Como un clavo, estamos a las 8 de la mañana en la entrada, para hacer la segunda excursión del viaje contratada en Viator, a Chenini y Tataouine. A las 8 y 25, como las moscas revolotean a nuestro alrededor, me acerco a la recepción y le pido al chico que llame al teléfono de contacto del touroperador para averiguar el motivo del retraso. Tras una breve conversación en árabe, el chaval me pasa el móvil, y mi interlocutor me explica en inglés que habían comunicado el día anterior que cancelaban el tour por la falta de un guía en español.
Como es la primera noticia que tengo, le pregunto que a quien ostias se lo habían comunicado, pero al no recibir una respuesta concreta, suelto otro taco y reclamo el pago realizado. A pesar de que me informa del reembolso inmediato, cuelgo cabreado por la pérdida de tiempo que va a suponer comprobar el reembolso, hablar con Viator, y valorar la gestión del tour, y preocupado por la tercera y última excursión que tenemos dos días después, un simple y turístico paseo de 2 horas en camello por la laguna, que temo cancelen con la excusa de la no disponibilidad de dromedarios hispanoparlantes.
Con el plan alterado, decidimos acercarnos hasta Houmt Souk, a la búsqueda de alguna agencia que nos pueda montar una visita a Chenini y Tataouine para el día siguiente. Fichamos de internet una agencia bien valorada, llamada Autre Tounisie, en cuya web ofertan la excursión deseada, y media hora y 2 € después, el noveno taxi del viaje, nos deja a las puertas del Carrefour Market de la capital, referencia de la ubicación de la agencia en la web.
Miramos y examinamos los alrededores, pero sin rastro de Autre Tounisie ni de numeración de la Avenida Mohamed Bedra, nos metemos primero en el Carrefour a matar las penas y a comprar cervezas, y luego a tomar un café doble y un macchiato en una pequeñísima pero magnífica cafetería frente al hipermercado, llena de clientela tomando cremosos expresos.
750 metros más adelante, localizamos por fin el edificio de la agencia, cuya puerta del primer piso nos abre el socio Hubert, invitándonos a entrar en un reducido y desordenado apartamento, con material de oficina ocupando las sillas y herramientas sobre las mesas. Tras informarle de lo que queremos visitar, nos enseña el tour de su web que se ajusta a nuestros deseos, y un par de llamadas telefónicas después, nos lo confirma informándonos que será o en español o en inglés. Le aceptamos contentos el coste, nos extiende un recibo por los 50 € a cuenta que le dejamos, y nos cita para las 7 y media de la mañana del día siguiente en la puerta del hotel.
En Houmt Souk, cualquier plan pasa por el zoco, así que después de pasear un rato y perdernos por el mercado otro par de horas, salimos cargados con más babuchas, cosméticos y un cartón de Lucky Strike de 2 € bajo el brazo, en dirección al fuerte español, al borde del puerto de la capital, cruzando el gigantesco mercado local callejero que se monta los lunes y los jueves desde el final del zoco hasta la explanada del fuerte español, con puestos de venta de productos que no tienen nada que ver con los souvenirs del “souk”, cosa que se hace evidente con la enorme afluencia de locales que se apelotonan ante los tenderetes, para comprar verduras, ropa, cacharros, etcétera.
Tras fichar durante el recorrido, la discreta ubicación del restaurante en el que comeremos, el recomendado Restaurante Essofra, cerca de la bonita mezquita de los turcos, nos llegamos hasta
El FUERTE ESPAÑOL
o Borj El Kebir, en el puerto de la ciudad, una fortaleza que aunque se hayan encontrado estatuas romanas en excavaciones, fue levantada originalmente por Roger de Lluria, almirante de la flota de la corona de Aragón y Sicilia, cuando conquistó la isla de Djerba en 1284. Sin embargo, el fuerte fue destruido 150 años después por el emir tunecino Abu Faris, que reedificó la fortaleza que sigue en pie hoy en día, para servir de refugio a los isleños contra los tozudos ataques de los españoles, que en 1510 se llevaron un buen varapalo, al caer derrotado un ejército de 15.000 hombres que intentaba reconquistar la isla.
De todos los acontecimientos de estas conquistas, derrotas y reconquistas entre yerbanos y españoles, a los isleños les gusta mucho, cuando pillan a un español, hablarle con cierta “guasa” del obelisco de Borj El Rous, que se levanta a pocos metros del fuerte, ya que fue mandado erigir en 1848 por el sensato gobernante otomano de la época, Ahmad Bey, en sustitución de la macabra pirámide de 9 metros de altura, de hileras de cráneos españoles, que “adornó” el lugar durante 300 años, y que desde entonces reposan en el cementerio cristiano de Djerba.
Ni fuimos al obelisco ni entramos al bien conservado fuerte español al borde del mar, y tan solo nos limitamos a rodearlo dando un paseo, antes de ir a comer al ESSOFRA, un excelente restaurante de comida tradicional, en el que unos platillos de cortesía, pan, bebida, una ensalada tunecina, una dorada, una tajine de cordero, un té a la menta, y un café, nos costaron 17 €. La comida exquisita, la atención perfecta y simpática, y la excelente rapidez del servicio, hacen rerecomendable este restaurante, con salones con ventanales, decoración tradicional, y antiguas herramientas, objetos, y lámparas, en paredes y colgando del techo.
El taxi número 10, nos deja en Erriadh por 1 € y pico, para que soltemos las compras de la mañana, y cogemos nuevo taxi (11º) con destino al inicio de la península de Ras Ramel o Isla de los flamencos, una lengua de arena al inicio de la “zona turística” en la costa norte de Yerba, desde donde queremos hacer el paseo de 6 o 7 kms hasta Houmt Souk.
Al apearnos del taxi, cambiamos de sentido para tomar dirección a la capital, y cogemos el inaudito carril bici y senderista, que sencillamente no es más que el arcén de la mismísima autovía de la costa norte. El carril resulta espeluznante, ya que mientras caminamos, los vehículos pasan a todo trapo por la espalda, con la única separación de un mínimo bordillo de 10 cms.
A nuestra derecha, el pequeño terraplén absolutamente descuidado y lleno de plásticos, desperdicios y neumáticos, baja a la orilla arenosa y a tramos inundada, de una preciosa marisma con barcas quietas, bandadas de pájaros y grupos de flamencos rosas picoteando bajo el agua para filtrar su alimento. Al otro lado de la autopista, campos con palmeras, casas sueltas y haciendas, y de vez en cuando algún restaurante, tienda, o una sorprendente carnicería con una cabeza de camello colgando en la puerta.
El ocaso llega antes que nosotros a Houmt Souk, y como evidentemente no vamos a caminar a oscuras por un desolado y desprotegido carril de paseo de autovía, aprovechamos la entrada a una clínica en los límites de la capital, para cruzar al otro lado a coger uno de los taxis (12º) que estacionan en la puerta para transportar a pacientes y visitantes, y volver a la seguridad de nuestro pueblo.
Como es la primera noticia que tengo, le pregunto que a quien ostias se lo habían comunicado, pero al no recibir una respuesta concreta, suelto otro taco y reclamo el pago realizado. A pesar de que me informa del reembolso inmediato, cuelgo cabreado por la pérdida de tiempo que va a suponer comprobar el reembolso, hablar con Viator, y valorar la gestión del tour, y preocupado por la tercera y última excursión que tenemos dos días después, un simple y turístico paseo de 2 horas en camello por la laguna, que temo cancelen con la excusa de la no disponibilidad de dromedarios hispanoparlantes.
Con el plan alterado, decidimos acercarnos hasta Houmt Souk, a la búsqueda de alguna agencia que nos pueda montar una visita a Chenini y Tataouine para el día siguiente. Fichamos de internet una agencia bien valorada, llamada Autre Tounisie, en cuya web ofertan la excursión deseada, y media hora y 2 € después, el noveno taxi del viaje, nos deja a las puertas del Carrefour Market de la capital, referencia de la ubicación de la agencia en la web.
Miramos y examinamos los alrededores, pero sin rastro de Autre Tounisie ni de numeración de la Avenida Mohamed Bedra, nos metemos primero en el Carrefour a matar las penas y a comprar cervezas, y luego a tomar un café doble y un macchiato en una pequeñísima pero magnífica cafetería frente al hipermercado, llena de clientela tomando cremosos expresos.
750 metros más adelante, localizamos por fin el edificio de la agencia, cuya puerta del primer piso nos abre el socio Hubert, invitándonos a entrar en un reducido y desordenado apartamento, con material de oficina ocupando las sillas y herramientas sobre las mesas. Tras informarle de lo que queremos visitar, nos enseña el tour de su web que se ajusta a nuestros deseos, y un par de llamadas telefónicas después, nos lo confirma informándonos que será o en español o en inglés. Le aceptamos contentos el coste, nos extiende un recibo por los 50 € a cuenta que le dejamos, y nos cita para las 7 y media de la mañana del día siguiente en la puerta del hotel.
En Houmt Souk, cualquier plan pasa por el zoco, así que después de pasear un rato y perdernos por el mercado otro par de horas, salimos cargados con más babuchas, cosméticos y un cartón de Lucky Strike de 2 € bajo el brazo, en dirección al fuerte español, al borde del puerto de la capital, cruzando el gigantesco mercado local callejero que se monta los lunes y los jueves desde el final del zoco hasta la explanada del fuerte español, con puestos de venta de productos que no tienen nada que ver con los souvenirs del “souk”, cosa que se hace evidente con la enorme afluencia de locales que se apelotonan ante los tenderetes, para comprar verduras, ropa, cacharros, etcétera.
Tras fichar durante el recorrido, la discreta ubicación del restaurante en el que comeremos, el recomendado Restaurante Essofra, cerca de la bonita mezquita de los turcos, nos llegamos hasta
El FUERTE ESPAÑOL
o Borj El Kebir, en el puerto de la ciudad, una fortaleza que aunque se hayan encontrado estatuas romanas en excavaciones, fue levantada originalmente por Roger de Lluria, almirante de la flota de la corona de Aragón y Sicilia, cuando conquistó la isla de Djerba en 1284. Sin embargo, el fuerte fue destruido 150 años después por el emir tunecino Abu Faris, que reedificó la fortaleza que sigue en pie hoy en día, para servir de refugio a los isleños contra los tozudos ataques de los españoles, que en 1510 se llevaron un buen varapalo, al caer derrotado un ejército de 15.000 hombres que intentaba reconquistar la isla.
De todos los acontecimientos de estas conquistas, derrotas y reconquistas entre yerbanos y españoles, a los isleños les gusta mucho, cuando pillan a un español, hablarle con cierta “guasa” del obelisco de Borj El Rous, que se levanta a pocos metros del fuerte, ya que fue mandado erigir en 1848 por el sensato gobernante otomano de la época, Ahmad Bey, en sustitución de la macabra pirámide de 9 metros de altura, de hileras de cráneos españoles, que “adornó” el lugar durante 300 años, y que desde entonces reposan en el cementerio cristiano de Djerba.
Ni fuimos al obelisco ni entramos al bien conservado fuerte español al borde del mar, y tan solo nos limitamos a rodearlo dando un paseo, antes de ir a comer al ESSOFRA, un excelente restaurante de comida tradicional, en el que unos platillos de cortesía, pan, bebida, una ensalada tunecina, una dorada, una tajine de cordero, un té a la menta, y un café, nos costaron 17 €. La comida exquisita, la atención perfecta y simpática, y la excelente rapidez del servicio, hacen rerecomendable este restaurante, con salones con ventanales, decoración tradicional, y antiguas herramientas, objetos, y lámparas, en paredes y colgando del techo.
El taxi número 10, nos deja en Erriadh por 1 € y pico, para que soltemos las compras de la mañana, y cogemos nuevo taxi (11º) con destino al inicio de la península de Ras Ramel o Isla de los flamencos, una lengua de arena al inicio de la “zona turística” en la costa norte de Yerba, desde donde queremos hacer el paseo de 6 o 7 kms hasta Houmt Souk.
Al apearnos del taxi, cambiamos de sentido para tomar dirección a la capital, y cogemos el inaudito carril bici y senderista, que sencillamente no es más que el arcén de la mismísima autovía de la costa norte. El carril resulta espeluznante, ya que mientras caminamos, los vehículos pasan a todo trapo por la espalda, con la única separación de un mínimo bordillo de 10 cms.
A nuestra derecha, el pequeño terraplén absolutamente descuidado y lleno de plásticos, desperdicios y neumáticos, baja a la orilla arenosa y a tramos inundada, de una preciosa marisma con barcas quietas, bandadas de pájaros y grupos de flamencos rosas picoteando bajo el agua para filtrar su alimento. Al otro lado de la autopista, campos con palmeras, casas sueltas y haciendas, y de vez en cuando algún restaurante, tienda, o una sorprendente carnicería con una cabeza de camello colgando en la puerta.
El ocaso llega antes que nosotros a Houmt Souk, y como evidentemente no vamos a caminar a oscuras por un desolado y desprotegido carril de paseo de autovía, aprovechamos la entrada a una clínica en los límites de la capital, para cruzar al otro lado a coger uno de los taxis (12º) que estacionan en la puerta para transportar a pacientes y visitantes, y volver a la seguridad de nuestro pueblo.