28N/MARTES – AL PIE DE LOS GLACIARES ✏️ Diarios de Viajes de America Sur

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A poco el personal de cabina empezó a confirmar los pasajeros (nuestros vecinos, por ejemplo) que habían reservado el almuerzo con el pasaje, para tenerlo todo preparado en su momento. La travesía comienza navegando hacia el norte hasta Bahía Escuadra, Muralla de los Cóndores y luego se pasea por delante (a distancia) de 3 de los muchos glaciares de la zona: el Seco, el Heim y el Spegazzini, uno de los más espectaculares. Antes del mediodía el catamarán atracó en un pequeño muelle junto al Puesto de las Vacas (cabaña donde siglos atrás un vaquero vivía durante meses), donde realizamos un breve paseo con guías de aproximadamente una hora.


Reembarque y paseo por delante del glaciar Upsala, el mayor de la zona, con más de 50 km de fondo por 13 de ancho y paredes de hasta 50 m de alto (como un edificio de 14 pisos). Sin embargo, el que ofrece una pared más alta es el Spegazzini, pues llega a los 140 m de altura (35 pisos, como si estuviéramos ante la Torre de Madrid de la plaza de España).




El barco (de 37,50 m de eslora) cada vez que bordeaba un glaciar se acercaba hasta lo permitido por las normas (desde 2016 los barcos de turistas no pueden acercarse a menos de 20 km del brazo del glaciar Upsala, ya que ha habido repetidos desprendimientos en el Viedma, en el Perito Moreno… que levantaron grandes olas muy peligrosas para la navegación), de modo y manera que la motonave rota 360 grados para ofrecer primero el lado de estribor hacia el glaciar y luego, el de babor; así todos los pasajeros podrán ver los glaciares, los grandes témpanos o los puntos de interés del recorrido.

Aprovechando la navegación por el llamado Canal de los Témpanos (el barco zigzaguea entre enormes y azulados témpanos desprendidos de los glaciares) se sirve el almuerzo. Llegado el momento, el piloto acercará el catamarán a uno de estos témpanos para que la tripulación «pesque» con unas pértigas algunos trozos de hielo con los que algunos pasajeros se harán fotos y podrán tomarse una copa con auténticos cubitos de hielo glaciar.

Luego enfilaremos hacia el más conocido (que no el mayor) glaciar del parque, el Perito Moreno, donde pasearemos por delante de su frente de ruptura de 4,5 km de ancho y 60 m de alto (el glaciar tiene una longitud de 50 km y es tan grande como toda la ciudad de Buenos Aires). En 1899, el Instituto Hidrográfico Argentino lo bautizó con este nombre en reconocimiento a los trabajos en toda la región andina austral del ingeniero (perito) Francisco Pascasio Moreno.


Tras esta visita el María Turquesa atracó en el pequeño puerto que hay junto al Perito Moreno, donde terminaron el crucero aquellos viajeros que así lo había pedido y el resto, continuamos travesía hasta el punto de origen, donde llegamos poco después de las cinco de la tarde.

¿Merecen la pena los casi 100€ del ticket? Sinceramente, es la única forma de visitar cómoda, segura y rápidamente los principales glaciares del parque. Así que por nuestra parte, aunque no fuera barato (si el 70% de los pasajeros era argentino y si allí se ganan 400€ al mes, ¿cómo demonios podía tanto autóctono sufragar esta excursión a esos precios?) nos pareció factible (como ocurre en sonoras atracciones naturales en otros países, como Machu Picchu en Perú) y aconsejable, pero siempre que busquemos las tarifas más económicas entre las muchas ofertas que encontraremos (por internet hay intermediarios que duplican el precio) ya que el barco (como ocurrió en Ushuaia) es siempre el mismo para todas las intermediarias, y si evitamos pagar el sencillo almuerzo y los traslados al puerto de salida si disponemos de vehículo propio, normalmente ahorraremos unos buenos euros.

Nosotros no tuvimos demasiada suerte con el clima, pues no había sol, estaba muy nublado, hacía frío, viento y de vez en cuando, lloviznaba y caía agua nieve, pero al menos, no se suspendió la navegación por los fenómenos atmosféricos ni náuticos y pudimos disfrutar, entre brumas, de todo aquello.

A la vuelta, pasamos por delante del Glaciarium, un espacio donde hay una especie de museo de los glaciares y un “bar de hielo”, que abre de 12 a 20 todos los días.

El Calafate nos recibió con un tímido sol (allá abajo en 50 km hay varios microclimas diferentes) que nos permitió pasear y adquirir algunos recuerdos.

Y fue en este momento, mientras comprábamos unas empanadas y dulces para la cena (estábamos relativamente cansados) y un día antes de devolver nuestro fiel Fiat, cuando nos ocurrió el percance que refiero detalladamente en la primera parte de este relato, en el apartado «Coche del alquiler».[/align]

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