06AGO.- Tras desayunar en nuestra habitación, salimos hacia las ruinas de Uxmal, distantes solo unos 35 km. Ambos coincidimos en que resultó ser el más cuidado y mejor acondicionado yacimiento arqueológico de los visitados.

Los monumentos están perfectamente identificados y cuidadosamente dispuestos entre la arboleda y la selva virgen. Además tiene aforo limitado (que los vigilantes hacen cumplir) con lo que en su interior no hay aglomeraciones de ningún tipo ni vendedores junto a cada piedra. El protocolo COVID debe cumplirse escrupulosamente so pena de ser advertido una vez y a la siguiente, ser expulsado del paraíso, como en el Antiguo Testamento. Dentro hay vigilantes por doquier que se encargan de que todo esté limpio y en condiciones de visita.
Insisto en que fue la mejor visita arqueológica del Yucatán (e incluso mucho mejor que Teotihuacán en CDMX).

Tras casi 4 horas de disfrutar además de un día espléndido, decidimos emprender la “Ruta Puuc”, un recorrido de unos 80 km por pequeños yacimientos arqueológicos situados en Labná, Xlapac, Sayil y Kabaá, para volver a nuestro hotel en Oxkutzcab, pero desgraciadamente nuestros temores se confirmaron y todas estas ruinas estaban cerradas por el COVID (esto ya lo sabíamos desde España, pero confiábamos en que durante nuestro viaje, abrieran sus puertas), de tal modo que no merecía la pena ni pasar por los pueblos, ya que según nos informaron en Uxmal, desde fuera de cada yacimiento no se puede ver nada del interior. Así que de vuelta al hotel visitamos otros pueblecitos típicos de la zona, como, por ejemplo, el sorprendente Halacho.

07AGO.- Salimos pronto ya que teníamos unos 240 km hasta nuestro siguiente destino.

Llegamos a las playas de Celestún hacia las doce del mediodía, donde intentamos tomar nuestra habitación en el Hotel “Don Gonzalo”, un 4* pegado a la playa, pero donde tuvimos que dejar el equipaje porque hasta las 3 no había manera de hacer la entrada.
Así que nos fuimos a la playa a ver si podíamos hacer la típica excursión en barca (manglares, flamencos, baño de los mayas…), donde no había mucha gente (aquí el turismo es mayoritariamente mexicano y eso se nota en la oferta de playa, en los hoteles y en los restaurantes), por lo que tuvimos que esperar una media hora a que otros cuatro viajeros quisieran ocupar la barca para hacer la excursión y repartir entre los ahora 6 pasajeros máximo (por el COVID, normalmente caben 10 ó 12) los 2.000 MXN que cuesta la barca en exclusiva (unos 80€).
Al final salimos al mar (debes descalzarte y pisar el agua por lo que es mejor ir con bañador) y recorrimos unas 3 millas de costa con un agua verde increíblemente transparente, hasta alcanzar un brazo que se introducía en una laguna interior, de agua dulce, donde se supone que veríamos a los flamencos.
Verlos, los vimos, después de caminar unos 250 m por la arena: unas docenas a más de 300 m de distancia (siempre suele ser así, pues los flamencos no están esperándote para la foto, sino que hacen su vida en las zonas más alejadas de los turistas). De ahí nos fuimos a recorrer un manglar durante unos 10 minutos, sin tener la suerte de ver ni un solo bicho (ni caimanes, ni monos, ni tortugas, ni peces…) pero si grandes termiteros y nidos en árboles.

Volvimos al mar para alcanzar un punto a media milla de la costa donde un bajío permite el baño con solo 1 metro de profundidad, conocido como “baño de los mayas”. Tras unos 20 minutos de baño para quienes iban preparados para ello, retornamos a la playa. En resumen, una hora y media de excursión por unos 15€ cada uno.
No está mal, pues el simple hecho de navegar (a buena velocidad) por esas aguas turquesas, rodeados de potentes cúmulos blancos colgados de un horizonte intensamente azul, ya lo merece.

Eran pasadas las dos, así que optamos por comer en uno de los restaurantes (La Palapa) que abren sobre la arena, en una mesa aislada y a base de pescado y marisco, todo fresquísimo, una sabrosa comida que no alcanzó los 900 pesos.
Ahora sí que tomamos la habitación, en la planta baja, amplia y con cama extragrande, con buen nivel en general, limpia y con buen baño y buena ducha. En todo caso, de tener que repetir, elegiríamos otro hotel pues en éste pudimos oír música de discoteca hasta la 3 de la madrugada.
Desgraciadamente las nubes del mediodía empezaron a engordar con la humedad ambiente y hacia las cinco comenzó a caer una sólida tormenta, lo que no nos permitió pasear por Celestún, salvo un ratito que aprovechamos para llegar a la plaza principal, y bajo el chispeo y pisando charcos, vislumbrar un poco aquello y comprar bebidas y fruta para la cena y el desayuno para el día siguiente, ya que el hotel no ofrecía este servicio.
Una pena porque los alrededores del pueblo son manglares que se pueden recorrer fácilmente y lagunas donde abundan los caimanes y otra fauna digna de conocer.