De acuerdo, no vamos a romper las costumbres así que hoy sábado volvemos a madrugar para coger el Shinkansen que nos lleve a Tokio. Está algo nublado así que me temo (luego se confirmará) que hoy no vemos el Fuji. Me habría gustado haber podido despedirme más propiamente de los dueños del local, pero como es normal todavía no se han levantado, así que decidimos a última hora dejar la botella de vino que llevamos como detalle en una bolsa de regalo en la habitación con una nota de agradecimiento por lo bien que se han portado.
Con las maletas a cuestas y con la inevitable sensación de que dejamos un lugar muy especial a nuestras espaldas, salimos de esta maravillosa ciudad destino a la meca de cualquier mente inquieta que se precie, el contraste perfecto, Tokio. El viaje es el típico japonés: agradable, sin incidencias, en un tren silencioso, limpio y confortable. Aprovecho para leer ("Un trabajo muy sucio" de Christopher Moore, recomendado) y cuando levanto la cabeza, me empieza a invadir la emoción: ya estamos llegando y la entrada a la ciudad, con infinidad de rascacielos, vías de tren a varias alturas y bullicio, carteles, etc. me producen el primer ataque de "tanto para hacer y tan poco tiempo".
Bajamos en Tokio Central (Tokio a secas) e inmediatamente se desvanece uno de mis mayores miedos: el temido caos en las estaciones después de leer las referencias de otros viajeros. Lo cierto es que o yo tengo algún alelo nipón en mi adn o entiendo a la primera los sistemas de mapas, pero es que además percibo de inmediato que los trenes están codificados por colores, así que conforme salimos de la zona de los Shinkansen (ya conté y si no aprovecho para hacerlo que las estaciones japonesas son "dos en una", hay una zona para las vías de Shinkansen y otra para los trenes locales) y me percato que la línea Yamanote (la que recorre las zonas más importantes de Tokio de forma circular) se indica por distintivos verdes a modo de líneas verticales, y que los andenes que van en uno y otro sentido están juntos, una vía a cada lado del andén; y que cada uno indica en inglés hacia dónde va el tren, con los barrios más importantes, en definitiva, fin de mis preocupaciones.
Debo hacer aquí un inciso para hablar de otras líneas como la Keihin-Tohoku-Negishi que hacen en buena parte de su zona tokiota el mismo recorrido que la Yamanote y que a veces se ignoran, cuando ambos trenes a veces corren paralelos (parece que hagan carreras) y la Negishi va incluso más vacía. Además no puedo dejar de citar la línea Chuo, color rojo, que sirve para conectar casi directamente (apenas dos paradas) Tokio con Shinjuku y Shibuya, en la otra punta de la ciudad. Efectivamente, si la línea Yamanote es circular, llegar de una punta a la otra haciendo el círculo completo es un coñazo, así que la Chuo "corta el donut por la mitad" y ahorra una barbaridad de tiempo. Además hay una pequeña estación llamada Kanda justo antes de Tokio que es una maravilla para los muchísimos que nos alojamos en Ueno, ya que en un plis haces el cambio de línea sin chuparte el mogollón de Tokio. Fin del inciso.
Vale, pues ahora atentos que somos novatos y la parada de Okachimachi (la mejor para el Villa Fontaine Ueno) está cerquita. La estación de Okachimachi es a Ueno lo que Kanda a Tokio: estación "desagüe" para los que se quedan por el barrio. Tomamos más por suerte que por conocimiento la salida NORTE y nos ponemos en camino: de acuerdo al mapa, giramos a la derecha nada más salir y enfilamos por una avenida "Kasuga Dori" hasta los QUINTOS semáforos, justo en ese cruce, donde vemos un local con unas lonas bastante sucias que debieron ser blancas en algún momento, giramos a la derecha y tras avanzar unos doscientos metros llegamos al Hotel VILLA FONTAINE UENO, no sin antes cruzar a la acera de enfrente. No tiene pérdida. Luego veremos que hay un recorrido más ameno: antes de llegar al cruce del quinto semáforo, a la derecha se abre la galería comercial Satake, la típica calle comercial cubierta japonesa, entras por esta calle, donde además hay una tienda de sushi "Chiyoda" que tiene buena mercancía a muy buenos precios y en el primer cruce, miras a tu IZQUIERDA y ves justo la entrada del hotel.
El aspecto exterior del hotel es desolador, un edificio de ladrillo marrón carente por completo de personalidad, parecen oficinas, pero lo mejor viene dentro: AIRE ACONDICIONADO, que con el calor que está cascando en Tokio se agradece mucho, además hay un bochorno guapo guapo. Tal y como sospechábamos, la reserva está perfectamente pero el check-in, a las tres como en Kyoto así que dejamos la impedimenta y salimos a explorar el barrio (todo estaba previsto, soy un hacha)
Hacemos acopio de chuchuglubs y paseando paseando llegamos a Ameyoko. Receta sencilla: Pasión por los mercadillos + amor por el guirigay oriental + urbanita convencido que adora la multitud = Ameyoko te encanta y punto. Se vende de todo, te das cuenta de que los mercadilleros que gritan "hale bonita que lo llevo barato y frejjcooooo" son iguales en todo el mundo, con su voz ronca y su cigarrito hablen el idioma que hablen. Lo mejor es cuando se "enfrentan" dos vendedores de puestos vecinos, uno frente al otro con un embudo de plástico para llegar a más gente desgañitándose... un show. Hasta tienen un Doraemon pastillero como mascota.
Tras comer y callejear por el barrio, nos vamos al parque de Ueno, donde seguimos viendo el ambiente familiar de la zona, transmite una sensación de vecinalidad muy importante y tengo claro que si tuviera que vivir en este país, intentaría que fuera en esta zona, algo que los días posteriores no harán más que confirmar. Vemos la estatua de Saigo Takamori y llegamos al "mini Kiyomizu dera" o Kiyomizu Kannon-do, tan pequeñito y coqueto él. Un detalle curioso: no os lo vais a creer, pero encontramos el Toshogu cerrado por obras y cubierto de una lona con el aspecto que debe tener nuevecito. Nos conformamos con ver el paseo de linternas de piedra que llevan a él. Más adelante constataremos cómo se parece a lo que hay en Nikko.
Bajamos al lago para ver el Benten-do y seguir admirando el lugar, y ya hemos decidido dejar para mejor ocasión el cementerio de Yanaka y el Museo Nacional, yo en los museos me embobo (un día ENTERITO en el Louvre y no vi nada...) y hay faena, así que volvemos paseando al hotel, comprando un helado de soft en la puerta del zoo (sábado tarde, miles de orgullosos papás con su guapos niños) y vemos a un grupo de chavales jugando al béisbol, a la madera (¿o eran bomberos ?) haciendo ejercicios (sí, exactamente), y a un grupo de artistas callejeros.
En el hotel hacemos el check in y nos llevamos la primera sorpresa agradable: nos han dado habitación en el piso 10 (sabemos que las de los pisos superiores son mejores) y efectivamente, nuestra habitación doble, pese a no ser grande, cumple sobradamente y es mucho mayor de lo que nos habíamos llegado a temer. Una cama doble, tele de plasma, una mesa rinconera con conexión por cable gratis a internet (no es wifi) y un baño equipado con una taza "de chorritos"... una experiencia religiosa. Tras asearnos y volver a sentirnos personas ya se nos ha hecho media tarde, así que vamos a la segunda parte: Akihabara.
Estoy convencido de que morí cogiendo el tren en Okachimachi, ya que esto es el paraíso: Akiba supera en mi mente de friki mis más húmedos y salvajes sueños: más y más carteles, neones, un tío vestido de samurai promocionando no sé qué en la puerta de una de las millones de tiendas dedicadas al manga, anime y compañía, tiendas y tiendas de electrónica, con su batiburrillo de puestos en callejones secundarios con componentes de todo tipo y color, y un gentío y una algarabía espectacular, que se note que es sábado por la tarde-noche. Es difícil de describir, sencillamente o lo vives o no lo entenderás jamás. Por la misma regla de tres, si no te va este mundillo y pasar un rato entre montañas de cómics no es tu definición de diversión, te puedes saltar Akiba en una visita de cinco minutos, pero no sabes lo que te pierdes.
Para cenar nos metemos en el primer garito que vemos y pillamos unos de nuestros bienamados boles de arroz con lo que sea, ya nos hemos dado cuenta de que la pitanza sale algo más barata en Tokio, otra ventaja. Otro detalle: las bebidas, como la botella de Dr Pepper cola que os muestro, llevan diseños muy originales en estos pagos:
Vuelta al hotel y a sobar, que mañana hay plan dominguero.
Zzzzzzzzzzzz...... qué cama más cómoda.... zzzzzzzzzzzz