12 AGO - SAN MIGUEL DE ALLENDE ✏️ Diarios de Viajes de Mexico12AGO.- Despertador a las cinco de la madrugada (justo cuando dejaron de oírse las últimas canciones de los mariachis de la plaza), aseo, cierre de equipaje, un capuchino de bote y un dulce (comprados la tarde antes porque las indeseadas bolsas de...Diario: México en pandemia⭐ Puntos: 5 (11 Votos) Etapas: 17 Localización: Mexico12AGO.- Despertador a las cinco de la madrugada (justo cuando dejaron de oírse las últimas canciones de los mariachis de la plaza), aseo, cierre de equipaje, un capuchino de bote y un dulce (comprados la tarde antes porque las indeseadas bolsas de desayuno del hotel solo están disponibles, afortunadamente, a partir de las siete). Bajada al hall donde a las 6 nos recoge el taxi del hotel en el propio parking del establecimiento (una furgoneta relativamente nueva) y que nos lleva en 15 minutos y a un precio más elevado que otros taxis (200 MXN contra unos 120) hasta la Estación de Autobuses del Norte, donde, tras localizar el andén correspondiente, subimos a un “Scania” (carrozado en color dorado por la española Irizar) y calificado como “Luxe 5*” de la empresa “Primera Plus” (asientos de piel con más de 1 metro para las piernas, reclinables totalmente y con reposapiés extraíble, wifi gratis, pantallas, enchufes, aire acondicionado, etc…), que saliendo a las 7.02 nos llevaría en unas 4 horas hasta San Miguel de Allende (unos 270 km) por algo menos de 20€ cada pasajero. Esto en teoría, porque en la práctica, hacia las 7.15, es decir, a 3 semáforos de la Estación de Autobuses, el chófer paró en un lado de la avenida y nos informó que al bus (que parecía nuevo) no le funcionaba el cambio de marchas automático y que no quería adentrarse más en carretera, por lo que llamaría a la base para que mandaran un coche sustituto. Allí parados nos tiramos una hora y media, hasta que apareció el sustituto, que solo era igual en el color dorado de la pintura, ya que era mucho, muchísimo más antiguo, no tenía lujo alguno y encima estaba sucio, sucísimo (por supuesto ni hablamos de desinfección COVID). Este retraso, sumado a que la carretera a esta tardía hora estaba mucho más concurrida, nos llevó a alcanzar nuestro destino pasadas las 2 de la tarde en vez de a las previstas 11 y poco. Bien por el chófer por no querer adentrarse más en el viaje con un autobús que fallaba a ratos, pero mal, muy mal, por no querer regresar a la Estación de Autobuses, distante solo unos pocos minutos de donde estábamos, sobre todo porque el coche podía circular casi perfectamente. Hubiéramos estado más cómodos y nos hubiéramos ahorrado el retraso de 2 horas largas y la mugre del autobús suplente. Aunque reclamé a la empresa, allí no se estila ni compensación ni indemnización alguna por el retraso y las molestias. ¡Bendita Europa! Llegamos a la pequeña Estación de Autobuses de San Miguel de Allende (70.000 habitantes) donde tuvimos una mala experiencia cuya sangre no llegó a río alguno. Es costumbre en estas estaciones que solo puedan acceder a su recinto determinado tipo de taxis (los normales están proscritos y no pueden entrar) y que, parados en ordenada fila, el pasajero que llega deba subirse el primero y el siguiente, al segundo; todo muy ordenado, pero rozando el esperpento. Me explico. El primer taxi era un minúsculo Chevrolet Matiz (poco más de 3,5 m) donde, por mucho que se intentase, no cabían nuestras dos maletas ni a trozos. El propio conductor así nos lo dijo y por tanto optamos a ir hacia el segundo taxi de la fila, un Nissan Tsuru, un vehículo muy antiguo, pero con una “cajuela” donde si cabían los dos bultos. Pero por lo visto el taxista del Nissan no estaba por la labor pues mientras al Matiz no se subió otro pasajero, el segundo ni se dignó acercarse al coche, salvo para decirnos que teníamos que subir al primero; intentamos, con la ayuda del propio taxista del pequeño Matiz, explicarle que nosotros dos y las 2 maletas no cabíamos en el primer taxi, pero por lo visto el intelecto de aquel buen hombre ese día estaba de huelga (algo muy frecuente en México; las huelgas, digo) y se negó en redondo a llevarnos; la cosa terminó bastante mal porque el buen hombre empezó a despotricar y a decir burradas, tales como que por ser españoles nunca íbamos a subir a su taxi. Viendo el cariz que tomaba la situación, y que el taxi de este hombre colapsaba toda la fila que tenía detrás (donde ya había clientes sentados y esperando para salir), no tuve otra opción que llamar al 911 (policía de turismo y emergencias) para explicar el incidente y ver si mandaban a alguien capaz de poner remedio a tan kafkiano enredo. Mientras hablaba con la amable teleoperadora del 911 se me acercó otro personaje que dijo ser el representante del sindicato de taxistas del pueblo (allí hay más sindicalistas que trabajadores) y que, habiendo presenciado lo ocurrido, pedía disculpas en nombre de los taxistas y que subiéramos a otro taxi (ya el quinto o sexto de la fila) para que nos llevara a nuestro destino. El taxista conflictivo seguía dando voces aunque, afortunadamente para el resto de sus colegas, había quitado de en medio su coche, dejando paso libre al resto. Quien nos llevó, en otro coche similar y con suficiente “cajuela” para nuestro equipaje, también procedió a disculparse y expresó una sentencia definitiva: que sería de nosotros en San Miguel de Allende sin ustedes los turistas. No hay más que escribir. El Hotel “Santa Ana” es teóricamente un 3* (36€, sin desayuno) situado muy céntrico (a 8 minutos caminando de la famosa parroquia de San Miguel Arcángel), donde nos dieron una habitación pequeña (cama grande y un muy pequeño armario), donde no cabía ni silla ni mesa, con una ventana en el techo y otra (con cortinas) que daba a un recibidor y donde no quedaba ni un metro en el suelo para abrir las maletas. El baño era muy viejo (sin luz en el lavabo y con un fluorescente “intermitente” que terminaba por apagarse, con lo que te quedabas a oscuras al enjabonarte) con una ducha igualmente vieja (poca agua) que terminaba por inundar la habitación (hubo que poner alguna toalla en el suelo para cortar la riada). No había aire acondicionado aunque si un ventilador de techo, pero si queríamos ventilador nocturno, teníamos que tener la luz del mismo encendida toda la noche porque quien instaló el aparato no pensó que para dormir fresco es mejor hacerlo también a oscuras. Para compensar el tema nos habían dejado, ocupando el único medio metro libre a los pies de la cama, un ventilador negro, sucio y viejo, que por su situación solo podía repartir aire debajo de la cama (una cama alta, muy alta, como antigua) y que además, hacía un ruido propio de motor de aviación. La solución pasaba por pedir una bombilla para dotar de luz a la lamparilla de la mesilla (que no tenía) y poder desenroscar ligeramente la luz del ventilador de techo, a fin de tener aire pero sin un foco de interrogatorio policial sobre los ojos durante toda la noche. Tan singular ejercicio para poder dormir nos dio que pensar en si estábamos en un hotel sin mantenimiento alguno o en una especie de “scape room” incluida en el precio. Para llegar hasta aquí había que atravesar una especie de comedor (siempre ocupado con gente bebiendo o comiendo) con su cocina más que doméstica (la propia de la casa, vamos) y un cocinero que iba siempre sin mascarilla y que, desde la distancia, ya relumbraba una muy escasa higiene en sus dominios (fue fácil ver como abría un cartón de leche con los dientes). Tras superar esta zona alimentaria, había que subir una estrecha e incómoda escalera hasta llegar al referido recibidor al que abría la ventana de la habitación. El pago en efectivo y sin recibir documento o recibo alguno a cambio. El wifi flojo e inestable. De acuerdo en que el hotel estaba instalado en una antigua casa del pueblo, pero ello no quita para que la limpieza fuera mínimamente aceptable. Conclusión: un hotel/hostal al que no hay que ir bajo ningún concepto. San Miguel de Allende, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un lugar al que, si nos sobra tiempo, podemos dedicar un día (con su noche) por pintoresco, aunque tremendamente turístico. Aparte de sus muchas iglesias y su Jardín de Allende (en la plaza principal, donde se alza el monumento más visitado: la Basílica de San Miguel Arcángel, singular en su estilo y en todo caso, merecedora de muchas fotos) tiene un mercado de artesanías bastante atractivo donde buscar recuerdos. Tuvimos la suerte de comer en el “Mesón de San José”, un jardín interior con mesas de lo más céntrico, en el que ofrecían una especie de buffé a elegir y una pequeña carta, donde pudimos tomar una sopa, albóndigas (muy buenas) y una ensalada tremenda en tamaño, en colores y en presentación; además allí pude probar por vez primera los exquisitos nopales, que me supieron a judías verdes pero con un sabor más fuerte. Bebidas y postre por apenas 500 pesos la pareja (en efectivo) y con una atención de la “mesera” totalmente familiar y cercana. Un poco más allá, camino de San Miguel Arcángel, y afortunadamente medio escondida en un rinconcito del jardín de la iglesia de San Francisco (con un interior precioso), hay una estatua de Cristóbal Colón que esperemos tenga todavía una larga vida, protegida por su falta de visibilidad de iconoclastas agresivos que puedan romper cualquier parte de la historia de hace 5 siglos relacionada con el "Descubrimiento". Es curioso ver la iconografía que en México se da a las "ánimas del purgatorio". Éstas están en una iglesia de San Miguel de Allende. En San Miguel, abundan los restaurantes nocturnos, a cual más coqueto, donde cenar en atmósferas muy cuidadas y atractivas. Índice del Diario: México en pandemia
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