La primera parada de esta jornada dedicada a las costa eslovena fue en la ciudad de Piran, situada a poco más de diez kilómetros de Izola. Luego visitamos también Portoroz y Koper.

De nuevo amaneció una mañana espléndida de sol, que anticipaba una jornada bastante calurosa. En Piran hay que prepararse para caminar, pues sus laberínticas callejuelas ni permiten ni merecen el paso de vehículos salvo los que estén autorizados. Por eso, hay que dejar los coches y autobuses en un par de aparcamientos públicos de pago que se encuentran en las estribaciones del puerto, a unos quince minutos andando del centro histórico. Allí nos esperaba el guía local, con quien hicimos una visita a pie de más de dos horas, durante las cuales nos contó profusamente la historia de la ciudad, sus monumentos, sus edificios, sus fuentes, sus iglesias y sus rincones. Estuvo bien, me gustó. Igual que me gustó, y mucho, Piran, sin duda la ciudad más bonita de la costa eslovena (claro que tampoco tiene demasiada competencia).

Plano turístico municipal.

Su nombre deriva del griego “pyr”, fuego, en referencia a las hogueras que se encendían a modo de faro para guiar a los barcos en sus costas. Conquistada por los romanos en el siglo II a.C., perteneció al Imperio Bizantino en el siglo VII y fue invadida por los francos un siglo después. Más tarde, las ciudades de Istria encontraron una lucrativa fuente de ingresos en el comercio de sus puertos y quisieron desembarazarse del dominio de los señores feudales, para lo cual se aliaron con la República de Venecia, bajo cuyo dominio permanecieron desde el siglo XIII hasta finales del XVIII, en que Istria cayó en poder del Imperio Austrohúngaro. Después, siguió luna suerte similar a su vecina Izola.


Desde la zona del aparcamiento se aprecia la península en que está situado el casco antiguo, en cuya punta sobresale la iglesia de Nuestra Señora de la Salud y el Faro. Como de costumbre, para no desperdigar la información, haré un resumen de lo que vimos, sin diferenciar si formaba parte de la visita con el guía local o del recorrido que hicimos más tarde, ya por nuestra cuenta.


Para llegar al corazón del casco antiguo, en vez de continuar por el paseo marítimo, nos metimos por una serie de intrincadas callejuelas llenas de encanto, con casas de colores, sus fachadas impolutas o desconchadas, y el suelo empedrado; alrededor, pequeñas iglesias, pasadizos, puertas, fuentes, flores y ropa tendida, en las que parece que el tiempo se ha detenido y que evocan inevitablemente el pasado veneciano de la ciudad; aunque también las imprescindibles -dado el calor que hace allí- unidades exteriores de aire acondicionado nos traen de vuelta a la modernidad.






Tras recorrer ese laberinto, supone un enorme contraste irrumpir de improviso en la Plaza Tartini, grande y elegante, la más bella y emblemática de Piran, en torno a la cual ha girado y sigue girando su vida y su historia. Su nombre se debe a Giuseppe Tartini, un famoso violinista local del siglo XVIII, a quien también corresponde la estatua que se encuentra en la parte central, erigida por iniciativa popular a principios del siglo XIX. Situada frente al mar, antaño fue puerto interior para barcas de pesca, pero a principios del siglo XIX se rellenó con arena para evitar que el hedor del agua estancada viciase el aire urbano. Ahora se abre el puerto por uno de sus extremos, en cuya entrada hay dos mástiles de banderas de piedra del siglo XV, uno con el león alado de San Marcos y el otro que muestra a San Jorge montado en su caballo. La Oficina de Turismo también se halla aquí.


Está flanqueada por una serie de edificios tan atractivos como interesantes. En la fachada del Ayuntamiento Nuevo, de finales del siglo XIX, aparece en piedra el león veneciano con un libro abierto; en el interior se exhibe un gran cuadro de Tintoretto. La Iglesia de San Pedro, construida a principios siglo XIX para sustituir a otra románica del siglo XII, conserva la talla de una cruz del siglo XIV.



Además, son reseñables la Casa Natal de Tartini, hoy convertida en museo sobre su vida y obra, la Casa Barroca, reconstruida ese estilo, aunque su estructura y sus cimientos son medievales. y el Palacio de la Corte (Tribunales), que ocupa el lugar donde, en el siglo XV, se guardaban el grano y la harina.

Sin embargo, el edificio más llamativo es el de la Logia, donde se reunían los magnates de la ciudad y cuyo origen se remonta al siglo XV. Los lugareños lo conocen como Benečanka y los turistas como la “Casa Veneciana”, pues supone uno de los ejemplos más bellos de la arquitectura gótica veneciana de Piran, destacando sus fantásticas ventanas. Como curiosidad, cuenta con un relieve con la inscripción “lassa pur dir”, “déjalos que hablen”, que colocaron los dueños de la casa (un rico comerciante de edad avanzada y su joven y bella esposa) en referencia a los maliciosos cotilleos de los vecinos sobre ellos (el reflejo del sol era terrible para sacar una foto decente).

Mirando hacia esa esquina, se tiene una vista preciosa de la parte alta de Piran, con la Iglesia de San Jorge y su esbelto campanille, hacia cuya zona nos dirigimos a continuación, ascendiendo por empinadas callejuelas, en las que pudimos asomarnos al interior de algunas capillas e iglesias, como la de Nuestra Señora de la Consolación o la de Nuestra Señora de las Nieves.


No obstante, el conjunto más importante es el formado por la Iglesia y el Claustro de los Franciscanos, y su torre de 30 metros de altura de estilo barroco.




Al coronar las interminables cuestas, llegamos a la parte alta de la ciudad, desde donde se contemplan unas vistas realmente preciosas, en fin, el lugar perfecto para sacar la típica foto de recuerdo.


Muy cerca, se encuentran el Baptisterio y la Iglesia de San Jorge, de estilo renacentista y que está considerado el templo más importante de Piran, aunque su fachada se aprecia mucho mejor en la distancia. Si está abierto, hay que echarle un vistazo a los interiores.




Más tarde, durante el tiempo que tuvimos para movernos libremente, no pude por menos que caer en la tentación de subir a la torre, para lo cual tuve que superar 146 escalones. Menos mal que la escalera no me pareció demasiado incómoda y, además, el esfuerzo mereció la pena, pues las panorámicas arriba eran fantásticas –lo que no siempre sucede en estos casos- y se divisaba a vista de pájaro casi toda la ciudad, incluyendo las murallas.



A través de una calle lateral, que antiguamente formaba parte de las murallas y que ahora hay quien la llama “calle del arte” por las pinturas (más o menos atractivas) que la decoran, bajamos hasta la Plaza 1º de Mayo (Trg. 1 Maja), que fue muy importante en la época medieval. Actualmente, es un lugar muy animado, rodeado por casas barrocas de color pastel, entre cuyas fachadas destaca un balcón de hierro. Sin embargo, lo más interesante es el depósito de agua construido tras la severa sequía de 1776. Se trata de una plataforma elevada, de forma rectangular, que protege un gran pozo recolector y otros dos más pequeños. Se accede a través de una escalinata, a cuyos lados se encuentran dos figuras alegóricas de piedra que representan la ley y la justicia.



Son muy curiosas las canaletas de las casas cercanas, conectadas con el pozo a través de las figuras de piedra de dos querubines, uno sosteniendo un ánfora y otro, un pez, a través de las cuales llegaba el agua de lluvia al depósito tras ser filtrada por diferentes capas de gravas de piedra y arena. Todavía se conserva la bomba que utilizaba la gente para obtener el agua.



Muy cerca se encuentran la Iglesia de San Donato, el antiguo gueto judío y la Iglesia de San Esteban, que según se dice fue en su origen una sinagoga. La Plaza de los Judíos se asienta sobre la que fue creada en el siglo XVI siguiendo el modelo veneciano, que restringía la movilidad de sus habitantes mediante el cierre de tres de sus accesos.



Cruzamos después varias calles llenas de encanto, en las que solo había que mirar a nuestro alrededor para disfrutar, por mucho que el sol pegase ya con mucha fuerza, incrementando la sensación de calor: cada rincón merecía la pena.


Al fin, llegamos a la punta más occidental de la península, el Cabo Madonna, cuyas aguas se declararon monumento natural por su riqueza marina apenas a 300 metros de la orilla. Existe un paseo marítimo con terrazas para tomar algo y también con tumbonas de madera para echarse al sol. Me llamó la atención la escultura en piedra del busto de una sirena.



Muy cerca, está la Iglesia de Nuestra Señora de la Salud, una de las más antiguas de Piran, pues su origen se remonta al siglo XIII, cuando estaba dedicado a San Clemente. Fue remodelada en diversas ocasiones, predominando en la actualidad el estilo barroco. La parte trasera del templo está dentro de una fortaleza circular que data de 1506, en cuyo centro se levanta un campanario, convertido en faro. Reconstruido varias veces, adquirió su aspecto neogótico actual en el siglo XIX.


Era posible subir a lo alto, así que no me lo pensé, si bien lo peor no fueron los escalones metálicos de caracol, sino la especie de “escotilla” que tuve que superar al final. Pero, bueno, salí bien parada del reto y pude contemplar unas vistas espléndidas, un poquito diferentes de las que se tienen desde la torre de la Iglesia de San Jorge, que se veía perfectamente desde arriba.


Podría contar muchas más cosas de Piran, pero no tendría sentido, porque lo más bonito de esta ciudad es moverse sin rumbo por ella y perderse por las calles de su casco antiguo. Para mí fue una gozada, pese al calor. Muy bonita Piran, uno de esos lugares en los que sacaría una foto en cada esquina.


Portoroz.
Después de comer, fuimos a la adyacente localidad de Portoroz, plagada de hoteles y edificios de apartamentos para turistas en busca de sol y playa –la relativa playa eslovena, claro está-, con balnearios reconvertidos a hoteles de lujo, restaurantes exclusivos, comercios de marcas y demás parafernalia elitista. Sinceramente, no sé qué fuimos a hacer allí. Lo cierto es que se nos hicieron eternos los noventa minutos libres que nos dieron allí. Vamos, que no le vi la gracia, en absoluto. Será porque no me atraen los puertos deportivos para yates de millonarios, los casinos o los centros de congresos para eventos de multinacionales. Así que no le dedico más comentarios.
