Después de almorzar, apenas tardamos una media hora en llegar a nuestro siguiente destino, Ptuj, que se encuentra solo a 30 kilómetros al sur de Máribor, también a orillas del río Drava. Se trata de una de las ciudades más antiguas de Eslovenia, donde ya existían asentamientos humanos en la Edad de Piedra. No obstante, su mayor prosperidad se produjo en la época romana primero como importante enclave militar y luego comercial con el nombre de Poetovio, al que el emperador Trajano concedió el título de ciudad y que llegó a contar con cuarenta mil habitantes. Saqueada por los hunos en el 450, la ocuparon ávaros, eslavos y francos; objeto de disputa entre príncipes y arzobispos, en el siglo X, recuperó su condición de ciudad, cuya reglas se marcaron en 1356; en 1555 pasó a formar parte del Ducado de Estiria, llamándose Pettau. Tras su integración en el Imperio Austrohúngaro, siguió una cronología histórica similar a la de Máribor. Actualmente, su población está en torno a los 20.000 habitantes.
Ptuj es de esos lugares que gustan nada más verlos a distancia, incluso antes de poner un pie en sus calles. Y es que el panorama que se contempla desde el puente que cruza el río Drava parece de auténtica postal. Además, se ha tenido el acierto de instalar un mirador en el sitio apropiado para que el visitante se lleve la mejor foto de recuerdo, con el castillo en alto, las torres con caperuzas rojas, las casitas de colores, el reflejo en el agua… ¡Qué bonito!
Igualmente, allí se puede consultar un práctico mapa turístico con los lugares más destacados para visitar, muy útil si la Oficina de Turismo no se encuentra abierta en ese momento. Tampoco faltan paneles explicativos en cada monumento.
El único inconveniente fue que hacía mucho calor: ¡29 grados marcaba un termómetro callejero! Claro que eso no nos iba a desanimar a la hora de querer verlo todo con pelos y señales con la colaboración del mismo guía local que nos había acompañado en Máribor. Dejamos el bus y empezamos a caminar por un paseo que hay junto a la orilla del río hasta una encantadora torre blanca con tejado rojo (siglo XVI), que antaño formaba parte de las defensas de la ciudad y ahora se ha convertido en una galería de arte.
Bajo un sol de justicia, continuamos hasta la Iglesia de San Pedro y el Monasterio Minorita, cuyo origen se remonta al siglo XIII, si bien, tras sufrir varios incendios y ser bombardeado en II Guerra Mundial fue reconstruido hace unos años. En su interior, se conserva la Biblioteca, el Refectorio de Verano y el Santuario de Mitra, del siglo II, con doce piedras memoriales.Frente a su fachada, una más de las numerosas columnas dedicadas a la Virgen María que hay en diversas ciudades de centroeuropeas conmemorando la victoria cristiana sobre los turcos de 1664. No es la original de la época.
Seguimos hasta Mensti Trg (la Plaza de la Ciudad Vieja), donde enseguida atrae la atención el magnífico edificio del Ayuntamiento, aunque, curiosamente, se trata de una construcción de principios del siglo XX.
Enfrente, nos encontramos con otra columna y estatuilla de San Florián, erigida en 1745 por el pueblo de Ptuj para implorar al patrón bombero su protección ante los graves incendios que sufrió la ciudad durante el siglo XVIII, el último en 1744. En esta plaza también está la Oficina de Información Turística.
Continuamos por Murkova Ulica hasta llegar Slovenski Trg, una plaza muy bonita e interesante, donde sobresale la Torre de la Ciudad, que en origen formaba parte de las defensas de la ciudad según se menciona en documentos del siglo XIV. Presenta un reloj en cada fachada salvo la que se asoma al castillo, aunque lo más curioso son las estelas, lápidas y relieves romanos que, esparcidos a su alrededor o adosados a los muros, forman un verdadero museo al aire libre. También queda muy resultona su cúpula en forma de cebolla retorcida –no sé definirlas de otra forma-, pintada en este caso de un llamativo color fucsia fuerte, que luego veríamos también en otras zonas de Eslovenia, quizás por influencia austriaca.
Muy cerca, vimos el Monumento a Orfeo, estela funeraria de cinco metros de altura que adornaba la tumba de un regidor de Ptuj en el siglo II d.C. En ella hay esculpidos una multitud de personajes mitológicos, pero están muy deteriorados, ya que en la piedra se incrustaron dos aros de hierro que se utilizaban como cepo para retener a los maleantes en la Edad Media.
Detrás, se sitúa la Iglesia de San Jorge, con altar y mobiliario del siglo XV. De la misma época, se conserva en una urna, en el interior, una elegante escultura dorada de San Jorge, Patrón de la Ciudad, matando al dragón.
Completando la plaza, está el Teatro de la Ciudad, edificio neoclásico del siglo XIX que reemplazó a otro anterior, de madera. También el antiguo ayuntamiento con fachada barroca y una casa renacentista del siglo XVI, reformada en el siglo XVIII, con un fresco exterior que representa la Coronación de la Virgen María. Un poco más adelante, se puede ver una bonita casa con decoración tardo-gótica.
Continuamos nuestro recorrido, hasta llegar al Monasterio de los Dominicos, cuyo origen se remonta a 1230, si bien fue reformado y reconstruido en numerosas ocasiones, predominando el estilo barroco. Se puede visitar su interior, pero era eso o subir al castillo, así que la decisión estaba cantada, pese a la buena cuesta que había que subir a pleno sol.
El castillo de Ptuj data del siglo XII y fue escenario de todo tipo de intrigas, conflictos y aventuras propias de la Edad Media. En la actualidad, se ha convertido en un museo que expone tapices y objetos antiguos, así como recuerdos de su famoso carnaval, cuyos disfraces típicos están hechos de pieles de oveja y dos cuernos, de los que cuelgan lazos de colores y plumas de aves.
Sin embargo, lo mejor del castillo es asomarse a sus miradores para contemplar unas maravillosas perspectivas sobre la ciudad. Imprescindible, sobre todo si hace un día claro. Lloviendo o con niebla, no si merecerá la pena, claro está.
Tras cruzar las puertas, se sube una pequeña cuesta para acceder al patio del castillo, que cuenta con su pozo y todo. Desde aquí, las panorámicas son todavía más elevadas, aunque no por ello ofrecen vistas más bonitas. Depende del tramo de la ciudad que se vea. Hasta aquí, la visita es gratuita. Si se quiere entrar al museo, en el interior del edificio, hay que pagar.
Al final, regresamos por un sendero diferente al que habíamos utilizado para subir, contemplando unas perspectivas distintas pero igualmente bonitas del paisaje, la ciudad y el propio castillo.
Muy chulo, Ptuj. Merece una visita. Y tras una jornada bastante interesante, solo quedaba volver al hotel.