Llegada a Abu Simbel.
El guía nos comentó la tarde anterior que los que quisieran podían pedir que les despertasen temprano, antes de amanecer y del desayuno, para asistir desde la cubierta a la llegada en barco a Abu Simbel mientras el sol salía por el horizonte. Naturalmente, aceptamos todos, pues el momento se presumía sumamente especial, uno de los máximos atractivos del viaje.
Amanecer arribando a Abu Simbel.
Y lo fue, ya lo creo. De verdad que resultó emocionante empezar a distinguir los templos soñados en el horizonte y, luego, verlos crecer ante nuestros ojos según se iba aproximando el barco, lo que permite admirar todo el conjunto y su grandiosidad. El barco se detuvo y permaneció parado un buen rato, lo que nos permitió contemplar los detalles haciéndose visibles paulatinamente con el aumento de luz, y los turistas como motas de colores apareciendo cada minuto en mayor número alrededor de los templos.
Tocó sesión extensa de fotos y miradas desde todos los ángulos, intentando examinar en la distancia lo que luego veríamos sobre el terreno. Fantástico, de verdad.
Desembarco en Abu Simbel.
El barco amarró en un muelle, a la entrada del recinto de Abu Simbel pero fuera del mismo, protegido todo él por verjas metálicas. Después de desayunar, nuestro guía nos comentó que, aunque estuviésemos impacientes, era mejor no tener demasiada prisa por desembarcar, ya que hasta el mediodía los templos estarían abarrotados de gente, sobre todo por el grueso de turistas que acudían en excursión de media jornada en los comboyes militares, y que se irían una vez efectuada la visita. Esa excursión suponía un madrugón de cuidado, muchas horas de viaje y poco tiempo allí; y, en parte, por me decidí por la opción del crucero, que nos permitió llegar confortablemente y disfrutar del sitio con tranquilidad.
Entorno del recinto de Abu Simbel y amarradero de los cruceros.
Cuando bajamos del barco, nos dirigimos a la entrada del recinto, del que me sorprendió su entorno verde cuando todo lo demás era árido no, lo siguiente. Había mucha vigilancia por parte de soldados y unas importantes medidas de seguridad, aunque luego en torno a los templos podíamos movernos a voluntad. Primero hicimos una visita guiada con Omar; luego estuvimos a nuestro aire. Con el pase que nos dieron, podíamos entrar y salir cuando y cuanto quisiéramos. Por supuesto, se trataba simplemente de volver al barco para comer, descansar o darnos un bañito en la piscina, porque en los alrededores no hay nada más que hacer y muy poco que ver. Pero resultó muy cómodo, pues pudimos elegir las horas en que menos gente había para pasear por los templos y verlo todo bien, en particular el cambio de color operado en las piedras según cambiaba la intensidad de luz con el paso de las horas. El atardecer fue especialmente bonito.
Los más famosos templos nubios.
Abu Simbel se ubica a unos 20 kilómetros de la frontera con Sudán y sus dos templos fueron salvados de quedar sumergidos bajo el agua del Lago Nasser gracias a una gigantesca obra de ingeniería mediante la cual fueron cortados en bloques y reconstruidos en dos colinas artificiales, doscientos metros detrás y sesenta y cinco más altos respecto a su ubicación original. La recolocación necesitó de precisión matemática con el fin de preservar su orientación primitiva para que, como planificaron los arquitectos del faraón, los rayos solares penetren dos veces al año hasta la cámara interior del templo, donde las cuatro deidades que se sientan juntas (Ptah Menfita, Amón-Ra Tébano, Ra Horakti y el propio Ramsés II) recibirán su luz.
Mandados construir por Ramses II en el siglo XIII a.C., el Gran Templo de Abu Simbel y el de la diosa Hathor fueron excavados directamente en la roca de un acantilado, lugar escogido por su piedra arenisca y su situación concreta en las colinas. Sepultados por la arena del desierto durante siglos, el lugar fue descubierto en 1813 por el explorador suizo Burckhardt, primer europeo que logró ver los templos, lo cual logró tras disfrazarse de árabe. No obstante, fue el italiano Belzoni quien logró liberar la entrada de arena y facilitar la visita a la multitud de viajeros y personajes célebres que llegaron después.
El Gran Templo de Abu Simbel.
El fabuloso conjunto consta de dos templos. La fachada del Gran Templo resulta grandiosa con cuatro gigantescas estatuas sedentes de Ramsés II, dos colosos de 21 metros de altura a cada lado de la puerta, que celebran la unificación con la corona del Alto y del Bajo Egipto, rodeados de figuras de cautivos apresados en el norte y el sur, y con el cetro y los tronos adornados con los cartuchos del faraón. Además, se ven las figuras del dios de cabeza de halcón (Ra-Horatki) y de la diosa Maat. La estatua de la izquierda del todo es la mejor conservada, mientras que a la que se encuentra a su lado le falta la cabeza, pues al parecer se derrumbó a causa de un terremoto que acaeció en el año 27 a.C. También llama la atención el grupo de babuinos que saludan al sol naciente en la parte alta de la fachada
Una vez en el interior, se accede a una gran sala flanqueada por ocho columnas antropomorfas de 10 metros de altura que representan a Ramsés como el dios Osiris. Una sala hipóstila con columnas más pequeñas conducen a un vestíbulo, en que se muestran diversas escenas en las que aparecen Ramsés y Nefertari, y al santuario, donde están las estatuas sedentes de los dioses Ptah Menfita, Amón-Ra Tébano, Ra Horakti y el propio Ramsés II, que reciben la luz del sol dos veces al año. A los lados hay salas de almacenamiento y también existen diversos relieves del faraón derrotando a sus enemigos.
Templo de Hathor.
El Templo pequeño, dedicado a la diosa Hathor, fue construido por Ramsés II en honor de su esposa favorita, Nefertari. Cuenta con un frente de seis estatuas de 10 metros de altura, cuatro de las cuales representan a Ramsés y dos a Nefertari, a la que como hecho nada habitual se la representa con la misma altura que al faraón. Nefertari muestra los símbolos de la diosa, la corona de doble pluma con cuernos de vaca y el disco solar. Toda la fachada se halla repleta de grabados e inscripciones.
En el interior se aprecian numerosas escenas de batallas ganadas por Ramsés, con la presencia de Nefertari, y también de ambos presentando ofrendas a los dioses. En el santuario hay una estatua de Hathor en forma de vaca.
En el interior se aprecian numerosas escenas de batallas ganadas por Ramsés, con la presencia de Nefertari, y también de ambos presentando ofrendas a los dioses. En el santuario hay una estatua de Hathor en forma de vaca.
Las fotos que pongo son solo exteriores, ya que en los interiores no estaba permitido hacerlas. Curiosamente, los mismos vigilantes que cuidaban celosamente de que nadie se saltase la prohibición no tenían ningún escrúpulo en mirar hacia otro lado respecto a quienes les obsequiaban con algunos dólares. Y, aunque me moría de ganas, decidí no seguirles el juego: si no se puede hacer fotos para proteger los monumentos, pues que no las haga nadie, ¿no? Lo cierto es que después, con la crisis del turismo, parece que todas las restricciones quedaron en nada y ya se permite la fotografía hasta en el Museo Egipcio y en el Valle de los Reyes. Paradojas que traen los tiempos diversos.
Tras un buen rato, volvimos al barco para almorzar y darnos un chapuzón en la piscina, pues estábamos muy al sur y se notaba muchísimo más el calor que en los días anteriores. Después de la comida, aproveché que había menos gente y regresé al recinto para disfrutar de los templos con sosiego y hacer más fotos. Luego, antes del atardecer, volvió a haber bastante concurrencia, pero en ningún caso como la de la avalancha de primeras horas de la mañana.
Resultaba emocionante percibir el cambio en las fachadas de los templos con la diferente intensidad de luz, lo que se hizo más patente durante el atardecer, que también nos deparó una bella puesta de sol, que también se percibió hacia el lago, en el exterior del recinto.
Frente a los templos, existía una amplísima zona con bancos de piedra para descansar y contemplarlos, donde pasé un buen rato antes de regresar al barco. Creo recordar que desalojaron el recinto cuando se hizo de noche, ya que había que presentar un nuevo pase para presenciar el espectáculo nocturno de luz y sonido.
Tuvimos la suerte de que el turno al que asistimos era en español. Lógicamente, fue una gran ventaja ir escuchando las explicaciones sin problemas al tiempo que íbamos viendo los diferentes colores e iluminaciones que adquirían las estatuas de las fachadas de ambos templos. Me gustó el espectáculo, de hecho fue el que me dejó un recuerdo más grato de todos los que vi en Egipto.
Cuando acabó y regresamos al barco para pasar nuestra última noche de crucero, la tripulación nos tenía preparada una sorpresa con los pasillos repletos de los muñecos que nos habían ido dejando en las camas de los camarotes a diario y otros nuevos: ¡menudo zoo!. Fue un detalle simpático, con independencia del deseo de recibir una mejor propina, lógico por otra parte.
Antes de acostarnos, tuve que enfadarme con Omar, bueno, no con él exactamente, sino con las instrucciones que nos comunicó de cara a la jornada siguiente, cuando nos trasladarían por carretera a Asuán. Según lo previsto, los autobuses del comboy nos recogerían muy temprano y llegaríamos a Asuán a las once de la mañana para una vez allí llevarnos directamente al aeropuerto, pues íbamos a tomar un vuelo hacia El Cairo para proseguir nuestro viaje. ¡Pero es que nuestro vuelo era a las 8 de la tarde! Naturalmente, en modo alguno íbamos a aceptar pasarnos 9 horas en el aeropuerto. Éramos solamente nosotros los que estábamos en tal situación, ya que el resto de nuestros compañeros iban a Hurgada, a Luxor o a otros destinos fuera del país. Al final, tras un largo tira y afloja, conseguimos que nos dejaran en Asuán ciudad y nos vinieran a recoger por la tarde para trasladarnos al aeropuerto. Eso ya tenía otra pinta.