Plan del día
(Estos "planes del día" que pongo al principio de cada etapa son los que teníamos originalmente pensados, pero varios días no coinciden con lo que luego haríamos, ya fuera porque algún sitio nos gustara más, por el clima o por otras razones. Pero bueno, los pongo igualmente por si a alguien le interesan)
Nos levantamos prontito pero sin exagerar. La idea era estar en el Kinkakuji a las 9, pero el desayuno (café Plaza, de camino a la estación) se alargó y nos retrasó un pelín. Nos ponemos a la cola del bus 100, vemos que es bastante larga y pensamos que nos va a tocar ir de pie, pero en ese momento vemos venir a lo lejos el bus 205, que también nos vale. Ante el asombro de los japoneses que estaban detrás, nos echamos una carrerita hasta la parada de éste, donde hay mucha menos gente, y conseguimos ir sentados.
Recorrido por la mañana
Tras una media hora, llegamos a nuestro destino. El Kinkakuji es una de las atracciones estrella de Kyoto y además es domingo, así que esperábamos una avalancha humana de turistas. Pero no, quizá por haber ido a casi primera hora, no hay tantísima gente como cabría esperar. Aunque tampoco se puede decir que estemos solos, claro. El lugar es apacible, el estanque y el pabellón que se refleja en él, los árboles, el musgo, las flores, todo perfectamente cuidado...Es la típica estampa que has visto en miles de fotos, lo sé, pero estar ahí y verlo con tus propios ojos....no es lo mismo.
Reflejos dorados
Cuando ya no podemos grabar en nuestra memoria, ni en nuestras cámaras, ni un detalle más seguimos el recorrido marcado (en casi todos los sitios tienen el recorrido organizado con unos letreritos donde pone “route”) a través del jardín y salimos del recinto.
A la salida, giramos a la derecha y caminamos por una calle sinuosa durante unos 20 minutos hasta llegar al Ryoan-ji. Avanzamos rodeando el estanque camino del famoso jardín zen que también hemos visto en infinitas fotos. Efectivamente, confirmo que es un rectángulo de arena perfectamente rastrillada con unas piedras en su interior formando islotes. Personalmente no me dice nada, y si el objetivo es provocar la meditación tampoco lo consigue debido al murmullo constante de la gente. Quizá sentado allí uno sólo, sin nadie alrededor y con tranquilidad.... pero como eso parece imposible, pues nada. Salimos y rodeamos el estanque por el otro lado hasta la salida.
Un mar de arena
Giramos de nuevo a la derecha al salir y seguimos por la misma calle unos 15 minutos y llegamos al Ninna-ji. La puerta de entrada es enorme e impresiona.
Impresionante entrada
El recinto es inmenso; decidimos simplemente darnos un paseo por el lugar, sin entrar a la zona en la que hay que pagar. Avanzamos hasta la siguiente puerta por la explanada, de dimensiones que te hacen sentir pequeño. Dentro, vamos visitando la pagoda y los diversos edificios que hay, a cual más bonito.
Pagoda
Aquí sí hay poca gente, y se respira tranquilidad. Vemos ancianos con cámaras más grandes que ellos haciendo fotos a las flores de los cerezos. Vemos a otros pintando cuadros. Otros se ofrecen a hacernos alguna foto al grupo... Es un lugar genial para un paseo tranquilo, y nos dirigimos hacia la salida contentos, nos ha gustado mucho.
Tranquilidad
Nuestra siguiente parada es la zona de Arashiyama. Hay varias opciones para ir, decidimos coger un par de buses; cogemos el 59 en la acera de enfrente de la entrada del templo hasta su última parada, Yamagoe Nakacho; allí, esperamos unos 10 minutos para coger el 11 hasta la parada de Arashiyama Tenryuji Mae. Nos despistamos y nos pasamos una parada, pero no hay problema, son 100 metros.
Recorrido por la tarde. Arashiyama
Tenemos hambre. Nos metemos en el primer sitio que vemos; no será la mejor elección, ya que era un poco demasiado “turístico” y pelín caro (comparado con otros días), aunque la comida estaba buena. Yo como un tazón de arroz con unagi (anguila) ahumada por encima. Con su sopa de miso y su ensaladita acompañando, por supuesto. Terminamos rápido, porque los templos cierran pronto.
Subimos la calle un poco más y giramos a la izquierda para entrar al recinto del templo Tenryu-ji, con su lago rodeado de jardines, bonitos y muy cuidados, como todos los que nos hemos encontrado en el país.
Tenryu-ji
Salimos por la puerta norte y nos damos de bruces con el bosque de bambú. ¡Qué maravilla! Esos troncos altísimos, ese sonido ¡clac, clac!, te quedas embobado viendo cómo se mecen con el viento...un auténtico espectáculo.
Sonidos de bambú
Nos adentramos por el camino y arriba giramos a la derecha. Nuestro objetivo son los templos Nison-in y Gio-ji. Esta zona es un poco laberíntica, con bastantes caminos y carreteras. Llevamos un mapa decente (el pdf de la JNTO y otro de google a escala suficiente) pero vamos preguntando casi en cada intersección (lo que nos hace ver las diferentes reacciones de las distintas personas, desde pararse y estudiar el mapita hasta situarse e indicarte, hasta hacerte el típico gesto con los brazos en aspa delante de la cara para decirte que no saben; por cierto, consejo: nos vino muy bien en ésta y otras situaciones que en el mapa viniera el nombre del sitio en japonés, si no se aclaraban con el mapa a veces sí lo hacían si les indicabas el lugar)
Finalmente conseguimos llegar al Gio-ji (el Nison-in pasamos por delante y parecía enooooorme, así que decidimos ir primero a éste y dejarlo para la vuelta si nos daba tiempo). Este pequeño templo, “escondido” al final de una callecita, consta de un pequeño edificio y un también pequeño jardín, que debe de ser especialmente bonito en otoño con las hojas rojas de los arces, pero que también nos gustó ahora con todo verde. Durante nuestra visita estuvimos bastante rato solos, y el ambiente era de auténtica paz, con el sonido del viento entre los árboles, el musgo de apariencia perfectamente esponjosa….daban ganas de quedarse allí un rato más, así que nos sentamos unos minutos simplemente contemplando el lugar…
Gio-ji, un remanso de paz
El tiempo ha empeorado y amenaza lluvia. Salimos y deshacemos el camino. Finalmente no entramos al templo Nison-in que habíamos dejado en el camino, porque empieza a refrescar bastante. Volvemos a pasar por el bosque de bambú, que ahora ya casi sin luz ni gente resulta aún más mágico si cabe, y llegamos a la calle principal, donde decidimos tomarnos un café para entrar en calor. De paso aprovechamos para probar esas bolitas de arroz con pasta de judía dulce en su interior....¿cómo describirlo? Pegajoso... No está malo, pero vamos, prefiero un croissant.
Ahora ya llueve con ganas y son las 6. Anulamos la idea de cruzar el puente y visitar la otra parte del río (anotado para el próximo viaje), y buscamos un autobús que nos lleve de vuelta. Vemos llegar uno y preguntamos a unas japonesas si ése nos lleva a la estación. Nos dicen que sí y nos montamos sin saber ni qué número es. Poco antes de llegar a la estación experimentamos nuestro primer (y por suerte, único) atasco japonés.
Tardamos un rato en hacer la última parte del recorrido y al bajar en la estación decidimos ir a activar el JRpass. Rellenamos el formulario, enseñamos pasaportes y el cupón comprado en España, y ya está. Ya que estamos, reservamos los billetes de todos los shinkanshen que tenemos previsto coger. Le voy enseñando los días, horas y trenes que queremos y va toqueteando su pantalla táctil llena de simbolitos y dándonos los billetes a una velocidad increíble. Nos los revisa un par de veces todos por si acaso. En 10 minutos hemos terminado. Hemos conocido a la Lucky Luke japonesa, más rápida que su propia sombra. Eficiencia nipona.
Decidimos cenar por allí mismo. Miramos sitios en los diversos carteles que hay, y al final optamos por ir al Porta, el centro comercial de enfrente de la estación (sales por la puerta principal y verás las entradas, es subterráneo). Allí hay muchos restaurantes, cada uno especializado en una cosa, se puede decir; nos decidimos por uno de okonomiyaki; hay cola, pero en este país las colas de los restaurantes van rápido, la gente come deprisa, así que nos sentamos en las sillas que tienen en la puerta; mientras estamos en la cola, nos dan la carta para que vayamos eligiendo; así lo hacemos, y luego al sentarnos no tardan nada en traernoslo (claro, así va de rápido la cola); el okonomiyaki no es de los que lo preparas tú, te lo traen hecho, pero está riquísimo (yo me pido el completo, con pulpo, calamares, gambas y no sé cuántas cosas más). Acabamos realmente llenos…pero un heladito del sitio que está ahí al lado nos cabe, no? Eso siempre…
Con la barriga llena, salimos y vamos hacia el ryokan. Hacemos una paradita en la esquina para entrar al pachinko y quitarnos la curiosidad. ¡Qué ruido infernal! La música a todo volumen, las maquinitas clinc, clinc, clinc.... y la gente ensimismada mirando fijamente cómo caen las bolitas..... Flipante. Menudo vicio tienen….
Ahora sí, llegamos al ryokan. A dormir, que mañana nos vamos de viaje!