LA PAZ
De Buenos Aires nos fuimos con Aerosur a La Paz, vía Santa Cruz de la Sierra. No existen vuelos directos a La Paz, parece ser que por el problema de la altitud. Durante el vuelo pedimos un mate de coca porque nos dijeron que es excelente para el mal de altura -soroche, como dicen ellos- porque La Paz está a casi 4.000 metros. Nos habíamos preparado también con unas pastillas EDEMOX, que al final resultaron ser simplemente diuréticos. Llegamos por la noche. En el aeropuerto ya ves mujeres indígenas vestidas a la forma tradicional. Te llaman mucho la atención. También el aspecto de la gente: bajita, muy morena y con pelo lacio negrísimo. Vimos a poquísimas personas con canas, aunque sí a muchas muy arrugadas, pero sin canas.
La vista de La Paz desde El Alto por la noche es espectacular. Como un nacimiento que va subiendo por las laderas. La Paz es una ciudad inmensa, aunque sólo tiene 800.000 habitantes. Digo “solo” porque El Alto, que no es un barrio de La Paz sino una población distinta que fue extendiéndose en el altiplano que corona La Paz, tiene 1.000.000 de habitantes. O sea que entre La Paz y El Alto son casi dos millones de habitantes en un país de poco más de diez millones y que además es inmenso: más de dos veces España. La Paz creció en una hondonada, rodeada de riscos áridos sin ninguna vegetación y dominada por el Illimani, de nieves perpetuas, cuyos más de 6.000 metros se ven desde muchos sitios de la ciudad. Yo diría que La Paz es como una estrella con su parte central en la hondonada y los picos subiendo por los cerros. Giras sobre ti mismo y ves casas, casas, casas… Si estuviesen pintadas de blanco sería un gigantesco pueblo blanco andaluz. Pero no, las casas no sólo no están pintadas sino que, salvo en el centro y los barrios buenos que están en la parte baja de la ciudad, los edificios están sin terminar, son de ladrillo rojo, sin revocar. Parece ser que mientras no estén acabadas no se pagan impuestos, por eso, y porque tienen poco dinero, se quedan así eternamente. El Alto -que está a 4.000 metros- es una población caótica y fea, con un tráfico imposible y una manera de conducir que te pone los pelos de punta. La mayoría de la población va temprano a trabajar a La Paz. Más bien a vender porque La Paz es como un enorme mercado, lleno de puestos regentados por “cholitas”, es decir las mujeres campesinas que vienen a la capital pero siguen conservando su forma de vestir con sus polleras, su chal, su aguayo (esa especie de refajo que llevan en la espalda para guardar sus cosas o llevar su bebé), su pequeño bombín (símbolo de estatus), que no entiendes cómo se arreglan para que se mantenga en la cabeza ladeado y no se les caiga, todo ello lleno de colorido. Como llevan tanta ropa todas parecen gordas pero, como nos decía un amigo boliviano, “habría que verlas sin ropita”.
En La Paz puedes encontrar de todo en plena calle, desde fruta, ropa, bebidas hasta teléfonos móviles, CDs vírgenes (ellos dicen “sidís”) o material informático. Como el 70% de La Paz es población indígena te sientes realmente en otro lugar. Es diferente a todo lo que no sea esto. En el Alto y en el centro de La Paz a las ocho de la mañana la actividad ya es frenética, supongo que se levantan pronto porque se acostarán pronto: allí en invierno oscurece a las seis, pero en verano a las siete! Se ven pocos coches particulares, la mayoría es transporte público, desde los taxis que son baratísimos (allí todo es barato para un europeo), hasta los autobuses, pasando por los “trufis” que son los taxis compartidos y los micros que llevan unos carteles enormes en el cristal delantero con los nombres de los barrios a los que van, pero además llevan a una persona que, con la cabeza fuera del vehículo, va cantando los nombres de los barrios. Al principio piensas “pero éste qué dice”, después ya entiendes. Es un buen sistema porque la ciudad es extensísima y con mucho movimiento de gentes y además porque es muy barato. Todo el mundo viaja en trasporte público, salvo naturalmente los privilegiados que viven en los barrios de la parte baja, sólo a 3.200 metros. Son barrios residenciales en los que viven personal de embajadas y bolivianos con alto nivel económico. No tienen nada que ver con el resto de La Paz. Podrías estar en cualquier sitio de Europa.
Un consejo con relación a los taxis. Conviene moverse siempre en taxi, sobre todo por las noches. Como los precios son tan baratos nosotros nos movíamos siempre así. No hay taxímetro, los precios están determinados según las zonas. Así que cuando no se conoce la tarifa hay que preguntar antes. Mi hija tomaba siempre ciertas precauciones, procuraba no cogerlos en la calle. Si estaba en casa llamaba un taxi antes de salir o si estábamos en un restaurante pedía que le llamasen un taxi. En la calle sólo cogía los oficiales, los que ponían Radio Taxi, que se identifican porque llevan un panel luminoso en el techo con un número de teléfono. Es una medida de precaución. Parece ser que a veces ocurre que un falso taxista retenga al cliente y le hace ir al cajero para agotar el saldo de su tarjeta. En ese caso nunca debe uno oponerse a dar el nº PIN de la tarjeta lo antes posible. Por eso nuestra hija nos dijo que no llevásemos encima más de una tarjeta. Y por supuesto, en un país pobre como Bolivia, conviene no llevar encima nada ostentoso que pueda provocar. Sin embargo en ningún momento tuvimos la impresión de inseguridad. Nos movimos por la ciudad relajadamente sin ninguna sensación desagradable. No hay demasiada mendicidad, la gente te pide que les compres, sin agobiar, pero no suelen pedirte limosna.
Como nos alojamos en casa de nuestra hija no podemos recomendar hoteles ni hablar de los precios en La Paz. Sí podemos recomendar algunos restaurantes como el Villa Serena -su preferido- (Ecuador, 2582), El Consulado (F. Bravo, 299) o Delicatessen (Sopocachi, c/ Jauregui, 2248). En cualquiera de ellos tres personas comíamos por el equivalente a unos 20€ y eso que se trataba de los mejores restaurantes de La Paz.
En La Paz descansamos un día completo, que aprovechamos para adaptarnos a la altitud, conocer la zona baja, despacio, porque recomiendan caminar lentamente y no hacer esfuerzos para evitar el mal de altura. Es verdad que te cansas más fácilmente. Es curioso que, aunque era invierno, el cielo estaba completamente azul y el sol calentaba muchísimo. Eso sí, si te pasabas a la sombra hacía frío y en cuanto oscurecía había que abrigarse bien. Ese mismo día, por la tarde, fuimos hasta El Valle de la Luna, cerca de La Paz. Es un paisaje lunar, absolutamente desértico, de formas caprichosas. Me encantó ver a un indio en el pico de un cerro tocando la quena y cantando temas andinos. Era una estampa preciosa. Pensé que después pasaría la gorra pidiendo, pero en realidad lo que quería era vender instrumentos musicales, sin mucho éxito porque no había apenas turistas.
En La Paz descansamos un día completo, que aprovechamos para adaptarnos a la altitud, conocer la zona baja, despacio, porque recomiendan caminar lentamente y no hacer esfuerzos para evitar el mal de altura. Es verdad que te cansas más fácilmente. Es curioso que, aunque era invierno, el cielo estaba completamente azul y el sol calentaba muchísimo. Eso sí, si te pasabas a la sombra hacía frío y en cuanto oscurecía había que abrigarse bien. Ese mismo día, por la tarde, fuimos hasta El Valle de la Luna, cerca de La Paz. Es un paisaje lunar, absolutamente desértico, de formas caprichosas. Me encantó ver a un indio en el pico de un cerro tocando la quena y cantando temas andinos. Era una estampa preciosa. Pensé que después pasaría la gorra pidiendo, pero en realidad lo que quería era vender instrumentos musicales, sin mucho éxito porque no había apenas turistas.
En el centro de la ciudad alternan edificios modernos, algunos casi rascacielos, con los edificios coloniales de la época española. Hay edificios bonitos y calles como la antigua Calle Real que serían muy bonitas si los edificios estuviesen un poco más cuidados. Necesitan una capa de pintura y que desaparezcan las madejas de cables que los afean. La calle Jaén es la única que está totalmente restaurada, con fachadas de diferentes colores, balcones, portones y patios como podrías encontrar en la zona vieja de una ciudad española del sur. Es realmente bonita.
La Plaza Murillo, con el Palacio Quemado, sede del gobierno y otras casonas coloniales es también interesante. En esta plaza está también la catedral que es más sobria que la iglesia de San Francisco, en la plaza del mismo nombre. Se trata ésta de una plaza atestada de gente, cholitas sentadas en las escaleras, charlando y pasando el rato. La fachada es muy bonita pero lo que impresiona es la riqueza del retablo. Después veríamos muchos más retablos como éste, decorado todo él con panes de oro, lleno de imágenes y elementos sorprendentes, mezcla de las dos culturas.
Merecen la pena el Museo de Etnografía y Folclore cuya sala de máscaras, llena de colorido, resulta espectacular y el Museo Nacional de Arte, que tiene una muy buena colección de pintura Cuzqueña.
Tampoco hay que dejar de ver la calle Sagárnaga, animadísima, que es la zona donde se encuentran los comercios con artesanía. Está llena de tiendas con todo tipo de cosas apetecibles y a buen precio. Se puede regatear algo aunque te rebajan muy poco. Es mejor empezar la Sagárnaga por arriba e ir bajando porque si no es muy cansado. Bajando hay que ver también la primera calle a la izquierda, la del mercado de las brujas, llena de tenderetes con cosas esotéricas, desde amuletos, yerbas, pócimas hasta fetos de llamas que utilizan para algunos rituales.
En esta zona se encuentra uno de los restaurantes más originales El Ángelo Colonial (Linares, 922), tanto por el lugar que ocupa, un edificio colonial, como por la decoración de las salas llenas de una colección objetos antiguos de lo más diverso.