DÍA 5. ITINERARIO:
LE PUY-EN-VELAY - GARGANTAS DE ALLIER (TREN TURÍSTICO) - SAINT NECTAIRE (alojamiento).
204 kilómetros. Tres horas y media de coche.
Ruta del día en GoogleMaps.


LE PUY-EN-VELAY.
La visita no prevista al Puy Mary nos hizo cambiar de planes y tomamos el camino más directo hacia Le Puy en-Velay, dejando para otra ocasión pasar por Saint Flour y ver el Viaducto de Garabit, obra de Eiffel. Aun así, tardamos más de dos horas en hacer esos 137 kilómetros. Circulamos por varios tramos de carreteras secundarias, un trozo de autovía y una horrorosa carretera nacional, la N-102, con mucho tráfico, sin arcenes en gran parte y numerosos pasos por pueblos a30 kilómetros por hora. El tradicional aislamiento sufrido por Auvernia durante siglos pareció solucionarse en parte con la autovía gratuita A-75 y el espectacular viaducto de Millau, que conecta Clermont Ferrand por el sur con Montpellier. Sin embargo, Le Puy-en-Velay se ha quedado un tanto al margen de esta mejora y desde Espalem (A-75) hay 73 kilómetros por la susodicha N-102, que requieren más de una hora y cuarto; con lo cual, el trayecto desde Clermont Ferrand a Le Puy-en-Velay, de 128 kilómetros, lleva casi dos horas, algo, supongo, un poco deprimente para esta ciudad del departamento del Alto Loira, que cuenta con casi 20.000 habitantes y está incluida en los lugares Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Todavía en la carretera, paramos en un amplio mirador, que proporciona unas estupendas vistas sobre Le Puy (como se llamaba hasta 1988), iluminada por el sol de la tarde y desde donde se apreciaban perfectamente sus más conocidas señas de identidad en forma de pináculos volcánicos coronados por estatuas e iglesias. Muy llamativo el panorama, sin duda mucho mejor el natural que la foto, en la que pierde mucho detalle.

El navegador nos llevó sin problemas hasta el Hotel Ibis Le Puy-en-Velay Centre, donde nos alojábamos esa noche. Muy funcional como todos los de la cadena, un precio correcto (85 euros) y dos añadidos importantes: parking privado gratuito y una ubicación estupenda para visitar a pie la mayor parte de las zonas turísticas de la ciudad, por ejemplo a diez minutos de la Catedral. El tamaño de la habitación era suficiente para dos personas, los colchones cómodos, el mobiliario moderno y tenía aire acondicionado que tuvimos que desconectar porque lo habían dejado puesto y casi nos congelamos
.

Eran más de las ocho y salimos escopetados hacia el centro, en busca de un sitio para cenar. Habíamos comido de bocata y teníamos hambre. En la misma puerta vimos la enorme Estatua de Nuestra Señora de Francia justo enfrente del hotel, y, a un lado, la Iglesia de San Miguel posada sobre su afilada aguja rocosa; al fondo de una bocacalle, en alto como era de esperar, divisamos la estampa del pórtico de la Catedral. En fin, todo muy a mano, al menos en apariencia.
Nada más salir del hotel ya habíamos "visto" lo más destacado de la ciudad.

Subimos por el Boulevard de Carnot hasta la rue de Pannessac, donde empieza la zona más atractiva de la ciudad, con coloridas casas antiguas, restaurantes y tiendas. Frente a lo que parecía un resto de muralla, vimos una terraza abarrotada de gente tomando cosas con muy buena pinta. Pedimos mesa y nos dieron una que quedaba en el interior, lo que no nos importó en absoluto. El restaurante se llama La Plancha y entre las propuestas de la carta nos decidimos por el “formule” que incluía un plato a elegir con guarniciones y salsas también a elegir, por 18 euros, acompañado por medio litro de vino rosado de la “maison”. Además nos trajeron de aperitivo una especie de gazpacho de sandía que estaba buenísimo. Nos gustó en especial el solomillo de buey, el pastel de patata, el guiso de ternera y las típicas lentejas verdes de Le Puy (muy ricas). Resultó todo un acierto. Precio: 42 euros.
Nos gustó la cena y su presentación.


La colorida rue Pannessac nos pareció el mejor inicio para recorrer el casco antiguo de la ciudad.


Recorrido nocturno por Le Puy-en-Velay.
Ya de noche, fuimos a dar una vuelta por el centro, donde nos encontramos mucho ambiente. Se nota la presencia de muchos turistas y peregrinos, pues aquí está el punto de inicio de la Via Podiensis del camino de Santiago. En el siglo X el obispo Gotescalco con un amplio séquito viajó desde Le Puy hasta Santiago de Compostela y a su regreso la ciudad se convirtió en el punto de partida de la Vía Podiensis, el más antiguo de los caminos de Santiago franceses.
Rue des Pelerins
Place du Plot.


Place du Plot.

También había bastante gente contemplando un espectáculo visual proyectado en la portada principal de la Catedral, de esos que están de moda últimamente y que todos (o casi) nos ponemos a fotografiar casi sin saber por qué.

Un pequeño resumen fotográfico de nuestro paseo nocturno por Le Puy-en-Velay, con sus principales monumentos iluminados:


Recorrido de día por Le Puy-en-Velay.
A las dos de la tarde estábamos de regreso tras hacer la excursión a las Gargantas de Allier en tren turístico, que contaré después. Menos mal que en las terrazas de la Place du Plot hay una mayor flexibilidad en el horario de comidas, con lo cual conseguimos, al menos, alimentarnos. Cuando terminamos apretaba el calor, lo cual no nos impidió realizar el recorrido turístico que teníamos pensado.
Place du Plot y sus casas de colores.
Rue Pannessac



Rue Pannessac

Habitada desde tiempos remotos por la tribu celta de los vellaves, los romanos la denominaron Anicium. Abrazó el cristianismo en el siglo III y se convirtió en sede episcopal, lo que no la libró de sufrir diversas devastaciones por parte de los bárbaros. Carlomagno estableció un vizcondado, controlado por los señores feudales y los obispos. En el siglo X el obispo Gotescalco viajó con un amplio séquito desde Le Puy hasta Santiago de Compostela, convirtiéndose en el primer extranjero en completar el peregrinaje. Para conmemorarlo, a su regreso la ciudad se convirtió en el punto de partida de la Vía Podiensis, el más antiguo de los caminos de Santiago franceses. Durante las Guerras de Religión, se mantuvo en el bando católico, aunque las tierras circundantes se decantaron por el protestante, lo que originó múltiples convulsiones. Tras integrarse en el reino de Francia, continuaron las luchas de poder entre el obispado y la nobleza. Durante la Revolución Francesa, la población reivindicó sus valores religiosos y fueron guillotinados numerosos sacerdotes y laicos. Actualmente cuenta con unos 20.000 habitantes y recibe más de 800.000 visitantes al año, entre turistas y peregrinos.
Fontaine du choriste en la Place des Tables.


Catedral de Notre-Dame-de-France.
Junto con el vecino edificio del Hôtel-Dieu Saint Jacques (antiguo hospital de peregrinos), la Catedral forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1998. Está situada en la Rocher Corneille, en torno a la cual se encuentra el casco antiguo de la ciudad. Se empezó a construir en el siglo XI y es de estilo románico de Auvernia, si bien presenta importantes influencias orientales e hispano-moriscas que se aprecian a simple vista.

El mejor acceso es desde la rue y la place des Tables, pues además de obtener una bonita foto con la fontaine du Choriste, la vista de su fachada de lava policromada, a rayas con tiras de arenisca blanca y brecha volcánica negra da ánimos para ascender la empinada cuesta flanqueada de escaleras que conduce a ella. También se puede llegar desde la rue de les Pelerins, con otra enorme escalera, pero nos pareció mejor para bajar que para subir.
Camino a la Catedral por la rue des Tables, desde abajo y ya arriba, mirando hacia atrás.



Abre todos los días de 07:00 (hora a la que se celebra diariamente una misa dedicada a los peregrinos) a 19:00 y del 11 de julio al 22 de agosto, hasta las 22:00 horas. La entrada es gratuita y el interior sorprende por su estilo y colorido, con numerosas bóvedas y frescos dorados. La Virgen negra que se conserva es una copia de la original, tallada en madera de cedro, que Luis IX trajo de las Cruzadas y que fue quemada durante la Revolución Francesa.


El fondo de la nave conduce a la Capilla de los Penitentes y a la Place du For, un mirador con buenas vistas de la ciudad nueva y desde donde también se contempla la Torre-Campanario, de siete cuerpos y forma piramidal, separada de la cabecera.

Por una callejuela empedrada se llega al Claustro, que se visita aparte y es de pago (6 euros, abierto en julio y agosto de 09:00 a 18:30). Consta de cuatro galerías coloreadas, construidas en el siglo XII, que recuerdan a una mezquita, si bien la decoración de los capiteles es claramente románica y presenta una gran variedad de motivos, algunos policromados. El precio puede echar para atrás a los no muy aficionados, de hecho dentro no estábamos ni diez personas, cuando el interior de la Catedral estaba a tope de gente.



Estatua de Nuestra Señora de Francia.
Desde la Catedral se llega también a una gigantesca escultura de 22,7 metros de altura y 835 toneladas de peso, construida a mediados del siglo XIX en tiempos de Napoleón III con el metal fundido de 230 cañones requisados durante la Guerra de Crimea. Fue totalmente renovada en 2013 y se puede acceder al interior mediante una escalera de caracol y llegar hasta la misma corona por una incómoda escala metálica, pero esto último no aporta gran cosa porque un cristal arañado y desgastado desluce mucho la panorámica.

Está situada en el punto más alto de la Rocher Corneille, de origen volcánico, a 757 metros de altitud, con lo cual ofrece unas vistas fantásticas de la ciudad, todo alrededor. En julio y agosto abre de 09:00 a 19:30, el acceso cuesta 4 euros y la subida se hace por un camino asfaltado y arbolado con bancos para descansar, en el que no faltan las inevitables escaleras. A las cuatro de la tarde de un caluroso y soleado día de julio, lo de la “cómoda subida a la sombra” resultaba un tanto hipotético, pero como sarna con gusto no pica, estábamos allí sin quejarnos, aguantando la solanera.


Aunque no deja de ser un poco turistada, en una tarde con tanta luz y claridad resultaba difícil resistirse al reclamo de los espléndidos panoramas que prometía la cima de semejante aguja de lava coronada por una colosal estatua roja. Con lluvia o bruma, los cuatro euros por cabeza seguramente no hubiesen estado tan bien amortizados, pero esa tarde se veía la ciudad al completo y la Capilla de San Miguel en su aguja parecía de juguete e, incluso, al fondo se contemplaba la fortaleza de Polignac.

Chapelle de Saint Michel d’Aiguilhe.
Por si no hubiera tenido bastante con las alturas y las escaleras ya padecidas, decidí acercarme al promontorio volcánico que me faltaba, sobre cuya punta de 85 metros de altura, a 962 msnm, se aposenta la Capilla de San Miguel, que fue votada en 2014 como el cuarto monumento del país preferido por los franceses. Al parecer, en este mismo lugar existió un templo pagano dedicado a Mercurio. Fue erigida en el año 962 para conmemorar el regreso del obispo Gotescalco de su peregrinación a Santiago de Compostela. En el siglo XII, fue reconstruida y convertida en abadía.

Desde la Catedral se tarda unos diez minutos en llegar a la Capilla. La ruta está indicada con carteles, aunque no hace falta porque su estampa aparece en las alturas al doblar cualquier esquina. En el recorrido se cruza la bonita Place de Saint Clair.

Tras pasar por caja (3,5 euros por persona), hay que superar 268 escalones tallados en la roca. Las vistas que se obtienen son excusa suficiente para descansar y sacar unas fotos.

Pese a llegar casi con la lengua fuera (¡qué calor hacía!), estuve un ratito a pleno sol contemplando la portada del siglo XII, románica pero con reminiscencias orientales y de la arquitectura omeya, consecuencia de la influencia de los peregrinos del camino de Santiago.


El interior es pequeño pero muy bonito, con la planta adaptada a la forma del pináculo, donde destacan siete columnas de piedra adornadas con motivos vegetales y animales y el ábside, decorado con frescos del siglo X.



Retorné a la “planta baja” de la ciudad, que todavía reserva otra estatua enorme y menos conocida, la del Santuario de Saint Joseph. La habíamos visto desde la carretera, pero se encuentra algo alejada del casco antiguo y la pasamos por alto. Estaba llegando el momento de marcharse. Aunque nos faltaban cosas por ver, estábamos satisfechos de nuestra corta visita a esta pequeña pero muy atractiva ciudad, cuyo único inconveniente es que está un tanto a trasmano de cualquier ruta turística en Francia.
LAS GARGANTAS DE L’ALLIER EN TREN TURÍSTICO.
El río Allier nace en las montañas de Cevennes, a 1503 metros de altitud, y abandona pronto Lozère para entrar en el Alto Loira, al sur de Auvernia. Su tortuoso trazado forma una frontera natural entre el granito de la región de Margeride y las coladas basálticas de Velay, ofreciendo unos bellos panoramas naturales, cuya mejor expresión son sus gargantas, una parte de las cuales no son accesibles por carretera. Hay un tren turístico que las recorre a baja velocidad desde Langeac hasta Langogne, en un trayecto de 60 kilómetros. Sin embargo, no nos resultó sencillo encajarlo en el itinerario porque durante 2018 el tren hacía un único recorrido semanal, los miércoles, desde el 18 de julio hasta el 22 de agosto. Así que tuve que hacer algunos malabarismos programáticos, teniendo en cuenta, además, que había que reservar con antelación pues con tan poca oferta era fácil quedarse sin plaza. Consulté su web por internet y mirando los horarios vi que el tren salía de Langeac a las 9:10 y llegaba a Langogne (final de trayecto) a las 12:24, después de hacer paradas intermedias en Monistrol de’Allier y Pont d’Alleyras, donde es posible subir y bajar del tren. El recorrido completo suponía cuatro horas y media, aproximadamente, y su precio era de 29 euros/a partir de 13 años, 17 euros/niños mayores de 4 años. Me parecieron muchas horas en un tren y me decanté por el recorrido más corto, desde Pont d’Alleyras a Langogne, de 10:17 a 12:50 y un precio de 19 euros/adulto.

Desayunamos en el hotel para no perder tiempo y fuimos con el coche desde Le Puy-en-Velay hasta Pont d’Alleyras, un recorrido de 30 kilómetros y unos 40 minutos en coche. La ruta es bonita, como casi todas en Auvernia, y el final depara una fuerte pendiente que lleva cerca del cauce del río. Estaban asfaltando el aparcamiento de la estación y cada cual tuvo que apañárselas para dejar el coche. Había bastante gente en el andén a la espera del tren. Los vagones estaban casi completos y tuvimos que acomodarnos donde pudimos: había asientos libres, pero lo de que dejan bastantes sin vender para dar la posibilidad de cambiarse de sitio, no me pareció del todo cierto. Desde este pueblo, el río va normalmente por la derecha, así que éste es el lado mejor para situarse, al menos al principio porque luego cambia varias veces. Las explicaciones grabadas solo son en francés, aunque con el bullicio tampoco se escuchan bien. El paisaje era bonito, teniendo en cuenta, además, que la mañana era clara y soleada, con un cielo inmensamente azul. Sin embargo, tras unos kilómetros, el recorrido comenzó a resultar monótono pues no dejaba de ser más de lo mismo.

Llegamos a Langogne, donde hacía una parada de unos 25 minutos antes de emprender el retorno. Nos hicieron bajar del tren obligatoriamente, y supuso un periodo muerto y bastante tedioso, teniendo en cuenta que la estación está en un lugar donde no hay nada en absoluto para hacer ni para ver, ya que el pueblo se encuentra a cierta distancia y no da tiempo a llegar. El regreso se nos hizo muy pesado, con la mayor parte de los pasajeros ocupados en múltiples cosas, sin prestar demasiada atención al recorrido salvo para hacer algunas fotos en los tramos más espectaculares, animados por los comentarios de megafonía.

No es que quiera quitar la idea a nadie, los paisajes son bonitos y las gargantas muy chulas, pero no me pareció un panorama sobresaliente para contemplarlo durante varias horas. El viaje se hace demasiado largo y no es barato. Además, con lo problemático que es cuadrar la visita en un recorrido de estas características, a no ser que se disponga de mucho tiempo libre para actividades, creo que resulta prescindible.