Salimos a las 8 de la mañana para ir a Étretat pero por algún motivo que desconozco tardamos un poco más de la cuenta.
Para llegar a nuestro destino tuvimos que atravesar el larguísimo puente de Normandía, majestuosa obra de ingeniería que comunica la Alta y la Baja Normandía. Cuando se completó, en 1995, era el puente atirantado más largo del mundo, con 2141 metros (fue pronto superado). El puente pasa sobre el río Sena y tiene unas luces para aviso a los aviones. Por cierto, atravesarlo significa pagar una especie de peaje (y no es barato).
Por motivos técnicos tuvimos que hacer una parada técnica en Le Havre, ciudad que fue duramente bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Fue reconstruida en los años 90 del siglo pasado y en 2005 la UNESCO la incluyó en la lista de Patrimonio de la Humanidad como “ejemplo excepcional de la arquitectura de urbanismo posterior a la guerra” y su uso del hormigón. Yo lo poco que vi no lo encontré muy bonito pero fuimos sólo de pasada.
Le Havre significaría más o menos “el puerto” y eso es lo que era cuando se construyó a instancias del rey Francisco I de Francia. Ya desde época de los romanos esa zona se usaba para el tráfico fluvial pero no fue hasta el siglo XVI cuando el gran rey renacentista tuvo la idea de construir un puerto (y con él, claro, una ciudad). Actualmente todo lo que le falta de belleza constructiva (a mi parecer) lo tiene de desarrollo en varios sectores económicos muy importantes: construcción mecánica, petroquímica, transporte marítimo y logística.
Arquitectónicamente, además de las obras del reconstructor de la ciudad, Auguste Perret, podemos ver el Volcán (por su forma), un curioso espacio diseñado por Niemeyer que tiene un teatro, una sala de conciertos y un cine. Muy cerca está la iglesia (no puedo llamarla bonita) de Saint Joseph, con su altísima torre de 110 metros (iniciada por Perret y terminada por un arquitecto de su estudio). Mucho más arriba están los Jardines colgantes (los vimos anunciados por todas partes pero no subimos a verlos), que están en todo lo alto de la ciudad, en una antigua fortaleza militar. Sí visitamos la playa, llena de piedras y casetas de colores que animaban un poco un día gris y un tanto desapacible.
Étretat es una bonita localidad costera que ya era famosa en el siglo XIX entre la gente acomodada. Allí se instalaron Eugène Boudin, Camille Corot, Monet, Courbet o Matisse. La playa se convirtió en una de las más famosas de Francia en la segunda mitad del siglo XIX y sirvió de inspiración para muchos artistas.

Lo más famoso es su impresionante acantilado, formado por varias partes:
* Acantilado de abajo (Falaise d’Aval): se puede subir a la cúspide a 85 metros de altura por un sendero y una escalera. A finales del siglo XIX una curiosa torre dominaba el acantilado. Era un fuerte que fue dinamitado en 1911.
* Puerta de abajo: Es la joya de Étretat. Suele considerarse una de las maravillas del mundo. Es un arco calcáreo. Maupassant lo comparó con un elefante que hunde su trompa en el mar.
* La Aguja: Se alza un poco más atrás. Desde donde mejor se aprecia es desde el Acantilado de arriba. Alcanza los 70 metros de altura pero no está hueca. El mar y el tiempo han creado este obelisco.
* Hoyo del hombre: Se trata de una gruta escondida a los pies del acantilado de abajo. Se puede llegar con marea baja. Recibió su nombre a finales del siglo XVIII cuando se encontró allí a un náufrago vivo.
* Manneporte: a la izquierda del acantilado de Abajo. Es un arco impresionante. Se dice que un barco velero podría atravesarlo.
* Acantilado de arriba (Falaise d’Amont): arriba hay un calvario, una capilla y una flecha blanca que apunta al cielo, monumento dedicado a dos aviadores que quisieron atravesar el Atlántico norte en 1927 y que fueron vistos aquí por última vez.
* Aguja de Belval: a mano derecha del acantilado de arriba.
El coche o el autobús tienes que dejarlo en el aparcamiento establecido a tal efecto y que queda a unos 15 minutos caminando de la playa. Muy cerca encontramos, le Clos Arsène Lupin, el lugar donde el autor de las historias del famoso ladrón situó varias de sus aventuras y que hoy es museo.
En el pueblo (ese día había mercadillo y había mucha gente) vemos un mercado cubierto, que hoy tiene tiendecitas de recuerdos. Un poco más allá vemos la Mansión de la salamandra, construida en 1912. Se trata de una copia (pero invertida) de la casa de Plantefor de Lisieux, que fue demolida en 1899. Además de la salamandra que le da nombre, podemos ver otras figuras talladas como son un mono comiendo fruta de un manzano o un caballero montado en un águila.
El guía local nos dio algunas explicaciones en el paseo marítimo y después nos dejaron tiempo libre para poder disfrutar de las vistas. Aprovechamos para subir al Acantilado de abajo, el que yo recomendaría si se tiene poco tiempo. La subida es pronunciada pero puede hacerse. Desde allí se puede fotografiar a la perfección la Puerta de abajo y la Aguja y caminando un poco por encima del acantilado es posible ver con todo detalle la hermosa Manneporte.

Desde la subida también se ve el Acantilado de arriba al otro lado de la playa de guijarros, con el detalle de la capilla y el monumento a los aviadores perdidos. Igualmente se domina todo el pueblo.
A la bajada nos sorprendió una fuerte lluvia que hizo que llegáramos al aparcamiento empapados.
Para finalizar con Étretat sólo decir que también pasamos ante la Guillette, la casa donde vivió el escritor Guy de Maupassant y donde, según el guía, recibía la visita de muchas señoras de alcurnia.
Después de haber visto los preciosos acantilados volvemos a retroceder sobre nuestros pasos (1 hora de trayecto) para ir a Honfleur, donde comeremos.
En el pasado fue un puerto de primer orden donde llegaban mercancías y pasajeros. Ya desde época galorromana la ciudad fue desarrollándose hasta acabar siendo uno de los puertos más importantes del ducado de Normandía. Al principio de la Guerra de los Cien años empezó a destacarse como el punto desde el que salían marineros que viajaban a Terranova para pescar bacalao o navegantes hacia el Nuevo mundo.
Hoy en día el puerto ha ido desapareciendo debido a los sedimentos aportados por el río y ha perdido su importancia a favor del puente de Normandía.

Lo más interesante está en sus alrededores, por ejemplo en los muelles de Ste. Catherine y St. Etienne, con la iglesia del mismo nombre, donde podemos ver barcos de recreo y mansiones de piedra de los siglos XVII y XVIII. Estas vistas inspiraron a muchos pintores del siglo XIX. Una buena muestra de esos cuadros puede verse en el Museo Municipal Eugène Boudin, con obras de ese pintor o de Monet, entre otros.
El único vestigio que queda de las fortificaciones que rodeaban la ciudad es la Lieutenance, residencia del gobernador y puerta de la ciudad y que está frente el Avant Port, que alberga la flota pesquera de Honfleur y los cruceros.

Al oeste del Avant Port encontramos el Jardín de las Personalidades, donde se honra a algunos vecinos ilustres. Cada uno de ellos tiene un minijardín en forma de barco.
Otro de los museos de Honfleur es el de les Maisons Satie, dedicado al compositor Erik Satie en la casa donde nació, en una antigua calle del puerto. También hay un museo dedicado a la marina y artes populares, situado en una preciosa y antigua casa con entramado de madera. También podemos ver casas de entramado por ejemplo en la calle de las antiguas carnicerías.
Pero el edificio más destacable de la ciudad es la Iglesia de Sta. Catherine, al este del puerto, subiendo un poco. Se trata de una iglesia construida en madera en el siglo XVI ante la escasez de piedra. Tiene un techo abovedado que parece el casco de un barco al revés. La nave de la izquierda es la más antigua (siglo XV). El campanario de la iglesia data del siglo XV. Fue construido separado por motivos estructurales (para que el tejado de la iglesia no tuviera que soportar el peso y la vibración de las campanas) y por seguridad (una torre más alta tenía más posibilidades de atraer a los rayos).

En la plaza del mismo nombre los sábados por la mañana se celebra un tradicional mercado.
Otra edificación destacada (aunque actualmente en obras) es el almacén de sal (1670), en la rue de la Ville, que permitía almacenar hasta 10.000 toneladas de sal.
Honfleur, además de bonitas casas, está lleno de tiendas y restaurantes donde principalmente ofrecen pescado y marisco. Por suerte para mí conseguí encontrar uno donde, por 14,90 euros, comí terrina de champagne y pollo a la normanda con helado de postre.
Después de la visita a Honfleur continuamos hacia una sidrería biológica. Allí pudimos degustar tres de sus productos, sidra (semiseca y muy buena), Pommeau y Calvados después de que nos explicaran cómo se producen. Tanto Bretaña como Normandía elaboran sidra desde el siglo XIV y se considera como la bebida nacional. Ni siquiera el rey Francisco I se pudo resistir a ella porque cuentan que cuando llegó a Cherbourg en 1532 pidió que le llevaran barriles de aquella bebida a sus aposentos. No es extraño que se elabore sidra en aquellas tierras porque se ven manzanos por todos lados. El Calvados, por su parte, no es más que brandy de sidra. En cuanto al Pommeau, surgió en los años 70 del siglo pasado y es una mezcla de Calvados y zumo de manzana. A nosotros personalmente lo que más nos gustó fue la sidra semiseca aunque también compramos un zumo artesanal (buenísimo) hecho con manzana y pera.
