El hotel asignó a nuestro grupo un comedor exclusivo para los desayunos y las cenas que hicimos allí. El desayuno consistía en un pequeño buffet con tostadas de pan de molde (cada uno ponía las suyas en la tostadora), mermelada, mantequilla, huevos revueltos, salchichas o beicon, patatas fritas, madalenas, yogures y fruta variada, además de zumo de naranja y café con leche. No estaba mal, aunque acabó convirtiéndose en repetitivo. Había quien echaba de menos el queso y el embutido, jajaja. Los más golosos añadieron donuts o bagels comprados en la city. No es nuestro caso, así que no nos sentimos tentados por gran la cantidad y variedad de dulces que se ofrecen en Nueva York.
Según el programa del viaje, el primer día se haría un recorrido completo por Manhattan, mientras que el segundo se dedicaría al Tour de Contrastes. Dado que eran visitas incluidas en el precio, decidimos mantenernos con el grupo en ambas jornadas, pues pensamos que no nos venía mal conocer Manhattan para situarnos, mientras que el tour de contrastes se considera una visita obligada en Nueva York y no figura en ninguna tarjeta turística.
Captura de Google Maps.

Un paseo por Nueva Jersey.
A principios de octubre, en esta zona amanece sobre las siete y el ocaso tiene lugar en torno a las seis y media. Con un sol espléndido, salimos a las 8:30 y lo primero que hicimos fue dar una vuelta por Nueva Jersey, adonde se han trasladado en los últimos tiempos muchos neoyorquinos que no pueden permitirse los precios de la vivienda o no quieren padecer las incomodidades que la Gran Manzana ocasiona a sus residentes.
Panorámicas de Nueva Jersey desde Manhattan.
En este Estado, separado del de Nueva York por el río Hudson, proliferan casas bajas con jardín, en unas calles mucho más tranquilas que las de su vecino del este, si bien tampoco faltan los rascacielos, cuyo espectacular dibujo se aprecia perfectamente desde el otro lado del río. Pero a eso ya llegaré.
Nueva Jersey (a la izquierda) y Nueva York (a la derecha) desde el río Hudson.

Una de las cosas que nos llamó enseguida la atención fue que tanto en calles como en avenidas los cables están al aire, componiendo una estampa un tanto destartalada. Al parecer, así es más fácil proceder a las reparaciones necesarias tras los estragos causados por el viento, la nieve o las lluvias extremas, fenómenos no infrecuentes por estas latitudes. Y tampoco tardamos en descubrir los montones de bolsas de basura a la puerta de los edificios.
El nuestro recorrido por Nueva Jersey llegamos al Sinatra Park (Frank nació en Nueva Jersey), donde se halla un paseo panorámico a lo largo del río Hudson, con unas vistas espléndidas hacia su curso, desembocadura y los rascacielos de Manhantan.
En este mirador hicimos nuestro primer intento para identificar por su nombre las siluetas de los más conocidos.
Lástima que el sol diese de frente y distorsionase un poco la perspectiva. En cualquier caso, resultaba impresionante, mucho más en vivo que en las fotos, en las que jugué a darles algún toquecillo.
Durante nuestra estancia vimos varias veces el perfil de Nueva York desde Nueva Jersey, sobre todo de noche. Lástima que no pudiera captar unas imágenes en condiciones...
Inmersos en el caótico tráfico hacia Manhattan.
Nos dirigimos después hacia la Gran Manzana, apelativo que define el centro de Nueva York desde los años 20 del pasado siglo, cuando empezó a utilizarse como referencia al cenit que constituían para aficionados y profesionales las carreras de caballos que se celebraban allí. Enseguida nos vimos absorbidos por el caótico tráfico que envuelve la ciudad en las horas punta.
Atascos en la entrada a los túneles de peaje que conducen a Manhattan.

Muchos tendrían que venir aquí para saber lo que es un buen atasco, bastante peores que los que sufrimos en Madrid (no es ningún consuelo, claro está). Hay que tener en cuenta que son decenas de miles de personas las que se trasladan en sus vehículos desde sus residencias fuera de Nueva York hasta el centro para trabajar. Y estamos hablando de una isla, a la que solo se accede mediante túneles y puentes, que no son capaces de digerir el inmenso tráfico que reciben los días laborables. Me fijé en que el peaje de los túneles cuesta 16 dólares, aunque supongo que habrá descuentos y abonos. La gasolina está algo más barata que el gasóleo y los precios que vimos estaban entre 3,4 y 4,1 dólares el galón, que equivale a 3,8 litros.
Mientras circulábamos lentamente por el Lincoln Tunnel, el guía nos fue explicando que las comidas se harían todos los días en el Hotel Newyorker (bien situado en la esquina de la Octava Avenida con la calle 34, frente al Madison Square Garden), al igual que dos de las cenas, lo cual nos permitiría un margen de maniobra que no hubiésemos tenido de haber vuelto a nuestro hotel de Nueva Jersey. Por supuesto, podíamos pasar de la pensión completa e ir a nuestro aire. En cuanto a excursiones adicionales, nos propusieron Empire State, Central Station y Catedral de San Patricio, por un lado, Misa Gospel y Harlem, por otro, y el último día barco a la Estatua de la Libertad. No cogimos ninguna, ya que el precio era muy alto y, desde luego, preferíamos movernos por nuestra cuenta, aprovechando la tarjeta turística. La única que nos podía interesar era la visita a Washington, aunque teníamos muchas dudas y no lo decidimos hasta el último momento.
Vestíbulo y detalle en el restaurante Tik-Tok del Hotel NewYorker.


En Nueva York también hay muchas obras.
