El desayuno lo digerimos con un chapuzón en la piscina de anuncio de la cima del edificio, viendo desde dentro del agua al borde del bloque, como serpentea por los raíles el tren aéreo, que desaparece entre los cuartos o quintos pisos de los bloques de la esquina.

Después de informarnos por los risueños taquilleros del BTS de Chong nonsi, de como ir a la estación de tren de Hua Lamphong, pulsamos en pantalla el círculo de la parada siguiente, Sala Daeng, donde transbordamos al MRT, para llegar a la estación de trenes, con la voluntad de coger uno, de los que con bastante frecuencia van a Ayutthaya por la vía de Chiang Mai. En el tren hay sitio libre, así que las 2 horas de trayecto pasan plácidas entre casas flotantes de suburbios, arrozales, o el cuelgue voyeur con los vendedores ambulantes o los pasajeros que duermen a pierna suelta acurrucados en el asiento.

En las cercanías de Ayutthaya me prevengo mentalmente para un asalto de tuctuqueros vociferantes nada más pisar el andén, sin embargo sufro un satisfactorio desengaño al recoger de la única mano tendida de una mujer, un prospecto de excursiones. Ni uno más ni uno menos.
Por norma y costumbre, huimos de la estación y cruzamos al otro lado de la calle donde en un garito prototipo thai, una especie de tienda de ultramarinos semi al aire libre con mesas exteriores, nos sentamos tras haber elegido de la nevera expositor 2 singhas grandes y algún refresco.

Mientras charlamos, la chica de la mano del prospecto, sentada en el borde de la carretera al lado de un tuctuc, saluda, se planta en un par de zancadas, y después de pedir permiso para sentarse, nos tiende una ampliación plastificada de su oferta de tours, con una simpatía arrolladora, al precio, tal como señala su propaganda, de 200 THB (5 eu) la hora (precio conjunto), con la sugerencia de un recorrido standard de 4 horas, para visitar los lugares hit parade de la histórica capital de Siam, segunda del reino después de Sukhothai, y de los cuales omito el nombre porque son más identificables por el del Buda yacente, el de la cabeza del Buda en el tronco de árbol, y el del monje momio.

El tour es grato, y el primer contacto con unas ruinas arquitectónicas, en esta isla de canales en la confluencia de tres ríos, es fascinante. La visión del complejo del templo Mahathat con sus chedis (pagoda/estupa), las pilas de piedras depositadas por fieles en los relicarios, los restos de los budas clonados de las murallas, los jardines, el lago, etc, es cautivadora. No hay mucho grupo, sólo uno japonés con guía, de la que recibimos un sermón y una mirada con mala uva, ya que, mientras ella les instruye sobre el buda del peluquín de raíces, nosotros nos hacemos fotos con la cabeza más elevada que la de él, posición abominable y sacrílega, según nos reprocha.

A mitad del recorrido nos conducen a comer a un restaurante rural al lado del río Chao Phraya, que muestra inundaciones parciales en la terraza y jardines, y los conocidos parapetos de sacos terreros contra las crecidas. Pasamos los excelentísimos platos de 3 o 4 euros, fideos chinos con gambas y soja, arroz con verduras, ensalada de papaya y jengibre, y las imprescindibles singhas, conversando rodeados de toda la familia, viendo pasar los barcos de ruedas de palas del Mississipi tailandés, río abajo río arriba contra la tremenda corriente, alguno de ellos con chavales de party bajo atronadora música thai, y oteando la iglesia católica que se erige en la orilla opuesta del río. En el resto de las mesas solo aparecieron durante la velada, un par de tranquilos chavales japos transportados por algún otro tour operador.

La única licencia que se permitió Gai, fue llevarnos a una cuadra de elefantes donde nos presentó a una vendedora que nos ofertó una excursión paquidérmica, rechazada amablemente, aunque a cambio, participamos del circo, alimentando con unos plátanos a un elefante tragón, atiborrado por su función en el espectáculo, compañero de troupe de un tigre encadenado en una cueva, con evidentes síntomas de dopaje por dosis felinas de valium, que no rugía mientras comía los trozos de carne arrojados por sus carceleros, permitiendo así posar junto a él a los visitantes que pagaban por hacerse una foto.

Tras montar con nosotros Wananpoo o algo así, la beba de Gai y Mai, y agotar la última etapa del tour, nos dejan en una cochera del pueblo, desde donde arranca la minivan privada que hemos aceptado y que nos regresará a Bangkok por 60 THB (1'5 eu) por cabeza, y nos despedimos de ellos con una sonrisa y un abrazo, sin ningún tipo de contratiempo o mal rollo. El tour no creo que difiera económicamente del resto, pero Gai, y Mai, su pareja y conductor del tuctuc, resultaron ser un encanto, aunque la voz cantante y la simpatía, corren a cuenta de esa chica de 50 tacos que nos acompañó. El único pero a la excursión, la puntual lluvia. Dejo aquí sus datos, sin más: www.theoldcitytour.com (Gai y Mai)

El regreso a Bangkok dura aprox 1 hora y cuarto, casi la mitad de tiempo que la ida en tren. Nos aparcan entre el infernal tráfico bangkonés, en un lateral de Victory Monument, lugar empachado de actividad.

Un impulso nos introduce en unas galerías comerciales de puestos chillones, donde en 3 pisos sin pisadas occidentales, se reparten varios chiringos de postizos de pelo, tumbonas de masaje, tiendas de telefonía, alguno de ropa o complementos made in china, peluquerías, ...

Los carteles y fotos coloridas, que no dejan hueco libre en los paneles de separación entre tiendas, hacen tan llamativa la visita, que Sandra acaba adquiriendo, tras una sudorosa hora y pico de elección de modelo y color, información de seguridad, solicitud de manuales, y demo práctica, dos móviles thais libres a 40 euros la pieza.
Enganchamos skytrain en la parada de la plaza, y nos disolvemos al llegar al hotel, yo a la habitación, Sandra y Rosa a masajearse, y Gorka entre pinto y valdemoro. Hasta mañana.
