San Cándido.
El Lago di Braies era nuestro destino irrenunciable para esa tarde, pues en adelante nos quedaría totalmente a trasmano. De paso, en un cruce, vimos el indicador de San Cándido, a cuatro kilómetros. No teníamos referencias turísticas de este pueblo, solo sabíamos que es la localidad natal del tenista Jannik Sinner, actual número uno de la ATP (lo que esperamos que cambie pronto nuestro Carlitos Alcaraz
). Y sentimos curiosidad. Luego, no nos arrepentimos de habernos acercado.Pese al cielo gris, paisaje era muy bonito.


San Cándido (Inninchen en alemán) se encuentra a 1.174 metros de altitud, muy cerca de la frontera austriaca, en la región de Trentino-Alto Adigio, provincia de Bolzano, a los pies del macizo de Baranci, en la Alta Val Pusteria. Su población asciende a poco más de tres mil habitantes. Según nos acercábamos, nos llamaron la atención sus preciosos paisajes, con prados de un color verde intenso y un atractivo surtido de picos montañosos poniéndole fondo.


Superamos la estación de trenes, con sus vagones coloreados, y llegamos al pueblo, más grande de lo que nos imaginábamos. De nuevo, la odisea de dónde aparcar. El parchieggo público, de pago, por supuesto, estaba lleno. Me bajé del coche y fui a tomar unas fotos. Frente a mí, encontré el río y una iglesia amarilla muy chula. A mi izquierda, divisé una calle peatonal muy concurrida con una elegante iglesia de fondo. Me gustaba lo que veía.



Volví a contárselo a mi marido. Habían salido un par de vehículos del aparcamiento, así que decidimos estacionar nuestro coche y dar una vuelta. Vimos mucha animación en la calle principal y sus alrededores, pero la afluencia de gente bajaba mucho nada más alejarnos unos pasos del mismo centro.


Abadía románica de Innichen: Colegiata de los Santos Cándido y Corbiano.
El origen de la iglesia más importante de San Cándido es un monasterio benedictino de mediados del siglo VIII, del que no quedan vestigios, reconvertido a colegiata románica en 1146. Adquirió su forma actual en 1280, si bien el campanario data del siglo XIV. Se trata del mejor ejemplo de arquitectura románica de los Alpes orientales.


Cuenta con pinturas murales que recuerdan el estilo de los castillos de los cruzados, los frescos de la cúpula de crucero representan escenas de la Creación, el grupo de la Crucifixión es de 1240 y el pórtico de 1415. Toda una sorpresa que pude contemplar con toda tranquilidad, ya que el templo estaba abierto y no había nadie dentro. Curioso, dado el gentío que se movía por las calles.




No hay que olvidarse de dar un paseo por la parte exterior, rodeando todo el templo. Hay un pequeño cementerio y se toman fotografías muy bonitas.



Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel.
Justamente delante del edificio de la Abadía románica, se encuentra este templo, erigido en torno al año 1200 en estilo románico, pero cuyo aspecto actual responde a la reconstrucción llevada a cabo a finales del siglo XVIII en estilo barroco, con estatuas doradas en la fachada y un torre coronada con la tradicional cúpula roja en forma de cebolla.



Aunque el acceso estaba cerrado por una reja, desde fuera se podía contemplar perfectamente su interior, decorado con hermosas pinturas en perfecto estado de conservación(quizás han sido restauradas recientemente).



También pudimos ver el Ayuntamiento, la Iglesia de San Francisco y la Capilla del Santo Sepulcro, así como comprar viandas para la cena en un supermercado. Mientras estábamos dando un paseo, cayó un chaparrón, aunque solo duró unos minutos que pasamos en un gran centro comercial.



En definitiva, muy recomendable la visita a San Cándido. Quizás queda un poco a trasmano de otros destinos en los Dolomitas, pero si se tiene interés se puede aprovechar de camino hacia o desde el Lago di Braies, del que dista 20 kilómetros. Además, los paisajes a su alrededor son preciosos.



Lago di Braies (Pragser Wildsee).
Pasadas las siete de la tarde, estaba muy nublado, pero no llovía. De camino, fuimos contemplando más paisajes casi idílicos.



Debido a las masificaciones veraniegas, desde el 10 de julio al 10 de septiembre, entre las 9:30 y las 16:00 horas, es preciso tener reserva previa para acceder a la carretera que lleva al lago. No era nuestro caso, ni por fecha ni por horario. Así que llegamos sin restricciones. En cualquier caso, mejor consultar su página web oficial.Hay varios aparcamientos, con precios diferentes según la distancia al lago y el tramo horario. Como ya era tarde y el cielo amenazaba tormenta, decidimos no arriesgar y fuimos hasta el último, que se halla a unos pocos metros del agua. En nuestra franja horaria, nos costó 10 euros. Todavía quedaba bastante gente, lo que nos hizo imaginar la muchedumbre que debió reunirse allí por la mañana.

El lago es precioso y atrae la mirada desde el primer momento, pese a que no se apreciaba el famoso reflejo de las montañas en el agua, que reúne a multitud de fotógrafos a primera hora de la mañana. No me importó. Al final, preferí contemplarlo así, más tranquilamente.

Todavía estaba el embarcadero abierto y algunas barcas surcaban en el agua. Su alquiler es caro, pero a la gente le gusta remar en lagos y estanques, algo que a mí nunca me ha llamado la atención.

El Lago di Braies es un lago natural que pertenece al municipio de Prags, situado en el valle del mismo nombre. A una altitud de 1.499 metros, tiene una superficie de 31 hectáreas y su profundidad máxima es de 36 metros, con un promedio de 17 metros. Se asienta a los pies del imponente monte Seekofel (Croda del Becco, en italiano), de 2.810 metros, localizado en el Parque Natural de Fanes-Sennes-Prags y rodeado de otros picos por tres partes.

Ruta circular por el lago.
Una vez allí, los pies casi te empujan a patear el sendero que rodea el lago. Así que volví al coche para coger chubasquero y paraguas. Mi marido comenzó el recorrido. Nos encontraríamos más adelante, pero… olvidamos acordar en qué dirección haríamos la ruta. Así que cada uno fue por un lado: él, por la iglesia, en sentido contrario a las agujas del reloj, y yo, al revés. Al cabo de un buen rato, nos imaginamos lo que había sucedido y nos llamamos por teléfono: desde luego, ninguno estuvo dispuesto a retroceder.



Según avanzaba por el sendero, el número de personas disminuía y las panorámicas del lago variaban. Pese a la falta de luz y sol, el color verde esmeralda de las aguas se intensificaba, proporcionando silencio y mucho encanto al paseo.


El recorrido alrededor del lago, de unos 4 kilómetros de longitud, resulta cómodo y sencillo, salvo un tramo que atraviesa un trozo de acantilado, que cuenta con escalones y barandillas de madera, lo que añade una pizca de aventura. Aunque no presenta mayor problema, conviene llevar calzado adecuado.


A medio camino, más o menos, me encontré con mi marido. Me dijo que me quedaba más trecho que a él. No estuve de acuerdo. Ninguna novedad. Apostamos a ver quién llegaba primero sin correr, lo que no era ninguna tontería porque el cielo cada vez estaba más oscuro.


Hice muchas fotos. Aunque hay playitas, está prohibido bañarse en el lago. Las imágenes hubiesen sido más brillantes con sol y el cielo azul, pero así el lago ganaba cierto toque misterioso, y al no haber niebla el panorama se distinguía bien.


Oí truenos, mientras a lo lejos aparecían relámpagos. Iba a llover, y bastante. Me llamó la atención que la gente que quedaba en las barcas se mantuviera impasible en el centro del lago. Por mi parte, de estar allí, hubiera salido escopetada hacia el embarcadero.



La iglesia (ya estaba cerrada) señalaba el final de mi recorrido, que completé junto al hotel del lago, muy caro y casi siempre lleno. Como imaginaba, fui la primera en llegar al coche, aunque por poco. Tardé más o menos una hora y media, en dar la vuelta completa. La ruta me pareció muy bonita. Al menos, conviene hacer un tramo y no conformarse con la estampa del lago desde el entorno del embarcadero.


En cualquier caso, la estampa del lago es preciosa y aunque no pudimos ir al amanecer (no nos gusta madrugar y tampoco hubiera sido posible ir a primera hora por el itinerario que teníamos), la panorámica al atardecer, con muy poca gente y a punto de empezar a llover también fue para recordar.

Pagamos en la máquina del parquímetro y en cuanto nos metimos en el coche empezó a caer un auténtico diluvio que no paró en los 40 kilómetros que nos separaban de nuestro hotel en Cortina d'Ampezzo. Con tantas curvas en la carretera, fue inevitable cierta tensión pese a las guardar las debidas precauciones y utilizar el sentido común. Afortunadamente, apenas había tráfico y no tuvimos ni presenciamos ningún incidente.
Esa noche dormimos con la ventana cerrada. Refrescó bastante y estuvo lloviendo hasta la madrugada. El itinerario del día siguiente quedaba pendiente del tiempo, pues también se anticipaban tormentas. Sí que acordamos renunciar a la ruta al Lago Sorappis, que tampoco era un top para nosotros