Este día teníamos previsto visitar la Medina y el Museo de El Bardo.
Camino de la primera entramos a ver la catedral católica de San Vicente de Paul construida en 1882 en estilo neobizantino, neoárabe y neogótico.

Unos metros más adelante la Bab el Bjar nos daba paso a la Medina y ascendimos por la rue Jamaa Ezzitoune hasta alcanzar la mezquita Zitouna.


Sus pasadizos y callejuelas están llenos de color, olor y todo tipo de souvenirs para ofrecer al escaso turismo que actualmente las recorre. Una pena la situación por la que atraviesa Túnez motivada por la lacra del terrorismo. Espero que poco a poco el viajero se anime y vuelva a recorrer este país que tiene tanto que ofrecer.
Por cierto, la Medina de Túnez es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979
Comimos en el restaurante Dar Belhadj y de allí fuimos a visitar el museo de El Bardo La entrada cuesta 11 dinares.
Es conocido internacionalmente por disponer de una de las mayores colecciones de mosaicos romanos, así como cerámica del norte de África y Asia.

En sus 34 salas repartidas en las tres plantas del edificio, se exponen piezas y colecciones de la Prehistoria, Protohistoria, Arte líbico-púnico, Arte clásico, Arte cristiano y Arte islámico.
La tarde la dedicamos a la siempre tan blanca y azul Sidi Bou Said, pueblecito costero a 20 kilómetros de Túnez, con su calle principal llena de pequeñas tiendas que venden las artesanías típicas.




El nombre del pueblo significa “Señor aquel que” y sus colores derivan de la ley que Rodolphe d’Erlanger aprobó en 1920, obligando a pintar y mantener las casas de blanco las fachadas y azul puertas, rejas y ventanas. Aunque hay alguna amarilla e incluso roja y verde.
Y con la guinda de Sidi Bou Said en el pastel de Túnez, se terminaron mis 5 días en el país. ¡Hasta la próxima, Túnez!