Nos despertamos muy temprano por el jet lag, pero reconozco que habiendo dormido bastante decentemente, desayunamos en una terraza y empezamos con el tema huevos que nos acompañaría todo el viaje. También recuerdo el calor desde la mañana y el olor, los olores de Bali son especiales, es lo que más recuerdo, siempre huele bien, como al incienso de las ofrendas que ponen por todos lados, y toda la comida sabe bien. Tampoco tengo fotos del desayuno, pero muy bueno (con el café no me congracié en ningún momento del viaje, el balinés no me gustó y el con leche no es lo suyo porque solo lo hacen para los extranjeros). Había quedado meses antes con un conductor llamado Made en que nos recogería a las 8:30 en el hotel y haríamos una ruta con él un par de días. No hablaba español, e inglés regular, pero algo nos entendimos. Primero, nos lleva por iniciativa propia a la extraña y moderna atracción turística Garuda Wisnu Kencana, con una entrada bastante cara a comparación con lo demás, pero bueno, peculiar e interesante.

Luego, nos llevó a Melasti Beach ya según la ruta que le pedí. Lo de las playas en Bali me decepcionó bastante, nosotras somos mucha de playas y aquello no es para ir a la playa, aunque ya había leído sobre eso. Ese día en concreto, el mar muy peligroso, la playa muy sucia, así que nos metimos en el primer beach club, el Tropicana Beach Club, allí mismo.


Sí, a las 11:30 tomando cócteles en un beach club, es lo que nos gusta, pero sin perder la perspectiva, lo de los beach clubs allí es ridículamente caro, así que lo de alquilar camas balinesas a precio de oro no lo hicimos, pero sí nos tomamos un par de cócteles y chupitos y usamos la piscina.
Después, Made nos llevó a comer a un restaurante de esos en los que hay un montón de turistas y los conductores comen por allí en otra parte, por lo que, como era de esperar, fue literalmente el más caro y el peor del viaje. A ver, a mí me gustaron los fideos, pero luego los hubo mejores.

Después, nos llevó a la playa de Nyang Nyang, bajando una cuesta muy loca, pero lo mismo, no son playas ni para tomar el sol ni para bañarse a nuestro estilo. Aquí la compañera subió el moto por un módico precio, yo subí andando, soy de mucho ejercicio. Por último, visitamos el templo de Uluwatu, vimos el atardecer y a monos robando y asistimos a un espectáculo de danza kecak, peculiar, pero me gustó, diferente a todo lo conocido.


Made nos dejó en el hotel, el Tregge Surf Camp, que ya os adelanto que fue el más cutre de todos los que tuvimos, sin ser horrible ni nada claro. Con la ducha al lado del váter, que se moja todo, un poco raro. Y no tenía desayuno. Fuimos caminando a cenar a un chino, con una cerveza Bintang, hasta la comida china sabe mucho mejor en Bali.