Tras descansar unas pocas horas en Keflavik.
Nos disponíamos a ir a la oficina de alquiler de coches para solucionar el problema de la noche anterior.
No hizo falta. Poco después de despertarnos, nos llamaron para decirnos que todo estaba solucionado y que procedían a la anulación del segundo pago puesto que habían encontrado la reserva original.
Con ánimos renovados y tras desayunar en la habitación, pusimos rumbo a Reykjavik a unos 45 minutos en coche desde Keflavik.
Reykjavik significa en islandés “bahía humeante” y es la capital de Islandia.
A la llegada, lo que más nos llamó la atención fue el viento tan congelado que soplaba. Nosotros no estamos acostumbrados a temperaturas tan extremas.
En realidad hacía 9º grados y hacía sol pero el viento era muy frío.
Iniciamos el recorrido en la calle Laugavegur, donde teníamos el apartamento.
Esta calle es muy bonita y con muchas tiendas originales.
Al final de la calle, giramos para ver el edificio Harpa que es un moderno palacio de conciertos y congresos.
Desde ahí, nos dirigimos hasta el museo de ballenas “Whales of Iceland”.

Esta exposición es un pequeño museo ideal para ir con niños.
Se pueden ver réplicas de ballenas a tamaño real.
También hay una sala de cine con documentales de ballenas (en inglés) y una zona de juegos. La entrada es un poco cara, pero la nena pasó un buen rato descubriendo y tocando las ballenas.

A la salida, era hora de comer y entramos en un restaurante que hacía esquina en la calle Tryggvagata. Se llamaba “Vulcano house” y vendían objetos volcánicos de lo más curiosos.
En este restaurante comimos diferentes tipos de bacalao frito, y estuvimos un buen rato descansando.
Después de comer, seguimos el recorrido hasta el Radhus (ayuntamiento), la catedral y el parlamento islandés.
Cerca de estos monumentos esta el embarcadero de ópekkti donde estuvimos un rato mirando los patitos y los cisnes.

Desde aquí, fuimos callejeando hasta llegar a la iglesia de Hallgrimskirkja, símbolo de Reykjavik. Esta iglesia está inspirada en las columnas de basalto abundantes en el país.
Su interior es muy simple y apenas está decorada.

Después de hacernos miles de selfies en la iglesia, fuimos al apartamento para hacer el check- in.
Al igual que el día anterior, no había nadie.
Nos proporcionaron un código por email que abría una caja donde estaban las llaves del apartamento.
Para alojarnos en Reykjavik elegimos una habitación doble con baño compartido muy céntrica que ofrecía aparcamiento gratuito.
Debo indicarles que en Islandia hay muy pocos hoteles y muy pocas opciones de alojamiento con baño privado.
Así que al valorar las opciones de alojamiento a precios asequibles, no tuvimos más remedio que decantamos por elegir habitaciones en apartamentos o casas con baño compartido.
Accedimos a nuestra habitación y tras dejar las maletas, volvimos a la calle para visitar la escultura del Sun Voyager.

Esta escultura creada por Jón Gunnar evoca territorios por descubrir, el progreso y la libertad. Lo que más nos gustó fue que desde allí se veía toda la bahía de Reykjavik.
A la vuelta, fuimos a hacer la compra al supermercado “Bonus”, que estaba al lado del apartamento.
Recomiendo a todos los que viajéis a Islandia, que cuando veáis un supermercado hagáis una compra de agua, leche, verdura, fruta y víveres enlatados puesto que cuando empecéis a hacer ruta en coche habrá días en los que no encontréis un supermercado decente cerca donde adquirir productos frescos.
Igualmente, recomiendo que llevéis una mochila o bolsito nevera con placas de hielo para el transporte de algún producto fresco como leche o yogures.
Por último, fuimos a comprar cena para llevar a un restaurante que había cerca del apartamento.
En la calle Laugavegur hay múltiples opciones para tomar algo o cenar a precios muy asequibles.
Tras llenar el estómago y muy cansados, concluimos la etapa.