Llegamos a Santillana con la amenaza de la lluvia, que nos había acompañado toda la jornada desde que salimos por la mañana de Llanes en dirección a San Vicente de la Barquera y que se hizo plena realidad durante la visita a la Cueva del Soplao y Comillas, que he relatado en la etapa anterior de este diario. En la montaña la bruma se había agarrado a los árboles y apenas lográbamos ver a diez metros. Lógicamente, fue una sensación molesta y desagradable en una carretera tan virada, pero que fue remitiendo al ir acercándonos a la costa.
Como todavía estábamos dentro del horario de apertura (amplísimo en verano), antes de llegar a Santillana nos acercamos a la réplica de la Cueva de Altamira, la Neocueva, pero el cupo estaba completo y ya no había entradas: al ser sábado por la tarde (acceso gratuito) no se permite la reserva previa, de modo que te ahorras el precio de la entrada, pero al mismo tiempo conseguirla es bastante más complicado. Nos marchamos, pensando en volver al día siguiente, aunque estaríamos en una situación parecida porque los domingos también es gratis y, seguramente, habría mucha cola para entrar.
Santillana del Mar se encuentra a 30 kilómetros de Santander, desde donde se accede rápida y fácilmente en poco más de media hora por la A-67, luego la N-611 (a la altura de Polanco), para tomar finalmente la CA-131 en las afueras de Barreda. Nosotros, sin embargo, llegamos por otro camino ya que no procedíamos de la capital cántabra.
Había bastante lío de tráfico a la entrada de Santillana (sábado por la noche y verano), así que decidimos colocar el coche en el primer aparcamiento disponible, situado en la Plaza del Rey, junto a la carretera CA-133, que enlaza con la N-624 (hacia Santander) y la A-8 (Santander-Oviedo). No era el más cercano al centro (hay otro en la Rolaceña, según se entra a la derecha), pero preferimos son enredarnos más. Santillana es pequeño, tampoco había que caminar kilómetros, precisamente, y solo llevábamos una bolsa de viaje pequeña. Aproveché para pedir un plano en un quiosco de información turística municipal que vi en el mismo aparcamiento y enfilamos la calle Jesús de Tagle y luego la calle de la Carrera, en busca del hotel donde habíamos reservado alojamiento para una noche. Se trataba del Hotel Altamira, situado en la calle del Cantón, una de las dos más importantes de la villa y que ocupa, precisamente, uno de sus edificios históricos destacados, la Casa de los Valdivieso.
Echamos un vistazo al plano que me habían dado para orientarnos un poco, aunque enseguida descubrimos que no había pérdida posible: llegando a la calle de Santo Domingo, en Santillana hay tres calles paralelas principales: la de Juan Infante, que conduce a la Plaza Mayor, a la izquierda según se entra en Santillana; en el centro, la de la Carrera que luego se convierte en la del Cantón y más tarde en la del Río y desemboca en Plaza del Abad Francisco Navarro, presidida por la Colegiata de Santa Juliana, y la calle de Jesús Otero, más a la derecha, pero ya no tan importante desde el punto de vista turístico. Pequeñas callejuelas cruzan estas tres, formando el pequeño pero casi intacto centro histórico de la villa, que parece retrotraernos a otros tiempos pese al gentío y a los coches, que aunque no pueden entrar en el casco antiguo, alguno que otro aparece (los de los residentes y los de servicios, por ejemplo). En cualquier caso, el conjunto histórico medieval resulta impresionante y llama la atención desde el primer momento.
Esta es la fotografía que hice al plano turístico que nos entregaron, pero me gustó más el que proporciona la página web del Gobierno de Cantabria para descargar en PDF, que resulta muy aconsejable consultar para preparar un poquito la visita sobre todo si se va con poco tiempo.
Como iba diciendo antes, lo primero que hicimos fue acercarnos al hotel Altamira, que se encuentra en la Calle del Cantón. Se trata de un establecimiento de 3 estrellas, que nos costó 80 euros la habitación doble con desayuno. No estaba mal tratándose del mismo centro de Santillana del Mar en un sábado de primeros de agosto. Además, está ubicado en Casa de los Valdivieso, construida a principios del siglo XVIII, con fachada principal de sillería, dos plantas, blasón de esquina, farolillos y unos bonitos balcones. Merece la pena alojarse en una casona así, muy bien conservada y repleta de cuadros, tapices e historia. La habitación sencilla y sobria, pero amplia y confortable. La estancia fue muy agradable, el personal amable y servicial y el desayuno muy correcto aunque no lo pudimos tomar en la terraza del bonito jardín por culpa de la lluvia. Nos gustó. Dejo unas fotos tanto de la fachada como del interior.
Nos acomodamos y rápidamente fuimos a cenar. Ya se había hecho de noche y estaba lloviznando. Los restaurantes estaban a tope y nos aposentamos en uno de los pocos sitios libres que encontramos, un patio cubierto en la misma calle de la Carrera. Cenamos de tapas y estuvimos bien, pero nos quedamos un tanto decepcionados porque no quisieron (o no supieron) prepararnos unas tostas con las típicas sardinas (luego las veríamos anunciadas en otro local, más abajo, ¡qué frustración!).
Santillana de noche.
Aprovechando que había dejado de llover, fuimos a dar una vuelta por Santillana. Ya cerca de la media noche, el pueblo estaba mucho menos concurrido y se podía pasear con mayor tranquilidad.
La iluminación de la Plaza Mayor me chocó un poco, con unos tonos azules, verdes y morados un tanto extraños. Supongo que se trataba de uno de esos espectáculos de luz y sonido (no había sonido) que tanto se llevan últimamente, proyectando luces de colores e imágenes sobre las fachadas, pero particularmente prefiero una iluminación amarillenta más discreta en las villas medievales que sea capaz de transportarme al pasado. En fin, que no me imagino una imagen así en el siglo XVI o XVII:
Un poquito de historia.
A la mañana siguiente nos levantamos bastante pronto para visitar la villa antes de que viniera demasiada gente. Desayunamos muy bien en el hotel (lo teníamos incluido) y salimos a recorrer el pueblo, que es pequeño pero muy bonito. Antes de empezar, contaré alguno de los datos que conocí consultando el pasado de la villa.
Hay un dicho que señala que Santillana del Mar es el pueblo de las tres mentiras, porque ni es santo, ni es llano, ni tiene mar. Sin embargo, lo que no es ninguna mentira es que se trata de uno de los pueblos medievales más bellos de toda España (forma parte de la Asociación de Pueblos más bonitos de España desde 2013). Toda la villa fue declarada Monumento Histórico-Artístico ya en 1889 y Conjunto Histórico-Artístico en 1943, en consideración a sus casas solariegas, las fachadas con blasones, sus torres defensivas (nunca tuvo murallas) y su calles empedradas que conforman un escenario plenamente medieval como quedan pocos actualmente.
Su historia es muy antigua pues sus alrededores ya estuvieron habitados en la Prehistoria, prueba de lo cual es la extraordinaria Cueva de Altamira y sus pinturas, que son Patrimonio de la Humanidad y consideradas como la Capilla Sixtina del arte cuaternario y paleolítico. Aunque no se tienen noticias de la existencia de un núcleo urbano como tal, han aparecido cerámicas de la época romana que demuestran que hubo población en sus inmediaciones y se conoce la existencia de un monasterio entre los siglos VIII y IX, cuando el lugar todavía se llamaba Planes,. Sin embargo, su origen documentado hay que buscarlo hacia el año 870, en que según la leyenda unos monjes peregrinos trasladaron hasta aquí las reliquias de Santa Juliana, martirizada en Turquía en el siglo III durante las persecuciones de Diocleciano, y fundaron un cenobio para custodiarlas, al que dieron su nombre, del cual procede la denominación actual de la villa: Sancti Luliana, que derivó en Santillana. Del primitivo monasterio no queda nada ya que la construcción más antigua que se conserva es del siglo XII.
Fuese la leyenda auténtica o no, lo cierto es que la población se desarrolló en torno al Monasterio, que fue creciendo en importancia entre los siglos IX y XII por la protección de los condes y los reyes de Castilla y las limosnas y donaciones. En el siglo XI recibió fuero del rey Fernando I, que convirtió la Abadía en Colegiata, y posteriormente un nuevo fuero otorgado por Alfonso VIII confirió a la población la categoría de villa; después se transformó en Merindad, es decir, un territorio bajo el dominio político de un merino (delegado del Rey), pasando a ser la capital de las Asturias de Santillana durante el siglo XIV.
En 1445, el rey Juan II cedió el señorío de la villa al primer Marqués de Santillana, pero los enfrentamientos entre las cuatro familias de la nobleza más influyentes del lugar acarrearon una serie de conflictos que condujeron a la decadencia de Santillana a finales del siglo XV y principios del XVI. Resurgió a finales del siglo XVI y principios del XVII, y de esta época data casi todo el caserío que puede contemplarse actualmente y que responde a un patrón casi único de construcción en piedra de estilo barroco, con dos plantas, balcones de forja o madera y numerosos blasones.
Los siglos XVIII y XIX constituyeron otra época de decadencia, en la que muchos de sus habitantes tuvieron que emigrar para buscarse la vida, ya que las tierras pertenecían a los señores e hidalgos que no las trabajaban por su categoría de nobleza, pero que las arrendaban por cantidades que los campesinos no podían pagar. El descubrimiento de la Cueva de Altamira en 1879 y su enorme importancia atrajo a numerosos estudiosos e intelectuales, que convirtieron a Santillana en un destino de moda para el turismo aristocrático de principios del siglo XX, favorecido también por unas epidemias que se registraron en el País Vasco. Actualmente, muchos de sus 4.000 habitantes siguen basando su economía en servicios derivados del y para el turismo.
Visita turística de Santillana del Mar.
Aunque lo mejor de Santillana es patearla tranquilamente, disfrutando de sus calles empedradas, sus casas blasonadas, sus torres y sus conventos, no viene mal tener a mano algún folleto turístico que nos explique algún dato de las fachadas que contemplamos. Por cierto que la lluvia volvió a hacer acto de presencia y de nuevo nos hizo bastante incómoda la ruta que seguimos (más o menos) y que paso a resumir a continuación.
Nada más entrar a Santillana, encontramos el Convento Regina Coeli, fundado en 1592 para la orden de los dominicos; de estilo gótico con influencias renacentistas herrerianas. Tras la desamortización de Mendizábal fue abandonado hasta que lo ocupó la comunidad de monjas clarisas que continúa todavía allí. Actualmente alberga el Museo Diocesano. Justamente enfrente está la Ermita de San Roque y un poco más hacia la derecha se puede visitar el Convento de San Ildefonso, del siglo XVII y estilo barroco, que desde un principio disfrutó de mayores riquezas que el Regina Coeli ya que allí.procesaron muchas doncellas de elevado linaje.
Continuamos hasta la calle de Santo Domingo, donde pudimos ver la fachada del Palacio de Peredo Barreda a la izquierda (erigido en 1700, de origen indiano, está considerado el más elegante de la villa) y la Casa de los Villa del siglo XVII, un poco más adelante, a la derecha.
A la derecha, Casa de los Villa.
Seguimos por la calle Carrera (la de la derecha) y nos encontramos a nuestra izquierda con la Casa de los Barreda-Bracho, sobrio edificio de finales del siglo XVII, que actualmente alberga el Parador Nacional Gil Blas y cuya fachada posterior da a la Plaza Mayor.
Siguiendo por la calle Carrera, nos encontramos a la derecha con la Torre de los Velarde, gótica de mediados del siglo XV, reformada en el siglo XVII.
Justamente aquí comienza la calle Cantón, que continúa en la calle del Río, la cual sigue hacia la Plaza del Abad Francisco Navarro. En estas dos calles se encuentran el Palacio de los Valdivieso (Hotel Altamira, al que ya me he referido antes), un buen número de tiendas de recuerdos, bares y restaurantes normalmente muy concurridos, y varias imponentes casonas como la Casa de Leonor de la Vega, de finales del siglo XV, que ahora alberga un hotel, y la Casa de los Hombrones o de los Villa, barroca del siglo XVII, con poderosas arcadas y que debe su apodo a los dos soldados que sostienen un enorme escudo de armas familiar con el lema "un buen morir es honra de la vida".
Calle del Cantón a la altura de la Casa de los Valdivieso.
Casa de los Hombrones.
Casa de los Hombrones.
Al final de la calle del Río nos encontramos una zona muy atractiva, un tanto poética diría yo, con el lavadero-abrevadero, frente al cual están la Casa de los Ovejedo y la Casa de los Cossio, construidas a finales del siglo XVII: eran dos residencias distintas, aunque actualmente forman una sola en escuadra.
Abrevadero.
Casas de los Quevedo y Cossio.
Casas de los Quevedo y Cossio.
Ya en la Plaza del Abad Francisco Navarro nos encontramos a la izquierda con la Casa de los Abades o Casa de la Archiduquesa. Fue construida a finales del siglo XVII y perteneció a los Abades de la Colegiata, pero su nombre actual se lo debe a Margarita de Ausgburgo y Lorena, hija del archiduque Salvador y de su esposa Blanca de Borbón, que fue acogida en esta residencia tras la desintegración del Imperio Austro-Húngaro. Los escudos de la fachada son modernos, obra de Jesús de Otero.
Precisamente, al otro lado de la Plaza encontramos el Museo dedicado a este gran escultor que nació en Santillana del Mar. Algunas de sus obras se exponen al aire libre. En sus inmediaciones se encuentra también el Museo de la Tortura, cuenta con más de 50 objetos originales y empleados por la Inquisición para ese cometido. No lo visitamos.
Y, presidiendo la Plaza del Abad Francisco Navarro, nos encontramos con la Colegiata de Santa Juliana, uno de los monumentos más importantes de la villa. Esta construcción románica, que se erigió sobre un cenobio anterior, data del siglo XII pero tiene numerosos añadidos posteriores. Está construido en piedra de sillería arenisca, tiene planta basilical, tres naves cubiertas por bóvedas de crucería y rematadas por tres ábsides semicirculares. Es monumento nacional desde 1889.
Cuenta con dos portadas, la principal es la sur, que permite el acceso desde la Plaza. Consta de arquivoltas de medio punto y columnas con capiteles en los que aún se puede ver algunos animales como leones y basiliscos. Está coronada por un frontón de fecha posterior y estilo renacentista, en la que se muestra una hornacina con la santa sometiendo al demonio.
El acceso al interior se realiza por una portada lateral que comunica la Iglesia con el Claustro. La entrada me costó 3 euros y los horarios van de lunes a domingos de 10:00 a 13:30 y de 16:00 a 19:30. Cierra los lunes. El Altar Mayor es gótico-plateresco del siglo XV y en el centro del crucero se encuentra el sepulcro de la santa, cuyas reliquias se guardan en una arqueta del Retablo blasonada. En la Iglesia no dejan hacer fotos, pero en el claustro se pueden tomar libremente y "me puse las botas" porque sencillamente me encantó.
El claustro se adosó al muro norte de la Iglesia entre finales del siglo XII y principios del XIII, salvo el lado este, que se levantó en el siglo XVI y no sigue el estilo románico. Los arcos son de medio punto sobre dobles columnas de fustes gruesos y bajos que nos permiten ver los capiteles casi a la altura de la vista. Hay en total 43 capiteles, siendo los más antiguos los del lado sur y primer tramo del oeste, que son figurativos con tallas realmente notables mientras que los más modernos cuentan con esculturas de temas vegetales. Los más destacados son los del Bautismo de Cristo y la degollación de San Juan Bautista, el Pasaje de las Almas por San Miguel, animales maléficos dentro de tallos que los envuelven, Daniel en el foso de los leones, un caballero despidiéndose de su dama, un caballero luchando contra un dragón, un pastor ahuyentando los lobos que acosan a su rebaño... En fin, una auténtica maravilla.
Además hay un variado conjunto de sarcófagos adosados a las paredes y un muy bello pantocrátor policromo
No hay visita guiada como tal, pero sí una grabación sonora que a ciertas horas va explicando el significado de los capiteles más importantes y que resulta bastante interesante aunque se hace un poco larga al final.
Después de salir de la Colegiata, conviene rodear el edificio hacia la derecha hasta la Plaza de las Arenas, un bonito lugar donde destacan la fachada lateral de la Colegiata y la del Palacio de los Velarde o de las Arenas, de mediados del siglo XVI y que constituye el mejor ejemplo de arquitectura renacentista de la villa. Fue restaurado en el primer tercio del siglo XX.
Plaza de las Arenas
Palacio de los Velarde.
Palacio de los Velarde.
Después, retrocedimos por la calle del Río hasta llegar nuevamente a la esquina del Palacio de los Valdivieso (recorrido que aprovechamos para comprar unos dulces en una de las numerosas tiendas de productos típicos), desde donde giramos a la derecha para salir directamente a la Plaza Mayor, que presenta un aspecto magnífico, con varios edificios de notable arquitectura popular. Aquí también pude localizar la escultura del bisonte, casi lo único que recordaba de la primera y única vez que había estado en Santillana del Mar, hace un porrón de años.
Situados en el centro de la Plaza, de espaldas a la calle Juan Infante, pudimos ver de frente la Torre de Don Borja (Fundación Santillana), de origen medieval, el conjunto actual data del siglo XV y está compuesto por dos edificios unidos por un patio interior construido en el siglo XVI.
A la derecha, vimos la Torre de Merino, gótica, construida en el siglo XIV, y se llama de esta manera porque era donde residía el merino, es decir, el representante del rey.
A la izquierda, queda el Ayuntamiento, edificio porticado cuyo origen se remonta al siglo XVII, que sufrió varias reformas para adaptarlo a las tareas administrativas municipales.
A continuación está la Casa de los Parra, gótica, de principios del siglo XVI, cuyo nombre se refiere a las ramas que cubrían su fachada antes de que quedase oculta tras un entramado de madera y ladrillo. Desde el siglo XVII este edificio está unido al siguiente, que se llama Casa del Águila y que toma su nombre del escudo de los Estrada o Tagle que se encuentra esculpido en su fachada. Este conjunto es actualmente un centro de exposiciones.
Continuamos por la Calle Juan Infante y llegamos nuevamente a la Calle de Santo Domingo y, por lo tanto, al punto donde habíamos iniciado nuestro recorrido.
Calle Juan Infante.
Ya con el coche, fuimos hasta la Neocueva de Altamira donde, tal como nos temíamos al ser día de entrada gratuita, había una cola enorme. Como no sabíamos cuánto podía demorarse el asunto y no nos apetecía nada esperar bajo la lluvia que empezaba a caer nuevamente de manera persistente, decidimos dejar pasar esta visita hasta una próxima ocasión. También nos hubiera gustado acercarnos hasta las cercanas playas de Santa Justa y Ubiarco, pero el día no estaba para esos menesteres.
Con todo, y pese al mal tiempo, mereció mucho la pena pasar la noche en Santillana del Mar, un conjunto medieval único que se puede visitar en media jornada. Si os gusta el románico, a ser posible no os perdáis el Claustro de la Colegiata de Santa Juliana (ojo, que los lunes está cerrado), cuyos capiteles historiados son una maravilla.