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20AGO.- Hoy por la tarde, volaremos de regreso hacia España, eso quiere decir que, habiendo convenido con el hotel poder dejar la habitación a la una (momento en que dejaremos el equipaje en recepción hasta que salgamos para el aeropuerto) nos vamos a dedicar a realizar las visitas todavía pendientes de la ciudad y a realizar las compras de última hora para familiares y amigos.
A eso de las 12:30 volvimos al hotel para reestructurar las maletas con las compras realizadas de modo y manera que no sobrepasen esos 23 kg que Iberia nos permite, cargando lo necesario en las mochilas que, a modo de equipaje de mano, siempre sirven para transportar las muchas, muchísimas cosas adquiridas.
Terminando el viaje, cabe decir que hemos tenido bastante suerte con el clima, pues estamos en plena época de huracanes, y salvo alguna tormenta fuerte de 1 hora en Campeche o Celestún (por las tardes suele llover casi siempre porque durante el día se van formando nubes de evolución diurna) y otra de 3 horas en Puebla, no hemos tenido demasiado mal tiempo.
Tres días antes de volver a España se anunció en el Atlántico el huracán categoría 3 “Grace” que venía de maltratar Haití y Cuba (los del Pacífico no nos afectaban porque el vuelo de Iberia no pasa por esa ruta).
Este huracán llegó a Cancún 48 horas antes de que voláramos de regreso y tocó tierra por Veracruz (a 200 km de CDMX y en plena ruta de regreso) en la mañana del mismo viernes que volábamos.
Afortunadamente bajó a categoría 2 y, dado que salíamos a las 8 de la tarde, no afectó al vuelo de Iberia a Madrid, que además optó, evitando el Caribe, por una ruta más septentrional (sobre Luisiana en USA y luego vía Nueva York).
Procedo a llamar a “Nueva Imagen” para que nos sitúe un taxi grande a la puerta del hotel hacia las 15:30 de la tarde, a fin de llegar al aeropuerto antes de las cinco (hay que prever posibles atascos en una ciudad que todos los días tiene manifestaciones y cortes de calles y avenidas), facturar y prepararnos para el largo viaje de retorno.
Dejado el equipaje en recepción nos quedan más de 2 horas para realizar nuestra última comida en este país, así que caminamos hacia el omnipresente Zócalo, pero sin terminar de llegar, decidiendo subir a la llamativa terraza del bien situado Hotel “Santo Domingo” en la plaza homónima (aprovechando para ver la iglesia de igual nombre, que estaba abierta), donde nos dimos un buen homenaje de comida típica, muy bien presentada y mejor servida, desde unas alturas tranquilas y sin gente alrededor, dominando la referida plaza.
Tuve la suerte de poder probar unos “chicharrones de res” que estaban impresionantes. La escasa velocidad en el servir nos impidió poder degustar los postres, pues pasaban unos minutos de las 3 cuando pagamos los 1100 pesos que nos costó tan suculenta comida (estábamos a unos 10 minutos caminando de la plaza Garibaldi).
No quiero cerrar este diario sin dejar constancia de la existencia del "dulce de cajeta", azucarado postre, casi empalagoso, precursor del dulce de leche argentino y de otras especialidades similares, propio de Celaya, famosa población por ser la cuna de este singular y envidiable manjar que pudimos disfrutar varias veces.
Ya en el hotel y con el equipaje dispuesto en el hall y a la espera del taxi, nos suena el teléfono “mexicano” resultando ser el chófer de “Nueva Imagen” quien no dice que es imposible llegar al hotel por la calle Allende, ya que está cortada por una manifestación (¡cómo no!), pidiéndonos que si podemos salir al otro lado de la plaza Garibaldi. ¡Qué remedio!
Atravesamos unas vez más la “peligrosa” plaza con las pesadas maletas y las mochilas a la espalda, hasta llegar al Eje Central, donde el tráfico es totalmente fluido y en pocos minutos aparece nuestro taxi, grande y limpio, donde el chófer coloca en el maletero nuestras ahora ya dos pesadísimas maletas y nos encaminamos hacia el aeropuerto.
Una media hora después (no había casi tráfico) llegamos a la puerta de Iberia en la T1, donde pagamos el precio convenido por teléfono (240 MXN, más la propina) y nos adentramos en busca de los mostradores para facturar los dos muertos, pesando éstos 22,9 y 23,1 kg respectivamente y deseándoles que lleguen con nosotros hasta Barajas sin perderse camino de vaya Vd. a saber que otros aeropuertos del mundo.
Tras guardarnos unos billetes y monedas de recuerdo (lógicamente, los más nuevos; curiosamente he conseguido monedas de 50 céntimos de peso, pero también unas minúsculas de 20 y 10 céntimos, metal que no tiene valor alguno, salvo el sentimental) procedemos a “descambiar” los pesos sobrantes por euros, obteniendo nuevamente un buen cambio (23,10 pesos por euro) y nos dedicamos a hacer tiempo hasta que pasamos el control de seguridad (no son especialmente amables estos empleados) y nos dirigimos a la puerta de embarque, donde hemos de esperar casi otra hora más.
Embarcamos de nuevo por filas de asientos (nosotros, aunque llevamos la 30, lo hacemos casi los últimos) pero no tenemos problema en colocar nuestras mochilas en los compartimientos superiores, todavía sin abarrotar. De nuevo el A350 del IB6402 MEX-MAD va lleno y nos vuelve a tocar una mujer joven, como vecina en el tercer asiento.
El vuelo fue un continuo repetir sueños, pues después de 25 días de viaje (¡y todavía nos quedaba la jornada que empezábamos ahora!), íbamos algo faltos de ello y más que agotados. Cena parecida a la del viaje de ida. Pantallas en nuestros rostros y sonrisas de nuestros vecinos al verlas. Más sueño. Un desayuno tontorrón y poco apetitoso ya casi sobre suelo español y, en breve, el tren de aterrizaje que baja y el Airbús que toma tierra, suavemente, en Barajas.
Unos cuantos paseos por los mil pasillos de siempre hasta subir al trenecito que nos llevará del satélite a la T4, lectura electrónica del pasaporte y control exhaustivo de la QR de salud para entrar en España (que hicimos sin problemas ayer) y de nuestros pasaportes COVID. Recogida de equipajes más o menos rápida y pase, sin sustos, de la aduana española. Solo nos falta llegar a Atocha (en el cercanías) para subir al Alvia de largo recorrido que nos llevará hasta nuestra ciudad.
En resumen: un muy buen viaje, con bastantes medidas de seguridad contra el COVID, en un país lleno de suciedad y miseria, donde no se vive nada bien, con un futuro muy incierto (tanta pobreza supone una bomba de relojería que algún día volverá a estallar en una nueva revolución), pero que, gracias al idioma, creemos que hemos podido conocer bastante bien, dándonos cuenta que, los mexicanos y las mexicanas (como obligatoriamente hay que diferenciar hoy en día), son gentes sencillas, amables, educadas y acogedoras.
Aprovecho para pedir disculpas a los ciudadanos mexicanos que, leyendo estas líneas, hayan podido sentirse ofendidos por mis comentarios, pero éstos reflejan lo que vimos y sentimos durante casi un mes en tan interesante país.
Espero que tantas líneas os hayan servido de algo. Y ahora… a preparar el próximo, a ver si este maldito COVID desaparece (bueno, mejor lo hacemos desaparecer entre todos) y nos permite seguir viajando como antes.
PS: por si alguien se sorprende del contenido de alguno de mis comentarios, informo que llevamos visitados más de 80 países de los 5 continentes, siempre por nuestra cuenta.
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