ITINERARIO: RAMALES DE LA VICTORIA/CUEVA COVALANAS/CASTRO URDIALES/ARREDONDO/PUERTO DE LA SIA/PUERTO DEL PORTILLO DE LA LUNADA/VILLACARRIEDO.
El recorrido de esta jornada, la penúltima de nuestras vacaciones en Cantabria, fue largo: 189 kilómetros y unas tres horas y media en el coche. Este es el perfil sacado de GoogleMaps.
CUEVA DE COVALANAS.
Después de desayunar en el hotel, nos dirigimos a la Cueva de Covalanas, que está a unos dos kilómetros de Ramales de la Victoria. Nos dijeron que hay un sendero a pie, pero el día era largo y no queríamos perder tiempo; además, teníamos reserva por internet y ya estábamos bastante pegados de hora. Y menos mal que llevamos el coche, de lo contrario hubiésemos llegado tarde.
En época de alta afluencia, fines de semana, julio, agosto y puentes, es casi imprescindible reservar turno por internet en el enlace que vale para todas las cuevas prehistóricas de Cantabria y que es el siguiente: cuevas.culturadecantabria.com Las visitas son guiadas y hay muy pocas plazas por turno, creo recordar que seis. El precio es de 3 euros los adultos, y 1,5 euros los niños, entre 3 y 12 años, para los más pequeños es gratis. En la página web se recomienda acudir a las taquillas un cuarto de hora antes de la hora de la cita, aunque dicho periodo puede, incluso, no ser suficiente.
Panorama frente a la cueva.
Los indicadores nos llevaron desde la carretera N629 en unos setecientos metros hasta un aparcamiento no muy grande, que estaba lleno porque desde allí sale también una ruta creo que para hacer una vía ferrata o escalada. Dejamos el coche ya con las ruedas en un camino de tierra y buscamos en vano la entrada de la cueva: solamente vimos un cartel que indicaba una pista hacia arriba. Empezamos a subir, y subir, y subir, curveando por la montaña. El caso es que los diez minutos de margen que habíamos dejado se agotaban rápidamente y la cuesta se intensificaba sin que apareciera nuestro destino. Eso sí, el paisaje era muy bonito, aunque no pudiéramos deleitarnos contemplándolo por las prisas. Al fin llegamos, apenas con tres minutos de margen. Cuidado con esto, hay que ir con bastante tiempo de margen porque la subida a pie se las trae, sobre todo si se sube a la carrera.
El camino de subida.
La Cueva de Covalanas se encuentra incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 2008, dentro del epígrafe «Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico del Norte de España». Una vez traspasado el gran abrigo de roca que representa la entrada (cerrado por una verja) hay dos galerías casi paralelas en las cuales se pueden ver numerosas figuras de trazo rojo, que en su mayor parte representan ciervas, aunque también se puede ver un caballo y un uro. La guía nos explicó muchas cosas, entre otras, el punto mágico que tiene el lugar y la visita resultó bastante entretenida. ]Creo que estuvo en torno a una hora, quizás algo menos. Dentro no se puede hacer fotos, así que nos conformamos con las de fuera. Visita muy interesante para los aficionados a las pinturas prehistóricas, teniendo en cuenta además que quizás dentro de algún tiempo ya sea imposible verla in situ y haya que recurrir a las réplicas.
Entrada a la cueva.
A la salida sí que me entretuve un poquito haciendo algunas fotos puesto que, como he mencionado, el paisaje era espléndido y más en un día tan soleado como aquél.
Decir también que muy cerca del mismo centro de Ramales de la Victoria se encuentra otra cueva destacada, la de Cullalvera, que también cuenta con pintura rupestre, aunque no se visita porque está a mucha profundidad. Esta cueva sobresale por sus dimensiones y cuenta con un espectáculo de luz y sonido. No fuimos a visitarla, así que no puedo contar nada más.
CASTRO URDIALES.
La verdad es que no tenía muy claro el recorrido de la jornada, pero al final decidimos tirar hacia Castro Urdiales, aunque supusiera dar un poco de vuelta, pero la autovía convertía en apenas media hora el viaje de 45 kilómetros. Cuando llegamos, el calor empezaba a hacer estragos: treinta y cuatro grados a la sombra, al borde del mar. Una auténtica chicharrera.
Castro Urdiales está situado en la ruta de Santander al País Vasco, siendo 75 km los que la separan de la capital cántabra y solo 35 de Bilbao. Cuenta con más de treinta mil habitantes y es una ciudad en la que nos podemos ver inmersos en una vorágine de tráfico, con problemas para aparcar. Así que entre el calor y los pocos sitios disponibles en los aparcamientos en la calle, fuimos directamente a un parking subterráneo muy cerca del puerto y la zona vieja de la población, la más interesante de cara el turismo.
De antecedentes romanos, en la Edad Media vivió un gran auge económico favorecido por el fuero que le otorgó Alfonso VIII en 1163, y que se prolongó hasta el siglo XIV debido a las luchas entre Pedro I y Enrique de Trastamara por controlar la salida al mar. La villa fue incendiada durante la Guerra de la Independencia y se recuperó después gracias a la minería de hierro hasta que con la Guerra Civil llegó un nuevo periodo de decadencia, que se superó a finales del siglo XX con el regreso de un turismo que ya había probado las bondades de sus balnearios a finales del siglo XIX.
Posee un casco viejo pequeño pero muy atractivo y situado cerca del puerto, con vistas al mar. Su imagen más característica la componen la Iglesia de Santa María de la Asunción, la fortaleza y el puente, flanqueadas por algunas casas llamativas, entre otras la famosa Casa de los Chelines, de corte neogótico. En 1978 todo este casco antiguo fue declarado Conjunto Histórico.
Nos dirigimos hacia la atractiva estampa de la Iglesia y el castillo, aposentados sobre un cerro, con las aguas del puerto y las barcas como base. Sin embargo, nos encontramos con una dificultad inesperada: el tremendo calor y un sol abrasador que nos derretía prácticamente, aunque no nos impidió contemplar durante un par de minutos la hilera de casas con balconadas, casi todas blancas o con algún detalle de color e impolutas, remozadas posiblemente no hace demasiado tiempo.
Recorrimos el Paseo Marítimo, pasamos por la Plaza del Ayuntamiento, con sus soportales a la sombra de los cuales se apiñaba la gente en las terrazas para tomar una cerveza fresquita amenizada por alguno de los suculentos pinchos que exhibían las barras de los numerosos bares que hay alrededor. El atractivo edificio consistorial es del siglo XVIII, está coronado por unas almenas y cuenta con reloj y un balcón corrido.
Seguimos de frente hasta el Puente Medieval, contemplando la gran cantidad de gente que se bañaba en las inmediaciones del puerto. Al final del malecón, a la derecha, se encuentra el llamado “Puntal”, desde el que se deben contemplar unas buenas vistas, pero que nos sentimos incapaces de explorar temiendo morir asados por el camino.
Tras subir unas escaleras, llegamos a la Fortaleza o Castillo de Santa Ana, cuyos antecedentes se remontan al siglo XII. Desde aquí se controlaba la costa, por lo cual había incluso un faro dentro. Caminando hacia la Iglesia, pudimos ver unas bonitas vistas hacia la Punta de la Atalaya, que presentaba un enjambre de rocas lamidas por las aguas verdes del mar. También tiene un mirador, pero de nuevo el calor nos quitó las ganas de ir allí.
La Iglesia de la Asunción es gótica y se construyó entre los siglos XII y XIV y XV. Cuenta con dos fornidas torres que hacen sospechar un carácter defensivo en sus primeros tiempos. Al estar situada en el alto de un pequeño cerro, dominando la población, ofrece muy bonitas vistas.
Lamentablemente, la habían cerrado unos diez minutos antes y no volvería a abrir sus puertas hasta las cinco de la tarde. Así que tras darle la vuelta completa para apreciar los detalles en sus muros, fuimos corriendo a refugiarnos a las callejuelas que se arremolinan cerca del Ayuntamiento, con casas de marcado aire marinero.
Como se acercaba la hora de comer y todo estaba a tope, fuimos al primer restaurante donde vimos sitio libre. En tales circunstancias, no era cuestión de andarse con exquisiteces ya que lo que queríamos sobre todo era atención rápida para poder refugiarnos cuanto antes dentro del coche y su aire acondicionado. Pedimos un menú del día y pese al tremendo calor, no me resistí a tomar unas judías con almejas que estaban realmente buenas, al igual que las anchoas, los chipirones y el bonito. Menú barato (11 euros), pero muy rico, en un restaurante de la misma Plaza del Ayuntamiento.
Nos gustó Castro Urdiales y nos quedamos con ganas de degustar mejor su gastronomía (se veían unas raciones y unos pinchos de vicio), pero no era el mejor momento. Volveremos en alguna otra ocasión, esperemos que con menos gente y mejor temperatura.
Teníamos que regresar a la zona de Ramales, pero en esta ocasión preferimos ir bordeando la costa y no por la Autovía para deleitarnos con el paisaje, si bien bajar las ventanillas era una tarea casi suicida, así que no convencí a mi marido para que me llevara a algún mirador playero. ¡Qué calor!
Pasamos por Liendo, vimos varias playas y contemplamos también la Punta Sonabia o Cabo Cebollero, también llamado “La Ballena” por su forma particular. Está muy cerca de Laredo, cuyo conjunto de casas pudimos ver desde un mirador.
Decidimos arriesgarnos y explorar un poco Laredo, pero después de dar unas cuantas vueltas por el casco antiguo tuvimos que desistir del intento porque fue completamente imposible encontrar un hueco donde dejar el coche que no nos obligara a caminar demasiado. El sol quemaba, así que Laredo queda para otra ocasión.
ARREDONDO.
De camino hacia los Valles Pasiegos, llegamos a Arredondo, por donde ya habíamos pasado el día anterior, de camino hacia Liérganes. Esta vez paramos un ratito para refrescarnos en un bar y dar una pequeña vuelta. Aquí se encuentra el Centro Ictiológico del que nos había hablado la guía de la Cueva de Chufín, creado para proteger y reintroducir el salmón y proteger los ecosistemas fluviales de Cantabria. Ocupa un edificio que fue molino harinero y luego fábrica de luz. Se puede visitar pero hay que reservar previamente, así que no pudimos verlo.
Por cierto que todo su entorno es muy bonito, especialmente en torno a las orillas del río Asón, donde algunos chavales estaban bañándose. ¡Qué envidia!
Este pueblo cuenta con otro par de cosas interesantes, como por ejemplo la curiosa Parroquia de San Pelayo Mártir, que inevitablemente llama la atención por sus dimensiones y su estilo neoclásico, que, además, se encuentra al borde de la carretera. Este templo data de mediados del siglo XIX y fue construido por las donaciones de un indiano, apodado “El Pasiego”. Estaba cerrado, así que no pudimos entrar a ver el interior.
Muy cerca se encuentra también la Ermita Rupestre de San Juan de Socueva, del siglo IX. Después de varios que vamos que no vamos, al final no subimos a verla. Otra vez será.
PUERTO DE LA SIA.
Volvimos a surcar la carretera CA-665, pero esta vez llegamos hasta el Puerto de la Sía, durante cuyo ascenso pudimos ver los paisajes imponentes de los Collados y el valle del Ason, que habíamos recorrido durante los dos últimos días. Impresionante.
Arriba, nos encontramos en el límite entre Castilla-León (provincia de Burgos) y Cantabria. Un mirador ofrece vistas en ambas direcciones, mostrando las diferencias existentes entre una y otra vertiente. Por cierto que después de pasar tanto calor, allí, a 1.230 metros de altitud, casi salimos volando: ¡madre mía, qué ventolera! Sin embargo, merece la pena detenerse y dedicarle un rato a la contemplación. No había nadie a la vista en kilómetros, sobre todo mirando hacia Burgos.
PORTILLO DE LUNADA y MIRADOR DE COVALRUYO.
En algún sitio había leído que merecía la pena pasar por el Portillo de Lunada por sus peculiares paisajes, sobre todo en un día despejado. Y allá que fuimos. Realmente nos costó dar un rodeo, pero mereció la pena. Se trata de un pequeño paso de montaña, que comunica Espinosa de los Monteros con San Roque de Riomiera en los Valles Pasiegos cántabros. Tiene más de 1.300 metros de altitud, siendo el tercero más alto de Cantabria, tras San Glorio y Piedrasluengas. Durante el invierno suele permanecer cerrado incluso durante meses por las inclemencias meteorológicas. La carretera de la vertiente burgalesa es la BU-572 y la de la cántabra, la CA-643.
Las vistas que se nos presentaron eran imponentes, a lo largo de una carretera plagada de curvas que se retorcía sobre sí misma, abrazando las colinas verdes.
De pronto, en medio de la nada, vimos varios coches aparcados y una escalera que subía… ¿adónde? A un mirador, naturalmente. ¡Y qué mirador!
Las vistas alcanzaban no sé cuántos kilómetros, mostrando los verdes valles pasiegos y alcanzando, muy a lo lejos, incluso el mar y la ciudad de Santander.
En el alto hay una escultura dedicada a Francisco Cubria, con una poesía en honor del río Miera. Lo malo fue que aquí empezaron a aparecer unos tábanos y tuvimos que acelerar un poco porque no era cuestión de volver a convertirnos en sus víctimas propiciatorias, como el día del Faro del Caballo en Santoña.
Si tenéis ocasión, parad aquí. Merece la pena. Os dejo el punto exacto donde se encuentra con una captura de Google Maps. Con nieve debe ser una pasada también, aunque más difícil de contemplar, supongo, por las nieblas, la lluvia y el posible cierre de la carretera.
Iniciamos el descenso de las alturas del puerto y enfilamos los valles, en medio de una increíble vorágine verde brillante. El campo estaba precioso esa tarde. Desde un punto, pudimos ver, en lo alto, el mirador que habíamos dejado atrás.
Entre estampas de postal, fuimos cubriendo kilómetros hacia nuestro destino en Villacarriedo. Mi idea inicial era pasar por Vega de Pas, pero el calor era tan agobiante que fuimos incapaces de resistirnos al guiño virtual de la piscina que había en el hotel donde nos alojaríamos esa noche. Además, íbamos a dormir en todo un Palacio, ¿qué otra cosa podíamos desear? Llegar cuanto antes, claro.