Los vuelos fueron a Venecia con Iberia Express, tanto para la ida como para la vuelta, algo bastante habitual para los turistas españoles que van a Eslovenia. Al parecer, no resulta fácil, ni quizás barato, volar directamente a Liubliana. En fin, no me he molestado en comprobarlo. Desde el avión divisé algunas panorámicas de los alrededores de Venecia, aunque no estaba del lado más atractivo, pues más que nada aparecían zonas portuarias e industriales.
No obstante, sentí mucha nostalgia al recordar el viaje que hice con mi marido hace un montón de años allí: me gustó tanto Venecia… Y eso que en la última mañana nos pilló una tormenta que inundó la ciudad y tuvimos que pasear descalzos por la Plaza de San Marcos hasta que pusieron unas pasarelas de madera. ¡Qué recuerdos! Claro que eso me proporcionó una de mis fotos más queridas, de carrete y revelado; aunque ahora me hace sonreír, como ya no tengo edad de ruborizarme, la voy a compartir aquí. No sé cómo estará ahora Venecia, supongo que atestada de gente, pero me apetece mucho volver.
Aterrizamos sin ninguna incidencia digna de mención y emprendimos viaje en autobús hacia la capital eslovena, si bien antes de cruzar la frontera hicimos una parada en la localidad de Palmanova que aprovechamos tanto para almorzar como para realizar una visita de un par de horas o quizás algo más, no recuerdo; en cualquier caso nos dio tiempo a ver casi todo lo más destacado.
Recorrido de la jornada: 245 kilómetros, algo menos de tres horas en el bus.
PALMANOVA (ITALIA).
Palmanova se encuentra en la provincia de Udine, a solo 27 metros de altitud sobre el nivel del mar y cuenta con algo más de cinco mil habitantes. Aunque no había oído hablar nunca de esta pequeña población, lo cierto es que su ciudadela fortificada -una de las más bellas del mundo vista desde el cielo gracias a su forma perfecta de estrella- es Patrimonio Mundial de la UNESCO, integrando el conjunto denominado “Fortificaciones venecianas de defensa de los siglos XVI al XVII”. Así que la visita pintaba más interesante que la típica parada de relleno que habíamos supuesto en un principio.
Nuestro guía español (muy majo, por cierto), que nos acompañó durante todo el viaje, nos condujo hasta la Piazza Grande, de forma hexagonal y que constituye el mismo centro de la ciudadela, concebida en 1593 para proteger las inestables fronteras venecianas de la época tanto de la amenaza otomana como de la del Archiducado de Austria, con el que la República Veneciana había mantenido una larga guerra a la que puso fin la Dieta de Worms. Teniendo en cuenta el alcance de los cañones de la época, se la dotó de dos círculos de fortificaciones capaces de defender las tres puertas que daban acceso a la ciudad.
Aun así, este lugar tuvo una historia sumamente azarosa por ser objeto de continuas disputas durante los siglos XVIII y XIX entre austriacos y franceses, hasta el punto de que fue el propio Napoleón quien ordenó la construcción del tercer anillo defensivo. En 1866, fue anexionada al Reino de Italia. Y poco le faltó para ser demolida por los alemanes durante la II Guerra Mundial. Afortunadamente, se salvó. Durante la guerra fría y hasta los años 90 del siglo pasado, sus barracones estuvieron ocupados por guarniciones militares. Tras la caída del Muro de Berlín, se redujo el número de tropas y muchas de las instalaciones se abandonaron, lo que afectó muy negativamente a la economía local, que ahora busca nuevas fuentes de ingresos atrayendo al turismo.
Por todas partes hay paneles informativos (en italiano e inglés) con fotos aéreas y dibujos en los que se puede apreciar la forma perfecta de estrella de nueve puntas de la ciudadela. También se señalan itinerarios sugeridos según el tiempo disponible. Y, pese al calor, mi amiga y yo decidimos llegar, al menos, hasta los bastiones y a las tres puertas, Aquileia, Udine y Cividale, dotadas cada una de sus correspondientes contrapuertas.
Son bastante similares, pero tienen algunos detalles que las diferencian. A su alrededor hay que moverse cuidado porque son estrechas y tienen tráfico, por lo que es preciso respetar los semáforos.
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Al traspasar cada una, pudimos contemplar los bastiones desde el exterior, así como el verde paisaje que los rodea. Desde el exterior de la Porta Udine, divisamos el coqueto Acueducto Veneciano, que ha sido restaurado no hace mucho, por lo que presenta un estupendo aspecto.
De camino, vimos otros edificios interesantes de distintos usos, algunos mejor conservados que otros: antiguos arsenales, prisiones, guarniciones napoleónicas abandonadas… Y, también, palacios, mercados y teatros.
Luego regresamos a la Piazza Grande, donde se encuentra el Duomo (Catedral), la Chiesa del Santissimo Redentore, cuya primera piedra se puso en 1603 y cuyo interior pudimos visitar. El acceso es gratuito.
Otros monumentos destacados de la Piazza Grande son el Palacio del Gobernador (hoy museo de la Gran Guerra), el Palacio del Superintendente General (actual Ayuntamiento), las Logias, las columnas con estatuas de bronce, las esculturas de los superintendentes… Y tampoco faltan restaurantes y cafeterías con sus correspondientes terrazas.
En fin, una visita entretenida, que nos gustó más de lo que esperábamos en un principio. Lo peor, el sol y el calor que atizó con fuerza en la sobremesa.
LLEGADA A ESLOVENIA.
A continuación, seguimos hacia Eslovenia, que nos recibió con pueblecitos de postal sobre campos y colinas de un verde inmaculado, el cielo pintado con un enorme surtido de nubes negras, grises y marrones y el firme de la aupista empapado. Afortunadamente, un hermoso arco iris nos confirmó que, por poco, habíamos esquivado la tormenta. Al cruzar la frontera, ni siquiera tuvimos que cambiar la hora en nuestro reloj, pues es la misma que llevábamos desde España, lo que significa que como ese país está situado más al este que el nuestro, allí amanece y anochece bastante antes. Así que para ver más cosas, lo mejor es madrugar. De momento, nos conformamos con unas primeras fotos eslovenas pocos nítidas por la neblina, pero en las que ya se aprecia el paisaje tan verde y sus iglesias típicas, de tejados puntiagudos.
Pasamos de largo la capital y fuimos hasta nuestro alojamiento de las siguientes cuatro noches, un hotel de tres estrellas normalito, situado en un pueblo de la periferia, pero en una ubicación resultona, con fondo de montañas y entre casitas provistas de huerto y jardín, junto a un riachuelo, cuyas aguas veíamos correr desde la terraza. Aunque el comedor era muy pequeño para un grupo cuyos integrantes teníamos la “mala” costumbre de aparecer todos a la misma hora, nos gustaron las cenas, una especie de autoservicio con varias opciones, algo toscas de presentación pero gratamente caseras, que elaboraba casi a demanda la cocinera, una mujer muy simpática, que se empeñaba en explicarnos el menú, pese a que ni ella ni nosotros nos entendíamos una palabra. Fue curiosa la situación.
Los huertos de las casas eslovenas en los alrededores del hotel.