![]() ![]() Pulso indio ✏️ Blogs de India
Diario de un viaje en solitario, que incluye un mes en Kathmandú y dos meses recorriendo IndiaAutor: Albertomunnoz Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (1 Votos) Índice del Diario: Pulso indio
01: Katmandú
02: Varanasi
03: Bhubaneswar
04: Coromandal Express Train
05: Chennai
06: Cholamandal Artist's Village
07: Mamallapuran
08: Pondicherry
09: Auroville
10: Chidambaram
11: Tanjore - Thanjavur
12: Trichi
13: Madurai
14: Meditando la trascencencia. Viaje al fin del mundo
15: Kanyakumari
16: Kovalam
17: Varkala
18: Cochín
19: Panaji
20: Gokarna
21: Hampi
22: Goa
23: Recapitulaciones
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Etapas 13 a 15, total 23
Madurai
Sigo viajando en autobús hacia el sur. Cuando subí quedaba libre la última fila de asientos, bien ventilada por la ausencia de puerta. En esta fila los asientos son un banco continuo y no está claro cuantos se van a sentar. Cuando ya estaba lleno, llego un señor bastante grueso, se removió y consiguió encajar a mi lado, así que tuve un viaje muy apretado. Me alojé en el hotel Chentoor, (2000 rp) algo caro pero muy agradable en comparación con el de ayer. El restaurante en la terraza del 7º piso tiene vistas a los templos. Fui caminando unos 15 minutos hasta el Sri Meenakshi Temple, el más importante de Madurai. Tiene 4 torres, orientadas según los puntos cardinales, que sirven de entrada a un recinto cubierto enorme y de techos altos y policromados. Las 4 torres son templos llenos de estatuas policromadas en su superficie exterior, sobresalen en altura los edificios circundantes y toda la ciudad. Insisto en que la piedra coloreada, pierde su identidad visual, su textura, su color natural, su peso, su densidad, su nobleza y su belleza; realmente parecen figuras de plástico. No me dejaron entrar la cámara, así que la deje en custodia junto con los zapatos. Al entrar, sin darme cuenta, me encontré siguiendo una fila por un recorrido entre cadenas. Al llegar a la zona del culto, alguien me dijo que yo no podía estar allí. Casi me alegré de poder circular libremente. Las zonas donde se realizan ceremonias tienen prohibida la entrada a los no hindúes; otras veces el letrero dice: extranjeros. Unos hombres vestidos de blanco tocaban una música cautivadora con un tambor y algo parecido a una trompeta larga. Me senté a escuchar un rato y luego continúe por los claustros que rodean un estanque, con columna dorada en el centro y una figura con forma de flor de loto, también dorada, emergiendo del agua. En el interior del enorme templo hay numerosas tiendas; parece que les faltó Cristro con su látigo expulsando a los mercaderes. También hay un museo muy bien dotado de estatuas de piedra adosadas a las columnas, gárgolas, elefantes,… y bronces dentro de urnas de cristal, que tienen pequeñas ranuras por las que han metido dinero. Casi todas las figuras han recibido su estipendio, pero Nataraja y el dios mono Hanuman estaban rebosantes de billetes. Vi un taller donde estaban preparando velas, colocando cera en pequeños cuencos de cerámica. A muchas estatuas les ponen velas, flores, arroz, a veces, las cubren o las visten con telas. Una figura de un toro o una vaca tumbada tenía a su lado una bandeja con alimentos. Al salir di toda la vuelta por las cuatro calles que rodean el recinto. Algunas personas me ofrecieron subir a la terraza de sus casas para ver mejor los templos y sacar fotografías. Las visitas a los templos me están resultando apasionantes, no sólo por su interés artístico, sino por toda la vida religiosa y profana que bulle siempre dentro y en sus alrededores. Etapas 13 a 15, total 23
Meditando la trascendencia. Viaje hacia el Fin del Mundo.
En las estaciones de autobús en las que he estado, no encontré a nadie que hablase inglés. Para enterarme de en cuál autobús debía montar, siempre decía el nombre de la ciudad de destino al que quería ir, escuchaba las explicaciones en la lengua local, mientras ponía la atención en los gestos der las manos señalando aquí y allá. Pregunté a un hombre uniformado por el bus a Kanyakumari y me dijo que saldría dentro de hora y media. Es conveniente confirmar las indicaciones, así que pregunté a otro y me señaló un autobús en marcha que se estaba yendo. Con decisión me agarré a una barra exterior y me monté en marcha como es frecuente observar que se hace en el país; consiguiendo ajustar los tiempos como en La vuelta al mundo en 80 días de J. Verne. Se ven frecuentemente fachadas de viviendas y tapias están pintadas con colores vivos y un letrero publicitario escrito en alfabeto tamil. En un control de la autovía, el encargado cobró a un camión. Después colocó su vasito de café en los hierros del vehículo mientras éste iniciaba su marcha. Envío así su vaso como un mensaje en una botella dirigiéndose hacia lo desconocido, como yo, como la vida. No creo que ocurra lo mismo con la muerte, donde supongo se acaba el camino. La muerte vive sólo, quizás, en aquellos que la acompañan, en quienes saben que les concierne. Estos largos viajes dan de sí para la meditación. Las dos acepciones del término, la occidental como reflexión y la oriental como vaciamiento, se alternan en mi mente mientras voy viendo pasar los campos, solitarias casas, templos, también iglesias cristianas. De vez en cuando se acelera el pulso indio al pasar junto al bullicio de aldeas y ciudades. Estos dos tipos de meditación alcanzan en ocasiones un punto de fusión. La mente se libera de las ataduras de la lógica, entra en el ensimismamiento o en trance, como en la creación poética, y encuentra momentos de serenidad y sentido de comunidad con el todo. A pesar de mi primitiva teofobia, debilitada sucesivamente en ateísmo y luego en agnosticismo; me sentí cercano al panteísmo y al sincretismo de algunas formas de religiosidad hindú manifiesta en las ideas de Vivenakanda, de Aurobindo o de la Madre. Me dirigí a al Fin de la Tierra, al cabo Comorín en el extremo sur de India, donde se mezclan el Océano Índico y el Mar Arábigo. Acercándome al fin del mundo, pensé que quizás fuese posible intuir algo de lo que habita en lo más profundo de nosotros o, como dice un verso lorquiano que me desveló mi amiga poetisa Raquel Serdio, en las últimas habitaciones de la sangre. Recordé una conversación con un canadiense en Auroville. Nos contamos nuestros planes de viaje. Él estaba en un largo viaje de 6 meses por India; me contó que justo después de jubilarse viajó también 6 meses por Méjico y Centroamérica (por cierto, donde le robaron 4 veces). Nos sentimos próximos al sabernos ambos retirados y pudiendo viajar; pero lo más intenso que dejó en mi memoria fue la manera de expresarse al pronunciar la palabra meditación, la viveza de sus ojos, el movimiento de las manos, la entonación de la voz,… En mi caso, la meditación, el acercamiento al mundo espiritual, ha encontrado hasta el momento sus posibilidades de aparición en el contacto con la creación plástica y poética; en la lectura de algunos poetas: Valente, Gamoneda, Tagore, en la contemplación de algunas pinturas y, lo he vivido más intensamente en ciertos instantes de mi propio proceso creativo. Etapas 13 a 15, total 23
Kanyakumari
Despúes de 6 horas y media de viaje, con un transbordo de autobús incluido, llegue a la ciudad y encontré alojamiento en el Saravana Lodge, un hostal muy humilde pero bastante limpio y con vistas al mar. La ciudad es pequeña, tiene 26.000 habitantes. Es muy fácil y cómoda de recorrer andando. Las calles principales, cercanas a la costa están plagadas de tiendas. Se ven numerosos turistas indios, unos pocos extranjeros y muchísimos monjes de falda negra con el torso descubierto. Comencé visitando el memorial de un personaje indio. Entré a verlo porque el edificio con huecos entre ladrillo y ladrillo ofrecía un aspecto interesante. Todos los letreros exteriores estaban escritos en tamil, pero en las fotografías expuesta ponía también la nota al pie en inglés. Así me enteré de que el memorial rinde homenaje a Kamaraja. Siguiendo la costa me dirigí a la View Tower, una construcción cilíndrica en el mar con una rampa por la que se puede subir hasta el final y observar el panorama marino, con la pequeña isla donde hay un palacio y la gigantesca estatua, que representa al poeta tamil Thiruvalluvar. Es la “Estatua de la Libertad” india; en su construcción colaboraron más de 5000 escultores. Su altura estuvo condicionada al número de capítulos (133) de la obra del poeta, titulada Thirukural. 133 pies que equivalen a 40,5 m. Se erigió en 2000. Entré en el Kumari Amman Temple siguiendo la fila de indios de torso desnudo por un sendero marcado con barras. Me sugirieron que me quitase la camiseta además de los zapatos y no me dejaron pasar la cámara. Fui pasando capillas e imitando los gestos rituales de los otros, tocar el fuego y pasarse las manos por la cara, tocar los umbrales, las figuras,… me dieron un pigmento rojo en una bolsita de papel, me pusieron la thika en la frente y salí, no sé si transfigurado, pero me seguí sintiendo a gusto. Visité el Gandhi Memorial, donde se conservan sus cenizas. Por un agujero en la cumbre de la cúpula entra la luz cada año un día de septiembre a una hora determinada. Vi muchos peregrinos metiéndose al agua en su baño matinal y luego a uno que secaba su lungi al viento sosteniéndolo con ambas manos. Para tomar un barco que me llevase a las islas cercanas, tuve que hacer una larga fila “india”, nunca mejor dicho, para comprar el ticket y luego llegar hasta el barco. Entré en relación con unos monjes de negro, me dijeron que no son brahmanes, que son peregrinos, seguidores de un swami del que no entendí el nombre. Iban 6 hombres y una niña en ese grupo, aunque muchos más con el lungi negro y otros de color naranja. A veces le llevan doblado por la mitad, como una falda hasta la rodilla, pero nunca en situaciones formales como entrando en un templo. Dieron a cada uno un chaleco salvavidas y montamos al barco que se llenó completamente; éramos unos 100 pasajeros y yo el único extranjero. En el trayecto, el barco se balanceaba con el fuerte oleaje y todos se lo tomaron como si estuvieran en un parque de atracciones, riendo y gritando acompasados con el vaivén. El barco atracó en la isla donde se encuentra un edificio parecido al Sacre Coeur parisino, que es el Vivekananda Memorial; en la otra isla muy cerca se levanta la gran estatua mirando hacia la costa. Compre un librito sobre el swami, su vida y su legado, y luego entré en el memorial donde además de una estatua hay una sala de meditación, con la luz muy tenue que surge desde un signo de Om y se escucha un suave sonido Ommmmm, Ommmmm. Reposé un rato sentado en el suelo, en silencio, con los que allí estaban meditando. La zona cercana al templo y al lugar de embarque está siempre abarrotada de gente caminando, no hay tráfico pero sí un mucho bullicio y animación. Saliéndome un poco de allí, enseguida encontré sitios más tranquilos para pasear al lado del mar, viendo las barcas y las casas de pescadores pintadas de colores vivos. En mi tercer día en el pueblo, las calles estaban aún más concurridas. Desde los puestos ambulantes voceaban las mercancías, principalmente ropa; los peregrinos se acercaban a mirar y comprar. Me mezclé entre la multitud caminando con dificultad, se diría que no cabría ya ni uno más. Me fijé entonces en un paseo casi vacío justo al lado del mar, paralelo a la carretera en la que yo avanzaba; así que me salí de la marabunta y caminé solitario arriba y abajo durante una hora más o menos, disfrutando de la brisa que aliviaba el calor. Luego, me volví a sumergir en el baño de multitudes. Curiosamente, me fijé en que, entre la masa humana, pasaba más desapercibido, seguramente porque al haber tanta gente no me veían llegar de lejos. La fila para tomar el barco a la isla era también hoy más larga, recorría todo el pueblo, sonaban campanillas y el jaleo continuo de la excitación colectiva, como si fuera una fiesta muy concurrida. Saqué dos billetes de avión; uno de Cochín a Goa para el 27 de noviembre y el otro, de Goa a Bombay el día 16 de diciembre. Etapas 13 a 15, total 23
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