Había llegado por fin el día de comienzo del viaje. Un viaje donde pretendía conocer al menos en parte países de una Europa diferente a aquella en la que vivo, con otros idiomas, gastronomía y costumbres que quizás me sorprendieran, de los que tenía muy poca información, aparte del supuesto esplendor de algunas ciudades y del hecho de que hubieran formado parte de la URSS. Cómo no estoy hablando de las repúblicas bálticas – Lituania, Letonia y Estonia, y de Rusia.
El viaje me lo planteé como organizado ya que veía los idiomas en estos países como una barrera difícil de superar y no tenía claro que mi pobre inglés me salvara de algún que otro apuro que se me presentara, o simplemente para comunicarme. Traté de buscar un tipo de circuito que me ofreciera no sólo las típicas visitas a las capitales de países y lugares más turísticos, sino que además visitara otras ciudades más desconocidas, pero por qué no, igual de interesantes. El elegido fue un circuito de 19 días con Años Luz. La única pega era que no visitaría Moscú.
A las 6 de la mañana ya estaba en la T4 de Barajas, sin haber dormido nada por el temor absurdo de quedarme dormido. Tras darnos la documentación del viaje y hacer la facturación nos dirigimos ya hacia el embarque. Nuestro primer destino en el viaje sería Vilnius, la capital de Lituania, pero volaríamos haciendo escala en Praga. La compañía aérea Czech Airlines. Como nunca me han gustado demasiado los aviones, he de reconocer que el hecho de que fuera a estar en un avión sobre 4 horas y media a priori me preocupaba algo. Si además eres propenso a sentir la presión en los oídos en despegues y aterrizajes y encima el vuelo es con escala pues ahí que estaba yo en un continuo sinvivir. Por suerte mía, aparte de la sudoración espontánea por el nerviosismo, el vuelo hasta Praga transcurrió con total normalidad. Sin embargo, estando ya en el aeropuerto en el control de pasaportes, un grupito y yo nos liamos y no sé cómo terminamos fuera del área de tránsito y en otra terminal distinta. A partir de ahí más nerviosismo y carreras por todo el aeropuerto para llegar a la sala de embarque del vuelo a Vilnius, pues desde que llegamos sólo teníamos un tiempo de 1 hora. No sé ni cómo pero con nuestra cara de desesperación y enseñando los billetes creo que nos permitieron saltarnos la mitad de los controles, porque desde luego no accedimos a la zona de embarque por el camino normal. Afortunadamente llegamos justo en el momento en el que llamaban ya para subir al avión. El vuelo por suerte tranquilo y en aproximadamente 1 hora y media ya estábamos en Vilnius, a eso de las 2.
Allí nos reunimos con otra parte del grupo, que venían de Barcelona y sin equipaje, porque por esos días el aeropuerto del Prat andaba algo revuelto. Conocimos también al guía, que todo hay que decirlo, por sus primeros comentarios parece que no tenía mucha simpatía ni por los lituanos ni por sus vecinos. Nos dirigimos al hotel de 3*, situado en una zona de la periferia de la ciudad, característica por esos edificios de época comunista tan funcionales como poco agraciados estéticamente. No recuerdo el nombre del establecimiento, pero tampoco lo recomendaría pues estaba bastante alejado del centro, 20 minutos según el guía, pero 45 minutos en la realidad, andando claro está. Al menos estaba limpio, aunque las habitaciones no eran grandes y tenía por baño la típica cabina de tren o de avión. Tras un primer reconocimiento del hotel y dejar el equipaje (los que lo teníamos) en las habitaciones, nos marchamos en el autocar hacia el centro, para dar una primera ojeada a la ciudad. Durante el trayecto ya pude comprobar lo que sería la tónica del resto del viaje: avispas o abejas dentro del autocar, y también en la calle. Si en muchas zonas de España hay moscas en verano, por aquellos lares está todo lleno de estos bichitos, a los que no les tengo mucho aprecio que digamos.
A las 5 de la tarde nos dejaron en la Avenida Gediminas, que se puede considerar como la calle de más actividad comercial en la parte moderna de la ciudad. Dimos un paseo viendo algunas de las instituciones políticas de la ciudad, como el Parlamento de Lituania, los bancos, las tiendas más elegantes, cafés y restaurantes, etc... Observamos que a pesar de ser la calle más importante tampoco había demasiado movimiento de gente. Aprovechamos para cambiar dinero en una oficina y así conseguir la primera moneda de las 4 que llegaríamos a usar en todo el viaje: las litas lituanas. Después, como a las 7 ya no iba a tardar en empezar a anochecer y no había gran cosa que hacer, fuimos a la búsqueda de un bar donde cenar y a ser posible platos típicos lituanos. Encontramos un bar así de bastante diseño con una terraza muy agradable y degustamos platitos como crema de champiñones, sopa de tomate con vodka (las sopas y cremas en general riquísimas y de lo mejorcito de la gastronomía), unos escalopes y de postre un pastel de compota de manzana que quitaba el sentido. Si a eso añadimos que nos salió muy barato (desde luego mucho más que en España y siendo a la carta) pues más contentos que unas pascuas. Cuando terminamos, a eso de las 9, como vimos que la Avda. Gediminas estaba más muerta (como nosotros) que viva, decidimos irnos a patita hasta el hotel, que supuestamente estaba a 20 minutos, pero nada de nada, empezamos a andar y andar, cuesta arriba encima, y con un mapita en el que faltaban 3 de cada 4 calles, todo bastante solitario. Al final tardamos 45 minutos en llegar y derechos a dormir.
El viaje me lo planteé como organizado ya que veía los idiomas en estos países como una barrera difícil de superar y no tenía claro que mi pobre inglés me salvara de algún que otro apuro que se me presentara, o simplemente para comunicarme. Traté de buscar un tipo de circuito que me ofreciera no sólo las típicas visitas a las capitales de países y lugares más turísticos, sino que además visitara otras ciudades más desconocidas, pero por qué no, igual de interesantes. El elegido fue un circuito de 19 días con Años Luz. La única pega era que no visitaría Moscú.
A las 6 de la mañana ya estaba en la T4 de Barajas, sin haber dormido nada por el temor absurdo de quedarme dormido. Tras darnos la documentación del viaje y hacer la facturación nos dirigimos ya hacia el embarque. Nuestro primer destino en el viaje sería Vilnius, la capital de Lituania, pero volaríamos haciendo escala en Praga. La compañía aérea Czech Airlines. Como nunca me han gustado demasiado los aviones, he de reconocer que el hecho de que fuera a estar en un avión sobre 4 horas y media a priori me preocupaba algo. Si además eres propenso a sentir la presión en los oídos en despegues y aterrizajes y encima el vuelo es con escala pues ahí que estaba yo en un continuo sinvivir. Por suerte mía, aparte de la sudoración espontánea por el nerviosismo, el vuelo hasta Praga transcurrió con total normalidad. Sin embargo, estando ya en el aeropuerto en el control de pasaportes, un grupito y yo nos liamos y no sé cómo terminamos fuera del área de tránsito y en otra terminal distinta. A partir de ahí más nerviosismo y carreras por todo el aeropuerto para llegar a la sala de embarque del vuelo a Vilnius, pues desde que llegamos sólo teníamos un tiempo de 1 hora. No sé ni cómo pero con nuestra cara de desesperación y enseñando los billetes creo que nos permitieron saltarnos la mitad de los controles, porque desde luego no accedimos a la zona de embarque por el camino normal. Afortunadamente llegamos justo en el momento en el que llamaban ya para subir al avión. El vuelo por suerte tranquilo y en aproximadamente 1 hora y media ya estábamos en Vilnius, a eso de las 2.
Allí nos reunimos con otra parte del grupo, que venían de Barcelona y sin equipaje, porque por esos días el aeropuerto del Prat andaba algo revuelto. Conocimos también al guía, que todo hay que decirlo, por sus primeros comentarios parece que no tenía mucha simpatía ni por los lituanos ni por sus vecinos. Nos dirigimos al hotel de 3*, situado en una zona de la periferia de la ciudad, característica por esos edificios de época comunista tan funcionales como poco agraciados estéticamente. No recuerdo el nombre del establecimiento, pero tampoco lo recomendaría pues estaba bastante alejado del centro, 20 minutos según el guía, pero 45 minutos en la realidad, andando claro está. Al menos estaba limpio, aunque las habitaciones no eran grandes y tenía por baño la típica cabina de tren o de avión. Tras un primer reconocimiento del hotel y dejar el equipaje (los que lo teníamos) en las habitaciones, nos marchamos en el autocar hacia el centro, para dar una primera ojeada a la ciudad. Durante el trayecto ya pude comprobar lo que sería la tónica del resto del viaje: avispas o abejas dentro del autocar, y también en la calle. Si en muchas zonas de España hay moscas en verano, por aquellos lares está todo lleno de estos bichitos, a los que no les tengo mucho aprecio que digamos.
A las 5 de la tarde nos dejaron en la Avenida Gediminas, que se puede considerar como la calle de más actividad comercial en la parte moderna de la ciudad. Dimos un paseo viendo algunas de las instituciones políticas de la ciudad, como el Parlamento de Lituania, los bancos, las tiendas más elegantes, cafés y restaurantes, etc... Observamos que a pesar de ser la calle más importante tampoco había demasiado movimiento de gente. Aprovechamos para cambiar dinero en una oficina y así conseguir la primera moneda de las 4 que llegaríamos a usar en todo el viaje: las litas lituanas. Después, como a las 7 ya no iba a tardar en empezar a anochecer y no había gran cosa que hacer, fuimos a la búsqueda de un bar donde cenar y a ser posible platos típicos lituanos. Encontramos un bar así de bastante diseño con una terraza muy agradable y degustamos platitos como crema de champiñones, sopa de tomate con vodka (las sopas y cremas en general riquísimas y de lo mejorcito de la gastronomía), unos escalopes y de postre un pastel de compota de manzana que quitaba el sentido. Si a eso añadimos que nos salió muy barato (desde luego mucho más que en España y siendo a la carta) pues más contentos que unas pascuas. Cuando terminamos, a eso de las 9, como vimos que la Avda. Gediminas estaba más muerta (como nosotros) que viva, decidimos irnos a patita hasta el hotel, que supuestamente estaba a 20 minutos, pero nada de nada, empezamos a andar y andar, cuesta arriba encima, y con un mapita en el que faltaban 3 de cada 4 calles, todo bastante solitario. Al final tardamos 45 minutos en llegar y derechos a dormir.