Recorriendo Jiva -Khiva- (IV). ✏️ Diarios de Viajes de Uzbekistan

Y como no tenía nada de extraño, aparecimos en uno de los lugares más transitados de Jiva, adonde los visitantes salen una y otra vez aunque no quieran, como nos pasó a nosotras la noche anterior.

Aunque datan de principios del siglo XX, fueron diseñados siguiendo el patrón de las construcciones de los siglos XI y XII y con los estándares del siglo XIV, lo que han convertido el conjunto en una de las imágenes más difundidas de Jiva, pues aúna el minarete más alto de la ciudad (56,6 metros) con la madraza más pequeña, lo que no es una casualidad, pues allá por 1908, a Islam Khodja, visir (primer ministro) del khan, se le antojó que Jiva tuviera un minarete más alto que el de Kalyan, en Bujara; vamos, que lo que le importaba era el minarete y no tanto la madraza. Así que contrató a los mejores arquitectos y artesanos para cumplir su propósito. Y así fue.

Este es el minarete al que me he referido anteriormente como el de “los colorines”, por las bandas de ladrillo de tonos azules, celestes, blancos y turquesas que abrazan su estructura, que va estrechándose hacia arriba desde los 9,5 metros de diámetro que mide su base, razón por la cual parece tan esbelto. No me percaté de que se puede subir a un mirador que tiene habilitado hasta que fue demasiado tarde, cuando ya estaba cerrado. ¡Qué pena! En la madraza hay un museo que expone obras de arte relacionadas con Jiva. En los alrededores están la Madraza Mozori Sfarif y la Madraza Otajomboy, que no tiene nada especial, salvo un buen grupo de artesanos trabajando y vendiendo sus obras a los turistas.

Nos dirigimos hacia la puerta norte y, alejándonos de la zona más turística, pasamos por calles con casas donde vive la gente, con niños jugando en las plazuelas; algunas parecían antiguas y otras no tanto, pero ninguna desentonaba en la ambientación, con sus fachadas de barro o, al menos, de ese color.

Llegamos hasta la muralla, junto a la que hay una rampa que permite recorrer el adarve, previo pago. Las perspectivas no nos parecieron interesantes y lo dejamos pasar. Cruzamos Bogcha Darzova, la puerta norte y salimos a una avenida donde el ruido del intenso tráfico nos hizo retornar al mundo real. No nos gustó y volvimos a entrar rápidamente en la ciudadela. Rodeamos la muralla hacia nuestra izquierda por el interior, para dirigirnos a la puerta este. Por el camino, vimos una especie de camas con dosel de tamaño familiar que los habitantes de Jiva colocan en la calle, bajo los árboles, para tumbarse a tomar el fresco en verano, sobre todo a última hora de la tarde o por la noche, cuando bajan las temperaturas, mientras conversan con los vecinos.

De camino hacia la parte oriental, nos topamos con otras mezquitas y madrazas a las que no me voy a aventurar a contar sus historias y ponerles nombre porque acabaría cazando mariposas. Llegamos otra vez junto al Palacio, frente al cual se encuentra un antiguo caravanserai que hoy en día sirve de museo de artesanía. A continuación, aparecimos en una plaza muy estilosa (que habíamos visto iluminada la noche anterior), donde se encuentran dos madrazas enfrentadas y una mezquita en uno de los lados: la madraza Outlug Murod, de principios del siglo XIX, donde se encuentra el Museo de Pintura, la Madraza de Allakuli Khan, de 1834, y la Mezquita Ak, cuya construcción se prolongó desde 1657 hasta mediados del siglo XIX y muy cerca de la cual se encuentran los Baños de Anusha Khan, un hamman público que contribuía con sus ingresos al mantenimiento de la mezquita.

Apenas a unos metros y formando parte del mismo conjunto, se encuentra la puerta oriental de Jiva, que recibe el nombre de Palvan Darvoza, construida entre 1804 y 1806. Detrás hay una galería comercial con muchas cúpulas y tiendas a ambos lados. Aquí estuvo el mercado de esclavos más grande de Asia Central, conocido ya desde el siglo XVII. La mayor parte eran de origen persa y ruso, capturados por tribus de la estepa kazaja o turcomanas: los hombres se ofertaban para trabajos de construcción y las mujeres para los harenes, o se intercambiaban por mercancías de todo tipo. La venta de esclavos no fue prohibida en este lugar hasta la década de los setenta del siglo XIX.

Salimos, entonces, a una plaza muy amplia con jardines, bastante más agradable que la calle de la puerta norte, ya que apenas circulaban coches. En los alrededores vimos nuevas madrazas, mezquitas y minaretes, de los que me vais a perdonar que no escriba los nombres, aunque sí que pondré algunas fotos. En esta zona vimos una Oficina de Turismo bastante grande. La vista panorámica de la muralla es fantástica desde aquí es fantástica, mucho más en vivo que en las fotos.

Tras relajarnos un ratito en esta zona, en la que había muy poca gente, volvimos al casco viejo, en cuyo centro contemplamos una actuación de titiriteros, con música y bailes típicos. Más tarde, en otro sitio, nos fijamos en que varios hombres bailaban al ritmo de la música que sonaba en la terraza de una cafetería. No eran artistas, sino lugareños divirtiéndose. Como digo, les encanta la música. Claro que ¡ojo! Solo hombres. El país puede ser bastante permisivo, sobre todo con los extranjeros, pero las costumbres musulmanas tampoco se relajan del todo, ni mucho menos. Y lo de mezclarse hombres con mujeres en las manifestaciones lúdicas en plena calle… pues como que no.

Nuevos paseos para arriba y para abajo hasta que llegó la hora de cenar. Esa noche ya no salimos. Estábamos rendidas de tanto trajinar por Jiva, que, eso sí, nos encantó. Allí saboreamos realmente el ambiente medieval.