AMARGO ADIÓS A JAMBIANI. UNA TARDE EN STONE TOWN. ✏️ Diarios de Viajes de Tanzania9 de agosto de 2010. Amanecia en Jambiani bajo un día grisáceo que atemperaba el colorido natural del Índico. La fina lluvia que caía sobre nosotros, en esas primeras horas de la mañana, parecían evocar la tristeza que provocaba nuestra marcha del...Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi⭐ Puntos: 5 (7 Votos) Etapas: 22 Localización: Tanzania9 de agosto de 2010. Amanecia en Jambiani bajo un día grisáceo que atemperaba el colorido natural del Índico. La fina lluvia que caía sobre nosotros, en esas primeras horas de la mañana, parecían evocar la tristeza que provocaba nuestra marcha del paraiso, como si de lágrimas se tratara, aventurando nuestra despedida del Coral Rock. En la terraza de su bungalow de piedra, Pedro tañía sus últimos acordes a la guitarra española, en espera del inevitable éxodo hacia Stone Town. De nuevo, El Índico se retiraba hacia el horizonte dejando al descubierto la fina arena blanca que otrora fuera el escenario de un gran enlace. Volvíamos a los ajetreos de equipajes, a las comprobaciones de última hora sobre aquello que pudiéramos dejar olvidado en las instalaciones del Coral Rock, a los largos viajes por tierras tanzanas... dejando atrás días de celebración y playas paradisiacas en una despedida que se tornaba ciertamente dura. Quien podía saber en ese momento. Quizá no era un adios, quizá solo se tratara de un hasta luego. En ello confíabamos muchos de nosotros, mientras veíamos desaparecer en el horizonte la costa este de Zanzíbar. Siempre nos quedaría el recuerdo de aquellos fabulosos días de descanso post-safari sumergidos en las aguas turquesas de Unguja. Emprendíamos así un viaje de retorno hacía la capital de Zanzíbar, Stone Town, buscando involuntariamente el adios defintivo de Tanzania. Por el camino, en la furgoneta atestada de equipajes que habíamos contratado para el traslado, intentábamos atisbar infructuosamente la presencia de algún colobo rojo al paso por Jozani. Al llegar a las zonas periféricas de Stone Town, de nuevo el bullicio propio de las ciudades tanzanas nos acogía cálidamente con su colorido y olores. Que lejos quedaba ya ese primer día saliendo de Dar es Salaam, esa ciudad de la paz que nos dió la bienvenida a la aventura de África. Hacíamos entrada en el Dhow Palace, nuestro alojamiento para esa única noche, en la costa oeste de Zanzíbar. Los empleados del mismo, ataviados con coloridos uniformes que habían perdido el esplendor de épocas pretéritas, nos agasajaban con ricos zumos de frutas tropicales aliviando la espera propia del reparto de habitaciones. El Dhow Palace, era un pequeño palacete de estilo eminentemente árabe situado en la zona más céntrica de la capital de Unguja. Las vetustas habitaciones del Dhow Palace, aunque parecían haber sido testigos inmutables de la presencia histórica de cientos y cientos de moradores a lo largo del tiempo, resultaban de lo más confortables en su evidente decrepitud. En la ducha, un fino hilo de agua era el único acompañante del viajero que intentaba adecentarse para la larga etapa que aguardaba. Nos reunimos todos los expedicionarios en el hall del Dhow Palace situado frente a la piscina interior que de buena gana habríamos hecho nuestra, de no ser por el tiempo que apremiaba nuestra presencia en Stone Town. Desde allí subimos varios pisos hasta alcanzar la azotea del hotel, donde pudimos observar plácidamente las fantásticas vistas que ésta ofrecía de la abigarrada capital de Zanzíbar. Al fondo, el Índico volvía a mostrarse en todo su esplendor, surcado por innumerables dhows junto a grandes embarcaciones que, a buen seguro, debían de surtir la isla de todos los productos que venían procedentes de otras zonas del país. El progreso volvía a mezclarse con el estilo de vida tradicional tanzano, en una estampa que tiende inexorablemente al olvido, propiciado por la incipiente sociedad de consumo que va ganando posiciones y que previsiblemente supondrá el final de todo aquello por lo que ha sido conocido el continente africano tras años de incansable explotación. Pasada la una del mediodía, y acostumbrados como estábamos al estilo solar de vida africano, nuestros estómagos demandaban fieramente alguna pieza con la que saciar nuestro apetito. Aunque convenimos que aquel día tendríamos que dividirnos en pequeños grupos para disolvernos por la capital en busca de un restaurante, lo cierto es que, como suele pasar en toda excursión turística, finalmente acabamos todos en el mismo lugar. El Mercury con una una terraza espectacular frente al Índico, fue el destino elegido por todos y cada uno de los expedicionarios. Freddy Mercury, mítico componente de la banda Queen, daba nombre al restaurante que nos albergaba, dado su curioso y poco conocido origen zanzibarí. De hecho, la casa donde pasó sus primeros años de vida aún puede visitarse en Stone Town. En el restaurante, un pequeño cartel ambientado en la cultura india, rezaba unas apocalípticas frases que hacían meditar al expedicionario. Traducido del inglés, decían algo así: "Solo cuando el último árbol haya sido cortado, solo cuando el último río haya sido envenenado, solo cuando el último pescado haya sido atrapado, solo entoces... sabrás que el dinero no puede comerse". La belleza y grandiosidad de cuanto vimos en nuestro viaje a Tanzania y Malawi, hacía que muchos de los expedicionarios entendiéramos aún mejor su sentido. La comida transcurrió plácidamente frente al Índico, donde los dhows repletos de pescadores o turistas con destino a algún atolón, discurrían bajo nuestra atenta mirada. Tocaba entonces iniciar la marcha hacia las laberínticas calles de Stone Town. La Casa de las Maravillas, que otrora hubiera sido testigo del inicio de las expediciones de múltiples aventureros hacia el interior del continente negro, suponía igualmente nuestro puerto de partida hacia la exploración de la capital zanzibarí. Una gran cantidad de buscavidas se acercaban a nosotros chapurreando algunas palabras en español, en busca de la contratación de una visita turística, rechazando rápidamente tal ofrecimiento. En mi caso era el segundo año que visitaba Stone Town, y solo disponíamos de una tarde para pasear por la ciudad, por lo que preferimos una visita por libre. En sus estrechas calles, plenas de intensos olores a especias, a pescados secados al sol y a ricas plataneras; paseábamos bajo el paso atropellado de las bicicletas que transportaban enormes cantidades de productos hacíendo realmente difícil el tránsito. Los restos de las murallas y torreones que la dominación portuguesa dejó en la ciudad emergían a nuestro paso, poniendo de manifiesto el pasado convulso que había deparado la historia para esta pequeña isla del Índico, lugar de paso para innumerables culturas que no consiguieron arrebatar la identidad propia que sus moradores iniciales le otorgaron. Una multitud de pequeños negocios se apostaba a cada lado de la calle, con artesanías de todo tipo para deleite del turista. Asentado en un peldaño que daba acceso a una de las tiendas y en la interminable espera propia del espíritu consumista más femenino, frente a mi, un zanzibarí me preguntaba la nacionalidad buscando convecerme con su simpatía de la posibilidad de adquirir alguno de los productos típicos de la isla. Al conocer mi origen español, el nativo profería en voz en grito: ¡Zapatero! ¡Zapatero cabrrrrón! ¡ Zapatero cabrrrrrrón!. La crisis económica española y algún visitante anterior debieron enseñarle a éste que esas palabras eran de lo más normal, como si de un halago hacia tus orígenes se tratara. Yo, con una risa que no podía contener, le enseñaba que tan gracioso era cabrón como mamón, a lo que él aprendía a velocidad de vértigo, profiriendo la palabra recién aprendida. Las risas de las expedicionarias, a su salida de la tienda, al comprobar lo que oían, conseguían arrancar una nueva sonrisa. Debí comprarle algo, lo reconozco. Con independencia de las ideologías propias de cada uno, su esfuerzo por animarnos era digno de elogio. Y así pasó la tarde, con adquisiciones de todo tipo para nuestros seres queridos que aguardaban la cercana llegada del convoy tanzano allá en España. Las camisetas, esculturas y pinturas típicas de la isla fueron las posesiones más celebradas. Aunque el regateo es la forma natural de adquirir caquier producto en Zanzíbar, como ocurre en otra ciudades árabes del continente africano; éste llega a extenuar al visitante que ve como pasan las horas y no ha comprado nada de lo que iba buscando, por temor a pagar varias veces su valor. Recuerdo que en una de las tiendas, llegué a apretar tanto en el precio que de una forma bastante impertinente me invitaron a abandonar la instalación. Supongo que llevé al límite al, hasta ese momento, agradable vendedor. Por ello, muchos acabamos en tiendas de precio fijo, que también las hay aunque son la excepción, buscando no discutir más por los precios de lo que adquiríamos. Llegada la noche, los jardines Forodhani situados frente a la Casa de las Maravillas, se convertían en un enorme mercadillo, atestado de visitantes procedentes de todos lo lugares del mundo. Los puestos de comida, a base de parrilladas de carnes especiadas de todo tipo y a un precio irrisorio, copaban la mayoría del espacio disponible. Aunque me tentaba degustar alguna de las especialidades lugareñas, recordé la fatídica noche que habíamos pasado en el Santuario de Sangilo en Malawi (con continuas diarreas y vómitos nocturnos) y preferí retener mis impulsos más primarios. Reunidos todos los expedicionarios en los mencionados jardines, nos dirigimos a un restaurante árabe situado a escasos metros de aquel lugar, que Malaika había negociado con anterioridad. Con nuestros pies descalzos y sentados sobre el suelo, disfrutamos cenando las especialidades locales en una mesa que quedaba pequeña para todo lo que habíamos pedido. No recuerdo exactamente lo que tomamos aquella noche, pero si que fue muy suculento y que el precio por persona fue más propio de una cena en un fast food cualquiera, que por suerte no han llegado a estos lugares. Tumbado ya en mi cama del Dhow Palace, bajo las mosquiteras que ya se habían convertido en un atrezzo habitual de nuestro periplo africano, buscaba el descanso con mi pensamiento puesto en el próximo destino, Dar es Salaam, aquel que días antes nos viera salir con expectación hacia el sueño africano de Tanzania, del cual despertaríamos abruptamente en un lento discurrir hacia el Cairo como paso previo a la acogida en tierras españolas. Esa reconocible sensación de pérdida ganaba, día a día, un espacio más del corazón de los expedicionarios, dividido bipolarmente entre la vuelta a casa y el abandono del paraiso tanzano. Las visitas a El cairo y a Roma, suavizarían el golpe que propinaría una realidad cada vez más cercana. Índice del Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi
01: VIAJE AL SUR DE TANZANIA Y MALAWI. AEROPUERTOS.
02: ROMA, OSTIA ANTICA Y AEROPUERTO DE EL CAIRO
03: DE DAR ES SALAAM A SELOUS GAME RESERVE
04: RESERVA DE CAZA DE SELOUS Y SABLE MOUNTAIN LODGE
05: DE SELOUS A MOROGORO. LAS MONTAÑAS ULUGURÚ Y SUS GENTES
06: LAS MONTAÑAS UDZUNGWA Y LAS CATARATAS SANJE. TANZANIA.
07: AMANECER EN SANJE Y RUMBO A IRINGA.
08: EL LARGO CAMINO A MALAWI. EL SANTUARIO DE SANGILO.
09: NOS DIÓ UN RAYITO EN MALAWI; DE CHILUMBA A CHINTECHE (KANDE BEACH).
10: A TODO CERDO LE LLEGA SU KANDE BEACH. EL LAGO MALAWI Y SUS GENTES.
11: EL REGRESO A TANZANIA (MBEYA). EL CAMINO HACIA EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA.
12: UN GAME DRIVE POR EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA (TANZANIA)
13: UN LEÓN RONDANDO NUESTRA TIENDA. RUAHA NATIONAL PARK. EL MZUNGU MASAI.
14: SOBREVOLANDO TANZANIA. NUESTRO PRIMER DIA EN ZANZIBAR.
15: JAMBIANI, UN PARAJE PARADISIACO EN LA ISLA DE ZANZÍBAR (TANZANIA)
16: DE BODA EN ZANZÍBAR. LA BODA SWAHILI DE KIKI Y EVA.
17: LA RESACA POST-BODA DE JAMBIANI.
18: AMARGO ADIÓS A JAMBIANI. UNA TARDE EN STONE TOWN.
19: DESPIDIÉNDONOS DE ZANZÍBAR. UNA TARDE EN EL CAIRO.
20: LAS PIRÁMIDES DE EL CAIRO Y EL MUSEO EGIPCIO.
21: REGRESANDO A ESPAÑA. VISITA EXPRESS A ROMA, LA CIUDAD ETERNA.
22: EL FIN DE LA AVENTURA. ÁFRICA EN EL RECUERDO.
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