ღ CENTRO HISTÓRICO DE CIUDAD DE MÉXICO ヅ
A las 07:00 h de la mañana vuelvo a estar en la estación TAPO de Ciudad de México después de 15 horas de trayecto desde San Cristóbal de las Casas. Después de almorzar en uno de los restaurantes de la circular terminal compro un billete de taxi en la oficina de TAXI SEGURO. El botones que tienen para ayudar a transportar el equipaje me pide una propina, le doy lo suelto que tengo, que es más bien poco. Y, entre pitos y flautas, me encuentro de nuevo en el Hotel La Habana, que por cercanía al centro histórico y precio me parece la mejor opción en booking y que ya conozco. Como hay habitaciones vacías, el serio recepcionista, sin yo decirle nada, me hace la entrada sin tener que esperar hasta las 15h. Realmente se lo agradezco porque necesito una ducha de agua caliente y cambiarme de ropa.
Taxi deel centro de San Cristóbal a estación 50 pesos.
Autobús de San Cristóbal a CDMX 57,44 euros.
Tres noches en Hotel Habana 1485 pesos.
Y, por fin, hoy sí puedo entrar al inmenso zócalo de la capital, presidida en el centro por un elevado mástil con una bandera acorde al tamaño de la plaza, donde los trabajadores de la limpieza se afanan a limpiar el suelo de las pintadas de protesta de la última manifestación. Enfrente la robusta catedral de la metrópolis y en un lado el Palacio Nacional.

La plaza en 1533 ya sorprendió a un recién llegado de España, el latinista Francisco Cervantes de Salazar, que escribió la primera descripción que se tiene constancia:” ¡Dios mío, cuán plana y extensa, qué alegre, qué adornada de altos y soberbios edificios por todos cuatro vientos, qué regularidad, qué belleza, qué disposición y asiento!” En aquella época, rodeada de la Laguna de Texcoco, con el movimiento de indígenas entrando y saliendo de ella y el aire puro que se debía respirar tuvo que ser casi la misma experiencia que sintieron los españoles que llegaron por primera vez a Tenochtitlan.

Accedo al interesante museo del Templo Mayor, dedicado a la cultura y entorno mexica. Al templo no se permite la entrada por la pandemia, pero se puede ver desde el exterior, aunque al menos que sea uno un entendido en la materia o lleve un guía es difícil realizar una interpretación correcta de los restos arqueológicos. www.templomayor.inah.gob.mx
Luego me dirijo a la Iglesia de Jesús de Nazareno y antes de acceder a su interior veo el mural conmemorativo que recrea el encuentro entre un imperio que iba a caer en desgracia y otro emergente, situado en la calle José María Pino Suarez. Estoy hablando de la primera vez que Hernán Cortés y Moctezuma II se conocieron. Supuestamente este es el lugar de encuentro. Ese fue un encuentro que marcaría para siempre el devenir del mundo, acababa de iniciarse, tímidamente, la globalización, de la manera más sangrienta, como era costumbre, hasta no hace mucho, entre los seres humanos. Seguidamente, después de leer una inscripción discreta en el exterior:” En este templo descansan los restos del conquistador, Hernán Cortés, muerto en 1547”, busco en el interior la imperceptible placa que señala que sus restos descansan allí. Por lo menos, se cumplió su deseo de ser enterrado en la tierra que conquistó, bien que no con la pomposidad que él soñaría, como sí sucedió, por poner solo dos ejemplos, con Alejandro Magno o Gengis Kan, con la única diferencia con él que eran “sus sádicos”, o sea, sus compatriotas, como así testifican los monumentos actuales glorificándolos en Macedonia del Norte o Mongolia como orgullo patrio.

Al otro lado de la calle, en el cruce, veo en una esquina, sobresaliendo de la fachada colonial, los amenazantes dientes y nariz del dios Quetzalcóatl, vestigio de la antigua civilización, que vuelve a ver la luz después de siglos de negrura. En el mismo solar hay una librería a la que accedo a echar un vistazo: Librería del Fondo de Cultura. En su interior me encuentro con un escritor cubano residente hace más de una década en CDMX, Roger Vilar, y un representante editorial de sus obras promocionado su trilogía de fantasía épica: Tres relatos cortos donde los protagonistas adolescentes y los dioses prehispánicos interactúan en unas novelas entretenidas y fáciles de leer con influencias lovecraftianas. A pesar de no ser muy conocido, después de conversar un rato con él, acabo comprando su trilogía, que a quienes les guste la literatura fantástica creo que les puede sorprender positivamente.
Como no estoy lejos del museo de las Culturas del Mundo, y es gratuito, entro a echar un vistazo; está ubicado en el antiguo edificio de la moneda. En la actualidad el edificio consta de varias salas dedicadas a las siguientes culturas: Egipto, Persia, Levante, Mesopotamia, Grecia y Roma. Un sitio interesante pero no prioritario en una visita a México.
Como tengo apetito, ya son las 16 horas, y me apetece un bocata. Pido un submarino de atún cargado de queso, mayonesa, aceitunas, pepinos en la cadena Subway con bebida por 150 pesos, céntimo arriba, céntimo abajo.
Después me voy a pasear al parque de la Alameda Central, la avenida Suarez, una zona más moderna del centro, y el barrio chino que no tiene el glamour de otras ciudades por mucho que haya un raquítico paifang a la entrada. Hoy por la tarde en las calles hay mucho ambiente, con bandas de música tocando en la calle de todos los estilos: rock, pop, boleros y, por supuesto, los icónicos organilleros, vestidos con trajes decimonónicos, dándole sin parar a la manivela de la caja de música. ¡Y que no teman los meones o cagones que por cinco o seis pesos tendrán un sanitario cerca! Anunciados con carteles grandes y vistosos, eso sí, a veces de difícil acceso para personas no delgadas con esos aceros inoxidables que forman un torniquete de cuerpo completo para entrar con empleados dosificando el papel higiénico al lado de la entrada para que nadie gaste un rollo lustrando con esmero su ojete o se lo lleve a casa, que en la viña del señor hay de todo.
Al final del día me tomo unas cervezas en la calle república de Cuba, antes de retirarme por hoy a mi hotel que está en la misma calle. Me sorprende que se haya puesto de moda de nuevo los guardainfantes en Ciudad de México para bodas y comuniones; ahora bien, estos son mucho más coloridos y alegres que de las épocas pretéritas. Hay una calle perpendicular a la que estoy repleta de escaparates de estos vestidos que no deben ser nada baratos. Eso sí, las feministas que tienen un edificio de dos plantas colonial ocupado a varias cuadras de estas tiendas no creo que lo vean con los mismos buenos ojos, símbolo de una era de más recato y sumisión al hombre.
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