Antes de empezar, un inciso para decir que no he conseguido saber si el nombre correcto de la ciudad en español lleva o no acento en la última “a”, vamos, si la palabra es llana o aguda, pues la he visto escrita de las dos formas. Así que la voy a poner sin acento. Disculpad si me equivoco.
Llegamos a Bujara ya casi de noche, tras un largo y pesado viaje en autobús de 4 horas, 270 kilómetros y un montón de baches. Las principales ciudades de Uzbekistán están conectadas por tramos desdoblados de carreteras con un mantenimiento sumamente deficiente. Ahora están de obras de mejora en algunas, pero el traqueteo a veces resulta insufrible. Si es posible, conviene utilizar el tren. Al menos, disfrutamos de una bonita puesta de sol.
Por el camino, además de una zona de desierto yermo, vimos el curso de un par de ríos y aldeas agrícolas, rodeadas de campos de cultivo, sobre todo de algodón, con muchos campesinos trabajando en la siembra y la recolección. Me llamó la atención divisar bastantes viñedos. Luego supe que Uzbekistán produce buen vino. Así que me traje a casa dos botellas, una de tinto y otra de blanco. Nos gustó más el blanco, claro que nosotros somos más de blancos.
Bujara.
Igual que Samarcanda, la Bujara actual –la quinta ciudad más poblada del país con unos 320.000 habitantes-, al primer vistazo, tampoco revela su pasado legendario, oculto entre amplias avenidas, un tráfico intenso, decadentes bloques de casas de la época soviética y edificios modernos, que envuelven un casco histórico que desde tiempos muy antiguos se convirtió en uno de los grandes enclaves culturales y comerciales de la Ruta de la Seda. Entre los siglos IX y XI, Bujara fue capital del imperio de los samánidas, dominadores de Asia Central hasta la irrupción de Gengis Khan, quien en 1220 la destruyó casi por completo. En el siglo XVI vivió otro periodo de esplendor y fue la última capital del Emirato de Bujara, aniquilado por los soviéticos en 1920. Su casco histórico es Patrimonio Universal de la Unesco desde 1993.
Nos alojamos en el Hotel Orient Star, a veinte minutos caminando del casco antiguo. No estaba tan bien situado como el de Samarcanda, pero era confortable y nos sirvieron una cena variada y abundante.
Después, salimos a dar una vuelta. Intentamos llegar al casco histórico. Aunque no parecía difícil siguiendo el mapa que fotografiamos en el hotel, nos perdimos en medio de un parque solitario, cuyas aceras estaban levantadas y en obras. Está visto que de noche todos los gatos son pardos… Confieso que eché de menos Google Maps para moverme más a gusto. La próxima vez no seré tan tacaña y compraré una tarjeta de datos .
Recorriendo Bujara.
La mañana amaneció soleada y calurosa. Tras desayunar muy temprano en el bufet del hotel, salimos a conocer el casco antiguo de la ciudad y sus principales monumentos.
Empezamos la jornada, que se prometía larga y densa, visitando dos mausoleos que se encuentran muy cerca uno del otro, en un parque etnográfico que cuenta con zonas verdes y maquetas, donde numerosos artesanos recrean la vida de los samónidas y sus oficios, trabajando los productos según los métodos tradicionales. Por supuesto, no faltan las tiendas y los puestos de venta de estos artículos para los turistas. Me parecieron muy curiosas las cunas para recién nacidos.
Mausoleo de Ismail Samani.
Ismail Samani fue el fundador de la dinastía samánida, que gobernó entre los siglos IX y X tras conseguir independizarse del califato abasí de Bagdad. De estructura cúbica, el edificio, que recuerda a la Kaaba de la Meca- está cubierto por una cúpula de ladrillo cocido. La bóveda celeste simboliza el universo, mientras que la base cuadrada se refiere a la tierra; ambas partes en equilibrio. Sus cuatro fachadas tienen la misma decoración y son iguales salvo por la puerta de entrada.
La ornamentación está formada por mampostería de ladrillo con 18 dibujos diferentes y motivos circulares que se refieren al sol. Su arquitectura es única al mezclar elementos islámicos con zoroastrianos, pues en esa época aún subsistían seguidores de Zoroastro. Es uno de los monumentos más antiguos de Bujara y se salvó de la destrucción de la ciudad por Gengis Khan porque estaba enterrado bajo el lodo por causa de las inundaciones.
Mausoleo de Chashma-Ayub.
La parte más antigua fue construida en el siglo XII y fue completándose posteriormente hasta el siglo XVI. Su cúpula cónica, de la época de Tamerlán, no es propia de la arquitectura medieval de Bujara sino de la antigua Khorezm, lo cual se debe a que, en una de sus campañas militares, Timur hizo prisioneros en esa ciudad a los arquitectos que trabajaron después en las obras de reforma del mausoleo. Su nombre significa “la fuente sagrada de Job” porque, según la leyenda, el profeta salvó a Bujara de la sequía cuando golpeó el suelo con su bastón y surgió un manantial de aguas cristalinas con propiedades curativas, cuyo pozo todavía se venera.
Se puede visitar también un museo bastante interesante en el que se relatan las vicisitudes de la ciudad, el aprovechamiento del agua y la dramática disminución de la superficie del Mar de Aral, que ha pasado de los 68.900 k2 en 1960 a los 8.600 k2 de 2017. Aquí agradecimos mucho las explicaciones y los comentarios personales de nuestro guía uzbeco.
Mezquita de Bolo Hauz.
Ubicada frente al Ark, en el Registan, la plaza pública de ciudad, es el único edificio de la época que ha sobrevivido en la plaza. Su nombre significa “estanque para niños”.
Para demostrar que era un mortal más, el emir la construyó en 1712 y la dedicó a mezquita pública del viernes, donde iba a orar con el pueblo. Y también se instalaron depósitos de agua artificiales para que la gente pudiera abastecerse de agua.
Pese a ser pública, tiene un aspecto muy lujoso y elegante, pues también iba a ser utilizada por los gobernantes. El peso del techo se sostiene sobre 20 columnas de madera, artísticamente talladas en toda su longitud. El pueblo la llamaba la “mezquita de las 40 columnas” porque su reflejo en el agua del estanque hacía que parecieran dobles. El efecto aún se puede apreciar en estanque actual, aunque las fuentes que han puesto justo en el lugar del reflejo agitan el agua y lo estropean un poco.
La mezquita sigue utilizándose hoy en día, como pudimos comprobar esa misma noche. A un lado, hay un precioso minarete que se construyó poco después que la mezquita. Estaba inclinado y siguió inclinándose con el paso del tiempo, por lo que se la conocía como la Torre de Pisa asiática. Hace unos años se reforzó su estructura y la inclinación desapareció.
El Ark.
Se traduce como la ciudadela y era la fortaleza del palacio de los emires, en el interior de la cual vivían los miembros de la corte. Es el monumento histórico más antiguo de la ciudad, pues sus orígenes se remontan el siglo IV a. C, si bien la primera referencia escrita data del siglo IX y la estructura actual es del siglo XVI. Se utilizó hasta 1920, cuando los soviéticos la bombardearon, terminando con el emirato.
Con una superficie de 3,9 hectáreas, presenta la forma de un rectángulo estirado por uno de sus extremos. La muralla mide 790 metros de perímetro y las paredes tienen una altura de entre 16 y 20 metros. Consta de una sola puerta enmarcada por dos torres construidas en el siglo XVIII. Este fue el único sitio donde nos pidieron un ticket aparte de la entrada para hacer fotos con cámara. Con el teléfono móvil se podían hacer sin problemas. De modo que, aunque las fotos se resintieran, no pagué. En el interior hay varios museos sobre la historia de la ciudad, que ocupan las estancias que se han conservado desde el siglo XVII hasta el XIX.
Se asciende por una galería cubierta, desde donde se ven, a través de unas ventanas, las salas de vigilancia y las mazmorras. Al final, se llega a la Mezquita Juma, del siglo XVII, que presenta un interior muy vistoso. Contiene un museo sobre escritura, manuscritos y libros sagrados. No recuerdo si tuve que cubrirme la cabeza. Descalzarme, no.
Varios tramos de escaleras al aire libre conducen hasta el Patio de Coronación con su trono (siglo XVII) y a otras dependencias, donde están situados varios museos: historia, cerámica, moneda, trajes, arqueología… Las fotos son horribles. Pegaba el sol totalmente de frente.
Ya en la azotea, las almenas ofrecen unas vistas del exterior no tan buenas como me las imaginaba. Además, no veía nada con el sol y sus reflejos. Justo enfrente, está la antigua Torre del Agua, que se ha habilitado como mirador.
Si hay que prescindir de alguna visita (interior), en mi opinión, sería esta. Los museos no están mal, pero se me hicieron un poco pesados, quizás por la gente, por el calor o porque me cansé de traducir tal cantidad de carteles del inglés y empecé a pasar de largo. Lo que sí me gustó fue ver la diferente indumentaria de las visitantes uzbecas y de otros países árabes, con vestidos negros y velos oscuros o blancos, algunas; otras, combinando vivos colores. En cualquier caso, mucho más turismo musulmán que occidental, pues en todo el viaje estuvimos en clara minoría, lo que no deja de tener su lógica y también sus ventajas, ya que, pese al gentío, las fotos aparentan de lo más exóticas