Nos levantamos tras descansar estupendamente en nuestro hotel y vemos que nos han puesto una mesa preciosa en el jardín donde desayunamos completamente solos.

El desayuno es buenísimo, no es buffet sino que nos lo van sirviendo en la mesa. Nos traen un zumo natural de mango y papaya que damos palmas con las orejas, luego un plato de fruta fresca, que ya casi no podemos con él, y después un plato de huevos revueltos con salchichas y tostadas con mermelada. Impresionante.

Wije viene antes de la hora acordada, así que tenemos que terminar a la carrera y cerrar nuestro equipaje, ya que nos esperan 5 horas de viaje para recorrer los poco más de 100 km. que hay hasta nuestro siguiente destino: Sigiriya, uno de los lugares más turísticos de Sri Lanka. Este trayecto será nuestro primer contacto con el tráfico y la manera de conducir de este país, un auténtico deporte de riesgo
Wije nos para en un restaurante que está en un lago, pero le decimos que no tenemos nada de hambre y que querríamos seguir un poco más. Mientras él toma algo, damos un paseo por el camino que rodea el lago y que esta lleno de parejitas pelando la pava. La zona es muy bonita y se nota que es de mucho dinero, ya que hay unas mansiones preciosas. El lago está lleno de lo que creíamos que eran nenúfares, pero que en realidad eran flores de loto.

Seguimos viaje y poco antes de llegar paramos en Dambulla a comprar unos sandwiches que tardan 20 minutos en prepararnos. Comemos en la furgoneta para seguir hasta Sigiriya y poder llegar a tiempo de hacer la visita, y por fin llegamos a nuestro destino.

Nuestro conductor nos recomienda contratar un guía para hacer la visita, y nos cuenta no sé que rollo de que si hacemos fotos a las pinturas nos pueden meter en la cárcel
Antes de subir a la roca, vemos las primeras familias de monos, que nos encantan!! Son cachondísimos, y te podrías quedar horas viéndolos

Iniciamos la subida con muchísimo calor y el guía nos va explicando que aquí había construidos dos palacios reales, uno de invierno en lo alto de la roca y otro de verano al pie de la misma. Empezamos a ver estanques y ruinas del que fuera el palacio, y vamos adentrándonos por las puertas naturales que forman las rocas.

Empezamos a subir escaleras y escaleras, y a sudar a chorros. Hay escaleras de todo tipo, de piedra:

De caracol:

Llegamos a la cueva donde están las famosas pinturas de las concubinas, que la verdad es que son espectaculares, y que no permiten fotografiar bajo amenaza de cárcel

Por fin, tras 1.200 escalones, y con algo de miedo por los enormes avisperos que cuelgan de las paredes por lo que recomiendan subir en silencio en algunos tramos, llegamos a la cima, y podemos contemplar el impresionante paisaje.


El guía nos mete prisa para iniciar la bajada, y tras ver un poco las cisternas que hay arriba y contemplar el paisaje, iniciamos la bajada, que tampoco es moco de pavo.

Hay algunos tramos que dan auténtico vértigo, pero en la bajada se disfruta más del paisaje y se pueden ver desde arriba las enormes garras de piedra del león que están en la base de las escaleras.

Terminada la visita, nos vamos al hotel Saunter Paradise, donde, como ya viene siendo costumbre, nos reciben con un zumo de papaya natural que nos sirve de merienda

El hotel está en un enclave totalmente tropical, las habitaciones son unas casitas desperdigadas por el jardín que están bastante bien, aunque les falta un poco de limpieza.

Una vez organizado el equipaje, nos vamos a dar un baño en la piscina y después a cenar en el buffet, ya que en este hotel tenemos media pensión.

La cena es bastante nomal, pero suficiente, y como nuevamente nos quedamos con las ganas de cerveza porque tampoco tienen, nos pedimos un vino tinto argentino totalmente mediocre y nos vamos a descansar para coger fuerzas y poder seguir con las visitas que nos esperan al día siguiente.