SYDNEY – Manly ✏️ Diarios de Viajes de Australia

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Viernes, 16 de Octubre de 2009: SYDNEY – Manly

Este fue un día dedicado al relax. Se trataba del ultimo día completo que pasábamos en Australia y, a pesar de que quedaban cantidad de cosas que ver o hacer en Sydney, lo habíamos programado como día de playa. Solo hacía falta que el tiempo acompañara, algo de lo que no estaba muy seguro ya las nubes habían estado haciendo acto de presencia últimamente. No de forma continua, pero a ratos se hacía evidente que nos encontrábamos al principio de la primavera y el tiempo se tornaba cambiante.
Despertamos a las 8 para comprobar, a través de la ventana, que resplandecía un cielo azul. Tranquilamente nos levantamos, desayunamos y nos preparamos para la excursión. Salimos a la calle ataviados con pantalón corto y camiseta. El día era soleado, pero el sol no llegaba hasta las calles flanqueadas por altos edificios. La temperatura era baja, la mañana más bien fría, no apetecía para nada ir a la playa. Pero no había que desanimarse, había que llegar hasta Manly y allí decidiríamos a que dedicaríamos las próximas horas.
No parecía que fuéramos con el atuendo más apropiado para la circunstancia, pero de camino hasta Circular Quay nos cruzamos tanto con personas que vestían gruesos abrigos como con otras que iban, como nosotros, en camiseta o en tirantes. Cuando por fin llegamos a zonas soleadas, pudimos comprobar aliviados que la temperatura se volvía agradable; quizás, después de todo, no había sido tan mala idea ir a la playa.
La playa más típica de Sydney es Bondi y le sigue Manly. Normalmente a la primera se va en autobús y a la segunda en ferry. Nos parecía más cómodo y bonito ir en barco a través de la bahía, así que nos decidimos por Manly, a pesar de que ya la conocíamos por haber estado en ella, aunque solo durante unos minutos, el miércoles.
Embarcamos sin problemas y tras un trayecto que se me antojó demasiado corto llegamos al embarcadero de Manly. La playa que se ve nada más llegar, es pequeña, familiar y dispone de una zona protegida por una reja metálica acompañada de lo que parece una alambrada para evitar que los tiburones se merienden a los bañistas. Es una playa tranquila y que da a la bahía. Siguiendo la calle que parte de forma perpendicular se llega, en cinco minutos, a otra playa, mucho más grande, sin protección de ningún tipo y que da a mar abierto.
Supuse que el punto en que desembocaba la calle que partía del puerto sería el más concurrido de la playa, así que caminamos por el paseo marítimo hasta casi el otro extremo de la playa, que se encontraba desierto en ese momento. El día seguía siendo soleado y extendimos las toallas para tumbarnos al sol. Se estaba muy bien sobre la dorada arena de la playa. De vez en cuando pasaba un grupo de aprendices de surfista que iban, con sus tablas y ataviados con sus trajes de neopreno, tras los monitores hasta la zona elegida para la clase. Allí se juntaban para recibir las ultimas instrucciones y, posteriormente, entrar en el agua a la captura de una ola que les permitiera demostrar lo que habían aprendido.
Cuando puse los pies en el agua comprobé que estaba fría, lo suficiente como para declinar la invitación al baño. Pasamos el tiempo jugando en la arena, tomando el sol y contemplando las evoluciones sobre las tablas de los valientes surfistas y el paso de los pocos paseantes que recorrían la playa. Tal como había previsto, la inmensa mayoría se quedó justo en el punto donde terminaba la calle principal.
El hambre nos aconsejó buscar un sitio donde comer. Nos vestimos, recogimos las cosas y regresamos a la calle que nos había llevado hasta la playa. Después de dar unas cuantas vueltas, nos quedamos en el restaurante griego recomendado por Daniele y donde el miércoles habíamos tomado café. La comida se basó en Barramundi y calamares acompañado por un vino blanco que nos supo a gloria.
Regresamos a la playa para seguir disfrutando del sol y tomar un poco de color, que diera envidia a nuestros familiares y amigos, a los que ya se les estaba yendo el moreno del verano. La playa está orientada al este, por lo que tan pronto como el sol empezó a bajar se fue llenando de la sombra que proyectaban los edificios del paseo marítimo. Cambiamos nuestra ubicación un par de veces y finalmente dimos por terminada nuestra jornada playera.
De camino al puerto nos entretuvimos, como no, en curiosear las tiendas que, entre bares y restaurantes, ocupaban los locales de la calle principal, incluyendo un gran supermercado que nos permitió fisgar las cosas que comen y beben los australianos.
Cuando llegamos al hotel empezaba a anochecer. Nos duchamos y nos vestimos algo más abrigados para realizar nuestro último paseo nocturno por las calles de Sydney.

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