La mañana amaneció con muchas nubes, pero no llovía. Era nuestra última mañana en Ibiza, ya que el ferry salía a las dos. Nos había gustado lo poco que vimos de Santa Eulalia, así que decidimos pasar allí el tiempo que nos quedaba en la isla. Además, al ser lunes tampoco teníamos la posibilidad de ir a la Necrópolis des Molins ni al Poblado Fenicio de la Caleta, lugaares que me quedé con muchas ganas de visitar. Pero antes voy a comentar un poquito sobre el pueblo que le da nombre al puerto donde habíamos estado alojados aquellas cuatro noches, y que vimos de paso varias veces, yendo y viniendo al hotel.
Último itinerario en la isla.
Sant Miquel de Balansant.
Pertenece al municipio de Sant Joan de Labritja y su censo actual no alcanza los dos mil habitantes. Aunque es una población pequeña, tiene algunos sitios interesantes para visitar, como la Iglesia de San Miguel, construida sobre la colina Puig de Missa. El templo, del siglo XIV, es uno de los más antiguos de la isla, aunque se añadieron una nave central en el siglo XVI y dos capillas a finales del XVIII. Desde el exterior, se aprecia muy bien la diferencia de estilos. Estaba cerrada, así que no pude verla por dentro.
Aparte del entorno de la iglesia, con sus casas blancas, desde la misma carretera, se tienen unas vistas panorámicas impresionantes hacia la costa. Aparte de la frondosa vegetación, también se aprecian las moles de los hoteles del Port de Sant Miquel encaramados al acantilado.
Santa Eulalia del Río (Santa Eulària des Riu).
Situada en la parte oriental de la isla, cuenta actualmente con una población de más de cuarenta mil residentes censados. En la época musulmana se llamaba Xarc.
Su nombre se debe a Santa Eulalia, a quien ya se le había dedicado una capilla en el siglo XIII, quizás la llamada “iglesia vieja”, en torno a la cual fue creciendo el pueblo; mientras que el “apellido” hace referencia el único río de las Baleares, el río de Santa Eulalia.
Uno de los lugares imprescindibles para visitar es el Puig de Missa, donde se encuentra la Iglesia de Santa Eulalia. Aunque hay que subir una buena cuesta o unas cuantas escaleras, dependiendo por dónde se acceda, merece mucho la pena tanto por las panorámicas que se divisan como porque se trata de un pequeño núcleo muy pintoresco, con sus fachadas blancas salpicadas de buganvillas de color fucsia y una explosión de esas preciosas flores de color malva de unos árboles que creo que se llaman jacarandas.
La iglesia actual se construyó en 1560 y funcionaba también como baluarte para defender con sus cañones el río y los molinos. A finales del siglo XVII, se añadieron los porches, las capillas laterales y se abrieron nuevas puertas. Además de pasear por el exterior, aunque en la iglesia se estaban celebrando comuniones, pude vislumbrar el Altar Mayor a través de las puertas, que estaban abiertas.
De nuevo en la parte baja, volvimos al Carrer Sa Bastida, un espacio rectangular, con la Plaza de España en su centro, donde se encuentran el Ayuntamiento, un conjunto escultórico y una fuente, y que continúa hasta el Passeig de S’Alamera, que conduce a la Playa de Santa Eulalia y, siguiendo a la derecha, al Paseo Marítimo, una zona muy agradable para pasear con vistas al mar. Hay varias esculturas y se está intentando proteger a las lagartijas de las Pitiusas, dotándolas de un hábitat adecuado en el entorno urbano. Un proyecto piloto muy encomiable.
En unos minutos, alcanzamos la desembocadura del río, cuyo curso se ha convertido en un parque ajardinado, dotado de puentes, por donde dar un paseo tranquilo a través de una ruta autoguiada, en la que se descubren antiguas huertas, vegetación de ribera y curiosas leyendas.
Antes de continuar por el río haciendo una pequeña ruta que vi anunciada, crucé a la otra orilla, caminé entre unas urbanizaciones, y llegué a otras calas, como la del Recó de S’Alga. Esto se puede obviar tranquilamente.
De vuelta al río, remontando el cauce, se contemplan unas vistas muy bonitas del Puig de Missa, y se distingue claramente la torre-baluarte integrada en la iglesia, que no se distingue tan bien estando arriba.
Al cabo de un rato, llegamos al Pont Vell (puente viejo), que está declarado bien de interés cultural. Es del siglo XVIII y tiene 88 metros de longitud. Actualmente, hay un puente moderno anexo, por el que pasa el grueso del tráfico. Según una leyenda, hubo un acuerdo del diablo con el alcalde, al que prometió construirlo en una sola noche a cambio del alma del primer ser vivo que lo cruzara; y resultó ser un gato que el astuto alcalde soltó nada más concluir la obra, pues lo llevaba oculto en un saco.
Desde aquí se puede llegar a uno de los antiguos molinos, pero ya no nos daba tiempo. Así que regresamos al centro para coger el coche y dirigirnos al puerto de Ibiza, donde debíamos tomar el ferry que nos devolvería a la península.
Regreso a la península en el ferry.
Esta vez nos tocó navegar con Balearia, compañía que nos gustó menos que Transmed. El barco salió casi con una hora de retraso sin que nadie diese razones. A la hora de desembarcar, nos tuvieron más de media hora esperando, amontonados en la puerta de salida igualmente sin explicaciones. No sé si tuvieron un mal día o hubo alguna incidencia que ignoramos, pero fueron detalles bastante peores que a la ida, con Trasmed..
Durante la espera, estuvimos dando una vuelta por los muelles de Illa Plana, desde donde zarpa Balearia, donde se va a inaugurar una terminal nueva. Nos asomamos al Faro de Botafoc y a la Playa de Talamanca.
Al zarpar, dejamos detrás unas enormes nubes que amenazaban con descargar sobre Ibiza otra tormenta similar a la de la tarde anterior. Por lo demás, lo mejor de la travesía fue la salida del puerto de Ibiza, pues durante mucho rato pudimos contemplar los islotes próximos a la isla, en especial Es Vedrá, que nos deparó unos panoramas espléndidos en sus diversas perspectivas.