar un recuerdo del lugar nos advirtió, en un perfecto alemán, un amable lugareño, que ahí no llegaban los turistas y por eso no había nada de souvenirs disponibles (nuestro gozo en un pozo).
La siguiente parada la intentaríamos hacer en el Lago Korission por el sur, pero nos perdimos un poco y tuvimos que reestructurar el itinerario para acceder al Lago desde otra carretera por el norte. Lo que seguíamos era casi un camino de cabras y el Micra sufría peligro (y por lo tanto, nuestro bolsillo en caso de percance jejejejeje).
La nueva ruta nos llevó a pasar por Gardiki, con parada para ver su castillo o lo que quedaba de él. Por segunda vez en el día, nos perdimos por estrechas carreteras por las que uno se pregunta si es posible que pasen dos coches a la vez. Volviendo a usar el recurso de preguntar a la gente que nos encontramos, conseguimos finalmente llegar al lago, junto al que había una playa que, según nos habían comentado, era una de las mejores de la isla. El lago era digno de una postal así que, tras una buena sesión de fotos para el recuerdo, nos acercamos a la playa para ver si los comentarios anteriores eran ciertos. La principal diferencia era que ésta es de arena en lugar de guijarros, además de ser mucho más grande, pero de todas maneras tampoco era nada del otro mundo. Las vistas del lago eran sin duda mucho mejores. Desde allí, salimos en dirección al castillo que nos habíamos saltado en un par de ocasiones, pero que de camino a la playa habíamos localizado. Unas fotos más y comenzamos el regreso.
Lago Korission
Playa junto al Lago
Entrada al castillo de Gardiki
Era la hora del almuerzo cuando llegamos al hotel. Matamos el hambre en la taberna de la playa (único sitio disponible para comer además de algún sándwich o perrito en la piscina) y nos tumbamos al sol de la piscina y después en la playita.
Decidimos ir a visitar a última hora de la tarde un pueblo que nos quedaba justo al lado del hotel, Moraitika. Nos había llamado la atención al pasar por ahí de camino a Lefkimmi, por la cantidad de cosas para turistas que tenían desplegadas por las aceras.
Hicimos algunas compritas imprescindibles de cremas y picoteos (a precios desorbitados) y nos paramos en una agencia de excursiones para informarnos de las opciones y los precios. Un inglés muy amable nos atendió, y nos explicó las diferentes opciones que teníamos, aunque nosotros queríamos ir a ver dos pequeñas islitas al sur de Corfú, Paxos y Antipaxos, que habíamos leído que eran una buena opción para pasar algún día. Con toda la información necesaria, quedamos en pasar por allí en otro momento, una vez hubiésemos organizado definitivamente nuestra agenda de visitas.
Volvimos al hotel para la cena, que tocaba noche griega en el menú y en el espectáculo (el mejor de todos).
Esta vez, en lugar del equipo de animación, fue un grupo griego el encargado de enseñarnos su baile típico, el syrtaki, y de amenizar la noche.
Durante más de 40 minutos nos tuvieron a todos con la boca abierta contemplando el espectáculo a ritmo de la canción ZORBAS EL GRIEGO.
Eran las 7:00 cuando abríamos los ojos y poco tiempo nos llevó el estar listos para bajar a desayunar. Como cualquier otro extranjero madrugador nos involucramos entre ellos en las colas del buffet y nos sentamos en la terraza para disfrutar de las vistas que teníamos. (Fue la primera y última comida en la terraza por voluntad propia, ya que los pájaros que se alimentan “gracias” a los clientes nos acosaron durante el rato de desayuno).
Tras comer algo, hicimos un nuevo intento de cambio de habitación con la jefa de recepción que tampoco dio resultado por lo que, visto lo visto, lo mejor que podíamos hacer era empezar a hacer turismo que era para lo que realmente habíamos ido.
El tiempo estaba algo tonto. Nublado y como poca posibilidad de sol, pero eso no iba a suponer ningún freno a nuestras intenciones. Lo que sí que nos sorprendió era una especie de bruma que se levantaba en el mar y que apenas dejaba distinguir la Grecia continental que se hallaba muy cercana desde nuestro hotel (los últimos días, descubrimos que dicha bruma que se formaba por la mañana, a última hora de la tarde estaba más que extinguida). Así que nuestra ruta exploradora empezaría por la parte sur de la isla.
Enfilamos hacia nuestro coche y, tras unos 30 minutos de conducción, alcanzamos nuestro primer destino: el pueblo de Lefkimmi. Aunque las indicaciones de donde empieza y termina un pueblo en Corfú brillaban por su ausencia, no fue difícil dar con este lugar. El pueblo es un centro agrícola, no hay turismo ni nada que se le parezca. Pero merecía la pena darse una vuelta por sus calles y contemplar la tranquilidad con la que viven sus gentes.


Nuestro camino empezó en la iglesia de torres gemelas de San Arsenio para rodear algunas de sus calles y acabar tomando un café en una plaza del pueblo.
En un amago de comprar un recuerdo del lugar nos advirtió, en un perfecto alemán, un amable lugareño, que ahí no llegaban los turistas y por eso no había nada de souvenirs disponibles (nuestro gozo en un pozo).
La siguiente parada la intentaríamos hacer en el Lago Korission por el sur, pero nos perdimos un poco y tuvimos que reestructurar el itinerario para acceder al Lago desde otra carretera por el norte. Lo que seguíamos era casi un camino de cabras y el Micra sufría peligro (y por lo tanto, nuestro bolsillo en caso de percance jejejejeje).
La nueva ruta nos llevó a pasar por Gardiki, con parada para ver su castillo o lo que quedaba de él. Por segunda vez en el día, nos perdimos por estrechas carreteras por las que uno se pregunta si es posible que pasen dos coches a la vez. Volviendo a usar el recurso de preguntar a la gente que nos encontramos, conseguimos finalmente llegar al lago, junto al que había una playa que, según nos habían comentado, era una de las mejores de la isla. El lago era digno de una postal así que, tras una buena sesión de fotos para el recuerdo, nos acercamos a la playa para ver si los comentarios anteriores eran ciertos. La principal diferencia era que ésta es de arena en lugar de guijarros, además de ser mucho más grande, pero de todas maneras tampoco era nada del otro mundo. Las vistas del lago eran sin duda mucho mejores. Desde allí, salimos en dirección al castillo que nos habíamos saltado en un par de ocasiones, pero que de camino a la playa habíamos localizado. Unas fotos más y comenzamos el regreso.



Era la hora del almuerzo cuando llegamos al hotel. Matamos el hambre en la taberna de la playa (único sitio disponible para comer además de algún sándwich o perrito en la piscina) y nos tumbamos al sol de la piscina y después en la playita.
Decidimos ir a visitar a última hora de la tarde un pueblo que nos quedaba justo al lado del hotel, Moraitika. Nos había llamado la atención al pasar por ahí de camino a Lefkimmi, por la cantidad de cosas para turistas que tenían desplegadas por las aceras.
Hicimos algunas compritas imprescindibles de cremas y picoteos (a precios desorbitados) y nos paramos en una agencia de excursiones para informarnos de las opciones y los precios. Un inglés muy amable nos atendió, y nos explicó las diferentes opciones que teníamos, aunque nosotros queríamos ir a ver dos pequeñas islitas al sur de Corfú, Paxos y Antipaxos, que habíamos leído que eran una buena opción para pasar algún día. Con toda la información necesaria, quedamos en pasar por allí en otro momento, una vez hubiésemos organizado definitivamente nuestra agenda de visitas.
Volvimos al hotel para la cena, que tocaba noche griega en el menú y en el espectáculo (el mejor de todos).
Esta vez, en lugar del equipo de animación, fue un grupo griego el encargado de enseñarnos su baile típico, el syrtaki, y de amenizar la noche.
Durante más de 40 minutos nos tuvieron a todos con la boca abierta contemplando el espectáculo a ritmo de la canción ZORBAS EL GRIEGO.