Durante nuestras vacaciones de julio pasado, recorrimos algunos destinos del maravilloso pirineo oscense, buena parte del cual ya habíamos visitado en otras ocasiones. Sin embargo, era la primera vez que nos acercábamos a los Valles Occidentales, es decir, los que se encuentran más próximos a la Comunidad Foral de Navarra y que, igualmente, forman frontera por el norte con Francia. Ni que decir tiene que nos encontramos con un paisaje de frondosos bosque con picos espectaculares y también extensos prados.
Ya he descrito en otra etapa una fantástica ruta de senderismo que realizamos en la Selva de Oza -el enlace figura al final de este relato-, así que ahora voy a centrarme en las dos poblaciones que dan nombre a los respectivos valles en que se ubican: Echo (Hecho) y Ansó, y cuyos términos municipales forman parte de la Comarca de la Jacetania, con capital en Jaca, y del Parque Natural de los Valles Occidentales, junto con Aragües del Puerto.
Por cierto que estos lugares ya entraron en la historia en tiempos de los romanos, cuando se convirtieron en vía de tránsito hacia las Galias a través de una calzada romana que pasa por el Puerto de Palo (Col de Pau, en Lescun, Francia, no confundir con el Puerto del Palo asturiano) y forma parte, a su vez, del Camino de Santiago (Vía Romana XXXIII).
UBICACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR SEGÚN GOOGLE MAPS.
Como simple referencia, decir que Echo dista 475 kilómetros de Madrid, 367 de Barcelona y 166 de Zaragoza. Nosotros proveníamos de Ainsa (a 114 kilómetros), donde habíamos almorzado tras alojarnos la noche anterior en Benasque (a 175 kilómetros de Echo).
ECHO (HECHO).
La primera localidad que visitamos durante nuestro viaje fue Echo, nombre aragonés y oficial del castellano Hecho, que es la capital del Valle de su nombre, al que pertenecen las poblaciones de montaña de Embún, Urdués, Siresa y el despoblado de Santa Lucía, sumando en total unos 1.000 habitantes, de los que casi 650 corresponden a Echo.
Llegamos bien avanzada la tarde (por eso las fotos salieron algo oscuras) y apenas había nadie por la calle. Pese a la pandemia, parecía increíble que nos encontrásemos casi a finales de julio, pero notamos que las pocas personas del pueblo con las que nos cruzamos, algunas muy mayores, parecían reticentes ante los forasteros. Y eso que nosotros llevábamos mascarilla siempre, aunque todavía no era obligatoria. Fue con diferencia el lugar donde menos turismo hallamos durante nuestro periplo por tierras de Huesca; no obstante, sí que íbamos a tener bastante más ambiente al día siguiente, en el curso de la una preciosa ruta de senderismo que nos llevaría desde Guarrinza hasta Agua Tuerta.
Dejamos el coche en un pequeño aparcamiento junto al cual pudimos ver la escultura de una pareja de lugareños vestidos con los trajes típicos, una de las tradiciones que se conservan en estos lugares con más orgullo.
Al empezar a caminar nos encontramos con un atractivo conjunto de casas de piedra y tejados de pizarra, algunas de ellas restauradas respetando la tradicional arquitectura de montaña. La Oficina de Turismo estaba cerrada, pero pudimos recibir alguna orientación en unos paneles informativos, que incluían un mapa con lo más interesante para visitar.
Sin embargo, enseguida nos dimos cuenta que más allá de buscar sitios concretos lo mejor era pasear tranquilamente por aquel laberinto de callejuelas estrechas y sinuosas, situadas entre la carretera y el río Aragón Subordan.
Algunas de estas calles presentan unas cuestas importantes que hay que superar mediante rampas o escaleras, lo que le ofrece un encanto especial al recorrido y un poquito de esfuerzo adicional, claro está. Tampoco demasiado, no vamos a exagerar. Asimismo, las macetas con flores ponían un bonito contrapunto a la piedra oscura, que me recordó a la de algunos pueblos franceses, lo que no es de extrañar, puesto que la frontera no se halla muy lejos.
En la construcción del caserío abunda la madera, el hierro y, sobre todo, destacan como elementos fundamentales unos grandes portalones y las altas y peculiares “chamineras” (chimeneas), que parecen apuntar a un remoto pasado mágico.
El Ayuntamiento, por su parte, presentaba un estilo algo diferente, y la fachada blanca nos recordó la arquitectura de otras zonas aragonesas.
El principal monumento de Echo es la Iglesia Parroquial de San Martín. Según pudimos leer, de la primitiva iglesia románica se conservó solamente el ábside y la portada en la ampliación y reforma llevada a cabo por el maestro cántabro Bartolomé de Hermoso, concluidas en 1604. Sin embargo, tuvo que ser reconstruida entre 1829 y 1833 por los daños causados por las tropas franceses en 1809.
El interior es muy sobrio y los retablos corresponden a la primera mitad del siglo XVIII, ya que los anteriores también se perdieron en la Guerra de la Independencia. Otro punto digno de mención es el Museo Etnológico, que expone fotografías antiguas y enseres tradicionales de unos lugares en los que el pastoreo constituyó la principal forma de sustento desde tiempos ancestrales. Actualmente, ha ganado también mucha importancia el turismo. Estaba cerrado, así que no lo visitamos.
A dos kilómetros de Echo se encuentra la diminuta aldea de Siresa, que cuenta con el que algunos consideran que es el monasterio más antiguo de Aragón, fundado por Galindo Aznárez en el año 833, cuando estas tierras aún rendían vasallaje a Carlomagno. Lamentablemente, solamente pudimos verlo de pasada, pues no nos cuadró el horario. No había mucho más que hacer en Echo pasadas ya las ocho de la tarde. De modo que cogimos el coche y fuimos hasta nuestro siguiente destino, la localidad de Ansó, en donde nos alojaríamos durante dos noches. Para llegar, tuvimos que recorrer los 12 kilómetros que hay entre ambos pueblos, trayecto en el que tardamos algo más de un cuarto de hora por la carretera A-176 a través de un recorrido entre bosques, sinuoso y bastante virado, mediante el cual pasamos de un valle a otro, si bien se nos hizo más largo de lo que presuponía su duración.
ANSÓ.
Ya era un poco tarde, así que fuimos directamente al Hostal Bosque de Gamueta, a unos pasos del centro de Ansó, donde teníamos reserva para dos días. Nos costó un poquito encontrar hueco para dejar el coche en los aparcamientos habilitados, ya que el centro del pueblo es peatonal y tiene el tráfico restringido. Al fin, lo conseguimos cerquita de nuestro alojamiento, que nos gustó nada más verlo. Se trata de una casa de estilo tradicional, rehabilitada y decorada con muy buen gusto. Las habitaciones amplias y cómodas y la atención muy buena. El precio fue de 140 euros por las dos noches, lo que nos pareció correcto teniendo en cuenta la relación su calidad y que estábamos en la última semana de julio. El desayuno, por 6 euros, nos pareció algo escaso, no tanto en la cantidad, sino más bien en la variedad de productos ofrecidos.
Ya casi de noche, salimos a dar una vuelta por el centro, donde pudimos ver un par de bares abiertos, con terrazas y gente en ellas. Aunque no era para tirar cohetes, evidentemente había más ambiente que en Echo, si bien en cuanto se hizo de noche, la mayor parte de los visitantes desaparecieron de las calles. Mientras dábamos un paseo, nos dimos cuenta de que Ansó hacía honor a su inclusión en el catálogo de la Asociación de Pueblos Bonitos de España. Además del castellano, se habla el idioma ansotano, una variante de lengua aragonesa, que es también oficial.
Nuestro paseo nocturno en fotografías.
A la tarde siguiente, después de hacer la ruta de senderismo a la que me he referido antes en la Selva de Oza, para lo cual tuvimos que regresar al Valle de Echo, hicimos un recorrido más tranquilo y pausado por Ansó, que confirmó la grata impresión que nos había dado la noche anterior. En efecto, nos pareció un pueblo muy bonito.
Aunque quizás no lo aparenta, Ansó tiene menos habitantes que Echo, pues no llega a los cuatrocientos. A 860 metros de altitud sobre el nivel del mar, se encuentra en el curso medio del río Veral, en el Valle de Veral, que también recibe el nombre de Valle de Ansó. Una amplia parte de su territorio hace frontera con Francia, desde el límite con Navarra hasta Candanchú.
En cuanto a su historia, está documentado que en 1.272 el rey Jaime I el Conquistador le concedió privilegios en cuanto al libre acceso de pastos a las zonas fronterizas con los territorios franceses. A este respecto, el medio de vida de los lugareños ha estado siempre relacionado con la ganadería, ovina, vacuna y caballar, algo de agricultura, no tan importante teniendo en cuenta la altitud y el duro clima en invierno que dificulta los cultivos, y su gran riqueza forestal, que propició el desarrollo de una industria maderera que hoy se encuentra regulada.
De la Iglesia Parroquial de San Pedro, siglo XVI.,nos llamó la atención su gran tamaño y su porte defensivo, con matacán y aspilleras. De estilo gótico, tiene una portada plateresca y un retablo barroco del siglo XVIII. Bajo el atrio de esta iglesia tuvo lugar en 1375 el famoso juicio que dio lugar al Tratado de las Tres Vacas, cuyo dictamen se ha cumplido hasta la actualidad. En aquella ocasión, cinco vecinos de Ansó y su alcalde fueron elegidos por los litigantes para dictar sentencia en una disputa por lindes, fuentes y uso de pastos entre Roncal y Baretous. En esta iglesia también está ubicado el Museo Etnológico.
Lo mismo que en Echo, el principal atractivo de Ansó es su arquitectura tradicional, que disfrutamos paseando por sus calles mientras contemplábamos las casas de piedra, entre las que existe una especie de pasillo, de 50 cm de ancho, llamado “arteas”, que constituyen una seña de identidad junto con su conjunto de bellas y peculiares chimeneas.
Recorriendo las callejuelas y las plazas, elegantemente adornadas con macetas plagadas de flores, encontramos una Casa Torre Medieval del siglo XVI.
También oímos hablar de las “bordas”, antiguas casas de pastores, habitualmente situadas fuera de las aldeas. Algunas de ellas se han convertido en restaurantes que ofrecen comida casera, típica de las montañas. No tuvimos ocasión de probar estos guisos porque no encontramos ninguna abierta. La pandemia estaba pasando factura en la región aragonesa en aquellas fechas, pues se estaba viviendo un repunte de contagios en varias zonas.
Al igual que en Echo, otra tradición que se ha conservado en Ansó son sus trajes típicos, a los que se rinde homenaje en una fiesta popular el último domingo de cada mes de agosto. Esperemos que la pandemia permita recuperar este festejo este verano.
El pueblo se encuentra situado en un alto y ofrece bonitas panorámicas del Valle de Veral y desde la carretera A-176, en dirección a Roncal, se tienen unas vistas excelentes del caserío. Merece la pena pararse a contemplarlas y sacar alguna foto de recuerdo.
En resumen, dos pueblos muy bonitos, a los cuales no ha llegado todavía el turismo de masas. Además, no hay que olvidarse de recorrer sus parajes naturales, aunque sea transitando en coche por sus sinuosas carreteras, en especial la que va pegada al río Aragón Subordán, desde Echo hasta el camping de la Selva de Oza, ya que en adelante el asfalto se convierte en tierra. Por el camino hay un mirador espectacular donde se encajona el río entre las rocas, como el del Puente del Diablo.
Itinerario desde Echo hasta el Camping de la Selva de Oza en Google Maps.
. Etapa de senderismo relacionada:
AGUAS TUERTAS DESDE GUARRINZA (HUESCA). PIRINEO ARAGONÉS.