No encontrábamos ningún puesto donde tomarnos unas salchichas, así que tiramos de fondo de mochila, frutos secos y unas mandarinas que nos tomamos en el Stadtpark, el gran parque vienés junto al río Viena, (Wien) que desemboca en el Danuvio. Este parque de diseño inglés inaugurado en 1.862, debe ser una delicia en primavera, porque ya lo es en estos tiempos invernales. En él hay muchas muchos monumentos dedicados a músicos, quizás el más fotografiado es la estatua de bronce dorado dedicada a Johann Strauss (hijo), recordando sus valses. Paseamos por delante del Kursalón y la lluvía nos dio un respiro que se agradecía.
[align=center]Monumento a Johann Strauss (hijo)

Frente a la fachada del MAK, cogimos el Bus azul, para nuestro tiempo de descanso y de ver zonas de la ciudad más lejanas donde al menos nos hacemos una idea de cómo son, casi siempre en la primera fila de la parte superior que se aprecia mejor el conjunto. Esta vez nos dirigíamos al Prater, el famoso parque de atracciones con su famosa noria, escenario de la gran película “El tercer hombre”. Nos podíamos haber bajado en la parada de la noria y nos hubiera dado tiempo de montarnos en ella hasta que volviera el autobús de su recorrido hacia el gran Danuvio, pero nos pudo el deseo de contemplar el gran río y su vieja madre.

Vimos el río y lo cruzamos en dos ocasiones, pero no hicieron ninguna parada. Llegamos hasta la torre mirador cerca del viejo Danuvio, donde nos bajamos pero no daba tiempo de ir y volver hasta el río.

Esta ruta nos permitió ver zonas nuevas con edificios atrevidos y una buena arquitectura moderna, esa otra Viena lejos del centro histórico.También se hizo una parada en la fachada del Museo Hundertwasser que visitaríamos al día siguiente.

Los miércoles el MAK, Museo de Artes Aplicadas, cierra a las 10 pm, y esta era nuestra última visita del día. Este gran museo, inaugurado a finales del XIX, dedicado al diseño y las artes decorativas es uno de los que no hay que perderse, teníamos casi tres horas por delante para recorrer parte de lo que ofrece, que es mucho y muy bueno con una visión moderna y creativa. Visitamos la interesante exposición de sillas de Thonet, la vanguardista exposición sobre artistas japoneses y comic, la de muebles japoneses, los espacios barrocos, rococós e historicistas más rapidamente, para poder detenernos más en la modernista, y la maravillosa colección de alfombras.

La parte donde más tiempo estuvimos fue la dedicada al secesionismo donde destacamos, las obras de Otto Wagner y los frisos que G. Klimt hizo para el comedor del Palacio Stoclet de Bruselas. En esa sala también tuvimos una increíble experiencia: El jardín de Klimt. Con unas gafas de realidad virtual te sentían dentro de su mundo, en ese jardín mágico y onírico. No había vivido nada así y fue un placer enorme. Era una actividad especial por el centenario de su muerte, que duraría hasta el 22 de abril, aunque por la terrible epidemia del coronavirus cerraría en marzo.

“El jardín mágico de Klimt. La experiencia en realidad virtual de Frederick Baker. Este es un experimento de realidad virtual inspirado en la obra maestra de Klimt Expectación y satisfacción. El artista de la realidad virtual y cineasta Frederick Baker consigue reproducir un mundo fantástico a partir de imágenes digitales de alta definición en el que los visitantes pueden sumergirse y hacer un viaje interactivo cinematográfico.”
Extraído de : graffica.info/ ...su-muerte/
Nos marchamos porque no podíamos digerir más arte, entusiasmados con este museo donde se nota una dirección y gestión creativa.
Esta noche paramos a cenar en el “Café Digla”, Wollzeile 10. Un acogedor café de época, con bonita decoración, camino de nuestro Hotel. Comimos estupendamente unas ricas cremas de Zanahoria con mango, y de calabaza con mango. Un sustancioso goulash y unas salchichas con todos sus acompañamientos que se le antojaron a mi marido, ya que al mediodía no pudo, y de postre una strudell que estaba riquísima, cerveza y buen vino, era nuestra cena de despedida. En el fondo un pianista amenizaba el local.
Nos dimos un paseo callejeando hasta San Esteban, donde entramos para despedirnos y ya casi sin querer volver y remoloneando por las calles nos dirigimos al “Hotel, dulce Hotel”, que teníamos que hacer las maletas.[/align][align=justify]