Día 3. Recorrido: Carcasona/Lastours/Castres/Cordes-sur-Ciel.
En total, 139 Km. Tiempo en el coche: 2 horas 29 minutos. Perfil en GoogleMaps.
CARCASONA (CARCASONNE).
En 1997 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es uno de esos lugares dotados de una magia especial que casi todos los viajeros quieren visitar al menos una vez, atraídos por la romántica evocación medieval de sus murallas, sus torres coronadas por puntiagudas caperuzas y su castillo. Confieso que yo también llevaba tiempo deseando verme delante de ese retazo vivo del medievo. Ambicionada por galos, romanos, visigodos y sarracenos, el esplendor que le proporcionaron los vizcondes de Trencavel, la cruzada y persecución de los cátaros que terminó con su caída en manos del rey francés… todo su pasado cierto se diluye ante el ambiente de “ciudad decorado” actual, que recrea cuentos de caballeros y princesas, y del que se vuelve igualmente protagonista todo el que cruza sus puertas, aunque vaya vestido con vaqueros o con camiseta y shorts. Sin embargo, pareciendo tan real, muy poco es auténtico porque las murallas de Carcasona no eran sino un montón de ruinas hasta mediados del siglo XIX, cuando el arquitecto Eugène Violet-le-Duc acometió su reconstrucción, si bien la obra completa no finalizó hasta después de su muerte, en 1979. Intentó aprovechar los todos los indicios existentes, incluso en los cimientos, para que el resultado fuese fiel reflejo de la realidad medieval según la proyectaron los ingenieros reales de los siglos XII y XIII. No obstante, realizó algunas concesiones a la imaginación (los remates picudos de las torres, por ejemplo) que no todos los entendidos (y profanos) han visto con buenos ojos. En cualquier caso, no creo que nadie discuta que se trata, en su conjunto, de la ciudad medieval fortificada más espectacular y mejor conservada de Europa.
Teníamos reserva en el Hotel Des Trois Couronnes, excelentemente ubicado, junto al puente viejo y con unas vistas extraordinarias de la Cité. Ver la fortificación por primera vez con el sol de la tarde tiñendo de oro sus muros produce una emoción especial. Hay una zona bastante grande de aparcamiento gratuito en el exterior. Nos costó 125 euros una habitación con vistas muy bonita. El hotel está bien, aunque a mi juicio las cuatro estrellas le vienen muy justitas. Por comentarios que he oído, las habitaciones sin vistas (algo más baratas) son mucho más pequeñas y la relación calidad/precio no es buena. Tiene piscina climatizada que nos hubiera gustado utilizar con aquel calor, pero llegamos algo tarde. Supongo que hay varias opciones de alojamiento con precio más interesante en Carcasona, pero esto fue un capricho de día de especial, ya que lo que no queríamos era alojarnos dentro de la Cité.
Como era nuestro aniversario, nos apetecía una cena maja y teníamos apuntados varios restaurantes. De camino a la Cité o Ciudadela (el núcleo amurallado), cruzamos el puente viejo mientras contemplábamos las románticas murallas (miden 3 kilómetros) con sus torres (un total de 52) apuntando al cielo. Según nos fuimos acercando por las calles de la Villa Baja, (que fue quemada a mediados del siglo XIV por el Príncipe Negro en la Guerra de los 100 años al no haber podido conquistar la Cité), crecía la fascinación medieval viendo las picudas torres de fondo. Creo que no hay mejor momento para visitar Carcasona que al atardecer, cuando sus muros se vuelven increíblemente dorados por el sol, sensación que se incrementa accediendo por la Puerta del Aude. Aun corriendo el riesgo de quedarnos sin cenar (se estaba haciendo tarde para los horarios franceses), era imposible no detenerse a hacer fotos y más fotos.
En pleno julio, mucha gente se había quedado a cenar en Carcasona. Pudimos comprobar que, al menos en esta época, los horarios para las cenas son algo más flexibles que en otras zonas de Francia. El restaurante Adelaide (muy recomendado en el foro) estaba completo, así que fuimos al Au For Saint-Louis, en el 4 de la rue Saint-Louis. Es un restaurante pequeño, la minúscula terraza estaba llena y nos ofrecieron una mesa en el interior, pero el calor era insufrible y nos fuimos (el aire acondicionado en los locales franceses es un todo un lujo, inexistente casi siempre, y a los españoles nos cuesta entenderlo). Lo intentamos en el Comte Roger, en el número 14 de la misma calle Saint-Louis. Les quedaba una mesa en la bonita terraza/jardín, junto al pozo, y no lo dudamos. Nos enviaron a un camarero muy amable que hablaba un poco de español, un buen detalle. Cenamos muy bien. Todo muy rico. Los platos eran bastante historiados, así que sólo señalaré los ingredientes básicos: entrante, ensalada con pez espada y pulpo; principales, atún y magret de pato, de postre, tiramisú. Además, cervezas, copas de vino y agua. Total: 71 euros.
Terminada la cena, fuimos a recorrer la Cité de noche. Lo recomiendo (al menos en verano): poca gente, tranquilidad y la iluminación que le concede un plus a la fantasía. Imprescindible recorrer tranquilamente el paseo de las Lizas (el espacio entre las dos murallas), escenario de justas y torneos en su tiempo, y donde el sueño medieval se hace casi real.
Dentro de la Cité no se nota tanto y parece más tenue, pero según te vas alejando se aprecia la intensidad de la luz artificial de Carcasona, desde el Puente Viejo destella como si fuera una inmensa antorcha.
.
A las ocho de la mañana ya estaba en pie dispuesta a visitar la Cité sin agobios de gente. Mi marido saldria más tarde porque no le gusta madrugar, por eso necesito hoteles en el centro de los lugares que visitamos. Cada uno tiene sus gustos y hay que respetarlos. Nos encontraríamos más tarde.
Hacía un día espléndido, pero el sol estaba detrás de los muros, dejándolos oscuros, casi negros. Seguía siendo una visión espectacular, pero en mi opinión había perdido parte de la magia de la tarde/noche anterior. Sin embargo, es una gozada pasear por Carcasona antes de que abran las tiendas y se instalen las terrazas, sin apenas gente, ni obstáculos salvo los barrenderos y algún que otro repartidor madrugador. Tranquilamente, fui recorriendo los lugares más significativos que figuraban en el mapa que tenía de la Cite:
Hacía un día espléndido, pero el sol estaba detrás de los muros, dejándolos oscuros, casi negros. Seguía siendo una visión espectacular, pero en mi opinión había perdido parte de la magia de la tarde/noche anterior. Sin embargo, es una gozada pasear por Carcasona antes de que abran las tiendas y se instalen las terrazas, sin apenas gente, ni obstáculos salvo los barrenderos y algún que otro repartidor madrugador. Tranquilamente, fui recorriendo los lugares más significativos que figuraban en el mapa que tenía de la Cite:
El Castillo Condal, que conserva la barbacana y el foso original, del siglo XII. Son muy vistosas los matacanes, galerías de madera desde donde se lanzaban los proyectiles a los enemigos. Hay un par de miradores extraordinarios para fotografiar la parte exterior del castillo sin necesidad de pagar la entrada.
La Puerta Narbonesa, la Torre del Tesoro, la calle Crosmairevielle, que va del Castillo Condal a la Puerta Narbonesa, los dos pozos...
La calle Auguste Pierre, donde se conservan algunas de las casas más antiguas de Carcasona.
La Basílica de Saint-Nazaire. La antigua Catedral de Carcasona, consagrada por el Papa Urbano II, se construyó en estilo románico, del que conserva la disposición de la nave y el campanario. Posteriormente se añadieron elementos góticos como el ábside y la vidriera central con escenas de la vida de Cristo. En su reconstrucción, Violet-le-Duc reforzó su aspecto gótico añadiendo balaustres, gárgolas y agujas. En el siglo XIX, cedió su título de Catedral de Carcasona para cederlo a la Iglesia de Saint Michel, en la Bastida o Ciudad Nueva.
El Paseo de las Lizas: espacio entre las dos murallas (exterior e interior) que permite recorrer todo el contorno amurallado, admirando sus 52 torres. Me parece imprescindible recorrer aunque sea solo un tramo.
Y de un lado a otro, fotos y más fotos. Era una delicia pasear por Carcasona entre los lugareños que empezaban a ocuparse de sus negocios, algunos turistas y cuatro gatos. A las 9:00 tomé el “petit-dejeuner” en una terraza de la Place Marcou: café con leche, croissant y zumo de naranja, 4 euros (no cogimos el desayuno en el hotel, que costaba 13 euros por persona). La gente es muy amable, los repartidores que pasaban junto a mi mesa con sus carritos se disculparon mil veces sin haberme molestado. La ciudad vive del turismo y se nota.
Place Marcou
A partir de las 9:30 empezó a notarse que llegaba mucha gente aunque sin resultar agobiante, añadiendo simplemente un cálido toque de humanidad a la ciudad que empezaba a despertar. Ya se había formado cola para entrar al castillo, que abre de 9:30 a 18:30 en verano (en invierno, cierra a las 17:00). La fila fue rapidita y tardé unos 10 minutos en entrar. El precio general de adulto es de 8,5 euros. Si se quiere audio-guía creo que eran 4 euros más.
Según leí, el castillo fue construido por los Vizcondes de Trancavel, vasallos de los condes de Toulouse, que tras la cruzada decretada por Inocencio III contra los albingenses fueron derrotados por el rey de Francia, a cuyas manos pasó la ciudad en el siglo XIII. Se trata de una fortaleza de carácter defensivo con torres de vigilancia en altura dentro de otra fortaleza mayor, la ciudadela. Hay visitas guiadas, pero yo fui por libre. No es difícil ya que hay un itinerario marcado y los carteles explicativos también están escritos en castellano. Se tarda unas dos horas en verlo, incluso más, porque se recorre también el camino de ronda junto a las almenas, desde donde se observan unas vistas fabulosas de toda Carcasona (Cité, Villa Baja y Bastida de Saint Louis) y sus alrededores. Solamente por las vistas, ya merece la pena entrar (por lo menos a la hora temprana que fui yo, cuando todavía no había multitudes dentro).
Cuando salí del castillo, me di otra vuelta por la Cité, incluyendo la zona extra-muros por donde pasa un sendero. El sol apretaba de lo lindo y hacía bastante calor. Las calles de la Cite empezaron a llenarse hasta el punto de que resultaba difícil moverse. La fascinación medieval empezó a remitir y comencé a sentir bastante agobio, así que decidí marcharme hacia la Bastida (Ciudad Baja), donde encontré un ambiente más tranquilo y acogedor para dar un paseíto, muy recomendable si se tiene un rato libre, aunque, desde luego, nada tiene que ver con la Ciudadela.
Los lugares más importes para recorrer son:
La Plaza Carnot con la fuente de Neptuno en su centro, en torno a la cual se construyó la fortificación en el siglo XIII. Lugar con mucho ambiente y terracitas; la puerta de los Jacobinos, la única que se conserva de las tres que tenía la ciudad; la Catedral de Saint-Michel y la Iglesia de San Vicente, de estilo gótico con un campanario octogonal (estaba en obras, tenía un enorme andamio por fuera y tampoco la pude ver por dentro). Tampoco está mal acercarse a ver el Canal de Midi, y si se tiene tiempo, darse una vueltecita en barco.
La Plaza Carnot con la fuente de Neptuno en su centro, en torno a la cual se construyó la fortificación en el siglo XIII. Lugar con mucho ambiente y terracitas; la puerta de los Jacobinos, la única que se conserva de las tres que tenía la ciudad; la Catedral de Saint-Michel y la Iglesia de San Vicente, de estilo gótico con un campanario octogonal (estaba en obras, tenía un enorme andamio por fuera y tampoco la pude ver por dentro). Tampoco está mal acercarse a ver el Canal de Midi, y si se tiene tiempo, darse una vueltecita en barco.
Fuimos a comer al restaurante Les Jardins de L’Estagnol, nº 1 de la rue Benjamin Franklin, en un polígono industrial, no muy lejos del centro, pero sin GPS sería algo complicado de encontrar. Atienden de maravilla y, además del comedor interior, tienen otro en el jardín muy bonito, pero hacía tanto calor que incluso la chica que nos atendió, amabilísima, me trajo un pulverizador con agua para refrescarme. Sirven varios menús (formule, les llaman ellos) desde 14 euros, que incluyen entrante, plato principal, quesos y postres. Elegimos un menú de 20 euros con entrecot y otro de 25 con el cassoulet típico de la zona, una especie de fabada con judías blancas guisadas, pato, morcilla, tocino, carne…. Estaba muy bueno, aunque casi me muero con un plato tan contundente con semejante calor. En Francia, los menús no suelen incluir las bebidas, una cerveza o un refresco cuestan entre 2 y 4 euros y una copa de vino entre tres y cinco euros. Conviene pedir (la ponen sin ningún problema y es gratis) una garrafe d’eau (jarra de agua). La comida nos costó 56 euros (los dos menús, una cerveza, dos cafés cortados y dos copas de vino, además del agua), y estuvo realmente bien, rico y abundante. Después de los platos principales tomamos los quesos, pero ya no pudimos con los postres.
Y así terminó nuestra visita a Carcasona, que realmente me dejó una muy grata impresión; sobre todo su vista al atardecer es algo que no se me olvidará. Pero reconozco que me gustó más el continente que el contenido. Las murallas y las torres me parecieron algo realmente especial, lo que no sucedió con las calles y las casas, a las que no terminé de encontrar demasiado encanto.
CASTILLOS DE LASTOURS.
Desde Carcasona a los castillos de Lastours hay poco más de 17 kilómetros, que se hacen en una media hora por la carretera D-201; por el camino se ve un pequeño tramo del Canal de Midi. El paisaje era muy bonito, pero el tremendo calor y la comilona empezaban a hacer estragos. Llegamos a Cabaret (el pueblo que coronan los castillos de Lastours sobre un espolón rocoso de 300 metros de altura) literalmente asfixiados porque dado el corto trayecto habíamos decidido no poner el aire acondicionado del coche. Es obligatorio dejar los vehículos en un aparcamiento e ir caminando hasta el edificio de la oficina de turismo, donde se compran los tickets, junto a la chimenea de una antigua fábrica textil. De allí salen unas escaleras que conducen al sendero que une los cuatro castillos. Queríamos hacerlo, pero en tales condiciones no nos sentíamos capaces. No sabíamos si seguir a nuestro siguiente destino o esperar un poco a ver si nos sentíamos mejor. Paramos a descansar un rato a la sombra, junto al río.
Media hora después, el calor se había convertido en un bochorno insoportable y decidimos marcharnos, pero visitando previamente el mirador (Belvedere de Montfermier) desde el que se divisan los cuatro castillos. Ya en el pueblo y con el río a la derecha, se toma un giro completo a la izquierda; aunque está indicado, hay que ir atentos para no pasarse el desvío. A un par de kilómetros, junto a un camping, hay una caseta, desde la que se accede al camino que lleva al mirador, que está a unos cien metros. Cobran 2 euros (hay entrada conjunta con los castillos que sale más barato). Resulta un tanto sorprendente tener que pagar por asomarse a un mirador.
Menos mal que la vista es realmente bonita y se distinguen perfectamente los cuatro castillos, el sendero que los une y su espectacular ubicación. Se veía gente haciendo el recorrido a pie y nos pico el gusanillo. Además, casi de repente, unas amenazadoras nubes negras estaban cubriendo el cielo, presagiando tormenta, incluso empezamos a escuchar truenos en la lejanía. Eso tenía la ventaja de que el sol había desaparecido con lo que el calor había remitido bastante. Así que decidimos volver para hacer la caminata hasta los castillos, esperando que no nos pillase el aguacero que ya se intuía en la distancia. La entrada cuesta 6 euros.
Hay muchos tramos de escaleras, algunas talladas en la piedra, y el camino es abrupto y muy empinado. Se necesita un buen calzado con suela que agarre, nada de sandalias. Por lo demás, la ruta es muy bonita, con unas vistas espectaculares y, además, el cielo negro al fondo, les otorgaba un carácter misterioso que los volvía mucho más atractivos. Tras atravesar una gruta, aparecen colgados cada uno sobre su roca, sus nombres se corresponden con cantares de gesta medievales: Cabaret, Quertinheux, Surdespine y Tour Regine, los tres primeros sufrieron el ataque de los cruzados de Simon de Montfort hasta 1229 en que se firmó el Tratado de París, que puso fin a la cruzada. Como represalia, las tropas reales destruyeron el pueblo y los castillos, pero más tarde volvieron a reconstruirse añadiendo la Tour Regine para reforzar las defensas del sur de Francia. Aunque están en ruinas, conviene verlos todos, porque desde cada uno se observa un panorama diferente; y no hay que dejar de ir al último y subir la empinada escalera que alcanza la torre (tuve que utilizar la linterna del móvil porque estaba muy oscuro), desde donde se obtiene una foto preciosa.
Nos dijeron que el recorrido completo lleva unas dos horas, pero se hace en menos, nosotros tardamos 1 hora y 10 minutos, si bien fuimos a buen ritmo para evitar que nos pillase la lluvia. Nos gustó la caminata.
CASTRES.
Desde Lastours hasta Castres hay 50 Kilómetros, que se hacen en unos 50 minutos. Al bajar un puerto de montaña en la carretera N-112, nos encontramos un mirador sobre la ciudad de Mazamet.
Empezamos a ver la carretera mojada pero ya no llovía, por esta zona había descargado la tormenta unos minutos antes. Aparcamos en Castres muy cerca del centro porque ya había pasado la hora de pago en zona azul. Había poca gente por las calles. Queríamos hacer esa parada para contemplar las antiguas y coloridas casas de curtidores y tintoreros que se levantan a orillas del río Agout, que ofrecen un panorama muy bonito desde el Muelle de los Jacobinos, especialmente al atardecer.
En esta ciudad también se puede visitar la Iglesia de San Benito (Saint-Benoit) y el antiguo palacio arzobispal, donde actualmente se encuentra un museo dedicado a la pintura española, especialmente a Goya. Estos dos lugares ya estaban cerrados cuando llegamos allí.
Teníamos pensado hacer otra parada en Lautrec, pero se nos había hecho tarde con el retraso en Lastours, así que continuamos directamente hacia nuestro hotel en Cordes-sur-Ciel.