Eran las 7h cuando sonó el despertador, habíamos dormido como troncos! Un buen desayuno en el hotel, mochilas cargadas para el día y a la calle! Para este día elegimos un lock “visita templos”, es decir, camiseta que cubre el hombro y pantalones desmontables.

Menudo calor hacía esta mañana! Camino al BTS aprovechamos para cambiar euros en un banco, el cambio estaba a algo más de 41THB.
Desde la parada Chong Nonsi teníamos que tomar el BTS dirección Wongwian Yai y, en dos paradas, bajar en Saphan Taksin, donde se encuentra el Central Pier. En la misma estación indica qué dirección tomar para llegar a la terminal de ferry.
Se forman diferentes colas según si quieres coger el ferry de bandera naranja, amarilla o azul (el turístico), así que nos pusimos en la cola del naranja. En 5 minutos apareció el barco, que ya estaba lleno de gente. Apretujados, una señora mayor fue cobrando uno a uno los billetes (15 THB/persona).
En el camino fuimos viendo la vida a orillas del Chao Praya, algunos pescadores con su longtail, algún que otro hotel, hasta algunos niños bañándose! No me meto yo en ese río ni que me paguen!

En un ratito llegamos a nuestro muelle, el nº 9 Ta Chang (jajajaja, como en los trucos de magia!

Según bajamos, caminamos unos 200 m en línea recta por una calle llena de puestos de comida y ya se ve rápidamente la pared blanca que rodea el Gran Palacio.

Acerca del Gran Palacio, explicar que se trata de un complejo formado por edificios y templos que fue la residencia de los reyes de Tailandia desde el año 1782 hasta el 1925; en su interior alberga diversos templos, siendo el Wat Phra Kaew en donde se encuentra la imagen de Buda más venerada de Tailandia, el Buda Esmeralda.
Conforme vas caminando por el enorme jardín y te acercas a la entrada te vas haciendo a la idea de la inmensidad del recinto, y ya ves como despuntan algunas de sus maravillosas estupas.
Sacamos la entrada (500THB/persona e incluye visita del palacio de Vimanmek) y, ansiosos, nos zambullimos en el interior.
Todo nos llamaba la atención, qué cantidad de estupas, figuras, guardianes guerreros, templos con sus tejados tan característicos y entradas de dragón…cuantos detalles quería captar nuestra retina

Paseamos boquiabiertos y sacamos mil fotos de todos los exteriores, incluida la reproducción del tempo de Angkor en Camboya, y nos dispusimos a entrar al Wat Phra Kaew.
Para entrar en todos los templos y en algunas zonas “sagradas” en todo Tailandia, hay que descalzarse y dejar los zapatos en el exterior (en algunos templos tienen bolsas para que los introduzcas y puedas llevar contigo), y debo decir que nunca he soportado caminar descalza!

Alrededor de este templo hay diversas figuras, y columnas decoradas, su techo de teca es precioso.
Desde aquí nos dirigimos a ver el Palacio, teniendo la suerte de coincidir con el cambio de guardia. Unos jardines preciosos lo rodean, por lo que la imagen es de postal. Sacándome una foto estaba Oscar cuando se me acercaron 3 mujeres asiáticas, pensaba que querían que les hiciera una foto, pero resulta que la atracción éramos mi marido y yo! Nos cogieron del brazo y nos hicieron sentar con ellas para hacer una foto de grupo! Tan pronto aparecieron como desaparecieron, dejándonos con la incertidumbre de saber de dónde eran y qué les había llamado la atención!

Aproximadamente 3 horas después, pusimos rumbo al Wat Pho.
Conforme se sale del Gran Palacio hay que girar a la izquierda (como si se volviera al muelle donde nos hemos bajado) y seguir hasta que se acaba el muro blanco, aquí hay que girar de nuevo a la izquierda y seguir el mismo muro hasta que este se acaba, y ya estáis frente al Wat Pho. Por el camino iréis atravesando un mercadillo con objetos antiguos y puestos de comida de aspecto dudoso.
Ya casi estábamos llegando cuando se nos acercó un señor muy poco convincente diciendo que el Wat Pho estaba cerrado. Bravo!!! Empezaba a pensar que no éramos lo suficientemente guiris para que nos intentasen engañar!!!


La entrada cuesta 100THB/persona e incluye un botellín de agua fresquita.
Un poco de historia: el templo original fue destruido por los birmanos en el año 1767 y su reconstrucción data del 1788. En realidad es un monasterio formado por un complejo de varios templos y jardines en cuyo edificio principal se encuentra el célebre Buda Reclinado. En este recinto hay gran cantidad de estupas repartidas por sus preciosos jardines, además de diferentes patios con hileras de budas.
Nuestra primera visita fue al templo que se localiza sólo entrar y que alberga el majestuoso Buda Reclinado: 15 metros de alto por 43 metros de longitud, casi nada! La verdad es que me dejó sin aliento. Sus pies son enormes y tienen unos grabados preciosos.
Bastante complicado encuadrar la foto, misión imposible intentar que no saliera nadie, pero con paciencia todo se consigue!
Continuamos paseando, fotografiando y disfrutando de todas las estupas, patios, templos y tranquilidad que allí se respiraba.
Se había hecho muy tarde y necesitábamos comer algo, así que pusimos rumbo al muelle para tomar el transbordador hacia el Wat Arun (puesto que está en la otra orilla del Chao Phraya) y decidimos ir viendo donde comíamos. Llegando al muelle encontramos puestos de comida pero necesitábamos descansar un poco y queríamos algún sitio donde poder comer tranquilamente. Finalmente, justo por la parte izquierda de donde están las escaleras de acceso a las tiendas/zona del muelle, localizamos un “restaurante” en el exterior de una casa provisto de 5 mesitas, varios taburetes y 2 ventiladores dónde tomamos una de las mejores comidas en todo nuestro viaje. La cocina estaba a la vista y daba gusto ver a la cocinera trabajar con esa pulcritud.

Con las fuerzas repuestas, tomamos el barco que te cruza a la otra orilla por 3THB/persona y allí estaba, el espléndido Wat Arun con su edificio central de estilo khmer.
Sólo ver las escaleras por las que se accede a lo alto del chedi y con mi poca afición por las alturas, comenzaron a temblarme las piernas…escalones muy altos y estrechos con una inclinación de casi 45º! Pero no habíamos venido hasta tan lejos para paralizarnos así que, chino-chano, y cogiéndome a la barandilla como si no hubiera un mañana, subí a la 1ª planta.

Mereció la pena subir pues las vistas de 360º son inmejorables. Otra hilera de escaleras más empinadas y complicadas que las anteriores daban acceso a la 2ª planta…y como todo lo que sube, baja y ya me estaba yo imaginando cómo iba a bajar, decidí que ya me había superado a mí misma subiendo hasta ahí

Visitado todo el recinto del Wat Arun, que os aseguro no os dejará indiferentes, cogimos de nuevo el transbordador y ya en la otra orilla, el ferry bandera naranja de vuelta, aunque nuestra parada sería en Chinatown (muelle nº 5, Rajchawongse Pier) ya que queríamos visitar el Wat Traimit (Buda de Oro).
A pesar de que al bajar en el pier revisamos el típico mapa de “Vd. está aquí” y creímos tener claro el camino hasta llegar al Wat Traimit, la realidad fue que los callejones de Chinatown nos volvieron locos! Eso sí, disfrutamos de lo lindo recorriendo esta zona pues, aunque hemos estado en los Chinatown de New York y San Francisco, este es auténtico, sin tiendas de souvenirs ni chiringuitos para turistas y repleto de tiendas de especias, algún que otro artesano y mayoristas de chorradas de las que se encuentran en los chinos de aquí.
El tiempo apremiaba pues eran las 16 y pico y tenía anotado que el templo cerraba a las 17h! Al fin llegamos a una avenida que a todas bruces era la calle principal de Chinatown, agotados, hicimos un sprint final hasta llegar, por fin al templo, pero… sorpresa! Cerraba a las 16:30h y eran las 16:40h!!!! No podíamos creerlo! Tanto correr con el calorazo que hacía para encontrarnos la puerta cerrada!!! En fin, la vida del turista es muy dura, jajajajaajaj.

Cansados de todo el día, decidimos que ya iba siendo hora de subir en tuktuk así que nos alejamos un par de calles del templo y comenzamos a negociar con un tuktukero…este conductor no se bajaba del burro, así que nos fuimos en busca de otro que no puso mucho problema en llevarnos por lo que le dijimos, eso sí, dejándole claro que no queríamos shopping!
La 1ª vez que subes en un artefacto de estos no se olvida en la vida! Qué pericia al manillar tienen estos conductores! Que hay un hueco por el que no se te pasaría por la cabeza pasar ni en bicicleta, allí que se meten ellos, y pasan ehhh! Eso sí, yo creo que alguna vez les habrán saltado chispas! Que entras en un cruce de esos que no asomarías ni la cabeza, tranquilos! El tuktuquero lo hará por vosotros y meterá el carrito en todo el meollo, y sale ehhh!!! Qué decir de los semáforos! He llegado a la conclusión de que todos los tuktukeros de Tailandia, sin excepción, son daltónicos. O eso, o los semáforos van al revés!


En definitiva, y a pesar de ir tragando toda la polución del mundo, montar en tuktuk es una de esas experiencias vitales que hemos vivido en Tailandia y que recomendaría a todo el mundo.
Sanos y salvos en nuestro hotel, nos fuimos a disfrutar de su maravillosa piscina. El tumboning no duró mucho pues se levantó un viento importante, que estando en la planta 20 del hotel daba algo de respeto, y nos tuvimos que marchar.

Llovió a mares pero, por suerte, dejó de hacerlo justo cuando tomamos el taxi para ir a cenar: esta noche nos fuimos al Restaurante Mango Tree.
El taxista no tenía muy claro dónde estaba, así que paró a preguntar en un sitio y nos dijo que estaba justo en el callejón donde estábamos parados…un poco extrañados, nos metimos por el callejón oscuro que nos indicó y, efectivamente, al final de este apareció el restaurante. Lástima que hubiera estado lloviendo pues la terraza estaba cubierta con toldos y no lucía tan bonito como se intuye que es, aunque seguramente gracias a esto conseguimos mesa sin haber reservado.
La cena fue espectacular, no recuerdo los nombres de los platos pero para comenzar pedimos unas brochetas de cerdo que cocinabas tú mismo en las brasas y que estaban deliciosas! Oscar tomó noodles con setas y langostinos que estaban de infarto y yo espárragos verdes con zanahoria, setas y langostinos que algún día tengo que volver a comer! Todo esto regado con unas Chang fresquitas y rematado con unos expresso Illy que, para los cafeteros, fueron un regalo! Fue la cena más cara de todo el viaje, 1.800THB pero bien pagados.
Para bajar la comida decidimos acercarnos al mercado de Patpong caminando, pues vimos que quedaba al lado. En mi opinión no es tan fiero como se pinta… es cierto que cada 2x3 te están ofreciendo el ping pong show, pero tampoco se ponen pesados, salvo alguna excepción que te persigue hasta cansar. Por los lados del mercado, detrás de los puestos, y entre zapaterías, tiendas de bolsos… hay bastantes locales de striptease con chicas (algunas no se si tendrían 12 años) y ladyboys en la puerta para llamar la atención, esto es lo que me pareció más penoso.

Respecto a los puestos no puedo opinar mucho pues pasamos bastante, aunque a simple vista nos pareció todo más caro que en Chatuchak o Khao San Rd.
Tras ir viendo tranquilamente la zona, decidimos que ya era hora de probar un thai massage. Por el camino a Patpong habíamos localizado un Spa con buena apariencia, y allí que nos plantamos. Sólo entrar y tras decirles el tipo de masaje que queríamos, nos lavaron los pies y nos dejaron unas zapatillas a cada uno. Nos hicieron subir a otra planta, nos indicaron cual era nuestra sala y nos dejaron un pijama a cada uno para cambiarnos.
Ya con la indumentaria puesta, las masajistas se pusieron manos a la obra… oh my God! ¿Cómo una criatura tan pequeña puede tener tanta fuerza??? No había parte del cuerpo que no presionara con las manos, codos, rodillas o lo que fuera! Acabados los apretujones, vinieron los tirones…creí que me partirían por la mitad y aprovecharían mis órganos! Después de 1 hora en la que, por cierto, tanto mi masajista como la de mi marido no paraban de reírse, acabó aquella paliza a la que llaman masaje tailandés. Os adelanto que al día siguiente recordé a cada paso a la masajista pues tenía un dolor de piernas brutal, peor resultado el de Oscar ya que en uno de los apretujones le hicieron mucho daño en las costillas (lo que en mi casa llamamos carne cortada o carne abierta) y ha ido arrastrando la lesión todo el viaje.
Es algo que teníamos que probar y, como imaginaréis, no nos volvimos a dar ningún masaje thai.
Era tardísimo y el día había estado repleto de aventuras así que, saliendo del spa, cogimos un taxi con meter a nuestro hotel.