De Jiva a Taskent fuimos en un vuelo de la compañía aérea uzbeca desde el aeropuerto de Urgench, que está a poco más de 35 kilómetros de Jiva. Salida puntual y ninguna incidencia. Tardamos en torno a una hora y cuarto en aterrizar en la capital. Nos alojamos en el Hotel Qushbegi Plaza, de tres estrellas, aunque con buen aspecto: parecía de más categoría, incluso nos proporcionaron albornoces y zapatillas. Sin embargo, fue el que menos me gustó de todo el viaje, ya que estaba en una avenida plagada de obras desde donde resultaba complicado moverse en una ciudad tan extendida como Taskent. En fin, tampoco hay que exagerar, porque el metro funciona bien, de modo que si no salimos después de cenar fue más que nada porque consideramos que ya habíamos visto suficiente de la capital uzbeca.
Habitación del hotel. En la calle, eso es aprovechar bien la baca del coche...
Recorriendo Taskent.
Dicen que esta ciudad no merece mucho la pena desde el punto de vista turístico, sobre todo habiendo estado anteriormente en las tres joyas uzbecas. No estoy del todo de acuerdo. En Taskent hay sitios interesantes para ver, si bien hacer ciertas comparaciones no tiene ningún sentido. Que hubiese sido mejor visitarla antes que Samarcanda, Bujara y Jiva, pues seguramente sí, pero tampoco pasa nada si hay que dejarla para el final por razones logísticas de vuelos y traslados. Las madrazas y las mezquitas ya no nos sorprenderán como si las hubiésemos visto al principio, pero el metro y el mercado Chorsu le hacen ganar enteros.
Su primera mención escrita se remonta al siglo III a.C., con la denominación de Chach o Shash, que significaba “piedra” en chino. Posteriormente, en combinación con el vocablo iraní “kent”-ciudad- daría lugar a Tashkent, que, al parecer, quiere decir “ciudad de piedra”. Creció gracias al comercio de la Ruta de la Seda, aunque con menos fortuna que Bujara, Khiva o Samarcanda. Tras diversas alternativas, en 1930, sustituyó definitivamente a Samarcanda como capital de la República Socialista Soviética de Uzbekistán. En 1966, sufrió un terrible terremoto que destruyó buena parte de la ciudad y de su patrimonio histórico. Después, fue reconstruida y se crearon grandes avenidas y notables infraestructuras, como el metro. Desde 1991, fecha de la independencia del país, se han continuado las obras para modernizar la ciudad y se han construido muchos edificios nuevos tanto públicos como de carácter residencial.
El casco antiguo.
Después de desayunar, nos dirigimos hacia el casco antiguo, cruzando amplias avenidas, flanqueadas por bloques modernos, algunos de decadente arquitectura soviética y otros más recientes, de estilo occidental, sin que falten los rascacielos que están empezando a cambiar el perfil de la ciudad. El tráfico era muy intenso. Pasamos junto a uno de sus varios parques de atracciones y dejamos atrás el colosal edificio de lo que será el futuro Centro de las Civilizaciones Islámicas, cuyas obras están ya bastante avanzadas.
Complejo Khast-Imam (lo he visto escrito de otras formas, no sé si esta es la fetén).
Este complejo se remonta al siglo XVI y, afortunadamente, se salvó de la destrucción causada por el terremoto de 1966 y tras un minucioso proceso de restauración concluido en 2007 ha recuperado su antiguo esplendor. Ubicado en una plaza enorme, en cierto modo equivale a las “Registan” de Samarcanda y Bujara, menos espectacular, por supuesto, pero ni mucho menos desdeñable. Entre otros edificios, consta de dos mezquitas, una madraza y un mausoleo que componen el centro religioso más importante de la capital. Su nombre se debe a Abu Bakr Muhammad Kaffal Shashi, cuyo mausoleo visitamos en primer lugar.
Mausoleo de Kaffal Shashi.
Recordado como el “Venerable Imán”, pasó a la posteridad por sus estudios de los dichos y hechos del Profeta y como gran maestro de jurisprudencia. Nacido y muerto en Taskent, recorrió gran parte del mundo musulmán e introdujo en Asia Central las enseñanzas de la escuela jurídica Shafi’i. Murió en el año 976, fue enterrado cerca de las murallas de Taskent y su tumba se convirtió en centro de peregrinación. El mausoleo fue construido en el siglo XVI sobre la tumba y, aunque antaño había sitio para albergar a los peregrinos, hoy en día el espacio está en su mayor parte ocupado por sepulcros de personajes notables. Para entrar, tuvimos que descalzarnos y las mujeres cubrirnos la cabeza. Una anécdota fue que a una compañera se le deslizó el pañuelo, dejándola con el pelo al aire unos instantes. En ese momento, un imán vino hacia nosotras muy serio (o eso nos pareció). La señora musitó, “veréis la bronca que me cae”. Pues no. Simplemente nos preguntó de qué país veníamos. Cuando le dijimos que de España, esbozó una gran sonrisa y añadió algunas palabras que no comprendimos. Pero, vamos, que de regañina, nada de nada.
Madraza Barak-Khan.
También del siglo XVI, fue la más importante del complejo en su época. Contenía dos mausoleos y una biblioteca En el interior, nos encontramos con los consabidos vendedores.
Mezquita Tilla-Jeque.
Construida en 1857, nombre significa “el Jeque de Oro”, está enfrente de la madraza Barak-Khan y sigue funcionando en la actualidad. Según la leyenda, en sus paredes se conserva un cabello dorado del Profeta.
Madraza Muy-Muborak.
Data del siglo XVI y en el interior de una de sus vitrinas, tras varios traslados y vicisitudes, se guarda el original del Corán del Califa Osmán, escrito en el siglo VII sobre piel de ciervo, en el que se conservan las manchas de sangre del propio califa. Creo recordar que tuvimos que descalzarnos. Entre otros muchos objetos, vimos el famoso Corán. No está permitido hacer fotos en el interior de la mezquita. Al lado, se construyó una nueva biblioteca en 2007.
Otro de los edificios añadidos en 2007 es la Mezquita Khazret Imám, construida en el estilo del siglo XVI según los cánones arquitectónicos de aquel tiempo. Para pasar a verla, tuvimos que descalzarnos y cubrirnos el pelo. Entre las normas de acceso, no vi que estuviera prohibido hacer fotos, así que tomé algunas, igual que lo hacía todo el mundo.
Sin ánimo de ofender a nadie y, naturalmente, salvando las diferencias de materiales nobles y demás, esta mezquita moderna me recordó a uno de esos salones de bodas tan recargados; algo muy diferente a la sensación que me transmiten las mezquitas antiguas. Aunque el interior es muy llamativo, me gustó más el exterior, con unos bonitos jardines.
A continuación, fuimos hasta otro de los lugares imprescindibles en Taskent: su fantástico mercado. De camino, vislumbramos las cúpulas de Mezquita Khoja Akhrar Vali Juma y pasamos al lado de la Madraza Kukelsdash, una escuela coránica en activo, cuyo edificio contrastaba con un rascacielos en construcción. Ambos edificios formaban parte de un complejo, cuyo origen se remonta al siglo XVI, si bien ha sufrido un gran proceso de renovación, sobre todo la mezquita, cuyos última reforma data de los años 90 del pasado siglo.
Mercado Chorsu Bazaar.
Su nombre antiguo era “Eski Juva” -Torre Vieja-, aunque siempre fue más conocido como Chorsu, que significa cuatro caminos o cuatro arroyos. Es uno de los mercados más antiguos de Asia Central, pues ya era muy valorado en la Edad Media por los comerciantes que recorrían la Ruta de la Seda. Lógicamente, hoy en día está remodelado, teniendo en cuenta también que resultó muy afectado por el terremoto de 1966; pero ha sabido conservar su esencia oriental. Los alrededores son un auténtico hervidero de gente.
Se trata de un espacio muy grande, cuyo edificio principal está cubierto por una cúpula de color azul turquesa, inspirada en la arquitectura persa, aunque también recuerda la carpa de un circo. En su interior, las mercancías están dispuestas en dos plantas por secciones, algo habitual en los mercados orientales. En la planta superior, existe una especie de mirador desde el que se puede contemplar todo el conjunto, casi siempre repleto de gente local haciendo la compra.
Hay multitud de puestos y tenderetes, tanto interiores como exteriores, y es posible encontrar artículos que aquí nos parecerían inauditos. También se pueden comprar recuerdos, como paquetes de especias o de frutos secos, con el mismo formato que los que ofrecían en Samarcanda. Naturalmente, es preciso regatear.
Como de costumbre, disfruté de lo lindo fijándome en lo bien colocados que exhiben los productos. Dentro de los de su tipo, colocados por colores y tamaños: las especias, los frutos secos, las verduras, las frutas, los dulces… Una gozada ver todo aquello.
Sin embargo, lo que más me gustó fueron los hornos de pan, en los que se trabaja casi como en la Edad Media. Y, más aún, comprar una barra (hogaza o como se llame allí) y degustarla en el sitio, recién horneada. También los dulces y pasteles tenían un aspecto estupendo. Había moldes para tartas, con el bizcocho y los adornos preparados. No hay que perdérselo.
En el exterior, unas callejuelas se unen al edificio principal, en las que se amontonan los puestos de ropa, bolsos, maletas, objetos para el hogar, abalorios, joyas… Todo al estilo de los bazares de oriente y los africanos: Egipto, Marruecos o Túnez. Era complicado abrirse paso entre la multitud, en un espacio estrecho, que en determinados sitios se volvía agobiante. Para no perderse, lo mejor es seguir siempre hacia adelante. Sin duda, un lugar imprescindible en Taskent.
Fuimos a almorzar a un sitio de lo más curioso, pues se trata de un restaurante dedicado al cine, con decoración que recuerda a cantantes y artistas. No esperaba algo así en Taskent, pero hay oferta para todos los gustos. De modo que la comida, nada típica, más bien en plan hamburguesería, claro.
Plaza de la Independencia.
Ocupa un espacio enorme, de casi 12 hectáreas, donde la gente pasea y toma el fresco junto a sus fuentes. Tras subir unos escalones, se llega a una columnata de dieciséis columnas blancas unidas por un arco de metal plateado. El Monumento de la Independencia, que data de 1991, representa un obelisco de granito sobre que yace el globo terrestre con la representación ampliada de Uzbekistán grabada sobre él. A sus pies, está la escultura de la madre feliz, una madre -la patria y la sabiduría- con un niño en brazos -el futuro del pueblo uzbeco-. Hay que verlo desde unos cincuenta metros de distancia, pues está tras una verja cerrada y custodiada por soldados que impiden acercarse más. A la izquierda, se encuentran los edificios del Senado, de corte clásico, y del Gabinete de Ministros. Más al norte, hay una amplísima zona de parque con gran arboleda y muchas flores.
El Paseo de la Fama cuenta con galerías revestidas de granito y decoradas con celosías talladas, en las que hay 14 estelas doradas, que representan las regiones del país, con los nombres del millón de uzbecos muertos en la II Guerra Mundial. Muy cerca, se encuentran la llama eterna y la escultura de la Madre Doliente.
Teatro Navoi, el Teatro de la Ópera.
Fue construido entre 1942 y 1947. Tiene una capacidad para 1.400 espectadores y un escenario de 540 metros cuadrados. Fue uno de los edificios en cuya construcción se dice que trabajaron prisioneros de guerra japoneses entre 1945 y 1947.
Plaza Amir Termur.
Nuevamente nos encontrábamos con el principal personaje histórico que nos había acompañado durante casi todo el viaje. Su estatua gigante a caballo se encuentra en el centro de la plaza de su nombre, en el lugar que antes ocuparon las de Lenin o Stalin. No obstante, lo que más me llamó la la atención fue el conocido Hotel Uzbekistán, uno de los símbolos de la ciudad.
Metro de Taskent.
Es una de las atracciones turísticas de la capital uzbeca, al igual que los de Moscú o San Petersburgo. Taskent fue la primera ciudad de Asia Central en contar con ferrocarril subterráneo y fue como consecuencia de las grandes obras e infraestructuras que tuvieron que acometerse tras el destructivo terremoto de 1966. Y en su realización se copió el modelo decorativo del metro de Moscú, que convirtió algunas de sus estaciones casi en palacios. Merece la pena visitarlas y a ser posible en momentos de poca afluencia de gente, pues nosotras pillamos el principio de la hora punta de la tarde y ya había mucho movimiento, incluso en uno de los vagones fuimos bastante estrujadas. Pero, bueno, nada que no conozcamos.
Las estaciones más destacadas son: Alisher Navoi (diseñada por Chingiz Akhmarov, que había decorado numerosos museos), Kosmonavtlar (con murales cerámicos en los que se reproducen los más famosos cosmonautas soviéticos), Bodonzor (con farolas de aspecto extraterrestre), Yunus Rajabiy (con lámparas colgantes en los techos y columnas de estilo oriental), Pushkin (con candelabros de tubos amarillos que simulan velas y columnas de mármol blanco y negro), Hamid Olimjon (con enormes cúpulas de cerámica y lámparas que simulan paraguas invertidos), Chilonzor (sus lámparas de araña, la decoración geométrica y los paneles de santos musulmanes recuerdan a las mezquitas de Estambul) y Mustakillik Maydoni (quizás la más suntuosa por sus llamativas lámparas y pilastras).
Fuimos a más lugares, pero tampoco me voy a eternizar porque algunos ni siquiera recuerdo qué eran ni dónde estaban. Lo que he contado me parece lo más destacado de nuestra visita, que duró un día completo, tiempo que me parece más que suficiente para hacerse una idea de la capital uzbeca, salvo que se quiera profundizar en museos o entrar en los parques de atracciones.