El viaje llegaba a su fin y sólo nos quedaba conocer Oslo y pegarnos un madrugón para coger nuestro avión de vuelta a España.
Llegamos a Oslo con el día bastante nublado y aviso de lluvia. Dejamos todas nuestras maletas en la consigna de la estación de tren y nos fuimos a la calle a alquilar las bicis públicas para recorrernos la ciudad. El sistema de registro es muy fácil y la app que maneja las bicis está genial, diciéndote en todo momento cuántas hay disponibles en cada lugar. Me llamó mucho la atención un pequeño detalle que dice mucho de la sociedad noruega, y es que al registrarte y rellenar tus datos personales, te da la opción de escoger hombre, mujer u otro en la casilla de género. Era la primera vez que veía esa tercera opción en un servicio público.
Lo primero que hicimos fui ir hasta el parque Vigeland y desayunar allí tranquilamente. Estaba plagado de turistas por supuesto, pero es un sitio muy curioso y nos gustó bastante. Aunque la verdad es que me esperaba más parque, más separación entre las estatuas, algo más de “descubrir” donde estaba cada una, pero prácticamente es un pasillo muy grande plagado de estatuas súper monas.
Después nos bajamos hacia el centro y fuimos siguiendo el borde del mar desde Tjuvholmen hasta la fortaleza de Akerhus. Después callejemos un poco por la zona del ayuntamiento, la parte más antigua y más comercial y nos buscamos un sitio para comer.
Por la tarde se puso a llover como si no hubiera un mañana y se nos truncaron un poco los planes. Nuestro plan era básicamente callejear y respirar un poco la ciudad, pero con ese tiempo no era posible. Gracias al roaming metí en Google “qué hacer en Oslo lloviendo” y resultó que ese día era el que algunos de los museos eran gratuitos, así que el plan se nos hizo solo. El que más nos interesaba era Astrup Fearnley, pero ese era de pago, así que nos fuimos al Museo de Arte Contemporáneo como primera opción. Terminamos rápido porque es pequeñito, y tiramos hacia la Galería Nacional. Es es el museo “típico” para visitar en Noruega, donde tienen (o tenían) las obras más famosas, entre otras El Grito de Munch, o sea que podéis imaginaros cómo estaba aquello un día gratis y lloviendo… Terminamos la tarde-noche empapándonos mientras caminábamos por el techo del edificio de la Ópera y entre algunos edificios del “Barcode”.
Todo Oslo está en obras. O al menos todo el “waterfront” de la zona centro. Al lado del famoso edificio de la Ópera están desarrollando una nueva área que incluye edificios para una nueva biblioteca nacional, para recolocar la Galería Nacional o el Museo de Munch y un montón de proyectos más como una red de tranvías. Y todo está previsto para finalizar en 2020. No sé qué pasa ese año, pero definitivamente es el año en el que hay que viajar a Oslo. 2017 era el año de las obras y de ver la ciudad levantada y a medio construir. Para hacer “turismo de ciudad” en Oslo, esperaros hasta 2020. En 2017, aunque está bien para echar un día (o dos si quieres entrar a muchos museos), no es el momento para disfrutar de la ciudad, porque además se ve claramente que se está renovando. Creo que está pasando un poco como en todas esas ciudades que nombrar Capital Europea de la Cultura, reciben un montón de dinero y empiezan a remodelar toda la ciudad y a llenarla de edificios modernos y proyectos vanguardistas y parecen una ciudad nueva. Si no te gusta la arquitectura moderna, no vayas, porque para mi es lo más interesante. La parte vieja no tiene absolutamente nada especial y la zona centro tampoco. Oslo no es Estocolmo, ni muchísimo menos.
Por la noche cogimos el tren hacia un hotel cercano al aeropuerto donde íbamos a dormir unas horas antes de coger el avión de vuelta a primera hora de la mañana (o última de noche, según se mire). El hotel era Gardermoen Hotel Bed & Breakfast y nos costó bastante averiguar cuál era el autobús urbano que teníamos que coger para llegar a él una vez en el aeropuerto y sobre todo dónde paraba. Pagamos el trayecto por adelantado a través de una app del móvil. No estoy segura de si esta es la única manera de hacerlo, pero fue la información que encontramos en internet y, por si acaso, así lo hicimos. Bastante lío habíamos tenido ya con encontrar el autobús.
El hotel era muy sencillito pero estaba bastante bien. Lo habíamos cogido porque al estar en la zona del aeropuerto no teníamos que madrugar tanto, tenía servicio de transfer hasta la terminal y el desayuno empezaba como a las 4 de la mañana o algo así, así que podíamos tomarlo. Y por supuesto porque era de los más baratos de la zona aeropuerto. Ya no recuerdo exactamente lo que nos pusieron para desayunar, pero sí recuerdo que fue bastante mejor que lo del primer hotel en el que estuvimos y llenamos bastante el estómago. Supongo que tostadas con mermelada, cereales y fruta, acompañados de la leche vegetal que llevábamos con nosotros. El servicio de transfer era de pago (y bastante caro) pero aún así era la opción más económica para pasar la noche en los alrededores del aeropuerto. El regalito de despedida que nos llevamos de Noruega fue en el trayecto del hotel al aeropuerto nos encontramos un ciervo salvaje porque está en una zona boscosa en la que al parecer suele haber muchos.
Y nada más. Hicimos la vuelta a casa vía Londres otra vez, enamorados de Noruegas, cargados de fotos (a pesar de habernos quedado sin cámara) y deseando poder volver algún día, en 2020 para ver la nueva Oslo, y en cualquier momento para ver todo lo que nos faltó por el sur, hacer mil rutas que no pudimos hacer, y conocer la zona Norte, las islas Lofoten y todas las maravillas que hay escondidas en ese país. Seguramente tendremos que esperar a que nos toque el Euromillón, pero ¡la esperanza es lo último que se pierde!
Llegamos a Oslo con el día bastante nublado y aviso de lluvia. Dejamos todas nuestras maletas en la consigna de la estación de tren y nos fuimos a la calle a alquilar las bicis públicas para recorrernos la ciudad. El sistema de registro es muy fácil y la app que maneja las bicis está genial, diciéndote en todo momento cuántas hay disponibles en cada lugar. Me llamó mucho la atención un pequeño detalle que dice mucho de la sociedad noruega, y es que al registrarte y rellenar tus datos personales, te da la opción de escoger hombre, mujer u otro en la casilla de género. Era la primera vez que veía esa tercera opción en un servicio público.
Lo primero que hicimos fui ir hasta el parque Vigeland y desayunar allí tranquilamente. Estaba plagado de turistas por supuesto, pero es un sitio muy curioso y nos gustó bastante. Aunque la verdad es que me esperaba más parque, más separación entre las estatuas, algo más de “descubrir” donde estaba cada una, pero prácticamente es un pasillo muy grande plagado de estatuas súper monas.
Después nos bajamos hacia el centro y fuimos siguiendo el borde del mar desde Tjuvholmen hasta la fortaleza de Akerhus. Después callejemos un poco por la zona del ayuntamiento, la parte más antigua y más comercial y nos buscamos un sitio para comer.
Por la tarde se puso a llover como si no hubiera un mañana y se nos truncaron un poco los planes. Nuestro plan era básicamente callejear y respirar un poco la ciudad, pero con ese tiempo no era posible. Gracias al roaming metí en Google “qué hacer en Oslo lloviendo” y resultó que ese día era el que algunos de los museos eran gratuitos, así que el plan se nos hizo solo. El que más nos interesaba era Astrup Fearnley, pero ese era de pago, así que nos fuimos al Museo de Arte Contemporáneo como primera opción. Terminamos rápido porque es pequeñito, y tiramos hacia la Galería Nacional. Es es el museo “típico” para visitar en Noruega, donde tienen (o tenían) las obras más famosas, entre otras El Grito de Munch, o sea que podéis imaginaros cómo estaba aquello un día gratis y lloviendo… Terminamos la tarde-noche empapándonos mientras caminábamos por el techo del edificio de la Ópera y entre algunos edificios del “Barcode”.
Todo Oslo está en obras. O al menos todo el “waterfront” de la zona centro. Al lado del famoso edificio de la Ópera están desarrollando una nueva área que incluye edificios para una nueva biblioteca nacional, para recolocar la Galería Nacional o el Museo de Munch y un montón de proyectos más como una red de tranvías. Y todo está previsto para finalizar en 2020. No sé qué pasa ese año, pero definitivamente es el año en el que hay que viajar a Oslo. 2017 era el año de las obras y de ver la ciudad levantada y a medio construir. Para hacer “turismo de ciudad” en Oslo, esperaros hasta 2020. En 2017, aunque está bien para echar un día (o dos si quieres entrar a muchos museos), no es el momento para disfrutar de la ciudad, porque además se ve claramente que se está renovando. Creo que está pasando un poco como en todas esas ciudades que nombrar Capital Europea de la Cultura, reciben un montón de dinero y empiezan a remodelar toda la ciudad y a llenarla de edificios modernos y proyectos vanguardistas y parecen una ciudad nueva. Si no te gusta la arquitectura moderna, no vayas, porque para mi es lo más interesante. La parte vieja no tiene absolutamente nada especial y la zona centro tampoco. Oslo no es Estocolmo, ni muchísimo menos.
Por la noche cogimos el tren hacia un hotel cercano al aeropuerto donde íbamos a dormir unas horas antes de coger el avión de vuelta a primera hora de la mañana (o última de noche, según se mire). El hotel era Gardermoen Hotel Bed & Breakfast y nos costó bastante averiguar cuál era el autobús urbano que teníamos que coger para llegar a él una vez en el aeropuerto y sobre todo dónde paraba. Pagamos el trayecto por adelantado a través de una app del móvil. No estoy segura de si esta es la única manera de hacerlo, pero fue la información que encontramos en internet y, por si acaso, así lo hicimos. Bastante lío habíamos tenido ya con encontrar el autobús.
El hotel era muy sencillito pero estaba bastante bien. Lo habíamos cogido porque al estar en la zona del aeropuerto no teníamos que madrugar tanto, tenía servicio de transfer hasta la terminal y el desayuno empezaba como a las 4 de la mañana o algo así, así que podíamos tomarlo. Y por supuesto porque era de los más baratos de la zona aeropuerto. Ya no recuerdo exactamente lo que nos pusieron para desayunar, pero sí recuerdo que fue bastante mejor que lo del primer hotel en el que estuvimos y llenamos bastante el estómago. Supongo que tostadas con mermelada, cereales y fruta, acompañados de la leche vegetal que llevábamos con nosotros. El servicio de transfer era de pago (y bastante caro) pero aún así era la opción más económica para pasar la noche en los alrededores del aeropuerto. El regalito de despedida que nos llevamos de Noruega fue en el trayecto del hotel al aeropuerto nos encontramos un ciervo salvaje porque está en una zona boscosa en la que al parecer suele haber muchos.
Y nada más. Hicimos la vuelta a casa vía Londres otra vez, enamorados de Noruegas, cargados de fotos (a pesar de habernos quedado sin cámara) y deseando poder volver algún día, en 2020 para ver la nueva Oslo, y en cualquier momento para ver todo lo que nos faltó por el sur, hacer mil rutas que no pudimos hacer, y conocer la zona Norte, las islas Lofoten y todas las maravillas que hay escondidas en ese país. Seguramente tendremos que esperar a que nos toque el Euromillón, pero ¡la esperanza es lo último que se pierde!