Tenía este destino en mente desde hace al menos tres o cuatro años. Las fotografías de las revistas y de los diarios del foro, con esas imponentes cascadas y unos paisajes tan increíbles eran un ineludible reclamo para mí. Sin embargo, montar el viaje no me resultaba nada fácil, ni siquiera una vez superado el Covid, ya que a marido no le apetecía la idea y me dijo que no contara con él, algo a lo que, por cierto, me estoy habituando últimamente. Bueno, cada uno tiene sus preferencias y toca adaptarse, lo que no significa renunciar.

Un viaje a Islandia requiere prepararlo todo muy bien y con bastante anticipación, pues se trata de un país cuyas infraestructuras no están preparadas para acoger el turismo masivo que le está llegando en los últimos tiempos, sobre todo en verano, lo que unido a sus propias peculiaridades, con buena parte de su territorio deshabitado e inhóspito, provoca que los servicios sean muy caros: vuelos, alojamientos, comidas, excursiones, combustibles, traslados, alquiler de coches, seguros… En fin, que no sabía muy bien ni cuándo ni cómo podría hacer realidad mi objetivo de dar la vuelta a la isla, ya que ir sola implicaba descartar el coche de alquiler y la posibilidad de planificar mi itinerario ideal. Y tampoco se trataba de arruinarme apuntándome a un tour carísimo, claro está.

El pasado mes de febrero, por pura casualidad, cayó en mis manos un folleto publicitario de un viaje a Islandia de nueve días para mayores de sesenta años (y eso supone descuentos
), con dos salidas este año, una en julio y otra en agosto. Hubiera preferido junio y un par de días más, pero tal como estaban las cosas comprendí que no podía dejar escapar la oportunidad: se visitaban muchos lugares destacados, se daba la vuelta a la isla –lo que yo tanto deseaba- y se disponía de un día libre en Reikiavik –el que necesitaba para ir a Landmannalaugar, uno de mis imprescindibles-. Incluía hoteles de tres estrellas y manutención. Ciertamente, un viaje así supone hacer muchos kilómetros y dormir cada noche en un hotel distinto, pero yo no iba a conducir, no me importa mover maletas a diario y disfruto contemplando el panorama desde la ventanilla de cualquier vehículo, sobre todo por carreteras convencionales y en un país donde lo esencial no es visitar pueblos y monumentos, sino disfrutar de sus paisajes. Además, en esas fechas hay muchas horas de luz en Islandia, pues solo oscurece entre las doce y las tres de la madrugada. En cuanto al precio, aunque muy alto, me resultaba asumible, incluso pagando el suplemento por habitación individual, ya que ninguna amiga se animó a acompañarme. Así que me decidí. Reservé plaza a principios de marzo, cruzando los dedos para que todo cuajara finalmente. Me hacía mucha ilusión, la verdad. Revisé los diarios del foro, leí el itinerario un montón de veces, intentando identificar aquellos nombres tan complicados con las fotos impactantes de las guías y revistas que tenía en casa; y hubiera querido salir casi al día siguiente. Pero tuve que esperar cuatro meses, hasta el 15 de julio. Menos mal que estuve ocupada con otros viajes. Este año me he movido mucho. Afortunadamente, tampoco me eligieron para ninguna mesa electoral en las Elecciones Generales que se convocaron después. ¡Vaya tensión!


Entretanto, me enteré de varios datos interesantes sobre Islandia, que, aunque no es un país miembro de la Unión Europea, figura como asociado en muchos aspectos y a nivel práctico para los turistas españoles es casi como si lo fuese: se puede entrar con DNI o pasaporte, forma parte del espacio Schengen y se encuentra en la zona 1 de roaming, con lo cual se disfruta de la misma tarifa de datos de nuestro operador nacional (uso no abusivo, claro está). Con la tarjeta sanitaria europea nos atienden en las mismas condiciones que a sus nacionales, lo que no siempre implica una asistencia gratuita, ya que sus condiciones son diferentes a las nuestras y podrían generarse gastos. Por eso, para prever cualquier contingencia, contraté un seguro de asistencia que incluía gastos de cancelación. Pero esa es una cuestión muy particular.

Su moneda es la corona islandesa, cuya cotización en el momento del viaje suponía 145 coronas por un euro, aproximadamente. En general, no hay necesidad de cambiar (yo no lo hice), pues todo (pan, agua, aseos…) se puede pagar en cualquier lugar con tarjeta. Conviene llevar una física por si no funciona el contactless (me pasó en un par de sitios).


En cuanto a la climatología, lo único casi seguro es que en verano no va a nevar, pero el tiempo allí supone una incógnita permanente y cualquier escenario se puede dar incluso en la misma jornada. Los días previos me fijé en que las temperaturas oscilaban entre los 5 grados de mínima y los 18 de máxima, con lo cual metí en la maleta camisetas, cortavientos, jerseys, calcetines, vaqueros… Sin olvidar un bikini y una toalla de microfibra para los baños termales (tarde o temprano, alguno cae), un par de pantalones impermeables de trekking, unos sobrepantalones de plástico, las botas de montaña, unas deportivas, dos paraguas plegables, una chaqueta acolchada impermeable, un bastón de senderismo y un par de chubasqueros, uno de Goretex y otro de plástico. El resumen de lo que resultó sobre la “cuestión ropa” lo haré al final, en las conclusiones.

Una página web muy útil para mirar el pronóstico del tiempo en Islandia es en.vedur.is Me instalé la app en el teléfono y, bueno, no es que acertase siempre, pero se aproximaba bastante. Además, tiene la ventaja de contar con un mapa interactivo de todo el país, que se puede ir consultando por horas, según nos vamos moviendo.

Algo que tampoco puede faltar es un curso intensivo de sufijos en islandés para captar un poco mejor esos dichosos nombrecitos y acortarlos en lo posible. Los básicos son: -á (río); -fjara (playa); -fjall (montaña); -fjördur (fiordo); -foss (cascada); -ness (península); -jökull (glaciar); kirkja (iglesia); -lon (laguna); -vant (lago) y –vik (bahía). Al aprendérmelos, me las prometía muy felices. ¡Ya, ya!


Itinerario.
El programa establecido recorría fundamentalmente la Pjodvegur 1 -carretera nº 1-, también conocida como “ring road”, la ruta que circunvala la isla, conectando el este con el oeste. Tiene una longitud de unos 1.340 kilómetros y se terminó en 1974, con la construcción de un puente sobre el río Skeidara, el más largo de Islandia, al sur del país. Salvo en el entorno de Reikiavik y algún otro tramo pequeño, se trata de una vía de doble sentido con un carril único en cada dirección; la velocidad máxima es de 90 kilómetros por hora y carece de arcenes en buena parte de su trazado. Atraviesa unos paisajes fantásticos y supone una atracción por sí misma.
Mapa de Islandia, en rojo la Pjodvegur 1, carretera 1 o "ring road".


Esta carretera cosntituye la referencia fundamental para llegar a cualquier punto del país, pues enlaza con muchas otras vías secundarias, que conducen a lugares turísticos tan famosos y concurridos como el Círculo Dorado o la Península de Snæfellsnes. Aparte, están las carreteras denominadas “F”, que son pistas sin asfaltar, de tierra o de grava, en mejor o peor estado, que incluso vadean ríos y por las que solo se permite circular a los vehículos todo terreno. Muchas de estas pistas permanecen impracticables durante el invierno y solo se abren cuando mejora la climatología, normalmente entre junio y septiembre.

Nuestro itinerario incluía el Círculo Dorado, el cráter Kerid, las cascadas de Skogafoss y de Sedjalandsfoss, la playa de Reynisfjara, los glaciares de Fjallsjökull, Svinafjellsjokull y la laguna glaciar de Jokulsarlon, los fiordos del este, la cascada Detifoss, el cráter Viti, el campo volcánico de Dimuborgor el entorno del Lago Myvatan, la cascada Godafoss, Akureyri, Laugarbakki, la península de Snaefelness, Borgarnes y Reikiavik. En definitiva, lo básico dando la vuelta a Islandia en tan pocos días. Luego, cundió mucho, la verdad. El último día, contraté por mi cuenta una excursión a Landmannalaugar .
Recorrido aproximado (sin Landmannlaugar), según Google Maps.
