Amanece un nuevo día y hoy toca ya embarcar en el crucero. No hemos dormido mucho porque ha costado conciliar el sueño, ya sea por la emoción del inicio vacacional o por el griterío que había por la calle de madrugada y que llegaba perfectamente a nuestros oídos.
A la hora de acostarnos mi acompañante ha reparado en que se le ha olvidado incluir en el botiquín un medicamento que le es necesario por lo que es primordial buscar una farmacia abierta a estas horas antes de marchar para el puerto para ver si lo puede adquirir. Tirando de internet encontramos una 24 horas a diez minutos andando del Hostal y para allá que vamos. Ya en el interior, la farmacéutica hace gala de dotes políglotas y atiende sucesivamente a clientes en inglés, francés y español para alemanes. Nos dispensan el medicamento para el estómago (menos mal, porque si hubieran sido pastillas contra el cansancio seguro que estaban agotadas) y aprovechamos para desayunar por las inmediaciones. Nada destacable que reseñar.
Volvemos al Hostal, nos preparamos y bajamos a la calle hacia las 10:00. La mañana es excelente, climatologicamente hablando, y ya a esta hora se puede ir en manga y pantalón corto. Tenemos hora de embarque a las 11:00 pero la idea es llegar media hora antes de manera que podamos subir al barco lo antes posible. Cogemos un taxi, hablamos con el taxista del tema estrella de las últimas semanas: el apagón eléctrico a escala nacional, arreglamos el país durante la carrera y llegamos a la terminal A del muelle adosado hacia las 10:30 como más o menos teníamos previsto.
Parece que no hemos sido los únicos que hemos tenido la misma idea porque la terminal es un maremagnum de personas y maletas. Dejamos las nuestras al recaudo de los porteadores, que las subirán al camarote a lo largo de la mañana, se pasan por el forro las etiquetas que traemos (le voy a pasar a Royal la factura de la tinta del toner de la impresora a este paso) ya que ponen ellos unas propias y nos sumamos a la nutrida cola que ya se ha formado para entrar en la terminal. Pasan los minutos y la cosa no avanza aunque por fin, veinte minutos después, pasamos el control del equipaje de mano, nos chequean el checkin y nos permiten acceder al área de embarque, entregándonos un número de turno a seguir para ir subiendo al crucero.
[align=center]TARJETA CON EL ORDEN DE EMBARQUE AL CRUCERO
A la hora de acostarnos mi acompañante ha reparado en que se le ha olvidado incluir en el botiquín un medicamento que le es necesario por lo que es primordial buscar una farmacia abierta a estas horas antes de marchar para el puerto para ver si lo puede adquirir. Tirando de internet encontramos una 24 horas a diez minutos andando del Hostal y para allá que vamos. Ya en el interior, la farmacéutica hace gala de dotes políglotas y atiende sucesivamente a clientes en inglés, francés y español para alemanes. Nos dispensan el medicamento para el estómago (menos mal, porque si hubieran sido pastillas contra el cansancio seguro que estaban agotadas) y aprovechamos para desayunar por las inmediaciones. Nada destacable que reseñar.
Volvemos al Hostal, nos preparamos y bajamos a la calle hacia las 10:00. La mañana es excelente, climatologicamente hablando, y ya a esta hora se puede ir en manga y pantalón corto. Tenemos hora de embarque a las 11:00 pero la idea es llegar media hora antes de manera que podamos subir al barco lo antes posible. Cogemos un taxi, hablamos con el taxista del tema estrella de las últimas semanas: el apagón eléctrico a escala nacional, arreglamos el país durante la carrera y llegamos a la terminal A del muelle adosado hacia las 10:30 como más o menos teníamos previsto.
Parece que no hemos sido los únicos que hemos tenido la misma idea porque la terminal es un maremagnum de personas y maletas. Dejamos las nuestras al recaudo de los porteadores, que las subirán al camarote a lo largo de la mañana, se pasan por el forro las etiquetas que traemos (le voy a pasar a Royal la factura de la tinta del toner de la impresora a este paso) ya que ponen ellos unas propias y nos sumamos a la nutrida cola que ya se ha formado para entrar en la terminal. Pasan los minutos y la cosa no avanza aunque por fin, veinte minutos después, pasamos el control del equipaje de mano, nos chequean el checkin y nos permiten acceder al área de embarque, entregándonos un número de turno a seguir para ir subiendo al crucero.

Hemos llegado media hora antes de la supuesta hora de embarque y aún así nos ha tocado el turno nº 9 por lo que nos sentamos a esperar y sospechamos que la cosa va para largo. Sin embargo, a continuación empiezan a llamar en cascada y a las 11:00 nos avisan de que nos toca y nos encaminamos a la pasarela que dará acceso, por fin, al Allure of the seas.
La entrada vía pasarela va a dar justo a la cubierta n.º 5, la de la Royal Promenade, y el barco nos da la bienvenida. Esto es como reencontrarse con un viejo amigo o un antiguo amor siempre añorado y las sensaciones están a flor de piel. ¡Tantos meses esperando y por fin estamos aquí….!
El bullicio de la Royal Promenade nos engulle y lo primero que a uno le pasa por la cabeza es dejarse llevar, absorberlo todo y disfrutar cada segundo de esta primera sensación pero, en estos barcos de la clase Oasis, el tiempo es oro y hay cosas que cuanto antes se hagan, mejor.

En primer término, toca completar la reserva de espectáculos y actividades. La aplicación móvil de Royal Caribbean ha estado fallando en las últimas semanas y no ha sido posible terminar las reservas o visualizar los eventos de la semana por lo que subimos a la planta 8, al Park Café ubicado en el Central Park para tomarnos un refresco fresquito en la terraza con unas viandas, conectarnos a la wifi de invitados sin coste del barco y completar el proceso en el móvil.
Por de pronto, observamos que los monólogos nocturnos en español han desaparecido y que tampoco está la actividad de Laser Tag. ¡Empezamos bien….! Tras logarnos y deslogarnos en la aplicación en reiteradas ocasiones la vida sigue igual por lo que desistimos y decidimos otorgar algo de margen por si se tiene que actualizar la programación de la semana.

A continuación nos acercamos al Studio B, donde se encuentra nuestro puesto de control de seguridad y al que hay que presentarse al embarcar para dar fe de que has cumplimentado toda la operativa de seguridad ofertada en la aplicación. En anteriores cruceros, el tripulante de turno te daba una pequeña charla sobre el tema pero en esta ocasión se limitaron a escanearnos el código de la aplicación como que habíamos formalizado el trámite y a otra cosa, mariposa.
Seguidamente, como el día invitaba a la vida en cubierta, nos fuimos a la cubierta 15, la cubierta al aire libre con las piscinas y actividades exteriores y cogimos tumbonas en la piscina playera, habiendo pasado previamente por un baño para ponernos el bañador que, estratégicamente, habíamos metido en la mochila de mano para cambiarnos.

El embarcar pronto el primer día tiene la ventaja de que el barco está relativamente vacío por lo que uno puede disfrutar de ciertos entornos con una tranquilidad que muy probablemente ya no exista el resto de los días. Por tal motivo, en las siguientes horas, iniciamos una vorágine de ir probando todo y de seguido en previsión de que en días venideros la experiencia sea más dificultosa o la climatología adversa lo pueda impedir. Así, pasamos de tirarnos a la bartola en la hamaca a sestear en un jacuzzi, a nadar en la piscina, a lanzarnos por los toboganes de agua, a probar el carrusel, la tirolina o el minigolf. Como todo ello se repetirá en el tiempo a lo largo de la semana hablaré de cada aspecto con tranquilidad en etapas futuras.
Llegan las 13:00 y decidimos ir al camarote para ver si ya han llevado las maletas y se puede acceder al mismo. Efectivamente, una de las maletas está en la puerta y la otra tres puertas más allá. Cogemos las tarjetas entramos a la cabina.

El camarote es amplio y tiene espacio de almacenaje suficiente para una semana aunque se echa a faltar algún espacio más amplio para enseres de cierto tamaño. Para esta singladura nos servirá. En una de las mesillas de noche hay una tarjeta con un código QR para solicitar cosas al camarista y pedimos que separen las camas.
En éstas que miro la tarjeta identificativa y observo que no tenemos mesa asignada para la cena en el comedor principal y que nos cambiado a “my time dining” así porque sí, habiendo solicitado cuando hicimos la reserva el segundo turno y habiéndolo concedido ya que aparecía en la documentación facilitada por la naviera. Primer cabreo… Ahora tocará bajar a atención al cliente a que lo solucionen y habrá colas seguro.
Puesto que ya hay cierta gazuza y ganas de ver el bufé Windjammer dejamos la apertura de maletas para más tarde y subimos al mismo. Segundo cabreo. El acceso es angosto y semiclandestino y no tiene nada que ver con la amplitud que ya exhibía el Wonder of the seas, por lo que estoy totalmente de acuerdo con lo comentado por la asidua participante de este foro, Angegaca, tras su regreso. ¡Ya le podían haber dado una vuelta cuando el barco ha estado en el dique seco….!
Tercer cabreo. Tras coger mesa mi intención es ir a las máquinas de Nestlé Vitality, como en otros barcos, y proveernos de la tan bien ponderada limonada de Royal Caribbean. Me acerco a la estación de bebidas y compruebo que algo ha cambiado: las máquinas no están a la vista y son los camareros los que llenan vasos y vasos con las bebidas de dichas máquinas. El problema está en que echan algo de líquido y el resto lo rellenan con medio Perito Moreno lo que ocasiona que lo que te tomas está totalmente aguado y pierde sustancialmente el sabor (a lo largo de la semana cogíamos un tercer vaso y lo usábamos para retirar todos los cubitos de hielo y evitar que se aguachinase más).
Un cabreo más. Recorro la totalidad de las islas del bufé y encuentro escasez en la variedad ofrecida y ya no lo comparo con otros clase Oasis sino con nuestra experiencia en el Voyager of the seas del año pasado que es de una clase inferior. Por de pronto, no hay estación de comida en vivo, no hay isla de alimentos sin gluten o la estación de ensaladas tiene una miseria que ofrecer en comparación a la que había en el Voyager. Como no doy crédito y me pienso que debe haber más estaciones de comida sigo avanzando por el comedor pero no, no hay nada más y lo que aparece es lo mismo pero al otro lado. Es lo que hay…. Retrocedo sobre mis pasos y llego a la estación de postres donde la variedad, insisto, en comparación, es cuasi insultante respecto al año pasado. Empezamos bien la semana con pruebas palpables de los recortes de la naviera…
Regreso a la mesa blasfemando en voz baja y acordándome de Michael Bayley (Presidente de Royal Caribbean) y de toda su parentela. Me desfogo y mi acompañante me replica que me va a dar una buena noticia y es que hay una isla con marisco a cascoporro. Giro sobre mis pasos y, efectivamente, suenan las trompetas celestiales, porque por allí hay bandejas de mejillones, gambas, langostinos, almejas y …. ¡vieiras! ¡No había visto tanta vieira junta nunca en la vida! ¡Pues, me voy a desquitar y voy a generar ácido úrico para unos meses! Efectivamente la comida de ese domingo fue a base de esa única isla de manera exclusiva.

Aún con la suma de enojos, mosqueos y rebotes pero con el corazón contento, que diría Marisol, fruto de la voraz ingesta de moluscos y crustáceos, marchamos del bufé porque toca ver cómo solucionamos el tema del turno de cena.
Lo que aconteció será narrado en la siguiente y apasionante etapa.
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