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Domingo 28 de agosto
Punto de salida: km 82
Punto de llegada: Wayllabamba
Distancia recorrida: 13 km
Duración trekking: 5 horas
Altitud inicio: 2750 / Altitud llegada: 3100 / Ascensión: 350 m / Pendiente: + 2.3
Ruinas que se visitan: Patallacta
Mapa de la ruta:
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Perfil de la ruta:
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Nos levantamos a una hora indecente, hicimos el check out (no nos cobraron ya que íbamos a volver en 4 días al mismo hotel, que majos ¿no?), dejamos nuestras maletas en la consigna del hotel y nos sentamos a esperar en el hall la llegada de nuestros guías.
A las 5 de la mañana con puntualidad británica (que no peruana) apareció un minivan en la puerta con nuestro guía Víctor, el conductor y la chica que nos había cobrado dos días antes que venía a hacer un control de calidad.
Dimos un paseo por un Cusco nocturno vacío sin apenas tráfico hasta llegar a una tienda donde pararon unos minutos a recoger las previsiones y la bombona de gas que íbamos a usar en el Camino, nos despedimos de la chica y al rato emprendimos camino hasta Ollantaytambo. Durante el viaje mi mujer y mi hijo dieron una cabezada pero yo permanecí despierto viendo cómo amanecía. Un poco antes de las 7 llegamos a Ollantaytambo donde aparcamos en la Plaza de Armas.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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En la plaza la actividad era febril. Todas las expediciones del día al Camino Inca estaban haciendo preparativos. Había cientos de porteadores, cada uno vestidos con los colores de sus agencias, que estaban o bien desayunando en puestos callejeros o bien preparando material mientras los turistas aprovechaban para desayunar y hacer las últimas compras.
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Víctor nos acompañó a una tienda donde compramos el agua que íbamos a llevar, un saquito de hojas de coca y los 3 ponchos por si llovía. En la segunda planta tomamos un desayuno contundente mientras observamos la actividad por toda la plaza. Como teníamos tiempo dimos una vuelta por el pueblo.
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A las 7:30 montamos de nuevo en la minivan y partimos por un pista de tierra por entre granjas y campos de maíz hasta llegar en unos 30 minutos hasta el famoso kilómetro 82, lugar de partida del Camino Inca. En este punto hay un apeadero de tren y cuatro casas junto al caudaloso Vilcanota.
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En una de ellas nos bajamos y en su patio trasero nos estaban esperando nuestros 7 porteadores que estaban empacando el equipo en sus daffours. Nos saludaron con timidez y cierta curiosidad, ya que dependiendo de cómo fueran sus clientes, el Camino podía ir fluido o bien ser una pesadilla. Por sus caras vi que no presagiaban nada bueno
.Aprovechamos para darnos la protección solar y el antimosquitos y para organizar nuestras mochilas mientras ellos acababan de colocar las provisiones que habíamos traído. Víctor nos dio unas identificaciones con nuestros nombres que debíamos llevar siempre visibles en nuestras mochilas y unas manzanas y unos snacks por si teníamos hambre en el camino.
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Nuestro guía nos preguntó si queríamos llevar el baño portátil y la tienda-baño. En ese momento, todos los porteadores dejaron sus quehaceres y volvieron expectantes sus cabezas hacia nosotros. Un poco cohibidos, preguntamos si había baños en el camino y Víctor Paco nos dijo que sí, que en cada campamento había servicios. Entonces no vimos la necesidad de llevar el baño portátil (aparte de que nos parecía un lujo un poco tonto) con lo que los porteadores respiraron aliviados y creo que empezamos a caerles bien, ya que les acabábamos de librar de acarrear un incómodo bulto de 15 kilos de peso. Para haceros una idea, esto es un daffour lleno:
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Cuando estuvimos listos, nos colocamos las mochilas e iniciamos la caminata. Lo primero que hicimos fue atravesar las vías y pasar por debajo de un cartel de madera que nos daba la bienvenida al Camino y que marca el inicio oficioso del camino donde nos hicimos unas fotos como corresponde.
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Allí también había un señor con una cámara y una mochila que pensamos que era otro excursionista más que nos hizo varias fotos. Cuatro días después descubriríamos que no es que le hubiéramos parecido aguerridos excursionistas , sino que era un fotógrafo profesional que vivía de vender esas fotos a los turistas al terminar el Camino
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A nivel del río se encontraba el puesto de control que da acceso al Camino Inca junto a un puente de metal que cruzaba el río. Allí esperamos un rato a que llegaran nuestros porteadores. Pero como tardaban mucho, fueron llegando otros grupos, todos ellos mucho más numerosos que el nuestro con sus respectivas reatas de porteadores y se nos fueron adelantando. Allí empezamos a tomar contacto con los 200 occidentales con los que íbamos a compartir estos 4 días de aventura. La mayoría eran grupos de jóvenes americanos y una edad media de entre 20 y 30 años aunque también había muchos europeos y algún sudamericano. No coincidimos con ningún español en el Camino.
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Había un grupo de porteadores de una empresa que llevaban unos pantalones rojos con telas de araña como los de Spiderman muy graciosos.
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Mientras esperábamos vimos como un pequeño rebaño de burros cargados con sacos atravesaban el puente en sentido contrario al nuestro.
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Como no venían y se hacía tarde decidimos pasar el control. El trámite de entrar en el Camino es un poco tedioso ya que hay que presentar el pasaporte y los funcionarios tienen que rellenar sus cosas en el ordenador y comprobar que todo está correcto y sellar los permisos. Así que a pesar de haber llegado los primeros al control, acabamos saliendo de los últimos. Atravesamos el puente y emprendimos la marcha por el margen izquierdo del Vilcanota.
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Los primeros dos kilómetros de caminata era un agradable paseo con una ligera subida paralela al río por un paisaje rocoso salpicado por campos de cultivo de los pobladores de la zona y a la sombra de grandes nevados mientras nos cruzábamos con agricultores que transportaban mercancías a lomos de burro ajenos a los turistas del Camino.
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Aprovechamos estos primeros kilómetros para ir intimando con nuestro guía que ya nos iba dando explicaciones de la flora de la zona y de lo que nos iba a esperar más adelante. Nos llamó la atención sobre un hongo que cubría un cactus en el sendero. Se trataba de una cochinilla que aplastó sobre su mano, extrayendo un colorante rojizo natural que los incas usaban para teñir sus ropas.
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A los pocos minutos nos adelantaron nuestros sudorosos porteadores entre bien merecidos aplausos de sus clientes porque llevaban a un ritmo endiablado unos voluminosos sacos que sobresalían una cabeza por encima de las suyas.
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Un poco más adelante empezamos a cruzarnos con improvisados puestos de venta de chicha a los porteadores que los locales montan para sacar unos soles. La chicha es una bebida alcohólica procedente del maíz fermentado que fabrican allí mismo en sus casas. El símbolo de que allí se vendía chicha es un palo con una bolsa de plástico hinchada en su extremo.
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Y es que los porteadores sudan mucho pero prefieren reponer líquidos bebiendo esta cerveza inca que debe tener muchos más electrolitos que el Gatorade porque la beben por litros. Lo raro es que lleguen todos a destino manteniendo la verticalidad
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A unos 3 kilómetros de la salida vimos al otro lado del río las ruinas de un antiguo tambo inca llamado Salapunku (GPS: 13°13'14"S 72°23'37"W) con sus respectivas colcas en la ladera de la montaña y es que por la otra orilla iba otro camino inca donde se habían descubierto recientemente unas tumbas incas intactas.
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Más adelante el río Vilcanota hace un meandro y gira hacia el norte mientras el camino sigue recto hacia el oeste y comienza a ascender. Hicimos una breve parada en otra de las casetas-bares de la zona para descansar y beber agua a la sombra de un aguacatero.
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A partir de este punto el sendero comenzó una subida por la ladera de una montaña en la que empezamos a jadear y a sudar por primera vez en el camino mientas subíamos a buen ritmo la cuesta intentando no parecer unos flojos. Nuestro guía nos seguía a pocos metros mientras imagino se iba riendo por dentro de nuestros esfuerzos.
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A media subida no tuvimos más remedio que parar resoplando y allí nos dio una pequeña conferencia de cómo subir en el Camino Inca. Nos dijo que estábamos ascendiendo como europeos con prisa y que a esta altitud era un error. Teníamos que dar pequeños pasos y respirar una vez entre paso y paso, incluso haciendo una pequeña pausa. La idea era adaptar el ritmo al camino y no dejar que nos dominara el ansia de subir. Así el ritmo de ascensión sería más lento pero no nos agotaríamos y no tendríamos que parar tanto a recuperar el resuello.
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Y fue un gran consejo
. Hicimos así el resto de la subida caminando como si estuviéramos recuperándonos de un ictus mientras nos adelantaban jóvenes americanos con prisa y por supuesto los porteadores que subían como motos. Pero cual sería nuestra sorpresa cuando vimos que así no teníamos que parar mientras que los turistas que nos adelantaban paraban a descansar con mucha más frecuencia y el resultado fue ¡que llegamos a la cima al mismo tiempo! ¡Y sin apenas cansancio! Habíamos aprendido a subir a ritmo peruano y así decidimos hacerlo el resto del Camino. El señor Víctor Paco era un sabio del Camino Inca 
. A medida que subíamos el paisaje cambiaba, el terreno era muy seco, apenas había árboles y sobre todo veíamos arbustos y cactus, especialmente ágaves.
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Desde el punto más alto del ascenso a unos 6 kilómetros de la salida pudimos vislumbrar desde una plataforma las ruinas de Patallacta o Llactapata (GPS: 13°13'51.9"S 72°25'29.8"W) que habían quedado al nivel del río, 100 metros más abajo y a las que no bajamos. Patallacta es un antiguo poblado inca situado en la margen derecha del Vilcanota en la confluencia de éste con el río Kusichaka.
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Es un poblado compuesto por 112 edificios habitacionales construidos con piedras unidas con mortero de barro y un centro ceremonial junto al río llamado Pulpituyoq además de un sector agrícola con decenas de terrazas que bajaban hasta el río. El pueblo fue destruido por Manco Inca en su huida de Cusco y por aquí pasó Hiram Bingham en su camino hacia el descubrimiento de Machu Picchu.
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Las terrazas junto al río están construidas siguiendo un trazado ondulante que asemeja una serpiente en la habitual simbología inca cuya cabeza era el centro ceremonial de Pulpituyoq.
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Dominando el pueblo por el lado por el que va el Camino Inca hay una pequeña fortaleza llamada Willkaraqay cuyos restos visitamos. Se trataba de varios edificios construidos en estilo pirka (piedra sin pulir y mortero) repartidos en tres niveles y rodeados de una muralla que servía para controlar el Camino y proteger a los viajeros. Las vistas desde la fortaleza eran sobrecogedoras.
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Desde Willkaraquay bajaba un estrecho sendero hasta un mirador sobre Patallacta y al cañón del río Kusichaka pero no bajamos.
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Desde Willkaraqay comenzó una pequeña bajada por el valle del Kusichaka por un sector muy interesante. En esta zona del camino cada pocos metros se podían ver restos de cerámicas e incluso algún hueso humano. Resulta que el camino pasaba junto a un antiguo cementerio inca, algunas de cuyas tumbas saqueadas podían verse aún en las paredes de las colinas de ambos lados del camino:
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Víctor nos contó que hace unos años había encontrado un vaso inca intacto en esa zona y que se lo llevó a las autoridades pero que finalmente se lo quedó porque nadie se lo recogió y que ahora forma parte de su colección personal de objetos incas. Los trozos de cerámica que encontrábamos eran muy vastos y sin decorar pero Víctor encontró una porción decorada con líneas marrones que graciosamente nos regaló.
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Por este área hay muchas bromelias, una planta de la familia de la piña que probablemente conoceréis de la sección de Jardín del Leroy Merlin, de verdes hojas alargadas y flores rojas. La bromelia crece en las paredes de piedra de esta zona y según Víctor es uno de los alimentos favoritos del oso andino
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El siguiente tramo del Camino discurre por la margen izquierda del río Kusichaka, una zona con mucha vegetación y muy frondosa. En esta zona hay varias granjas que ofrecen bebidas a los turistas y chicha a los porteadores y en una de ellas nos estaban esperando nuestros sufridos sherpas con la tienda-comedor montada y con la comida preparada mientras nos recibían con unos inmerecidos aplausos.
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Cuando nos quitamos las botas para descansar nuestro hijo nos comunicó la agradable noticia de que las botas le habían hecho una rozaduras tremendas en el talón, inexplicablemente porque las botas tenían varios meses y estaban ya muy trabajadas. Horrorizados por empezar así el camino, le colocamos un par de Compeed ampollas y doble calcetín y rezamos porque pudiéramos completar el camino.
Cuando reservamos el Camino Inca pensamos que nos darían de comer cosas básicas tipo bocadillos o tortillas o cosas así y que las comeríamos sentados por las piedras. Lo que no imaginábamos era que las comidas en el Camino Inca iban a ser sentados a una mesa, abrigados por una tienda, con vajilla de metal y con primero, segundo y postre. Y encima platos con una calidad superior a la de muchos restaurantes
. Cuando vimos la tienda comedor primorosamente plantada y con una mesa y 4 sillas a su alrededor con mantel, platos y cubiertos nos quedamos de piedra. Los porteadores nos ofrecieron agua caliente para asearnos y un poco incómodos por tanto lujo en medio del campo nos sentamos a comer con el guía. Para empezar nos ofrecieron un pan de ajo recién hecho que estaba de muerte y que devoramos rápidamente ya que habíamos desayunado hacía siglos. Luego nos sirvieron una crema de espárragos un poco salada pero calentita y sabrosa y de segundo lomo saltado con patatas. Unos verdaderos manjares. Víctor nos ofreció té que es lo que ellos estilan beber con la comida pero nosotros nos conformamos con agua. La tienda-comedor estaba dividida en dos por una lona que separaba el comedor de la zona de cocina donde además comían los porteadores.
Tras esta comida reposamos un poco para hacer la digestión mientras nuestros incansables porteadores desmontaban la tienda y la empacaban de nuevo. Aprovechamos para fisgar la granjita que tenía agua corriente y luz eléctrica pero era una auténtica chabola donde vivía una familia con dos niños y tres perros. Nos ofrecieron bebidas y aunque no lo necesitábamos les compramos una botella de agua con una buena propina porque nos dieron pena. Pero el caso es que hicieron su agosto porque los porteadores trasegaban sin parar litros de chicha que vendían por apenas unos soles. Aquí está nuestro amigo Henry "Portter" dándole a la chicha.
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Mientras los porteadores se hidrataban uno de ellos enseñó a mi hijo a jugar a un juego que consistía en una especie de tenis con una bola de tela rellena de algo blando que estaba atada a una larga cuerda en lo alto de un poste. Los dos jugadores tenían que dar golpes a la bola evitando que se parara y que se enroscara en el poste. Un juego tonto pero muy divertido propio de sociedades más sencillas que sobreviven felices sin iPad y sin el Clash of Clans
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Pero el descanso no se podía prolongar porque aún quedaba camino y así a los pocos minutos reemprendimos la marcha.
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Un par de kilómetros de una ligera subida más adelante cruzamos al otro lado del río por un puente metálico y llegamos a Wuayllabamba, situado a 3000 metros de altura, y que iba a ser nuestro primer campamento.
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La verdad es que el día se nos había hecho muy corto, no estábamos nada cansados a pesar de que llevábamos 10 kilómetros de marcha y nos las prometíamos muy felices. Pero Víctor nos sacó rápidamente de nuestro error
. Wuayllabamba es el campamento más extenso del Camino Inca y está compuesto por varias zonas de acampada dispuestas a lo largo de 3 kilómetros, las primeras a 2950 metros de altura pero las últimas están 200 metros más arriba por lo que llegar a ellas puede llegar a hacerse duro después de una marcha de 10 kilómetros. Este ascenso de 200 metros en 3 kilómetros es parte de la gran subida del segundo día así que en realidad, la suerte es que te toque una zona de acampada de las últimas ya que todo lo que subas el primer día es subida que te ahorras para el día siguiente. A nosotros nos habían asignado un campamento de la zona media-alta así que "tuvimos suerte". *** Imagen borrada de Tinypic ***
En realidad Wuayllabamba es el nombre de una población, la última habitada en la subida hasta el puerto de Warmiwañusca, y las diferentes zonas de acampada son los patios de las casas de los habitantes del pueblo que en compensación aprovechan para vender bebidas y chicha a los campistas. Las casas del pueblo están todas enlucidas en tonos marrones y con decoraciones en relieve de motivos incas que dan una cierta unidad decorativa al pueblo-campamento.
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He dicho que tuvimos suerte en el reparto pero en ese momento no lo vimos así ya que aún tuvimos que andar un par de kilómetros más pero ya por un camino con una pendiente muy elevada, con muchas zonas de escaleras, por el que tuvimos que utilizar a discreción la técnica inca de subida a pasitos pequeños acompasados con la respiración y que nos mostró por primera vez la verdadera dureza del Camino Inca. Este tramo final de 2 kilómetros nos dejó exhaustos
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Por el camino nos cruzábamos con señorucas del pueblo que subían las cuestas como si fueran llanos y con pollinos que bajaban por el sendero con mercancías.
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En la subida pasamos junto a la piscifactoría de truchas Huayllabamba, un proyecto comunal del pueblo que había sido inaugurada en 2015. Por la zona jugaba un chiquillo con la cara sucia que me llamó la atención y se dejó hacer la foto sin pedir propina y es que todavía no tenía la edad, el pequeñajo.
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A mitad de subida paramos en el Puesto de Control de Wuayllabamba, un modesto edificio verde construido con la colaboración del gobierno de Finlandia (
) donde esperamos un rato hasta que a Víctor le sellaron nuestros papeles y seguimos la subidita. Otra cosa no, pero a todos los guiris del Camino nos tenían supercontrolados para que no nos saliéramos de las zonas autorizadas.*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Finalmente llegamos a nuestro campamento, una pequeña pradera donde nuestros sherpas ya habían montado las tiendas para dormir y la tienda-comedor y donde nos recibieron con unos calurosos e inmerecidos aplausos que a su vez les devolvimos por el esfuerzo realizado.
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Descansamos un rato, nos aseamos, comprobamos que las rozaduras de Alex no habían llegado al hueso
(las Compeed ampollas son ma-ra-vi-llo-sas) y nos ofrecieron una merienda en la tienda comedor a base de té y mantequilla y mermelada de aguaymanto con tostadas que nos supo a gloria. *** Imagen borrada de Tinypic ***
La casa de nuestros huéspedes estaba en un lateral de la pradera y era una modesta vivienda sin decoración ninguna. En otro lateral del prado había una caseta con los servicios y una ducha, por supuesto sin agua caliente, que decidimos no utilizar. Tampoco vimos a nuestros huéspedes ya que no salieron de su casa ni a recibirnos ni en toda la noche.
Pero al poco rato nos tocaba ya cenar mientras el sol se ocultaba por detrás de unas enormes montañas que teníamos al lado. La cena tuvo lugar con el mismo escenario y con la misma parafernalia que la comida y nos agasajaron con una sopa de verduras y filetes de trucha rebozada al ajo acompañados de más pan de ajo y de .... ¡una botella de vino blanco! Y para terminar de postre nos ofrecieron un chupito de pisco, por si no fuéramos a dormir bien después de la caminata y el vino. La cena estuvo muy animada con una amigable conversación con nuestro guía acerca de nuestras respectivas vidas mientras escuchábamos el jaleo y las risas de nuestros porteadores al otro lado de la lona que nos separaba de su mundo.
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Y sin mucho más que hacer, a las 9 nos mandaron a dormir a la tienda. Aunque nos habían montado dos tiendas, decidimos dormir los tres juntos en una y dejar la otra para las mochilas. Esto también nos lo agradecieron los porteadores porque al menos uno de ellos podía dormir en la tienda que ofrecía algo más de resguardo frente al frío nocturno que la tienda comedor en la que dormía el resto. El guía tenía su propia tienda privada, que todavía hay clases
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La primera noche en la tienda resultó todo una experiencia ya que nosotros no teníamos mucha costumbre de dormir en tiendas y todo era nuevo para nosotros. Finalmente conseguimos organizarnos, desvestirnos entre risas etílicas y meternos en los sacos e improvisar unas almohadas con la ropa que nos habíamos quitado. Tras un rato de lectura caímos rendidos tras un muy largo día, intenso y agotador.
El primer día pasa por ser el más sencillo del Camino Inca pero es más duro de lo que yo pensaba. Reconozco que es el tramo más fácil pero tampoco es un simple paseo por el campo. Es un madrugón seguido de varias horas de coche y de una caminata de 12 kilómetros con una subida final muy dura. Si después de hacerlo pudiéramos habernos irnos a casa, darnos un baño y dormir en nuestra flamante cama con colchón, pues habría sido igual que cualquier sábado de excursión por la sierra de Madrid. El problema es que ni te das el baño ni duermes en un colchón ni tienes el domingo para descansar porque al día siguiente sigue la caminata. Y el cansancio se acumula. Pero bueno, habíamos disfrutado de un paisaje precioso por la orilla de dos ríos, habíamos visitado unas ruinas incas y habíamos comido estupendamente en mitad de los Andes. ¡No se puede pedir más al primer día del Camino Inca!
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