ღ CHOLULA ヅ
Cuando uno lee por primera vez que hay tren turístico de Puebla a Cholula le viene a la imagen una réplica de una locomotora de vapor con vagones con bancos y ventanas de guillotina de madera, pero lo que uno se encuentra es un transporte moderno y funcional que poco encanto tiene desde la perspectiva del turista. Sin embargo, es un transporte útil para llegar a Cholula desde Puebla o viceversa y, además, a causa de estos tiempos pandémicos, es gratuito.

La pequeña terminal se encuentra a menos de treinta minutos andando desde el centro histórico de Puebla. No tiene perdida y, al menos a primera hora de la mañana, da una sensación de ser un área tranquila y segura para recorrer a pie.
Para acceder a la terminal un joven empleado Te chorrea de desinfectante, te toma la temperatura y te registra biométricamente, si uno es extranjero. Hoy hay poca gente y el único que es turista soy yo. Además de los controles descritos, nos pone en fila india y nos hace una fotografía de seguridad a todos los pasajeros antes de subir al tren.
La estación de Cholula está a cinco minutos del zócalo y al lado de la entrada de la gran pirámide o templo de Chinaquiahuitl, considerada la que tiene la base más grande del mundo que hoy en día se conserva solo algunas partes bajo un cerro donde en lo más alto construyeron los españoles una iglesia dedicada a la virgen de los Remedios. Para poder estudiarla se excavó, desde 1930 a 1950, ocho kilómetros que hoy son una de las atracciones turísticas de este templo; aunque, una vez más, me encuentro cerradas las instalaciones por el Covid 19.
Pregunto a un hombre mayor sobre este asunto, quien pasea a sus dos perros y me confirma que está cerrado porque el semáforo del coronavirus establecido por el Gobierno en su región está en color naranja, riesgo alto. Así que no tengo más remedio que rodear la colina y ver desde el exterior los restos arqueológicos acompañado por el señor de los perros que se llama Luis y está jubilado, quien resulta ser una fuente inagotable de conocimientos prehispánicos que enriquece mi visita y ensombrece mi decepción por los cierres, sintiéndome en esos momentos el hombre más afortunado del mundo.
Me despido de Luis, agradecido, después de tres horas de plática.


Me dirijo al zócalo a comer en uno de los restaurantes de los soportales por 200 pesos con vistas a la desértica plaza, vacía al mediodía por el tiempo inclemente de esas horas centrales a 2170 m de altitud. El ritmo es mucho más tranquilo aquí que en la bulliciosa población vecina, Puebla; la diferencia de más de seis millones de habitantes se nota. Después realizo un paseo por las coloridas fachadas de las calles circundantes y visito la Parroquia de San Pedro con su fotogénica torre y el ex convento de San Gabriel, que reposa sobre la base que un día fue un templo dedicado al dios Quetzalcóatl (la serpiente emplumada), todavía sobreviven tres escalones de la escalinata donde me aseguró Luis que allí aconteció parte de la matanza dirigida por Hernán Cortés contra la población indígena, aliados de los mexicas, donde murieron, según las crónicas, más de 5000 personas desarmadas, entre ellos, mujeres, ancianos y niños; donde los tlaxcaltecas, aliados de los españoles, también tuvieron un papel destacado en este trágico episodio.

Solicito, a través de la aplicación UBER, un taxi para que me recoja en el zócalo y me lleve al Hotel Teresita en Puebla por 180 pesos. En Cholula ciudad lo que me interesaba ver, o la pandemia me ha dejado ver, ya lo he visto.
Otro día más transcurre mi estancia en el altiplano mexicano, entre las murallas naturales de la Madre Sierra Occidental y Oriental, que nos protege de las noches tropicales de la costa y hace que el descanso nocturno sea reparador.