Hace ya un tiempo hicimos la ruta senderista a los Galayos, de la cual tengo publicado el relato en este diario, con el siguiente enlace:
Carril de los Galayos, Gredos (Ávila). Nogal del Barranco a Refugio Victory. En el curso de esa ruta se puede llegar hasta el Pico de la Mira, la cima más alta de los propios Galayos, pero no lo hicimos, debido a que alarga bastante una caminata ya dura de por sí y, sobre todo, por la dificultad (y cierto riesgo) que entraña ese tramo. Y es que, para qué engañarnos, ya no estamos en la forma física de antaño; la que escribe, por lo menos.


No obstante, hay otra manera de llegar al Pico de la Mira, y es partir desde la Plataforma de Gredos, donde también empiezan otras rutas senderistas, siendo la más conocida y concurrida la que va a la Laguna Grande, cuyo itinerario tengo también publicado en este diario con el siguiente enlace:
Laguna Grande desde la Plataforma. Sierra de Gredos (Ávila).

Laguna Grande de Gredos durante esa caminata.


En esta ocasión, era mi marido el que estaba empeñado en hacer esta marcha y no ha parado hasta conseguirlo, si bien ha tenido que esperar un par de años por diversas circunstancias. Y es que en la montaña hay que elegir bien el momento para no meterse en problemas debido al mal tiempo y otros imprevistos. De hecho, a finales de marzo, estuvimos en la propia Plataforma y nos encontramos con el entorno nevado, incluso en zonas bajas. Además, el frío y el viento eran terribles, lo que llevaba a que la sensación térmica fuese de bajo cero cuando la temperatura real debía estar en torno a los diez grados. Muy desagradable. Ni que decir tiene que la ruta en esa ocasión era completamente inviable. Aunque en la Laguna Grande habíamos estado también con nieve, las condiciones meteorológicas no eran parecidas ni por asomo.



Dos meses después, mi marido me dio un ultimátum y fijó la fecha de la caminata para principios de junio, todavían sin demasiado calor, pero solo un par de días antes de salir hacia Londres para un viaje que íbamos a realizar por Inglaterra, lo que no me gusta por si pasa algo, tipo torcerte un tobillo. Y tampoco estaba muy convencida de hacer la ruta y el viaje en una jornada, ya que desde Madrid se tardan unas dos horas y media en cubrir la distancia de 160 kilómetros hasta el parking y hubiese preferido alargar la excursión, pasando la noche en algún pueblo cercano (como cuando fuimos a los Galayos), pero terminé accediendo.

Se puede llegar por varias carreteras (de hecho fuimos por una y volvimos por otra), pero siempre hay que tomar como referencia Hoyos del Espino, con su monumento a la cabra montesa, donde se produce el desvío hacia la izquierda, para tomar la carretera AV-931, que termina, precisamente, en la Plataforma.
Itinerarios sugeridos por Google Maps para llegar a la Plataforma desde Madrid.


En esta ocasión, junto al monumento vimos un letrero que ponía “piorno en flor”. Y, sí, ya lo creo que estaba en flor, bien que lo veríamos durante la caminata.


Antes de llegar a la Plataforma, nos fijamos en que estaban instalando unas casetas previsiblemente para controlar el aforo y, seguramente, cobrar una tasa a los vehículos que quieran aparcar, supongo que entrará en vigor este verano para los fines de semana, cuando la zona está más concurrida. En nuestro caso, aparte de que todavía no estaba terminado el chiringuito, al tratarse de un día laborable, allí solo vimos seis o siete coches. Y, en cuanto a senderistas, no nos cruzamos más que con otra pareja en toda nuestra ruta. El resto debió emprender la senda que baja a la Laguna Grande.

Esa mañana, la temperatura era buena y no existía previsión de lluvia, pese a que el cielo se veía un poco turbio, con una especie de bruma que no nos iba a permitir disfrutar completamente de la belleza de los paisajes en cuanto a vistas panorámicas lejanas se refiere. Al menos, al principio; según fue pasando el día, mejoró un poco.

La ruta tiene una longitud de 17 kilómetros y un desnivel aproximado de unos 800. Salvo pequeñas variaciones, se trata de un sendero lineal, que, por tanto, se utiliza tanto para ir como para volver. Al final, el perfil y los datos de mi copia local de wikiloc fueron los siguientes:


Longitud: 17,22 kilómetros (ida y vuelta)
Duración: 8 horas 48 minutos (incluyendo paradas)
Altitud mínima, 1.701 metros; altitud máxima, 2.329 metros, si bien el punto geodésico de la Mira, al que llegamos, marca 2.343 metros.
Grado de dificultad: con buen tiempo y sin nieve, como era el caso, no tiene excesivas dificultades técnicas ni peligrosidad, pero el desnivel, la longitud y la gran cantidad de piedras que hay me hacen catalogarlo de moderado.
Duración: 8 horas 48 minutos (incluyendo paradas)
Altitud mínima, 1.701 metros; altitud máxima, 2.329 metros, si bien el punto geodésico de la Mira, al que llegamos, marca 2.343 metros.
Grado de dificultad: con buen tiempo y sin nieve, como era el caso, no tiene excesivas dificultades técnicas ni peligrosidad, pero el desnivel, la longitud y la gran cantidad de piedras que hay me hacen catalogarlo de moderado.

Empezamos tomando el sendero empedrado que sale del aparcamiento (el único que hay). Tras una buena cuesta, llegamos a un cruce, donde está indicada la ruta a la Laguna Grande. Por el track, sabíamos que teníamos que ir hacia la izquierda, pero se nos pasó la bifurcación que conduce al sendero, el cual descubrimos a lo lejos y que recuperamos yendo campo a través. Luego, cruzamos el río pisando sobre unas piedras sin problemas. El campo estaba sumamente verde por las última lluvias caídas y no tardamos en vislumbrar las flores amarillas del piorno. Todo un espectáculo.



A partir de entonces, comprobamos que el sendero estaba perfectamente señalizado mediante hitos de piedra, que, aparte del track, nos iban a ser más delante de mucha utilidad. Empezamos a subir hasta llegar a un refugio de piedra; después, continuamos hacia arriba, por un camino claro pero incómodo por las piedras. No obstante, fuimos a buen ritmo hasta llegar a la Cima de los Campanarios, desde donde se divisan muy buenas vistas (lástima que el día no fuese todo lo claro que nos hubiese gustado), apareciendo a nuestra espalda los picos más altos del Circo de Gredos.



Tras un fuerte giro a la izquierda, seguimos por un cordal y una enorme pedrera que tuvimos que cruzar. Allí, nos topamos con varios ejemplares de cabra hispánica, algunos de los cuales nos miraban con curiosidad.


De camino al Risco de Las Pelucas, nos metimos de lleno en el piornal, a través de cuyos arbustos avanzaba, y se perdía a veces, el sendero. La multitud de flores amarillas convertían en fascinante el paisaje, pero no facilitaban el camino, ya que nos enganchábamos con el espeso ramaje. Por eso, siempre llevo pantalones largos en las caminatas, aunque sea pleno verano.



Continuamos y continuamos, hasta que empezamos a divisar las montañas de los Galayos, con su inconfundible perfil en forma de diente de sierra. Aunque parecía que podríamos obtener mejores vistas acercándonos al cortado, no era así, de modo que preferimos mantenernos en el sendero, sin arriesgar lo más mínimo, aunque tampoco había especial peligro en esta zona. Las cabras aparecían ya por todas partes, muy cerca de nosotros.




Las piedras, las flores amarillas y un panorama espectacular eran nuestros compañeros de camino, aunque la ruta ya se estaba empezando a hacer larga.



Pasado el Risco Pelucas, llegamos a una zona llamada las Molederas, donde, siguiendo el track que llevábamos, tomamos un sendero a la izquierda para hacer una especie de pequeña ruta circular hasta llegar a la Mira, aunque no sé muy bien si eso nos sirvió para algo o no, ya que tuvimos que superar una pendiente bastante pronunciada antes de alcanzar el pintoresco Torreón dentro del cual se encuentra el punto geodésico de La Mira, con su cartel que indica 2.343 metros de altitud.



Las vistas aquí son espectaculares, incluso en un día un tanto emborronado (por llamarle de alguna manera). Lo cierto es que me dio un poco de reparo subir aquellos escalones de piedra que parece que te dejan colgada del precipicio antes de saltar a la seguridad que proporciona el interior del torreón.


¡Qué sitio tan curioso! Desde allí, pudimos contemplar los Galayos y, al fondo, el serpenteante sendero por el que transitamos la vez anterior. Lástima que hubiera esa especie calima en el horizonte, aunque no nos podíamos quejar demasiado, porque tampoco nos impedía admirar el panorama como lo hubiese hecho la niebla, por ejemplo. Y aún quedaba algún que otro nevero en los alrededores, lo que nos dio la oportunidad de pisar un poquito de nieve.


Tomamos allí nuestros bocatas y dimos una vuelta por los alrededores, intentando asomarnos lo más posible para divisar mejor los Galayos y su abismo, pero sin arriesgar porque la visión del fondo no parece llegar nunca por más que bajes y la caída es “guapa” de verdad
.



Después, “solo” quedaba deshacer el camino recorrido. Y eso fue lo peor, porque la pendiente hacia abajo con tantas piedras se me hizo realmente eterna, mucho peor que para subir. Pero, bueno, esas son las cosas tiene el senderismo, que te lleva a disfrutar y también a sufrir. Luego, siempre quedan imágenes en la mente y, también, en la tarjeta de la máquina de fotos.


Una ruta interesante, con vistas muy bonitas, espectaculares incluso, aunque se me hizo dura por su longitud y el desnivel, que sobre todo bajando me afectó a las rodillas, y también por las constantes piedras que me hicieron que me acordase de todo el “santoral” tras llevarlas sufriendo durante horas.

