Después de desayunar, hoy por primera vez nos apartaremos del grupo e iremos a descubrir Bretaña por nuestra cuenta. El primero de los lugares escogidos es el pequeño y bonito pueblo de Vitré, al que llegamos en tren.
La estación, actualmente en obras, no se encuentra demasiado lejos de nuestro hotel. Las máquinas de compra de billetes no son complicadas y resultan bastante intuitivas. Nuestro tren sale a las 7.44 de la mañana, es un TER, va en dirección Laval y nos bajamos en la estación de Vitré a las 8.16 horas. Un billete cuesta aproximadamente 8 euros (sólo ida).

El pueblo está situado en un espolón rocoso. Es una de las localidades de Bretaña que mejor ha conservado su pasado medieval. Era un puesto de avanzada de los duques de Bretaña sobre la frontera del Maine y Normandía. Se empezó a desarrollar en el siglo XI alrededor de su castillo. Era famoso por la confección de tejidos de lana, telas de cáñamo y medias de hilo.
Como ya comenté con anterioridad los pueblos y ciudades bretones destacan en su mayor parte por sus casas de entramado de madera.

Y Vitré, dado su excepcional estado de conservación, no podía ser menos. Varias calles en el centro llaman la atención por sus edificios.
* Rue de la Baudrairie: antigua arteria donde se alojaban los talabarteros o artesanos del cuero. Ver las decoraciones de las casas de los números 4 y 5. La vivienda del nº 21 es la más baja de la calle y data del siglo XVII. En el número 25 tenemos que ver las fauces de los leones en las ménsulas.
* Rue de la Poterie.
* Rue d’en-Bas: casas con entramados de madera. En el nº 10 vemos la Maison del Bol d’Or (1513).
* Rue de Notre Dame: bello conjunto de casas con porches. Palacete de la Troussanais (siglo XVI), en el nº 27, bello ejemplo de casa de un burgués enriquecido con el comercio de las telas. En la misma calle está la Iglesia de Notre Dame, de los siglos XV y XVI.
Después de ver las diferentes casas es tiempo de hablar de los edificios religiosos. Tres son los que destacan en el pueblo.
En primer lugar hablaré de la Iglesia de san Martín, imponente edificio que visitamos después de haber recorrido las murallas. Pese a no ser catedral, se asemeja por su tamaño. Fue construida a finales del siglo XIX en estilo neorrománico y destaca por su altísima torre. El interior, muy amplio, también es digno de mención.
El templo principal de Vitré es la Iglesia de Notre Dame, de los siglos XV y XVI, gótica con algunas trazas renacentistas. Se sitúa podríamos decir en pleno centro del pueblo. Destacan sus vidrieras. El aspecto que presenta actualmente es el que tenía en los siglos XV y XVI, cuando Vitré era una villa acaudalada gracias al comercio de telas.
La fachada oeste de la iglesia se levantó en el siglo XVI y, a diferencia de la fachada sur, está poco trabajada porque estaba tapada por el Gran Mercado de tejidos (Grand Halle), construido en madera y que se quemó en el siglo XIX (se remplazó por un mercado de mantequilla de hierro forjado y ladrillos que se destruyó en 1958). También la fachada sur es muy sobria. Es la que originalmente daba al claustro medieval del priorato colindante, que fue desplazado en el siglo XVII.
Como comentaba, la fachada más bonita es la sur, que da a la calle Notre Dame. Se construyó entre 1480 y 1540, con cuarcita, aunque antes el nivel del suelo estaba más elevado de lo que vemos hoy en día. En la puerta de Arriba vemos el escudo de armas del barón de Vitré Guy XV. Un poco más allá llama la atención la presencia de un púlpito en el que vemos representada la figura de la Santísima Trinidad como una cabeza de tres caras.
En el interior nos fijamos en la bóveda, con artesonado que fue decorado en el siglo XIX. También el órgano y el púlpito son de esa época.
La tercera de las iglesias es la de san Nicolás, en el barrio de Rachapt, que alberga un museo de arte sacro.
Para llegar a este barrio tenemos que caminar un poco y descender del espolón en el que se sitúa Vitré. En la subida tenemos ocasión de poder disfrutar de las murallas. En la Place de la République destaca la Torre de la Bridolle (siglo XV), coronada con matacanes. Tras el puesto, una cancela da acceso al paseo del Val, que recorre la muralla. Después de pasar bajo la Torre de los Prisioneros, se gira a la izquierda hasta la Poterna de St. Pierre, por la que se puede regresar al interior de la muralla. Bajando a la base del castillo, el Prado de las Lavanderas ha sido transformado en un jardín de plantas de agua. Es un rincón escondido y muy bonito donde se puede hacer picnic. Al otro lado, y junto al río, podemos ver un edificio recuperado que es un molino o un almacén de grano. También desde el Prado se puede distinguir la parte trasera del edificio más importante de Vitré, su precioso castillo.

El castillo es imponente edificio triangular de torres redondas. Se edificó en los siglos XIII y XV en el emplazamiento de uno anterior de madera del siglo XI. Tiene un puente levadizo. En su interior están el Ayuntamiento, adosado al muro norte, y las colecciones del museo. También alberga una bella chimenea y la tumba de Guido X, señor de Laval y Vitré, asesinado en la batalla de la Roche-Derrien en 1347 durante las guerras franco-bretonas.
El acceso al patio es gratis. No obstante, si quieres entrar en tres de las torres del castillo, tienes que comprar la entrada (entrando a la derecha está la caja) por seis euros. En su interior, y gracias a explicaciones dispuestas en cada sala (en francés) puedes saber qué son las piezas expuestas: restos de decoración de casas de los comerciantes ricos, mobiliario, orfebrería religiosa, etc.). Además puedes recorrer una parte del paso de ronda.
Al otro lado se sitúa la escalera que sube hasta el ayuntamiento, donde se celebran matrimonios civiles como el que nos encontramos. Boda muy graciosa, por cierto, porque al terminar cada uno se fue pos su lado. Los abuelos de uno de los contrayentes se fueron a comer kebab y otros de los invitados se paseaban poco después con una baguette bajo el brazo por las calles de Vitré. Por cierto, en el castillo, abajo, en el patio, hay unos wc públicos.
Después de recorrer el castillo es hora de comer. Vitré ofrece una oferta diversa aunque en uno de los restaurantes que intentamos entrar nos dijeron que ya estaba todo completo (no veíamos a nadie pero seguramente era una reserva previa). Al final nos decantamos por un sencillo restaurante-bar frente a la estación de trenes. Comimos ensalada con embutido, jamón con salsa de mostaza y patatas al horno y un postre con manzana y pedacitos de dulce de almendras. Todo por 12,60€ por persona.
Con la barriga llena dimos otra vuelta por el pueblo (ya digo que es pequeño) y nos fuimos delante del edificio de la estación para esperar al autobús nº 13 que habría de llevarnos a Fougères, otro de los bonitos pueblos medievales de Bretaña. Nos costó algo más de 7 euros el billete de ida a los dos, lo cogimos a las 13.50 horas y llegamos a las 14.30.
La estación de autobuses de Fougères no son más que algunas paradas junto a un centro comercial. Para llegar al edificio más emblemático de la villa se tienen que caminar unos 30 minutos (si es posible siguiendo las huellas que están dibujadas en el suelo) y atravesar (si vas por la parte baja) un bonito jardín.
Sin lugar a dudas lo más espectacular de la villa y lo que obliga a una visita es su impresionante castillo, uno de los más grandes de Europa, con una extensión de 20.000 m2. Y de verdad tengo que decir que impresiona bastante.

El primer castillo se construyó en Fougères en el siglo XI, levantado por la familia del mismo nombre. Eda edificación fue arrasada en 1166 después de un asedio de Enrique II Plantagenet. En 1173 se construyó uno nuevo.
En 1253 la hija de Raoul III, propietario de la fortaleza y compañero de armas de Luis IX en la Séptima Cruzada, se casó con Hugues XII y se dedicó a engrandecer el castillo con la construcción de dos importantes torres que hoy se pueden visitar, la de Gobelins y la de Melusina. Por cierto, durante la visita, que se realiza con audioguía, te cuentan la leyenda de Melusina. Dice así: Melusina era la hija mayor de un rey y del hada Presina y, al igual que su madre y sus hermanas, también era un hada. Presina le había impuesto a su esposo que nunca podría verla cuando pariese o criase a sus hijos pero el rey incumplió el pacto y la espió cuando bañaba a las niñas. Por ese motivo madre e hijas desaparecieron, ocultándose en Avalon (sí, la que fue la última morada del rey Arturo, cuyas leyendas también tienen mucho peso en Bretaña). Cuando las tres muchachas crecieron no tuvieron otra idea que encerrar a su padre en una montaña mágica y eso provocó que la madre las castigara por ser malas hijas. Las tres fueron encantadas y en concreto Melusina se convertiría en serpiente de cintura para abajo todos los sábados salvo que un hombre se casara con ella y no descubriera su secreto.
Con el paso del tiempo la joven hada se enamoró del hijo de un conde, Raimondino. El enamoramiento fue recíproco y ella sólo puso como condición que no la viera los sábados, algo a lo que el caballero se avino.
Con el paso de los años todo iba bien en el matrimonio. Tuvieron 10 hijos y Melusina se dedicó a construir castillos. Pero un día Raimondino, igual que hizo el padre de su esposa, incumplió su promesa y la espió, viendo salir de su bañera la cola de una serpiente. Cuando se lo echó en cara a Melusina, ella se marchó de casa (algunas versiones dicen que convertida en un dragón).
Volviendo a la historia del castillo debemos decir que Felipe el Hermoso (el que condenó a los templarios) confiscó la baronía en 1307. Posteriormente Jean de Monfort, duque de Bretaña, también fue propietario de Fougères hasta que se lo arrebató Bertrand du Guesclin (de nuevo el feo caballero). Poco después llegó a manos de la familia d’Alençon, aunque apenas si les duró unos años.
En 1449 sufrió un duro asedio por parte del duque de Bretaña, Francisco I, y con posterioridad (y seguramente debido a eso), se fortificó aún más, añadiendo dos torres, la Françoise y la Tourasse. Eso no evitó que volviera a ser asediado en 1488.
En 1547 Enrique II se lo regaló a su amante, Diana de Poitiers.
Una parte del castillo se destruyó en 1810 pero eso no impidió que en 1828 Balzac se alojara en la villa y encontrara inspiración en él para una de sus novelas, lo mismo que ocurrió años más tarde con Víctor Hugo.
Hoy en día no podemos ver ninguno de los edificios que conformaban la ciudadela, únicamente las torres. Pero eso no resta importancia ni espectacularidad al conjunto y el audioguía es un muy interesante, llevándote a pasear por los torreones y el paso de ronda. Un último detalle; en una de las entradas se ha acondicionado de nuevo un molino de cuatro norias que funciona (y moja). Ese molino estaba allí desde el siglo XII y se mueve gracias a la fuerza del agua del río Nançon. Está documentado que cada molino podía producir 100 kilos de harina por hora. Hoy en día uno de ellos está conectado a una dinamo que suministra electricidad al edificio.
La parte más antigua del recinto son las ruinas de la torre del homenaje (residencia del gobernador), del siglo XII, con paredes de un espesor entre 5 y 7 metros. La última en ser construida es la Porte de Notre Dame, del siglo XV.
La entrada cuesta 8,5 euros.
La entrada al castillo está formada por tres torres. La central, cuadrada, se llama de La Haye Saint-Hilaire y data de finales del siglo XII. A los dos lados sendas torres circulares con aspilleras del siglo XIII.
A continuación encontramos la barbacana con la torre Coigny a un lado. Este recinto permitía, al tener un foso inundable, ser la primera de las defensas del castillo. Tiene varias torres de los siglos XII y XIII. La torre Coëtlogon, del siglo XVIII y en ruinas, cierra el recinto y marca la entrada al patio, el más amplio de la fortaleza y donde tenía lugar gran parte del día a día de la vida en ella. era donde la población se guarnecía en caso de guerra (de hecho nos cuentan en un vídeo que así sucedió aunque no es una excepción a la regla general) y era donde estaban los edificios para guardar a los animales, los talleres, la capilla, las dependencias señoriales o el huerto. Como dije actualmente son ruinas y apenas si se distingue un poco de la sala pública, donde el señor impartía justicia. Enfrente había un pozo.
Un poco más adelante encontramos un patio interior, que también servía de refugio en caso de ataque. Fue donde se levantó el primer castillo de madera sobre el año 1000. En esa zona es donde encontramos las dos torres de las que hablé, Gobelins y Mélusine. También vemos los restos de un torreón que seguramente nunca se edificó.
La poterna era una puerta secundaria que fue edificada a mediados del siglo XV para reforzar la defensa del noreste del castillo. A ambos lados se encuentran las torres de Amboise, en honor de Françoise de Amboise, esposa del duque de Bretaña, Pedro II.
Las torres de artillería, Surienne y Raoul, se construyeron en el siglo XV por orden del duque Francisco II, con la intención de defender la cortina sur. Pero no fue suficiente para defender el castillo de los cañonazos y fue tomado por las tropas de Carlos VIII en 1488.
Desde el castillo se obtiene una buena vista de la villa, con sus iglesias. Una de ellas se encuentra muy cerca. Se trata de la iglesia de St. Sulpice, con origen en el siglo XII pero reconstruida en el XV y el XVII. En el interior se encuentran dos retablos de granito del siglo XV. Muy cerca está la Plaza de Marchix, con mansiones medievales.

Después toca adentrarse en el bonito Jardín Público y empezar el ascenso hasta el barrio viejo (de Saint Leonard). Las vistas que se tienen desde allí del castillo son preciosas y permiten hacerte una idea de su extensión.
En lo alto del Jardín público encontramos la otra iglesia, la de Saint Leonard, de estilo gótico flamígero pero muy reformada.
Otros edificios destacables son el Teatro Víctor Hugo, en la plaza del mismo nombre, o la Torre Beffroi, del siglo XIV, y que servía para avisar de amenazas para la ciudad. En la misma calle encontramos el museo de Emmanuel de LaVilleón, pintor impresionista.
Por último decir que no faltan en Fougères las casas de entramado de madera.
