Sofia ✏️ Travel Journeys of Bulgaria1er día: Llegada a SOFIA. Hacia mediodía embarcamos en Barcelona para volar hacia Sofia vía Roma-Fiumicino. Previamente hemos almorzado como para ir a una guerra, ya que nos tememos que Alitalia, compañía muy venida a menos, no servirá gran cosa...Travelogue: En Bulgaria: buscar y no encontrar.⭐ Points: 5 (13 Votes) Travelogues: 8 Localization: Bulgaria1er día: Llegada a SOFIA Hacia mediodía embarcamos en Barcelona para volar hacia Sofia vía Roma-Fiumicino. Previamente hemos almorzado como para ir a una guerra, ya que nos tememos que Alitalia, compañía muy venida a menos, no servirá gran cosa comestible a bordo. Acertamos de pleno, puesto que en ambos vuelos sólo nos dan cocacola de litrona y unas bolsitas de snacks absolutamente intragables. Es curioso porque tres meses más tarde volamos con la misma compañía a Roma y Palermo, y en esa ocasión nos ofrecieron bebidas y sándwiches bastante buenos... Incluso en un aspecto tan serio, hemos convertido el transporte aéreo en una de las aventuras más azarosas de nuestro tiempo xD Aterrizamos en suelo búlgaro a las 18h; aquí la hora oficial es GMT+2, la misma que en Rumanía, Grecia y Turquía. Enseguida nos encontramos con la primera sorpresa desagradable del viaje: una de nuestras dos maletas no aparece en la cinta... Esperamos en vano y cuando nos resignamos a ir a reclamar ya se nos han adelantado unos cuantos búlgaros, seguramente más habituados. En el mostrador hay una única empleada, una chica joven con muy poco entusiasmo por su labor, que va apuntando los datos de cada equipaje extraviado con la lentitud propia del buen funcionario comunista, de la época en que se celebraban los famosos "congresos a la búlgara". Como somos los últimos, perdemos en el mostrador unos tres cuartos de hora; sólo recuerdo un trámite burocrático así de lento en el aeropuerto de Addis Abeba... y allí la cola era mucho más larga! La terminal de llegadas está casi desierta, parece que éste no es uno de los aeropuertos más activos de Europa. Dudamos por dónde salir, porque no estamos seguros de que el Metro se pueda abordar aquí; al no ver ninguna señal que lo indique, nos decidimos por salir hacia la parada de autobuses, después de sacar dinero de un cajero y comprar varios billetes de bus en el quiosco de prensa (1 BGN cada uno). Desde la parada sí que se ve a lo lejos, en la otra ala del aeropuerto, una señal con la letra M. Pero en fin, ya que estamos aquí nos ponemos a descifrar el cartel que detalla las rutas de los autobuses y llegamos a la conclusión, a pesar de que el desastroso plano de la LP no ayuda mucho, de que el autobús 84 nos llevará a un punto no lejos del centro de Sofia, entre la Universidad y el Estadio Levski. Al rato llega el autobús, vetusto como muchos que siguen circulando en algunos países, pero aquí el toque de vetusta distinción se lo da la "máquina" para taladrar los billetes: es una simple cajita de hierro con una tapa que se abate con estrépito; en realidad no taladra los billetes, los aplasta dejándolos irreconocibles. El chisme va lento pero el trayecto no es demasiado largo, unos 8 km o algo así. Nos bajamos en un cruce de avenidas con tráfico infernal; ya ha anochecido y preferimos ganar tiempo tomando un taxi. El que conseguimos hacer parar es de un taxista gitano, no en el sentido fiscal del término sino en el étnico; nos lleva a nuestro hotel en apenas 10 minutos y al llegar el taxímetro marca casi 12 BGN. Me doy cuenta de que en el último segundo el taxista lo ha tocado haciéndole dar un salto, pero decido no protestar; cuando uno llega cansado a una ciudad nueva, pagar 6€ por que le acerquen a la ducha no es lo peor que le puede pasar xD El hotel está en la Avenida Todor Alexandrov. Sobre el plano, eso es justo al lado del centro neurálgico de la ciudad; en la realidad se parece más bien a Sarajevo tras un año de asedio. Sólo hay 5 minutos a pie hasta la Plaza de Santa Nedelya, pero son 5 minutos levemente inquietantes; hay poca luz, las aceras están destrozadas, edificios medio en ruinas con bajos comerciales abandonados jalonan el trayecto... Por los 4 carriles de sentido único de la calzada no hay mucho tráfico a esta hora pero, eso sí, cada poco rato pasa un coche o una moto lanzados a toda velocidad, en plan macarra. Добре дошли в село = Bienvenido a la aldea xD Son las 21h y nos dirigimos al famoso restaurante Pri Yafata; figura en las guías y también lo recomienda María Teresa en su excelente blog "viajesyexperiencias". A partir de la plaza tomamos por el Bulevar Vitosha, larga calle peatonal que concentra buena parte de la vida comercial, diurna y nocturna, de Sofia. A esta hora se ve animada, hay muchas terrazas con gente pero no le vemos demasiado "glamour", más bien nos recuerdan a la estética "Salou años 80". Supuestamente el Pri Yafata está por esa zona, en el número 28 de la calle Solunska; al llegar allí comprobamos que en efecto hay un restaurante, pero no es el mismo Más tarde descubriré que no se trata de un error en las guías sino de una doble mudanza; el Pri Yafata estaba allí hasta hace pocos meses, pero se ha cambiado a otra zona. El nuevo restaurante se llama MoMA, nombre cosmopolita que no le impide estar decorado, al menos en la terraza, como una mejana tradicional. Vemos que queda una mesa libre en la terraza y, a falta de mejores referencias, entramos a cenar. El día ha sido muy caluroso y a estas horas es cuando se empieza a estar bien al aire libre; después de calmar la sed con las primeras cervezas Kamenitza nos animamos a probar un vino tinto de la variedad Mavrud y nos iniciamos en las especialidades más tópicas de la gastronomía búlgara: tarator (yogur líquido con pepino), ensalada shopska y algo de carne a la parrilla. Cenamos bien por menos de 50 BGN y regresamos al hotel tranquilamente, remontando la solitaria avenida. Alojamiento en Sofia El Hotel Anel (71€ por noche, con desayuno) no es el más lujoso del centro de Sofia, pero cumple de sobra con las expectativas de un 5*. Nos alojan en un pequeño apartamento en el ático, con dormitorio, salón y baño con jacuzzi. Hay esculturas modernas por todas partes y en general el estilo nos resulta agradable. También ofrece un spa, pero ni siquiera bajamos a verlo; vamos a pasar poco tiempo en la ciudad y además nos falta un bañador.. El personal actuó de forma profesional incluso con el tema de la pérdida de nuestra maleta, se lo tomaron en serio y llamaron al aeropuerto un par de veces. 2º día: SOFIA Nos despertamos a las 7h y somos de los primeros en bajar a desayunar. El buffet del hotel es bastante bueno, pero no nos entretenemos mucho porque hay que aprovechar el día. Volvemos a pisar las sufridas aceras de la Avenida Alexandrov hasta llegar frente a la estatua que personifica la ciudad de Sofia; se trata de una figura de mujer o tal vez de diosa, provista de una corona y también de otros dos atributos: una lechuza y una corona de laurel, que suponemos simbolizan la sabiduría y la gloria. La estatua nos recuerda a las que dominan desde lo alto cada una de las capitales de las 15 antiguas repúblicas de la URSS, pero a la vez se la ve más pequeña y cercana que aquéllas, más humanizada en cierto modo, por lo cual quizá sea posterior a la época socialista. La que seguro es un vestigio de esa época es la antigua Casa del Partido, mamotreto erigido en vida de Stalin y que al parecer aún conserva algún uso oficial. Como sabemos que no se puede visitar (ni estamos tentados de hacerlo), cruzamos al lado opuesto de la Plaza Nezavisimost y nos deslizamos hasta lo que resulta ser la entrada a la residencia del Presidente de la República. Casualmente coincidimos con un cambio de la guardia y nos quedamos a verlo. No es que seamos fans de este tipo de ceremonias, bien mirado suelen ser todas predecibles y aburridas; en este caso lo que nos hace gracia es el uniforme de los soldados que prestan servicio aquí: parecen equipados para un invierno polar y rematan sus abrigados gorros con una enhiesta... pluma de buitre Pero en realidad el cambio de guardia lo vemos después de salir de una iglesia que queda justo frente a la puerta presidencial. Más tarde nos enteramos de que es una de las más importantes desde el punto de vista religioso; la llaman Rotonda de San Jorge y, aunque el interior está oscuro, llegamos a apreciar las excepcionales pinturas que la decoran. A pesar de ser uno de los templos cristianos más antiguos de Sofia, el exterior parece enteramente reconstruído en época reciente, tal vez el siglo XIX. En las semanas siguientes veremos que esto es lo habitual en Bulgaria; al parecer los turcos emplearon sus largos siglos de dominación en destruir a conciencia el patrimonio histórico búlgaro, y en especial la arquitectura religiosa. Tras la independencia llegaría un cambio de estilos impuesto por el Renacimiento Búlgaro, pero ni siquiera entonces las iglesias quedaron a salvo de la barbarie: en 1925, por ejemplo, un atentado comunista destruyó la de Santa Nedelya, en la misma plaza donde estamos ahora. Continuamos caminando hacia el monumento más representativo de Sofia, aunque tal vez sólo sea reconocible por lo aparatoso. La Iglesia de Alejandro Nevski se ve desde lejos, al menos cuando nos acercamos por la calle Moskovska. Como es sabido, fue erigida a finales del siglo XIX como muestra oficial de agradecimiento a Rusia, cuya ayuda militar fue decisiva para lograr la expulsión definitiva de los turcos. También se puede considerar como un gran monumento funerario, ya que los soldados rusos que dejaron la vida en aquella guerra exterior fueron nada menos que unos doscientos mil. En la construcción no repararon en gastos, los materiales son costosos y más bien pesados; a mí no me parece un diseño elegante ni armonioso, pero en su época debía ser normal imitar el estilo bizantino "a lo bestia", multiplicando las proporciones. Nos asomamos al interior, que está aún más oscuro que el de San Jorge, y no vemos nada que nos entusiasme, de manera que esperamos en el exterior hasta que abren la cripta que alberga el Museo de iconos (6 BGN). Aquí no se han esforzado mucho en ordenar y señalizar la exposición para hacerla comprensible, pero hay que reconocer que la colección de iconos es muy completa; incluye piezas de todas las regiones de Bulgaria junto con otras procedentes de Macedonia y Serbia, y también abarca muchos siglos de evolución de estilos y tradiciones iconográficas diferentes. Tras esta visita nos planteamos dirigirnos a Boyana, uno de los muchos suburbios que se suceden a los pies del Monte Vitosha, al sur de la ciudad. Torcemos por la Avenida Vasili Levski, buscando paradas del minibús que indica la guía LP... Ni rastro de tal cosa; por suerte encontramos la Oficina de Turismo y allí nos resuelven el problema enseguida; nos dan el mapa de la red de transportes y nos indican claramente el camino. Primero compramos más billetes y esperamos en la misma avenida el autobús 2, que llega hasta la autopista de circunvalación; nada más cruzarla llegamos a las taquillas del Museo Nacional de Historia, donde por 12 BGN cada uno compramos el billete combinado que permite visitar también la iglesia. Este museo ocupa la que fue residencia oficial de los presidentes de Bulgaria en la era socialista. Sin ser ninguna maravilla, el edificio nos gusta; suponemos que fue construído en la década de 1970 y, a pesar de sus tics grandilocuentes, resulta agradable de ver tanto por fuera como por dentro. Lo que no acertamos a descubrir es si estaba pensado para que sus inquilinos fijaran su mirada vigilante sobre la ciudad o, por el contrario, para huir de ella refugiándose en la montaña cubierta de oscuros abetos. En la actualidad la puerta principal es la que da a la ciudad, y por ella entramos para pasar una hora larga admirando una parte de las colecciones del museo. Aunque se guardan objetos muy variados, las salas más cuidadas son las que exhiben los llamados Tesoros tracios, compuestos por piezas de fina orfebrería, de clara inspiración helénica. El valor histórico del descubrimiento de estos tesoros está bien explicado en inglés, así como todo lo relacionado con los antiguos reinos tracios, su organización política y los túmulos funerarios de sus reyes. Para ir de allí a la iglesia tenemos que tomar el autobús 107, una línea que cruza varios suburbios residenciales. La frecuencia de estas líneas es escasa, así que una vez localizada la parada y apuntado el horario, escrito en un simple panel (son tan fiables como un sistema de localización por GPS.. Y más baratos!), hacemos una pausa para comer. En la misma calle encontramos algo que nos resulta insólito: una piscina con pool bar en lo que podría ser el patio de un simple chalé. El calor es sofocante y, aunque no podamos darnos un chapuzón, la verdad es que nos alivia sentarnos a la sombra frente a unas jarras de cerveza y una gran ensalada. Le empezamos a coger verdadera afición a estas ensaladas shopska, compuestas de tomates y pepinos de calidad, mucho más sabrosos que los que solemos encontrar en nuestro país; la parte negativa es que llevan demasiado queso syrene, muy graso e indigesto. Pedimos pan, usando la palabra eslava jliep, que supongo entenderán también aquí... Error! Entender sí que lo entienden, pero lo que nos traen es un mazacote de pan de molde intragable. Tardaremos aún un poco en aprender que, para comer un pan reciente y delicioso, hay que pedir una parlenka. La Iglesia de Boyana es sin duda la gran joya del patrimonio histórico búlgaro.... Muy bien, pero a primera vista no se puede decir que impacte al visitante. Se encuentra en un sencillo recinto con un jardín bien cuidado, frondoso, en el que se ven una secuoya y otros árboles exóticos, que fueron plantados por encargo de los reyes del país a comienzos del siglo XX. La iglesia, o lo que queda de ella, es un edificio tan anodino que podría pasar por el muelle de carga de una estación abandonada. Enseñamos nuestras entradas en una caseta, donde nos indican que vayamos a la iglesia y esperemos al vigilante; cuando éste llega con la llave sólo estamos nosotros y una turista alemana. La visita está limitada a 10 minutos y hasta cierto punto podría decirse que son suficientes, ya que sólo se pueden ver los frescos que quedan en dos naves más bien pequeñas. En total son unas 90 escenas pintadas, pero, eso sí, su belleza es extraordinaria y suponemos que el hecho de que hayan sobrevivido hasta nuestros días debe considerarse un verdadero milagro. Está prohibido hacer fotografías y con el cancerbero echándonos el resuello en la nuca hay que resignarse, así que la visita concluye y ya nos podemos marchar. Queremos ver algo más del célebre Monte Vitosha, aunque el calor no invita a hacer grandes excursiones. Cogemos otro autobús que nos deja en Dragalevtsi, cerca de un famoso monasterio. Hay varios telesillas que suben a zonas medias y altas del monte, pero a esta hora del viernes no vemos ninguno en funcionamiento, de modo que nos toca andar un rato cuesta arriba. El monasterio fue importante en el pasado, pero las pinturas que podemos ver en la iglesia nos parecen vulgares. Está habitado por una comunidad de monjes y la verdad es que resulta un sitio agradable para vivir, con su jardín fresco y bien cuidado. Tras descansar un rato nos vamos hasta otra parada de autobús, pero aquí el horario no está tan claro y tememos quedarnos colgados hasta el día siguiente, por lo que decidimos hacer autostop. Tenemos bastante suerte ya que, aunque escasean los coches que bajan hacia la ciudad, en apenas 15 minutos se detiene uno. Son una pareja de jóvenes empresarios, hablan inglés y nos llevan a través de toda la ronda sur para dejarnos junto a la estación de Metro llamada Sofia Business Park, en el extremo oriental de la ciudad. El Metro funciona con billetes diferentes a los de autobuses y tranvías, pero cuestan también 1 BGN. Aunque de momento sólo tiene un par de líneas, nos parece moderno y bastante limpio; nos bajamos en la estación Serdika y 5 minutos más tarde estamos de vuelta en el hotel. La maleta aún no ha llegado, por lo que Pilar decide salir a comprar algo de ropa antes de que cierren las tiendas. También encuentra en un supermercado una crema de rosas para las manos, de marca desconocida, que resulta ser mucho mejor que los productos de la omnipresente casa hispano-búlgara Refan. Para cenar elegimos otro restaurante recomendado por María Teresa. Se llama Hadjidraganovite Kashti, o sea algo así como "la casa del Hajji* Draganovit" y creemos que es una cadena, aunque no se puede decir que el local al que vamos sea muy céntrico. Está en la calle Kozloduy, hacia el norte, casi llegando a la estación central; para llegar allí subimos por el Bulevar Maria Luisa y, tras cruzar el cauce canalizado de un río, seguimos atravesando calles cada vez más oscuras, con pavimentos más destrozados y casas más decrépitas. El restaurante es una mejana de la clase más folklórica; creo que se exceden un poco con la quincalla agrícola amontonada por doquier y además, por si aquello no bastara, hay varios carruajes de madera empotrados en las vigas del techo y otro más en la fachada exterior. A pesar del caos, el servicio es bastante eficaz; pedimos un vino de Melnik excelente, con mucho cuerpo, y nos lanzamos con platos contundentes: una mesh (espetón) de pollo y un hígado de cordero encebollado. Los tres viejos músicos que amenizan la velada no son precisamente virtuosos, están más bien para completar el ambiente. Cuando volvemos al hotel es casi medianoche, estamos cansados pero nos animamos con la sorpresa de que por fin han traído nuestra maleta. * En los países de tradición islámica, sea cual fuere su idioma y las etnias que los habitan, se suele llamar Haji a la persona que ha realizado al menos una vez la peregrinación a la ciudad santa de La Meca; el apelativo queda por siempre añadido a su nombre, como una marca de nobleza. Index for Blog: En Bulgaria: buscar y no encontrar.
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